No cabe ninguna duda de que Bruno Nievas es un tipo con una imaginación desbordante y desbordada. Además, como seguidor acérrimo de las redes sociales (ha sido nombrado en Twitter quinto almeriense más influyente en el reino del pajarito azul), tiene muchos seguidores y a alguno lo conoce personalmente.
Y hete aquí que hablando con uno de ellos por teléfono, director de cine para más inri, charlan sobre la idea de éste de rodar una historia basada en una máquina que captara los sueños de las personas y los almacenara para poder verlos después, y le pide a Bruno Nievas si podría él escribir un relato breve al respecto.
Y ahí es donde explota esa imaginación y creatividad de Bruno Nievas para regalarnos una novela corta de apenas cien páginas pero totalmente impactante como es Sin luz al final del túnel.
Richard Anderson es un escritor norteamericano que se ha hecho muy famoso con una serie de novelas que se venden en todos los puntos del planeta y que han sido la base para la realización de una famosísima saga de películas protagonizadas por su personaje, el agente secreto de la CÍA, tan inteligente como cruel, Michael Bailey.
Richard Anderson ahora es muy famoso y gana mucho dinero, pero sus comienzos fueron muy difíciles y todas las editoriales le rechazaron sus primeras novelas, aparte de que en su adolescencia, debido a un accidente, pasó una larga temporada en coma y al despertar de él tuvo que someterse a penosos tratamientos psiquiátricos. La verdad es que es un mediocre escritor que no tiene ninguna imaginación y que basa sus increíbles historias en lo que sueña al dormir. Esos sueños los puede almacenar gracias a una revolucionaria máquina que los graba cuando se están produciendo. Richard Anderson ha decidido que en su última novela que está a punto de terminar de escribir, va a matar a su protagonista, Michael Bailey, en la última escena. Y ahí comienza su pesadilla de la que va tener muy peliagudo poder salir con vida.
Comienza la vorágine y la tensión donde nada es lo que aparenta parecer, consiguiendo Bruno Nievas jugar con el lector que no va a lograr saber nunca si lo que está leyendo en ese momento está sucediendo en realidad o es una situación onírica. ¿Sueña Richard Anderson? ¿Vive en realidad Michael Bailey? ¿Quién es el causante de tanto crimen? ¿Vivimos en un círculo vicioso que nos desconcierta?
En Sin luz al final del túnel, pese a su brevedad, ocurren muchas cosas, llegando Bruno Nievas a escribir un relato perfecto lleno de acción, humor, tensión y suspense donde todo puede ser aunque seguramente no sea pero puede que si, y, además, escrito con una gran calidad a través de una prosa cuidada y clara que te atrapa por completo desde la primera página.
Para ello, Bruno Nievas homenajea a un tipo de películas de acción con guiños geniales a series, libros y videojuegos que van apareciendo y es una delicia ir descubriendo según vas avanzando en la lectura de Sin luz al final del túnel (genial ese psiquiatra con nombre de gran escritor como es Katzenbach y de su estupenda novela con el título de la profesión que este personaje ejerce).
Bruno Nievas es una persona polifacética. A su profesión de médico pediatra, se le une su afición por los videojuegos, los ordenadores, la tecnología y los medios de comunicación. En sus novelas todo ello se nota, además de saber escribir muy bien.
Bruno Nievas es también por lo que creo una persona agradecida con su Editorial B donde publica sus libros, con sus colegas y amigos Juan Gómez-Jurado y Manel Loureiro, y con sus lectores a quien nos hace verdaderos causantes del éxito de un libro que solo vive a través de nosotros. Por ello Bruno Nievas escribe y nos ha regalado sus historias fantásticas como Realidad aumentada, Holocausto Manhattan y esta Sin luz al final del túnel.
Yo como también me considero una persona agradecida, bendigo la hora en que Bruno Nievas se decidió a comprar ese programa informático y se lanzó a escribir historia magníficas, mientras espero con ansiedad que llegue el 21 de enero de 2015 que aparecerá su nueva novela, Lo que el hielo atrapa, para poder tenerla entre mis manos y volver a poder alcanzar horas de gran diversión.
¿Acaso importa si estamos viviendo un sueño, una experiencia irreal? Lo que importa es leer a Bruno Nievas. Cuando lo hayas hecho, te lo agradecerás siempre.
Me gustan los libros donde se lean los sentimientos y leer a Antonia J. Corrales es llenarse de sentimientos. ¡Es tan hermoso sentir! ¿Es tan hermoso leer a Antonia J. Corrales!
Hace unos días leí una nota de Antonia J. Corrales y me emocionó tanto que decidí adelantar la lectura de En un rincón del alma. Jimena es una mujer que no tuvo una infancia especialmente feliz por lo que decide abandonar su casa paterna en el pueblo hacia la gran ciudad en busca de esa felicidad tan anhelada. Se casa con Carlos, un hombre que solo busca el ascenso social. Jimena es "una mujer solitaria y muda como las que se esparcen como flores marchitas por los confines del mundo". Jimena es una mujer de agua.
Cansada de una vida decepcionante en una urbanización de chalets adosados, aburrida y clasista, y abandonada por su marido que solamente va a casa para dormir algún día, decide por una promesa huir de allí, dejando a su familia y viajar hacia Egipto.
Me gustan los libros epistolares y en En un rincón del alma se cuenta la vida de Jimena a través de una carta que ésta escribe a su madre durante ese viaje para que por fin conozca lo que de verdad es, porque Jimena ha llegado al límite y ya no necesita nada en su vida, se ha cansado de aguantar, de luchar, de buscar un instante único entre ella y su marido que la emocione, que la emocionase.
Me gustan los libros que te hagan viajar a esos libros y canciones que te han emocionado cuando llegaron a ti y te cambiaron la vida, y en En un rincón del alma aparecen Cien años de soledad de García Márquez, El rodaballo de Günter Grass, Alfonsina y el Mar, y la canción de Alberto Cortez que da título a la novela.
Me gustan los libros con símbolos y en En un rincón del alma aparecen muchos símbolos aparte de su ya famoso paraguas rojo.
Me gustan los libros con personajes vivos y En un rincón del alma está llenos de ellos, aunque para mí mi preferido sea Juanillo, el hermano de Jimena, al que su padre en su lecho de muerte le dice la frase más bonita, más sentida y más sincera que he leído en mucho tiempo decir un padre a un hijo.
Me gustan los libros que como una matrioska rusa encierran dentro de sus páginas pequeñas historias como la de Jimena niña con los Reyes Magos y su preciosa muñeca Cara de patata.
Me gustan los libros que te lleven a lugares y te pongas a buscar como un loco fotografías de ellos para ayudarte a trasladarte con la imaginación a ellos.
Me gustan los libros con finales inesperados y me gustan los libros bien escritos. Y Antonia J. Corrales convierte con su pluma las palabras en magia con una prosa cuidada, sencilla y clara que te llega a flor de piel.
Me ha gustado, y mucho, En un rincón del alma como me gustó As de corazones. Y me gusta mucho Antonia J. Corrales, que como dice Don Alonso Quijano a su fiel Sancho no le importa que se rían porque a ella le queda la gloria de haberlo intentado, salvo que no solo lo ha intentado, sino que lo ha conseguido plenamente.
Ha conseguido emocionarme con sus escritos y, como ya he dicho antes, este En un rincón del alma ha venido a mi por una nota que escribió ella y leí hace unos días que me llegó tan dentro que me voy a atreverme, querida Antonia J. Corrales, a decirte que tu ya escribiste la clave a lo que ponías allí en este libro: "Nada muere, todo se transforma. Ella estará siempre a tu lado. ¡Siéntela! Solo tienes que sentirla...", mientras nosotros, tus lectores, le estaremos eternamente agradecidos por habernos regalado a esta pedazo de escritora.
A las ocho en el Novelty es la primera novela que leo de Carlos Díaz Domínguez, autor ya de varias novelas y relatos. Tengo que decir que me ha sorprendido muy gratamente, ya que pertenece a un género que me gusta especialmente como es el de la novela histórica, aunque A las ocho en el Novelty es algo más que simple novela histórica. Es un thriller lleno de acción que te engancha desde su inicio, con elementos ficticios, tanto de la actualidad como históricos, y verdaderos sobre la familia de Carlos IV y de Manuel Godoy, su valido.
Carlos Díaz Domínguez nace en Madrid en el año 1959. Es licenciado en Ciencias Económicas. Sus primeros pasos en la literatura los da escribiendo sus vivencias en los múltiples viajes que ha realizado, una de sus grandes pasiones junto al cine y al teatro.
En el año 2006 publica su primera novela, Los impares de Sagasta. También en ese año recibe un premio en el Certamen Internacional Camilo José Cela por su cuento Semíramis.
La riqueza descriptiva, la fuerza de su narrativa y la precisión en la documentación son las características más relevantes de su prosa, así como la facilidad para atraer al lector al argumento que, sin darnos cuenta, ha forjado a nuestro alrededor.
Laura Cortés, anticuaria salmantina afincada desde hace años en San Juan de Luz, recibe un día el encargo de buscar un supuesto tesoro que Manuel Godoy, El Príncipe de la Paz, escondió antes del Motín de Aranjuez. Su cliente es Anatoly Boychenko, un magnate ruso, antiguo agente de la KGB soviética, afincado en la Costa del Sol.
La investigación pondrá en peligro la vida de Leonor y la de todos los que la rodean. Ella empezará a buscar el tesoro como única garantía de poder salvar su vida, buscando el apoyo en un novio que tuvo en su juventud.
Pero hay más estamentos implicados en la búsqueda ya que el Gobierno español teme que este asunto afecte gravemente a la Jefatura del Estado, y el Gobierno ruso le apoyará porque quiere que Anatoly Boychenko sea extraditado para que purgue los crímenes cometidos en su pasado de la KGB.
La novela nos lleva por diferentes escenarios sin descanso: el sur de Francia, San Sebastián, Salamanca, Madrid, Moscú, Extremadura, Andalucía, Nueva Orleans... en un cambio constante de ubicación que da al relato gran dinamismo y ritmo.
Carlos Díaz Domínguez una historia muy bien escrita y muy bien documentada llena de lugares perfectamente descritos, consiguiendo que A las ocho en el Novelty sea una novela muy divertida en la que te sumerges desde la primera página.
La pequeña parte histórica me ha parecido muy interesante y la de ficción es, sin ninguna duda, apasionante, y está perfectamente hilvanada con giros espectaculares y absolutamente creíbles que nos dirigen a un desenlace perfecto sin que nos quede ninguna duda.
Los personajes están todos ellos muy bien dibujados y son detallados y descritos con gran precisión.
Carlos Díaz Domínguez nos regala una historia que te hace pasar horas de lectura muy entretenida y honesta. Es un gran fabulador que te hace creer a pies juntillas todo lo que pasa gracias a un gran poder de imaginación que mezcla sabiamente la historia, la pseudohistoria y el thriller de forma magistral y con una labor de documentación exquisita y detallada.
Tengo que reconocer que con A las ocho en el Novelty me he divertido mucho con su suspense e intriga. Una novela altamente recomendable de la que me alegro que se haya cruzado en mi camino.
Félix G. Modroño nos descubre una nueva faceta suya. A la de ser un gran escritor, se le une que, además, es un escritor generoso con sus lectores al regalarnos en Secretos del Arenal no solo una novela sino dos en un mismo libro, uno dentro de otro como si fueran unas matrioskas rusas.
Recuerdo perfectamente la primera vez que me acerqué a Félix G. Modroño. Fue el pasado mes de julio cuando mi hija me comunicó que estaba leyendo un precioso libro titulado La ciudad de los ojos grisesy que estaba completamente segura que era una historia que iba a ser de mi agrado por tantas cosas que en esa preciosa novela aparecían. Al publicar la reseña de La ciudad de los ojos grises en Volveremos a Macondo, recibí un mensaje de agradecimiento de Félix en el cual me decía que en su próximo viaje a Valladolid tendríamos que tomar unas cervezas. Pero todo se adelantó y no fue en Valladolid donde lo conocí personalmente sino en Villalpando (Zamora), pueblo de sus padres al que puntualmente acude todos los veranos, mediado agosto, para disfrutrar de sus fiestas patronales, y al que me invitó amablemente para tomar esas cervezas que teníamos pendientes y a disfrutar de su charla apasionada y apasionante sobre sus novelas. Tanto es así que a mi vuelta busqué las dos primeras, La sangre de los crucificados y Muerte dulce, para conocer a su genial protagonista, el Doctor D. Fernando de Zúñiga, que se nos presentó a todos en una larga carta manuscrita que, sobre ellas, publiqué en Volveremos a Macondo en septiembre. Fue también en Villalpando donde me habló de Secretos del Arenal, y tuve el enorme privilegio de ser de los primeros en contemplar la preciosa portada de la novela que le acababa de enviar por el móvil su Editorial Algaida, despidiéndonos hasta noviembre, donde vendría a Valladolid a presentarla una vez puesta a la venta.
Dos meses y medio de expectante espera hasta que por fin, el 30 de octubre, sale por fin Secretos del Arenal y ese mismo día corro a la librería para hacerme con un ejemplar que devoro en tan solo dos días.
Silvia Santander es una joven periodista hija de una familia de bodegueros riojanos y que vive en Bilbao. En octubre de 1995 conoce a Mateo Uriarte, un catador de vinos que gana un concurso que ella cubre para hacer un reportaje para la revista donde trabaja, y entablarán una relación intermitente a lo largo de los años. Silvia es una mujer atormentada por el asesinato de su hermana mayor en 1989. Tiene una personalidad compleja, díscola y rebelde, y no puede con la injusticia, los fanatismos, ni con la intolerancia. Es una persona introspectiva que busca respuestas desde la desaparición de su hermana, pero la policía parece que no va a ser capaz nunca de poder resolver el crimen y atrapar al asesino.
Después de más de diecisiete años de haber conocido a Mateo, con quien se ve periódicamente, decide empezar a escribirle mensajes por correo electrónico pero ocultando su verdadera identidad e invitándole a leer un libro titulado Secretos del Arenal, una historia de intrigas, venganza y supervivencia, situada en la Sevilla de posguerra, una ciudad acosada por el hambre, la miseria y la represión política, donde vive Olalla Carmona, una joven adolescente que ha sufrido muy de cerca los horrores de la guerra civil, para que Mateo intente descubrir las claves que encierran su verdadera personalidad.
Secretos del Arenal consta pues de dos libros encerrados en sus páginas que pueden leerse, si se quiere; casi por separado como esa maravillosa Rayuela de Julio Cortázar,con cuatro capítulos cada uno, subdivididos en diecinueve subcapítulos la historia de Silvia, y veinticuatro subcapítulos la historia de Olalla. Un último capítulo, con cinco subcapítulos, nos desvelará en su final todo el misterio que encierran las dos historias y los puntos de unión que existen entre las ciudades de Bilbao, donde nació Félix G. Modroño, y de Sevilla, donde vive actualmente el autor.
Secretos del Arenal emplea diferentes técnicas literarias, contándonos en primera persona la vida de Silvia, mientras un narrador omnisciente nos relata la de Olalla, siempre con la cuidada y magistral prosa de Félix G. Modroño, llena de fascinantes datos y enclaves geográficos perfectamente descritos, testigos de la labor de documentación propia del autor y que demuestran que conoce perfectamente sus dos ciudades y su historia. Ante nuestros ojos aparecen las ciudades, pueblos, barrios, bares, comercios, plazas y calles como si estuviéramos allí mismo, o deseando estar, mientras sobrevuela por nuestra cabeza una banda sonora cuyas notas llenan nuestros oídos de canciones de Los Secretos, Los Panchos, Concha Piquer y saetas, además de esas increíbles poesías de los poetas de la generación del 27, aquí representadas por las de Luis Cernuda o las de Pedro Salinas, y Cary Grant nos sonríe desde la pantalla de un cine.
En Secretos del Arenal paseamos por ese Bilbao actual, sucesor de el de La ciudad de los ojos grises, al que la construcción de un museo emblemático al lado de la ría la hizo cambiar radicalmente, convirtiéndola en una ciudad moderna y de las más bonitas que tengo la suerte de conocer. Y también paseamos por las calles y rincones de las plazas de Sevilla, por las umbrías llenas de flores del oasis del parque María Luisa, por su Semana Santa y su "Madrugá", llena de vírgenes, cristos, nazarenos y capirotes, oliendo el incienso y la cera ardiendo que impregna todo. Y vemos los horrores de una guerra fratricida y de una posguerra miserable, y los que unos cuantos voluntarios españoles tuvieron que sufrir por sus ideales en el frente ruso de la batalla del cerco alemán a Stalingrado a 37º bajo cero donde la sangre de sus heridas se congelaba para permitirles no morir desangrados.
Y todo ello lo vivimos a través de unos personajes excepcionalmente retratados y dibujados por Félix G. Modroño, como es característico en él, con una perfección tal que ya no podrán caer en el olvido para sus lectores. Magníficos Silvia, Olalla, Mateo, Asier, Martín Villalpando, Eduardo Elorriaga, Pepe El Tumba y Fernanda La Madrid.
Secretos del Arenal, cuarta novela de Félix G. Modroño, vuelve nuevamente a fascinarme como ya lo hicieron las otras tres novelas anteriores a las que, como buen padre, el autor no olvida, haciendo varios guiños en ella a La ciudad de los ojos grises, aparte del genial que hace a él mismo en ese sabroso pasaje del bar Atxarre de Laida, donde Kepa, su dueño y alma máter, es el rey en un país de ciegos.
¡Qué pena me da haber terminado de leer Secretos del Arenal! ¡Qué alegría tengo de haber podido leer por fin esta bellísima novela! ¡Qué gran justicia el que haya sido considerada como ganadora del XLVI Premio de Novela Ateneo de Sevilla! Menos mal que el próximo sábado, en Valladolid, de nuevo me vaya a encontrar con Félix G. Modroño y que vuelva a hipnotizarme, entre vino y vino, con su envolvente charla, quien sabe si sobre un nuevo proyecto al que, de ser así, empezaré a desear con ansia que aparezca en los estantes de las librerías. Gracias Félix por tu amistad y por hacerme soñar. Muchas gracias, amigo.
Diana Dávila, la jovencísima policía en prácticas de La noche de los peones ha jurado el cargo y ya es policía nacional, destinada en Madrid a patrullar las calles. Su madre, Xía, quisiera tenerla cerca, destinada en Barcelona, pero con la policía autonómica, las plazas para la Policía Nacional en la capital catalana se han acabado. Tampoco salió ninguna plaza en Huesca o Zaragoza, por lo que tiene que aceptar el destino en Madrid. Pero allí no se encuentra a gusto. No le agrada estar todo el día conduciendo por la ciudad en jornadas agotadoras ya que ella es muy ambiciosa y ese puesto es poco enriquecedor para sus anhelos. Ella sueña con entrar en la Brigada de la Policía Judicial.
Al poco tiempo, se le presenta la oportunidad de acudir a una entrevista de selección para optar a un puesto en la Brigada de Delitos Tecnológicos en el Cuartel General de Canillas, y elige presentarse a la misma utilizando las "armas" que ya conocemos por la anterior novela, mientras recuerda a Andrés Hernández, el veterano policía que consiguió que se fiara de los hombres "añosos" por ser buena persona. Andrés le explicó todo sobre la Policía Nacional en el periodo de prácticas que pasó junto a él en la comisaría de Huesca y se dio cuenta que no todos los hombres son iguales. Lo echa de menos pero no ha vuelto a ponerse en contacto con él desde que se despidieron meses atrás.
De esta forma da comienzo la nueva novela de Esteban Navarro, Los crímenes del abecedario, en donde un asesino lleva matando a parejas de chicas, cuyos nombre comienzan con la misma letra, con idéntica manera de actuar y, al parecer, siguiendo un patrón basado de la obra Justine del Marqués de Sade. La Policía se encuentra totalmente desorientada hasta que entran en juego la inspectora Arancha Aranzana, el inspector jefe Vázquez y la propia Diana Dávila, pues el asesino utiliza las redes sociales para ponerse en contacto con sus futuras víctimas y ellos están en la Brigada de Delitos Tecnológicos.
Esteban Navarro, con Los crímenes del abecedario, ha escrito una novela completamente diferente a La noche de los peones. Si, como ya escribí en la reseña de la primera, la acción de ésta transcurre con un ritmo a cámara lenta donde los minutos pasan lentamente durante una noche de guardia, en un espacio cerrado y claustrofóbico, con dos únicos personajes principales que tienen pensamientos introspectivos, y sin crímenes ni asesinos, en Los crímenes del abecedario todo cambia radicalmente. Acción desenfrenada, muchos personajes y ciudades diferentes, viajes a contrarreloj, ritmo endiablado, un asesino implacable y horrendo y diálogos por doquier.
¿Cuál es mejor de la dos novelas? Imposible decidirlo porque ambas son estupendas y no se entendería la segunda en su totalidad sin haber disfrutado de la primera con anterioridad.
Esteban Navarro vuelve a demostrarnos que, como policía, sabe perfectamente de lo que habla y de que se cuece dentro del cuerpo policial, y nos explica con minuciosidad todos los entresijos de una investigación criminal, no eludiendo guiños jugosos a la posible rivalidad que pueda existir entre la Policía Nacional, la Guardia Civil y los Mossos d'Esquadra, en una lectura que no da un momento de respiro.
Capítulo aparte, hay que mencionar otro gran acierto como son los personajes. Diana Dávila aparece ante nuestros ojos tal cual es y no como el simple boceto de La noche de los peones, donde el mayor peso se lo llevaba Andrés Hernández, que en Los crímenes del abecedario aparece poco pero que resulta primordial en su argumento al no ser perdonado por sus jefes por ciertas declaraciones suyas efectuadas ante un juez en la novela precedente. Y la muy grata sorpresa que me han deparado los nuevos, Arancha Aranzana y, en especial, el inspector jefe Vázquez que, pese a un comienzo algo titubeante, va ganando peso y credibilidad con el paso de las páginas, convirtiéndose en un personaje magistral.
Los crímenes del abecedario es una buena novela, con un muy buen final muy bien resuelto y conseguido, aunque yo, por poner algún pero, echo en falta que Andrés y Diana no se encuentren, pero no espero equivocarme cuando tengo la suposición de que Esteban Navarro nos deleitará dentro de unos meses con una nueva aventura, donde quizá estos policías vuelvan a estar de nuevo juntos para ver si de una vez por todas, pese a que la policía haya cambiado tanto sus usos en los últimos treinta y cinco años, se consiga eliminar ese aparente tufillo a podrido que aún parece darse en su cúpula. Con policías como Andrés y Vázquez, y con las nuevas generaciones representadas por Diana y Arancha la esperanza desde luego cabe.
En septiembre de 2013, Luis Landero empieza a escribir una novela y al principio se siente satisfecho y hasta entusiasmado con lo que va escribiendo. Todo parece que con el tiempo se convertirá en otro de sus geniales relatos imaginativos, de estilo tan característico como particular suyo por las páginas que nos regala sobre él. Pero de repente, se pone triste y se siente profundamente abatido porque no le gusta lo escrito ni lo que puede continuar. Lo relee por segunda vez y sigue con la misma sensación y vuelve de nuevo a sentir una profunda tristeza y abatimiento como la primera vez. Lleva escribiendo desde la adolescencia y siente las primeras sombras del crepúsculo. Se siente saturado de ficción. De pronto se asoma al balcón y, como cuando Proust moja su magdalena en el té, aparece en su cabeza una historia, la historia que comienza en septiembre de 1964 cuando tenía dieciséis años y se asoma una noche al balcón con su madre meses después del fallecimiento de su padre. Y así Luis Landero nos regala una obra maestra de la literatura donde nos cuenta su infancia y adolescencia. Nos regala la emoción de poder leer y disfrutar de El balcón en invierno.
Luis Landero nació en 1948 en un pueblo de la provincia de Badajoz, Alburquerque, en el seno de una familia campesina extremeña que emigró a Madrid en 1960, para residir en el barrio de Prosperidad, un barrio en donde entonces acababa la ciudad lleno de casas pequeñas y pueblerinas, y donde se podía ver en la distancia con la vista clavada en el horizonte merenderos con emparrados y el juego de la rana en la puerta, descampados, montones de basura y de ripio, terraplenes, campos de fútbol de tierra, cuevas donde vivían familias de gitanos y rebaños de ovejas, que primero poco a poco y luego casi de golpe, como cosa de magia, empezaron a poblarse de bloques de viviendas, de barrios bonitos, con calles amplias y parques para niños, y rascacielos y avenidas. Un barrio que por aquel entonces "olía a gaseosa, a cerveza y a vino de granel, a boquerones en vinagre, a gente abrigada y acatarrada, a carbonerías y vaquerías, a zaguanes y a orines de gato, a pobres hervores de cocina, a caramelos medicinales, a ambientador barato de cine, a colillas muy chupeteadas y apuradas y a tabaco rubio americano, a los cables eléctricos recalentados de los tranvías y a gasolina mal quemada." Un barrio tan diferente al barrio de Salamanca, en donde trabajó en unas mantequerías de lujo la primera vez que le sacó su padre del colegio y que los manjares que allí se vendían, cuando lo contaba en casa, ni su madre ni su hermana mayor podían imaginarse y no le creían diciéndole que mira que es mentiroso, por lo que empieza a realizar pequeños hurtos para que le crean. Un barrio en donde viví yo los tres primeros años de mi infancia antes de ir a vivir a la casa de mis abuelos en 1960 en Cuatro Caminos, otro barrio en donde acababa Madrid.
Luis Landero nos cuenta su historia y su vida en Extremadura y en Madrid. Nos cuenta la vida de su familia, descendiente de unos chatarreros ambulantes judíos que se aposentaron en el pueblo en el siglo XV, y que como Melquiades, el genial gitano de Cien años de soledad, debieron asombrar a Alburquerque y a sus gentes como él asombró a Macondo y a la familia Buendía.
Y vemos a ese niño que con el paso de los años se convertiría en escritor, cuando el lo que quería era ser aventurero o pistolero del oeste. Ese escritor que de niño no conoció libros. Tan solo uno de su padre que había en la casa del pueblo, y otro el del maestro que le enseñó a leer.
Y conocemos a la gente menesterosa y campesina atada de por vida a la tierra, gente que pensaba que no había nada más allá de ella y que no viajaba nunca, en unos tiempos sombríos, tiempos brutos, de infamia y de ignorancia, pero tiempos irrepetibles y mágicos para quien no tuvieron otros que vivir. Unos tiempos en el que el mundo campesino de entonces era a menudo bruto y zafio, y era mucho el trabajo, mucha la miseria, mucha la servidumbre, pero que también tenía los refinamientos propios de una cultura milenaria. Unos tiempos de superstición donde la gente quería prosperar pero tenía miedo a cualquier cambio.
Y conocemos esa charlas interminables de esas gentes campesinas que. después del duro trabajo en el campo, a la luz de las hogueras, porfían interminablemente sobre sus cosas, y a su abuela Frasca, que "había sido pastora desde la niñez hasta el matrimonio y que era totalmente analfabeta pero dominaba como nadie el arte de contar, y eso se notaba enseguida en el tono, en la línea melódica de la voz, en las pausas, en el movimiento acompasado de las manos, en como unía entre sí las frases, que parecía que una atraía como un imán a la siguiente, y lo mismo los episodios, donde uno hacía de larva, otro de crisálida, otro de mariposa, y en el ritmo del relato, ahora lento, ahora rápido, ahora viene una descripción, ahora se crea un suspense que pone en tensión toda la historia, ahora nos ponemos cómicos y ahora trágicos, ahora fingimos que no nos acordamos de un lance crucial del relato, ahora interrumpimos la narración para intercalar una poesía o una canción que viene muy al caso y de la que en ningún modo se puede prescindir, ..."
Y sentimos con emoción contenida, unas veces con una sonrisa que se dibuja en nuestros labios, y otras esa misma emoción que sentía Luis Landero al dar la vuelta a la curva que anunciaba la aparición de la finca de Valdeborrachos cuando iban los veranos o el guiño que le hace el castillo que vigila desde el otero el pueblo cada vez que vuelve a él con su madre ya anciana. Y nos emocionamos cuando describe la naturaleza del campo en todo su esplendor, una belleza que los campesinos, igual que les ocurre a los niños, no se dan cuenta de ella porque no ven un paisaje, solo ven un sembrado, una dehesa, un erial bueno para cabras, un cerro o un barbecho, porque no se han parado a contemplar la naturaleza, sino que viven revueltos, confundidos con ella.
Y sabemos de ese muchacho inconstante que quiere ser guitarrista, pero que un día se compra en la calle de Preciados El criterio de Balmes, que no llegará a leer nunca, y a los veintiún años descubre que lo que de verdad quiere ser es escritor y que empieza a estudiar en serio y a enamorarse de la literatura y de los personajes como Julien Sorel, el gran Gatsby o Don Quijote, para terminar escribiendo esas historias sobre pequeños hombrecillos grises con nimios o grandes afanes, con sus problemas y sueños, que tanto me maravillan cuando he leído cada una de sus novelas.
Pero El balcón en invierno no es una historia de ficción como ellas. El balcón en invierno está plagado de personajes reales con sus pequeños o grandes afanes, con sus problemas y sueños, con esa prosa landeriana llena de trucos retóricos, frases bien hechas, expectativas bien urdidas, adjetivos precisos, párrafos exquisitamente cerrados, palabra preciosas como jeito, muía, serrijón, bálago, tinado, recoveros o marchantes, y de música verbal que acaba siendo cantos de sirena. Una historia mágica llena de personajes mágicos pero reales, como el padre y la madre, la hermana mayor, el primo Paco, la tía Cipriana y el propio Luis Landero.
El balcón en invierno es la narración emocionante y emocionada de una familia de campesinos extremeños y una adolescencia en un barrio del extrarradio de Madrid. Es el relato sincero, humorístico, sentido, siempre bellísimo, de por qué oscuros designios del azar un chico de una familia donde apenas había un libro logra encontrarse con la literatura y ser escritor, después de sus visicitudes laborales en talleres, comercios y oficinas, mientras estudiaba en academias nocturnas, empeñado en ser un hombre de provecho, tal y como le prometió a su padre, pero dispuesto a tirarlo por la borda y vivir como un artista de la guitarra. Un relato de una familia emigrante en busca de una vida mejor que en vez de traer una triste maleta de cartón atada con cuerdas lleva consigo a Madrid todo su mundo rural. Un relato lleno de una caudal de historias y anécdotas que puedo llegar a hacer mías porque son parte de mi historia, de nuestra historia más reciente que "parece que todo ocurrió hace mucho tiempo y en un país lejano, como se dice o decía al empezar los cuentos, y, en efecto, las cosas han cambiado tanto desde mi infancia que a veces tengo la sensación de haber vivido, muchos, muchos años, casi un siglo de historia, o quién sabe si más."
Como Luis Landero, cuando escucha a su madre, yo cuando leo la prosa de este genial "mentiroso", pienso que es así la vida, que así ha sido siempre, y está bien que sea así. En cada instante, en cada frase, en cada suspiro, en cada pequeño acontecer, lo trivial y lo mentiroso van a partes iguales.
El balcón en invierno es un grano de alegría en el mar del olvido de lo que ocurrió y no llegamos a conocer. Un grano de alegría bellísimo. Pura magia.
Todos los que hemos tenido que salir de Madrid para tener que ir a vivir a otra ciudad, recordamos su cielo. Ese cielo que vieron Velázquez, Pérez Galdós y Valle-Inclán. Ese cielo donde la naturaleza parece imitar el arte. Ese cielo que guarda los sueños de la gente. Ese cielo que tuvimos justo encima de nuestra cabeza cuando vivíamos allí.
Carlos, el protagonista de El cielo de Madrid de Julio Llamazares, abandona su Asturias natal para venir a Madrid a finales de los años setenta porque quiere ser pintor. Allí convive en una vida bohemia con un variopinto grupo de amigos que intentan abrirse camino en sus respectivas vocaciones, mientras viven de noche en los míticos bares de la movida madrileña buscando su camino para asentarse en la nómina artística de aquellos años.
En la novela vemos la evolución de Carlos desde esos principios de casas compartidas, sexo y vida nocturna desenfrenada cuando comienza a pintar.Pero cuando cumple los treinta años, se siente que abandona la juventud y que no ha alcanzado nada. De repente, el éxito aparece y se hace famoso. Su vida cambia radicalmente aunque no le satisface en absoluto, pese a que su sueño de alcanzar el cielo de Madrid se haya hecho realidad. Le agobia la fama y decide irse a vivir a un pueblo de la sierra madrileña para llenarse de soledad y pintar lo que de verdad le gusta lejos del mundanal ruido. Pero esa soledad también logra vencerlo y vuelve a Madrid para llegar al desenlace del libro donde descubrimos a quien está contando su largo monólogo, cuando su mundo ha cambiado al darse cuenta que era imposible poder juntar los sueños y la realidad. Es entonces cuando empieza a pintar el cielo. Cielos coloristas, cielos de atardecer que parecen adueñarse de la tierra en las tardes del verano madrileño. Un cielo de azules, rosas y violetas que al anochecer, mientras se van encendiendo las farolas, se cubre de tachones, los rosas se vuelven rojos poco a poco y los azules se tornan malvas antes de fundirse en negro.
Carlos se da cuenta de que su vida ha sido de esta manera contemplando este espectáculo incomparable, tan efímero y eterno al mismo tiempo. Ha vivido entre la luz y la oscuridad, entre la libertad y la necesidad de amar, entre la soledad y la búsqueda del éxito, entre el cielo y el infierno.
El cielo de Madrid es una novela intimista donde Julio Llamazares nos hace pensar y nos transmite sentimientos en donde se observa la clara vocación del autor por la literatura.
Julio Llamazares con su bella prosa nos pinta ese cielo de Madrid que tantos han venido a conquistar desde sus pueblos de origen en busca del éxito y la conquista de un sueño. La novela trata de lo que tratan todas las vidas: de la búsqueda de la felicidad y como la vida nos va cambiando y nuestros sueños de juventud se evaporan.
Y Julio Llamazares nos pinta Madrid, mi amado y añorado Madrid, esa ciudad inventada por el capricho de un Rey pero que no es ciudad. Esa ciudad que no está al lado del mar y tiene un río de mentira que avanza de espalda a ella y una catedral que no es catedral. Esa ciudad que adopta sus símbolos de fuera: el chotis de Alemania, el organillo napolitano, el mantón de Manila filipino y el bombín de los chulapos inglés, y que ni tiene osos ni madroños. Esa ciudad llena de tan pocos madrileños en donde nadie pregunta de dónde eres ni cuántos años llevas viviendo en ella. Esa ciudad donde confluye todo lo bueno y todo lo malo. Esa ciudad repleta de gente que no ha nacido en ella y que ha ido allí a buscarse la vida para precisamente eso, vivirla.
Una novela que narra la búsqueda del éxito. Un éxito que una vez alcanzado, como le sucede a Carlos, puede ser que no sea lo que anhelábamos. o como decía Óscar Wilde:"Solo hay dos tragedias en la vida: una es conseguir que se te cumplan tus deseos, y la otra es que no se te cumplan".
Volveremos a Macondo se sigue llenando de autores españoles más o menos recientes en el panorama literario de nuestro país que se dedican al fascinante género de la novela negra. Como ya he dicho varias veces por aquí, este género goza de muy buena salud, y ahora me ha llegado el turno de leer La noche de los peones de Esteban Navarro.
Había oído y leído mucho y bien de Esteban Navarro pero nunca me había acercado a ninguna de sus obras.
Este escritor que ya ha publicado varios libros en su casi recién estrenada carrera, ha tocado, además del género policíaco/negro, el de ciencia ficción y el de fantasía, optando al Premio Nadal de 2013 con esta La noche de los peones, con la que consiguió ser finalista.
Andrés Hernández es un veterano policía nacional destinado en la comisaría de Huesca que está realizando el turno de noche el día en que cumple cuarenta y cinco años junto a una joven policía en prácticas de ventiún años, Diana Dávila. Al principio del servicio recibe la noticia de que un amigo suyo de la infancia, Miguel Ángel Urquijo, ha fallecido en el hospital de la ciudad y que estuvo preguntando por él insistentemente desde que se produjo su ingreso tres días atrás, sin que nadie le hiciera ningún caso. ¿Qué quería Miguel Ángel después de veinte años sin verse? ¿Por qué viene a Huesca desde la zona del Maresme catalán un delincuente drogadicto?
La acción transcurre en esa sola noche con un ritmo a cámara lenta donde los minutos transcurren con total parsimonia en esa comisaría de una ciudad de provincias en extremo tranquila en una madrugada de un día entre semana a las puertas del invierno.
Y aquí viene una cierta polémica. En la novela no ocurre nada o muy poco. Pero todo lo que se narra es muy intenso y no precisamente el rellenar los partes de hospedería en los hoteles de ese día, el servicio de la patrulla que tiene que acudir a una pelea sin importancia entre dos personas en un bar del polígono industrial o la visita que hace Andrés al hospital para intentar obtener información sobre las causas que han llevado a Miguel Ángel a viajar a Huesca preguntando por él de forma obsesiva antes de morir sin que nadie le preste ningún caso. Su intensidad está en los pensamientos que tienen Andrés y Diana sobre lo que ha sido su vida. Así vamos a conocer una historia viva de lo que fue España en esa época en que empezaba a despertar después de tantos años de dictadura. Esos años de niñez y de juventud de Andrés y de Miguel Ángel en los que derivaron en que uno ingresara en la policía nacional mientras que el otro fuera absorvido en una espiral de delincuencia y drogas. Una España que se sacudía sus miedos pero que aún en sus instituciones campaban los franquistas a sus anchas y delincuentes como el Vaquilla o el Torete eran encumbrados a la categoría de héroes y de gente condenada a vivir en un submundo.
Diana también nos cuenta con sus pensamientos la historia de lo que han sido sus años anteriores a ingresar en la policía de los que no se siente personalmente orgullosa precisamente. Hija de madre soltera que no la ha revelado nunca la identidad de su padre del que solo sabe de él que murió en el extranjero y que su cuerpo allí se quedó según le contó su joven madre a la que no quiere nunca parecerse.
Diana y Andrés, después de unos recelos mutuos preliminares, llegan a congeniar en sus conversaciones monótonas y repetitivas a lo largo de la noche que no parece acabar nunca y en sus continuos viajes a la máquina de café, en una trama que me ha sorprendido pues según avanzaba en su lectura me parecía estar leyendo, en vez de una novela, una obra de teatro donde sus personajes, peones en la noche, hacen sus réplicas y contrarréplicas, realizan sus entradas y sus mutis y pasean en un escenario claustrofóbico como es la sala del 091.
¿Estamos ante una novela negra o ante una novela histórica? Yo creo que nos encontramos ante las dos cosas. La noche de los peones es una gran novela negra, escrita desde dentro a fuera y no al revés que es lo normal, no porque aparezcan policías y delincuentes sino porque nos relata las situaciones en donde están sumergidos unos personajes atormentados que guardan sus miserias y secretos para sí. Unos personajes al principio borrosos y que van apareciendo ante nosotros con claros trazos que tienen que avanzar sin descanso porque son peones y si se detienen serán cazados. Y es una novela histórica porque nos cuenta hechos recientes que ocurrieron hace años y que he vuelto a recordar pues fueron protagonistas de mi juventud. Un libro que mezcla sabiamente ambos géneros y que, pese a su inacción, se desliza en los tres últimos capítulos en un desenlace original donde una vieja fotografía polaroid y un desastrado teléfono móvil son las claves.
Una novela muy interesante que, sin ninguna duda, me hará seguir leyendo la obra de Esteban Navarro que entra para mi en el club de los grandes autores nacionales de este género y que han tenido la valentía de lanzarse a escribir para que los demás conozcamos mejor el mundo que nos ha tocado vivir. Desde luego, Esteban Navarro tiene muchas cosas diferentes que contar.
¿Puede el destino, ese fatum de los antiguos, dominar y dirigir nuestra vidas? Parece ser que Antonia J. Corrales tiene muy claro que es así en su última novela, As de corazones.
Bastian, el día que cumple los cuatro años de edad, y su hermana mayor, Samantha, de diez años, se quedan huérfanos al morir sus padres en un accidente de automóvil y son acogidos por sus abuelos maternos. Samantha que quiere mucho a su hermano, se vuelca en él y se convierte en una verdadera madre para el pequeño. Ya de mayor le paga a Bastian la carrera en la región de la Toscana en Italia. Un verano, siendo aún estudiante, Bastian conoce a una chica de diecisiete años que veranea en la zona con su madre y su padre adoptivo, Ayala. Y el amor surge entre ambos. Un amor tan grande que parece que nada ni nadie podrá poner fin, aunque estén condenados a encontrarse y perderse durante el resto de sus vidas. Y es que, como muy bien escribe Antonia J. Corrales, "hay tres cosas que no podemos dominar, que no podemos cambiar o alterar: nacer, morir y enamorarnos. Las tres son inmunes a nuestra conciencia, a nuestro raciocinio y a nuestra voluntad".
El amor de Ayala y Bastian está condenado y penado pero es fuerte como una tormenta que arrasa todo lo que se interponga ante ella. Un amor que puede deshacerse de repente como un huracán y renacer del mismo modo a través del tiempo una y otra vez.
Los tres protagonistas, Ayala, Bastian y Samantha nos van contando la historia de sus vidas en primera persona en una serie de capítulos cortos que llevan por título su propio nombre sin una estructura lineal ya que vamos yendo del presente al pasado y vuelta al presente. En ellos vemos y conocemos como viven cada uno de los acontecimientos de la trama desde su propio punto de vista, tejiendo una historia conmovedora y preciosa llena de pasajes que hacen encogerte el corazón con tantos sentimientos a flor de piel y emoción intensa.
Los tres se traicionan a si mismos. Bastian es un broker que suspira por ser escritor. Ayala es editora cuando su vocación es la pintura y viajar a África. Samantha es una enfermera que cuida niños en un hospital con gran cariño porque le gustan mucho que se niega a tener hijos pues fue una niña vieja que se convirtió en una madre niña.
La mayoría de los que aparecen en la novela se ocultan cosas. La madre de Ayala, que es madre soltera, le oculta a su hija la identidad de su padre biológico. Samantha oculta a Bastian la historia que provoca el desenlace del libro y que sobrevuela a lo largo de él con un halo de misterio. Bastian oculta a Ayala ciertas cosillas. Ayala oculta a Bastian su dirección. Pero todos lo hacen para no provocar daño a los que son sus seres más queridos y porque creen que la ignorancia es lo mejor para ellos. Pero ese destino, ese fatum de los antiguos, es inexorable y al final Ayala y Bastian tendrán plena conciencia de la situación.
Todo, absolutamente todo el libro es bonito Su portada llena de alegría, de luz, de colorido y de amapolas, "la flor que se parece más al amor: frágil, bella y anárquica como él". Su historia llena de escenas bellísimas, como la de la jirafa blanca que solo pueden ver los chamanes. Su magia reflejada en ese momento en que Bastian, ese muchacho de sonrisa ancha, clara y seductora, con unos ojos negros que parecen carboncillos, con pelo revuelto y despeinado, negro y liso, que le roza los hombros, lanza un beso al aire hacia Samantha y ella percibe que en ese momento todo desaparece alrededor de su hermano, el suelo se cubre de amapolas y, sobre él, cientos de lapiceros empiezan a rodar hacia los pies de ella cubriéndolos, cuando le va a despedir al aeropuerto al partir por primera vez hacia Italia a estudiar y a darse de bruces con ese destino omnipresente en toda la novela.
Pero claro, todo esto no podría ser posible sin las manos de escritora de Antonia J. Corrales. Manos que miman las frases. Manos que cuidan y acarician las palabras. Manos que escriben maravillosamente una historia que me ha llenado plenamente y que me ha llevado a sufrir, sonreír, emocionarme, llorar, amar y conmoverme junto a a estos tres personajes que se han convertido para mi ya en inolvidables.
¿A quién no le gustaría conocer su destino? Nadie puede burlarlo y llega más tarde o más pronto. A todos nos gustaría conocerlo, como a Ayala que le suplica a Melquiades, el genial gitano que pasea por las calles de mi Macondo del alma y guarda el secreto de Cien años de soledad de la familia Buendía, que le entregue los folios donde está escrito su futuro.
El destino ha sido espléndido conmigo por acercarme a Antonia J. Corrales y a su original, increíble y esplendida As de corazones. Impenitente, ávido y querido lector, enamorado como yo de la mejor literatura, lucha porque tu destino te ponga en tu camino As de corazones, no sea que no lo tenga así escrito y no te cruces con esta novela y te la pierdas. Intenta burlarlo y lee este maravilloso libro. Claro que en tu destino si está escrito el que algún día ibas a leer esta reseña llena de cariño hacia esta autora por lo que me ha hecho disfrutar, y tú también te conmoverás y apasionarás con As de corazones, con Samantha, con Bastian y con Ayala. Corre a la librería por él.