viernes, 8 de julio de 2022

Yo no he sido

    


    Ahora, tantos años después, vuelven a mi memoria las palabras que mi madre pronunció aquella tarde mientras observaba con una infinita mirada de amor a mis hijas cuando eran pequeñas: “A los hijos se les quiere muchísimo, pero con los nietos es distinto. Se les quiere de una manera especial, se les quiere con el alma”.

    Llego a casa de una de ellas. Abro la puerta con mucho cuidado para que no se escape y ahí está para recibirme. Alza hacia mí una mirada azul metálica dentro de su cara redonda, tan esférica como sus celestes ojos de pupilas oscuras que finaliza en una pequeña nariz triangular y rosada, compungida, atenta y expectante ante la más que posible e inminente regañina que se le avecina. El suelo del pasillo y del salón exhiben, diseminados por toda su superficie, sus múltiples juguetes y su pequeño cuerpo cubierto de pelo color ceniza se encuentra rodeado por el hilo rojo de una madeja de lana.

    Me agacho para acariciar su carita y me dirijo a la cocina a beber un vaso de agua, sorprendiéndome el cubo de la basura derrumbado en el suelo poblado de los más diversos desperdicios. Pienso en sus primos, en especial en ese que ya no se encuentra con nosotros, en ese mínimo tigre de salón, nupcial sultán del cielo, pequeño emperador sin orbe, conquistador sin patria que reclamabas vientos de amor cuando pasabas junto a tus humanos y posaba sus delicadas garras olfateando, desconfiado de todo lo terrestre, porque todo le parecía delicado en su deambular.

    Vuelvo al salón y ahí sigue Bob mirándome fijamente. Me sumerjo en sus ojos mezclados de metal y de ágata que parecen dormirse en un sueño inacabable.

    —Yo no he sido —pienso que dice, aunque no diga nada.

    Me río. Te observo y aprendo mientras me das la espalda y te alejas hacia el dormitorio, erguido y cadencioso con una enorme dignidad, independencia de arrogante vestigio de la noche, perezoso, gimnástico y ajeno, guardián secreto de las habitaciones de la casa.

    Me asomo a la ventana y pienso en las lejanas palabras de mi madre. No tengo la inmensa suerte de tener nietos, pero ellos, los gatos de mis hijas, son de la familia. Son mis nietogatos.