domingo, 26 de octubre de 2014

El cielo de Madrid


Todos los que hemos tenido que salir de Madrid para tener que ir a vivir a otra ciudad, recordamos su cielo. Ese cielo que vieron Velázquez, Pérez Galdós y Valle-Inclán. Ese cielo donde la naturaleza parece imitar el arte. Ese cielo que guarda los sueños de la gente. Ese cielo que tuvimos justo encima de nuestra cabeza cuando vivíamos allí.


Carlos, el protagonista de El cielo de Madrid de Julio Llamazares, abandona su Asturias natal para venir a Madrid a finales de los años setenta porque quiere ser pintor. Allí convive en una vida bohemia con un variopinto grupo de amigos que intentan abrirse camino en sus respectivas vocaciones, mientras viven de noche en los míticos bares de la movida madrileña buscando su camino para asentarse en la nómina artística de aquellos años.

En la novela vemos la evolución de Carlos desde esos principios de casas compartidas, sexo y vida nocturna desenfrenada cuando comienza a pintar.Pero cuando cumple los treinta años, se siente que abandona la juventud y que no ha alcanzado nada. De repente, el éxito aparece y se hace famoso. Su vida cambia radicalmente aunque no le satisface en absoluto, pese a que su sueño de alcanzar el cielo de Madrid se haya hecho realidad. Le agobia la fama y decide irse a vivir a un pueblo de la sierra madrileña para llenarse de soledad y pintar lo que de verdad le gusta lejos del mundanal ruido. Pero esa soledad también logra vencerlo y vuelve a Madrid para llegar al desenlace del libro donde descubrimos a quien está contando su largo monólogo, cuando su mundo ha cambiado  al darse cuenta que era imposible poder juntar los sueños y la realidad. Es entonces cuando empieza a pintar el cielo. Cielos coloristas, cielos de atardecer que parecen adueñarse de la tierra en las tardes del verano madrileño. Un cielo de azules, rosas y violetas que al anochecer, mientras se van encendiendo las farolas, se cubre de tachones, los rosas se vuelven rojos poco a poco y los azules se tornan malvas antes de fundirse en negro.

Carlos se da cuenta de que su vida ha sido de esta manera contemplando este espectáculo incomparable, tan efímero y eterno al mismo tiempo. Ha vivido entre la luz y la oscuridad, entre la libertad y la necesidad de amar, entre la soledad y la búsqueda del éxito, entre el cielo y el infierno.



El cielo de Madrid es una novela intimista donde Julio Llamazares nos hace pensar y nos transmite sentimientos en donde se observa la clara vocación del autor por la literatura.


Julio Llamazares con su bella prosa nos pinta ese cielo de Madrid que tantos han venido a conquistar desde sus pueblos de origen en busca del éxito y la conquista de un sueño. La novela trata  de lo que tratan todas las vidas: de la búsqueda de la felicidad y como la vida nos va cambiando y nuestros sueños de juventud se evaporan.

Y Julio Llamazares nos pinta Madrid, mi amado y añorado Madrid, esa ciudad inventada por el capricho de un Rey pero que no es ciudad. Esa ciudad que no está al lado del mar y tiene un río de mentira que avanza de espalda a ella y una catedral que no es catedral. Esa ciudad que adopta sus símbolos de fuera: el chotis de Alemania, el organillo napolitano, el mantón de Manila filipino y el bombín de los chulapos inglés, y que ni tiene osos ni madroños. Esa ciudad llena de tan pocos madrileños en donde nadie pregunta de dónde eres ni cuántos años llevas viviendo en ella. Esa ciudad donde confluye todo lo bueno y todo lo malo. Esa ciudad repleta de gente que no ha nacido en ella y que ha ido allí a buscarse la vida para precisamente eso, vivirla.

Una novela que narra la búsqueda del éxito. Un éxito que una vez alcanzado, como le sucede a Carlos, puede ser que no sea lo que anhelábamos. o como decía Óscar Wilde:"Solo hay dos tragedias en la vida: una es conseguir que se te cumplan tus deseos, y la otra es que no se te cumplan".



©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega