domingo, 23 de febrero de 2014

Mientras no digas te quiero - Lola Beccaría



Iris Durán es una psicóloga de 47 años que ha dejado su relación con su pareja y tiene una fuerte crisis emocional pues sigue enamorada de él. Su vida amorosa es un desastre. Su jefe le propone que tiene que reciclarse y la obliga a montar un taller para mujeres de arte de seducción debido a que el que actualmente imparte trata de gestionar las emociones con nulo éxito por lo que es suspendido Esta propuesta la atormenta, pero por miedo a perder su trabajo, acepta y se lanza a la piscina aunque no tiene nada claro como lo va a hacer.
Iris no quiere volver a tener sexo con ningún hombre sin estar enamorada de él: "Pero no conocía otro modo de salvaguardarse del dolor de verse en la cama con un hombre al que no amaba, mientras que al hombre que amaba no podía tenerlo en la cama".

Ante un grupo muy hetereogéneo de seis mujeres, Iris asume que se encuentra sola ante el peligro y que debe saltar al vacío confiando en que su intuición y experiencia profesional le sirvan de catapulta para el éxito de la misión.

Anita es una informática de 30 años. Es apasionada y enamoradiza. Huye del compromiso y no quiere hacerse mayor.

Carla tiene 27 años y es repostera y cocinera. Se ha fijado como reto personal que su jefe y amante durante los últimos ocho años abandone a su mujer por ella.

Sonia es una periodista de 34 años. Es una mujer casada que quiere seducir y reconquistar a su marido al que ama profundamente y que padece una enfermedad terminal. Pero no sabe como hacerlo.

Denise es asesora personal. Tiene 44 años. Está separada y tiene una hija. Quiere dejar de ser una gheisa y convertirse en una cazadora.

Eva tiene 56 años. Es viuda y tiene la ilusión de encontrar un nuevo marido y volver a casarse. No tiene ninguna actividad profesional.

Julia es una alta ejecutiva financiera de 48 años. Está divorciada. Ya no cree en el amor y se pregunta continuamente para que se ha apuntado a este taller en el que se encuentra rodeada de este grupo tan inferior a ella.

Todas las protagonistas coinciden en ser mujeres heridas, bloqueadas, atascadas, sin rumbo. Han llegado a un punto de su existencia en el que no saben seguir, si bien sienten que necesitan algo más: satisfacer sus carencias afectivas y al mismo tiempo, reconocerse a sí mismas, saber quiénes son y aprender a reconocer sus verdaderas necesidades, para poder tomar las decisiones adecuadas.

Lola Beccaría en su última novela Mientras no digas te quiero ha buscado crear diversos arquetipos, pues no todas las mujeres seducen, en las propias palabra de la autora, de la misma manera. Cada persona es única, y, en ese sentido, cada persona tiene un estilo de seducir. Lo que necesita es activarse el mecanismo para poder usarlo en su plena capacidad. Y eso es lo que van a lograr todas ellas juntas en el taller de Iris, incluida ella misma. Hay diversas personalidades para que las lectoras, y también los lectores, puedan identificarse con alguna de ellas con facilidad. Al identificarse, cualquier lector puede, siguiendo los pasos del personaje elegido, obtener y aprovechar las claves para sí mismo. La novela puede ser una lectura reveladora para quien se acerque a sus páginas. Y la revelación que va a encontrar es luminosa y milagrosamente sencilla. Las propuestas que se dan son fáciles de entender y de poner en práctica. La autora ha buscado la sencillez en todo momento, la forma más clara y directa de acercarse al corazón de los lectores, y esto creo que ese es uno de los valores de la novela.

 Necesitamos regresar al corazón, cambiar los esquemas del romanticismo. Darnos cuenta de que necesitamos la ternura y los mimos, el cariño. El romanticismo es necesario, aunque, obviamente, se cambien ciertos parámetros. Sería, por así decirlo, cambiar de un romanticismo pasivo, de sumisión, de mujer florero y de hombre egocéntrico, el romanticismo de los cuentos de hadas de siempre, que ya no nos identifica, por un romanticismo activo, ejercido desde la voluntad y el deseo, sin tener que renunciar a nuestra identidad y al mismo tiempo asumiendo que necesitamos amar y ser amados. Un romanticismo de mujeres activas y de hombres más empáticos y conectados con sus sentimientos.

Pasada la pasión de los primeros momentos nos sentimos amordazados, vivimos a medio gas, hambrientos de emociones. Anhelamos compartir. Pero no podemos expresarlo. Solo te dan el aperitivo. Pero no la comida. Y te quedas con hambre. La experiencia completa, la más hermosa, la más intensa, es cuando compartes el alma. Hoy día nadie comparte el alma. Solo el sexo. Antes vivíamos reprimidos tanto sexualmente como emocionalmente. Las mujeres y los hombres. Ahora es cierto que hemos conseguido dejar de estar reprimidos sexualmente, pero seguimos reprimidos emocionalmente. Y es complicado recuperar las emociones. Por ejemplo, en tiempos pasados, por convenciones sociales, los hombres galanteaban a las mujeres y las agasajaban. Hoy día se han perdido las convenciones y no se han sustituido por otras alternativas. Hay un vacío. Y sin embargo, las mujeres siguen esperando que ellos sepan ser románticos, que sepan leer en su corazón; pero se han quedado sin criterios emocionales, de modo que raramente podrán leer en ellas sus necesidades si ellas no se las cuentan. Ellos también lo necesitan, pero son más 'básicos' a la hora de darse cuenta de lo que su corazón demanda o de conectar con sus emociones. En general, los hombres siempre han dejado en las manos de las mujeres las emociones, para que de algún modo se las traduzcan. Pero las mujeres han dejado de hablar, han dejado de pedir que la vida sea bella y que los hombres sean románticos. Han tirado la toalla, porque las han hecho creer que ser modernas e independientes es callarse los sentimientos y porque les resulta demoledor que un hombre les humille o desprecie su emoción genuina. Y, sin embargo, necesitan atreverse a decir lo que necesitan. Arriesgarse a ser frustradas por ellos, a ser abandonadas, a que no quieran más. Esa fase es la que las mujeres se saltan. La atención de su necesidad queda oculta y no la expresan, y pasan sin transición a la siguiente fase: la frustración, la rabia porque no se lo han dado. Así, se produce una situación curiosa: y es la de que se enfadan con los hombres, cuando ni siquiera han expresado lo que desean. Hay que probar a hablar, a decir lo que necesitamos. Hay que volver al tiempo primigenio en que la cultura o la civilización no controlaban nuestras emociones. Es necesario ser románticas (al estilo que cada una elija) para que los hombres puedan escuchar y aprender, porque, en el fondo, ellos también anhelan otra cosa. Incluso ellos están hastiados del sexo por el sexo. El sexo es el aperitivo. Una vez que lo tienes, quieres más. Necesariamente quieres más. Y ese «más» es el amor. Una relación compartida a todos los niveles. Eso es lo que verdaderamente es capaz de saciar nuestra hambre emocional. Y mientras no luchemos por ello, seguiremos hambrientos. Tanto ellos como ellas.

El amor es la emoción esencial del ser humano y actualmente vive momentos críticos, inmersa en una gran confusión. Necesitamos volver a hablar de amor, porque en cierto modo hemos perdido el camino hacia él. Hablando del amor, expresando con genuina emoción lo que esperamos del amor y lo que lo necesitamos, es como podemos tratar de recuperarlo. Sobre todo, la sensación de que cuando nos relacionamos con otros no nos satisface. No conseguimos lo que anhelamos. Esa dolorosa sensación de infelicidad que nos devuelve el intentar relacionarnos con los otros. Es como si hubiéramos perdido el norte, como si no supiéramos amar. O, al menos, no sabemos cómo comportarnos con el otro. Hoy día las relaciones nos producen insatisfacción, enojo, decepción, rabia, resignación. Y fundamentalmente de un sexo contra el otro. Y poca felicidad real, pues enseguida, tras conocer a alguien, llegan los miedos, la confusión, el no saber qué hacer o cómo movernos. Venimos de unos esquemas aprendidos, sociales, educacionales, que parecen no servirnos ya. Pero toda emoción, especialmente el amor, necesita unos canales para expresarse, necesita unas claves compartidas, necesita saber cómo plantarse y dar fruto, algunas instrucciones básicas que puedan funcionar. Sobre todo, que puedan funcionar con cierto éxito. Cuando los valores de siempre ya no sirven, habrá que reescribirlos, pues las claves para funcionar son necesarias entre los seres humanos.



Y en esto consiste esta novela divertida y bien escrita, yo me atrevo a decir que casi terapeútica. Me gustan estas historias. y este libro lo acogí con una sonrisa antes de adentrarme en él. Las voces de esas siete mujeres y los hombres que van pasando por sus vidas resultan especialmente didácticas y abocan a la reflexión del lector sobre su propia existencia, mientras camina por una aventura literaria repleta de erotismo, ternura, intriga y humor, bastante parecida a la vida diaria y en la que la sinceridad de la autora queda reflejada en todos los personajes y en las situaciones que viven. La autora confiesa que "en realidad he escrito la novela desde mi propia incapacidad para construir una relación emocional. Precisamente el hecho de anhelar una relación y no ser capaz de realizarla me ha llevado a tratar de encontrar respuestas. Escribir es un proceso de búsqueda. Se sabe cómo se empieza pero no se sabe cómo se va a acabar. La propia escritura construye un espacio que ni uno mismo conoce y que resulta revelador cuando los personajes cobran vida, se van moviendo y van enseñando cosas. Iris decide organizar el taller porque se da cuenta de que es doloroso arriesgarse a amar, pero sabe que también lo es vivir de espaldas a las emociones".  Lola Beccaría se desnuda en su libro y pone el alma en el texto. Para ella son "desnudeces honorables" que no quieren decir otra cosa más que que está igual de perdida que los propios lectores. "Escribiendo aporto mi granito de arena. Mis conocimientos de psicología y mis propias experiencias me han servido para hacer una reflexión muy profunda sobre lo que necesitamos los seres humanos y sobre los conflictos con los que nos vamos encontrando cuando vamos en su busca. Y creo que esas reflexiones pueden aportar luz a esa oscuridad que ahora reina en el mundo de los afectos". Se diría que la oscuridad afecta más al amor que al sexo, si se atiende a esa frase del libro según la cual "el sexo ya no tiene secretos para nosotros. Sin embargo, el amor es cada vez más misterioso". Lo explica diciendo que para ella el sexo también es primordial, pero que ya no hay represión sexual, que el sexo ya no está proscrito y que por eso ahora le interesa más hablar del amor, que sí lo está. "No estamos dispuestos a reconocer las necesidades emocionales. Son incómodas. Y como no queremos reconocer ni asumir que necesitamos amor, recurrimos a ese sucedáneo que es el sexo". Y de ahí el miedo a comunicarnos, a confesar nuestros sentimientos, a expresar ese amor que puede conllevar un rechazo y a pronunciar esas dos palabras, "te quiero", que tanto significan y que parecen tener siempre nefastas consecuencias. Mejor evitarlas porque, según se desprende del propio título de la novela, nada ocurrirá "Mientras no digas te quiero".