jueves, 20 de abril de 2017

La décima clave



¿Qué conexión puede existir entre San Ignacio de Loyola con Miguel de Cervantes? ¿Y con el número Pi, un grupo de forenses sordomudos desaparecidos, muertos decapitados, un violonchelo, el escarabajo egipcio Jepri, la caída de Ícaro, un callejero de una ciudad milenaria española, un convento en el que hace treinta años murieron misteriosamente unas monjas, la cruz de Ankh, un broche con forma de libélula, unos recortes de periódico, un violonchelo, Toledo, Chinchón y una calle de Madrid?

Mucho me temo que para poder descubrir todo esto vais a tener que leeros La décima clave de Antonia J, Corrales. Leer a esta autora ya es de principio una buena costumbre y leer ahora esta novela publicada en 2012 y felizmente reeditada ahora por Ediciones B en libro de bolsillo, todo un acierto. ¿Por qué digo esto? Pues porque parece que ya se pasado, afortunadamente, el boom de la literatura criptográfica superventas norteamericana y yo, por fin, me encuentro con una novela sobre estos temas diferente. En realidad con una muy buena novela.

Doce forenses son requeridos para diagnosticar y atajar una misteriosa enfermedad que amenaza la salud de un grupo de religiosas  residentes en un convento. Dos de los integrantes del grupo de investigación son asesinados y sus cuerpos son hallados con evidentes muestras de tortura y rodeados de mensajes, tanto de símbolos matemáticos como religiosos. Treinta años después, el forense Enrique Fonseca se verá envuelto en una extraña investigación que le conducirá hasta la verdad sobre la muerte de su padre.

¿Similitudes con los superventas de Dan Brown? Si te quedas en la sinopsis, puede. Pero nada que ver con La décima clave que es literatura y no meramente impactos para vender y vender. Ambición literaria, personajes trabajados y buena prosa hacen de La décima clave un producto mucho más digno que esos que hace años eran consumidos compulsivamente por los que años después hacían interminables colas para sacar una entrada para ver la película basada en ellos.

Un protagonista traumatizado por descubrir el cadáver de su padre cuando era un niño que se ha convertido en un prófugo de la vida, de los sentimientos y de la realidad, y que se transforma en una persona que huye de sí misma y de todo lo que le rodea huyendo de su pasado hasta llegar a la amnesia y con una personalidad posiblemente paranoica, ya de por sí es un elemento diferenciador que da a la novela categoría de buena literatura.

La décima clave está estructurada como si se tratase de una obra de teatro clásica con una presentación, un nudo y un desenlace. Tras la presentación, algo difícil de conectar con ella al contarnos lo que pasa por la mente de Enrique, entramos en un nudo argumental basado en la criptografía donde muchos personajes, estupendos todos, entran y salen que con sus diálogos la autora nos va dosificando las pistas que nos conducen a un desenlace asombroso donde va encajando todo y parece que nos despertamos de un sueño. 

Antonia J. Corrales se nota que se lo ha trabajado a conciencia, primero documentándose y luego escribiendo, lo que es muy de agradecer pues vuelve a diferenciarse de la pura literatura comercial al uso. En las novelas del género están repletas de acción física, persecuciones inverosímiles, tiempo contrarreloj, peleas, golpes, momentos de peligro… mientras que aquí todo es plácido, mental y dialogado en un ambiente casi de claustrofobia con ligeros toques irónicos que nos van llevando poco a poco a la resolución del misterio sin sobresaltos pero cada vez más interesados, porque como se dice que Kant filosofaba, el conocimiento de las cosas pasa por conocer las formas o maneras que tenemos de conocer, sabiendo que ese conocimiento, no siempre, pero sí muchas veces, pasa por tener que descifrar algo que es lo que en realidad nos atrapa. No el misterio en sí, sino el proceso que llevamos durante el descubrimiento. Eso es lo irresistible y fascinante.

Antonia J. Corrales llega a tal involucración con sus personajes que parece jugar con ellos sin ningún escrúpulo trayéndolos y llevándolos de una historia a otra, de un lugar a otro, sin que en principio tengan nada que ver entre sí, jugando con su destino, con su pasado y su presente, sin ninguna consideración. Pero esto es otra jugada maestra de la autora que tiene muy claro de donde parte y a dónde quiere llegar. Es cierto que existe ese juego que te va dejando a veces anonadado y a veces escéptico, pero llegas al desenlace y entonces te das cuenta que todo estaba atado y bien atado, y esta vez de verdad por muy famosa que sea la frase y muy incierta por quien la expresó en su día. Aquí a la autora no se le escapa nada. Todo lo que en otro texto, innumerables hay, es inverosímil, en La décima clave todo está resuelto con gran ingenio, además de introducir un conflicto moral que nos hace recapacitar.

Con esta novela he leído ya todo lo hasta ahora se ha publicado de Antonia J. Corrales, que es capaz de sumergirnos tanto en un trepidante thriller que nos provoca una fuerte tensión, como en una novela intimista aderezada de notas de realismo mágico. Y es que no se le nota diferencia porque a mí me gustan las dos Antonia J. Corrales. El secreto puede estar en lo que dice uno de los personajes de La décima clave cuando habla que la palabra, su significado y su poder, era y sigue siendo, a pesar de ser utilizada a diario, un misterio para el ser humano. Y aquí ya sí que tengo que discrepar con Antonia J. Corrales porque como sé perfectamente que es humana, lo que dice su personaje es parcialmente cierto. Para ella las palabras no son un misterio de lo bien que las combina.

Engánchate a La décima clave y quedarás peligrosamente enganchado a Antonia J. Corrales. Yo hace años que lo estoy y te aseguro que es un gran placer.

©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

miércoles, 19 de abril de 2017

Momentos de vida



Estoy sentado, frente a la hoja de papel en blanco, pensando en lo que voy a escribir lo que vais a leer e continuación y una idea me asalta de forma continua: me considero una persona que siempre ha tenido una vida afortunada, aunque mi forma de ser y mi carácter me haga sufrir por los continuos problemas cotidianos que nos pueden asaltar. ¿Problemas? ¡Qué ironía!

Acabo de cerrar un pequeño libro, pequeño por su extensión pero enorme por su contenido, titulado Momentos de vida, primer libro publicado por Isabel Sevilla Moreno, que a partir de ahora se va a convertir en uno de los que tengo de cabecera y que releeré cada vez que me asalten esos problemas que, desde este momento, voy a calificar de banales ante tanto sufrimiento y dolor que acaban de pasar por mis ojos.

Isabel Sevilla Moreno necesita sobrevivir y para eso escribe según nos confiesa en Momentos de vida. Escribe para hablar de libertad, de deseos incumplidos, sueños no realizados, del tiempo que pasa y porque cada vez queda menos tiempo para vivir; ella habla con su papel y se entiende perfectamente, más de lo que quisiera; escribe para hablar de aquellos que no han podido siquiera llegar a vivir los años que ella ha vivido, aquellos que se han ido antes de hora; escribe para declarar su amor por las personas a las que no dijo cuánto quería ni las suficientes veces ni con actos que es como deben ir acompañadas las palabras; escribe para hablar del dolor de las ausencias, para recordar los sueños tanto los buenos como los malos, para no olvidar porque sin recuerdos no somos nada, para sentirse viva y libre, para contar el dolor y el desamor; escribe para hablar de la esperanza, la ilusión y el amor; escribe para contar las horas, los días, las emociones…; escribe porque está viva y, en el fondo, quiero vivir siempre en y con sus letras; escribe para ser inmortal, para los que vengan después de ella.

A partir de esta confesión nos sumergimos en treinta y cinco breves, pero intensos y emocionantes, relatos autobiográficos y un precioso cuento de ficción final erótico para que sea un antídoto para superar y se nos quite del alma la angustia que se ha anidado en ella durante la apasionante lectura.

Momentos de vida nos relata pequeñas situaciones cotidianas, ínfimas cosas, que seguramente a los que no estamos en la situación de la autora ni nos demos cuenta de que suceden, pero que en las palabras y frases de Isabel Sevilla Moreno se hacen inmensas porque la reafirman en lo que a ella le ha tocado vivir y en la tremenda dignidad con la que lo afronta.

Felicidad, sexo, amistad, fe, suerte, aventura, bondad, familia, crisis económica, juventud, enfermedad cruel, salud, maltrato, soledad, violencia de género, machismo, amargura, amistad desamor, recuerdos, dolor, fragilidad, angustia…, pero ante todo dos cosas en mayúsculas que bañan cada página de Momentos de vida: Amor y Esperanza.
¿Qué puede pedir una persona cuando en una reunión de amigos alguien lanza la pregunta que es lo qué querríamos ser de mayores? Muchos pediríamos esas cosas materiales y enaltecedoras de nuestra vanidad, pero Isabel Sevilla Moreno se lo piensa unos segundos y nos suelta a nuestra cara que queda sorprendida ante su petición y deseo: “No estar enferma. Llevar una vida normal, la misma que nunca he podido hacer”.

Momentos de vida  es como el núcleo de A la busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Isabel Sevilla Moreno, en esa soledad que se siente en una ciudad grande y que es tan enorme y en la que cerramos los cerrojos de la puerta de nuestra casa, miramos por la ventana, vemos pasar a la gente y observamos las luces de las otras casas, descubre un objeto familiar, que ella ha ido recopilando a lo largo de su vida, y empieza a recordar, porque esos objetos son testigos de la vida que nos vuelve para viajar por la memoria. Y si no tenemos recuerdos no somos nada, tanto que ellos son los que nos mantienen vivos. La soledad y la incomprensión son malas compañeras y ella, así se hace llamar muchas veces en el libro Isabel Sevilla Moreno, las ha sentido en su piel, tanto que las lleva tatuadas. Ella no sabe odiar, pero sufre, sufre mucho. Lamenta como es tratada por su ser quizás más querido. Lamenta tantas cosas que le han pasado, tanta injusticia sufrida. Porque en esta historia es la gran perdedora, sin duda, pero no acepta que sus seres queridos pierdan su libertad. Sólo desea que la quieran, pero no siente ese cariño. Y ella se pregunta qué es lo que ha hecho para obtener tanto dolor.

Ella no cree en el perdón. Sólo cree en la conciencia de cada uno, única y exclusivamente, porque se trata de vivir la vida mientras podemos, de disfrutar de los buenos ratos porque los malos llegan sin avisar, de hacernos las cosas más agradables unos a otros, de vivir y dejar vivir. De todo eso y de muy poco más.

Porque, aunque parezca mentira y que no puede ser, y ahí radica su tremenda grandeza y magia, Momentos de vida es un grito descarnado, pero un grito de esperanza que te deja el corazón encogido, pero lleno de emoción. ¡Qué poco nos damos cuenta de las verdaderas cosas que son importantes! Isabel Sevilla Moreno se desnuda en cada una de sus frases, en cada una de sus palabras como la mujer valiente y excepcional que es. Pocos, muy pocos, se atreverían a escribir todo lo que ella nos cuenta, y ninguno, pienso yo, daría ese mensaje de amor y esperanza que ella transmite frente a lo que está sufriendo sin quedarse en la simple amargura. La gente no quiere saber de cosas duras pero estas suceden a nuestro lado y hay que ponerlas voz. Isabel Sevilla Moreno se la pone en un alegato a la esperanza, a la alegría y a la libertad después de haber vivido, y seguir viviendo, unas historias y situaciones poco fáciles, por no decir extremadamente difíciles.

El amor a su padre y a su madre, a sus perros a los que sólo les falta hablar, los bancos donde poder sentarse en sus paseos, sus zapatos, su bastón, sus hijos, las vajillas guardadas en la alacena del comedor, su lilero, su ventana como escaparate de la vida, esa luz de la casa de enfrente que lleva días sin encenderse, sus paseos por etapas, su vermú, sus conversaciones con otras personas, su dolor, aunque siempre con esa sonrisa con la que me imagino su cara, ella … Hay que ser muy fuerte, muy mujer y muy excepcional para soltar todo lo que dice y quedarse amarrada a ese poso de esperanza frente a los que nos parece que tenemos una vida dichosa, feliz y regalada con algún problemilla de vez en cuando.

Os ruego encarecidamente que compréis y leáis Momentos de vida, lo disfrutéis y sigáis sin descanso las palabras de Mario Benedetti con las que Isabel Sevilla Moreno cierra su libro a manera de síntesis para cuando tengamos un momento de desaliento: “No te rindas, aún estás a tiempo de alcanzar y comenzar de nuevo, aceptar tus sombras, enterrar tus miedos, liberar el lastre, retomar el vuelo. No te rindas que la vida es eso…”.

Si Isabel Sevilla Moreno lo ha convertido en una forma de vida y lo sigue a rajatabla, ¿no vamos a poder nosotros, personas afortunadas a las que nos asaltan problemillas sin importancia que parecen ahogarnos?
¡Impresionante!


©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

domingo, 16 de abril de 2017

Leyendas del promontorio


Dice Raquel Lanseros que todo lo que tiene que ver con la poesía es un acto de amor. Más que decirlo, lo siente. Amor de esas fuerzas afectivas para que la poesía llegue a ser con exactitud lo que es: amar a todo lo que te rodea y que has llegado a conocer y a disfrutar mientras dura tu existencia. Y el amor se visualiza cuando lees su poesía; se percibe que Raquel Lanseros ama la poesía al tiempo que vas sintiendo, según lees sus poemas, que te vas enamorando de ellos tú mismo, porque se ama la poesía del mismo modo incesante e innegociable como se ama la vida.

Hace ahora doce años que Raquel Lanseros publicó su primer poemario: Leyendas del promontorio. ¿Qué ha ocurrido durante todo este tiempo transcurrido desde entonces desde que una muchacha publicaba sus versos hasta la de ahora que se ha convertido en una de las más reconocidas poetas de nuestro país? Posiblemente, seguro, ya no es exactamente la misma a la de entonces porque el tiempo fluye y nos traspasa transformándonos en otra persona, pero con la misma esencia de la que antes fuimos. Ahí, justamente en ese aspecto, está una de las glorias milagrosas y mágica de la literatura que deja inalterable lo que un día fue escrito con esas miradas, esos pensamientos y la concepción del mundo que el autor tenía cuando volcaba en sus palabras lo que en ese momento sentía y que nunca serán iguales a las que escriba en el presente, como tampoco lo serán en el futuro que está aún por llegar, pues ni teníamos los mismos trabajos, ni viviremos en las mismas ciudades, ni nos acompañaran las mismas personas. Así me supongo que le ha ocurrido a Raquel Lanseros como me ha sucedido a mí mismo. Pero, lo escrito quedará como testigo preferente de lo que sucedió cuando las palabras iban llenando el papel.

Cuando en 2005 Raquel Lanseros escribía y publicaba las poesías de su primer libro ignoraba, aunque seguro que sí intuía, que era una empresa fácil para la dura gesta contra el paso del tiempo, pero ya que así era su pensamiento: conjurar las flaquezas del destino. La poesía se sumerge en un ansia de juventud y de vida

"Te veré pronto. Mantente viva.
Hasta pronto, princesa.
Me quedo en tu recuerdo"

que observar con ojos curiosos un hombre cansado y solitario en un café, mientras remueve con la cucharilla el líquido de la taza u tamborilea con sus dedos sobre la mesa un tango, pensando con nostalgia en su pasado. Pasado, presente y futuro como una constante. La vida, el amor, el odio, la espera. El tiempo que destruye, transforma y abandona.
Raquel Lanseros viaja por el tiempo, por el espacio y por la literatura,

"En la bella ciudad de Dublín
donde las chicas son tan bonitas..."

Dios bendiga a América"

sueña con el éxito, aunque parece premonizar cual engañosa tiene que ser su liviandad cuando se alcanza para transformarse en un instante en mero humo, duda al mirar hacia atrás que es cuando caemos mortalmente heridos por esa duda funesta y emponzoñada que nos paraliza. Siente melancolía de gente conocida anteriormente (otra vez el tiempo, otra vez el pasado) y esa nostalgia que aprisiona el corazón por ese sueño imposible que no pudo haber sido y que por tanto no fue.

Amores de adolescencia de los dieciséis años, la libertad sentida cuando se da y se recibe el primer beso, las calles engalanadas de banderillas y farolillos en una noche cualquiera de verano en cualquier pueblo o ciudad, la esperanza de poder volver a sentirlo esa sensación en el futuro, el entusiasmo de la juventud que te hace sentir como un gigante o un dios omnipotente, en una criatura perfecta, con ansias de volar, hasta que poco a poco la vida pasa inexorable como el viento del norte y va apagando tus sueños. Pero nos mantendremos vivos, como vivo se mantuvo Ulises sin importarle lo que pudiera ocurrir, ya se encuentre con sirenas traicioneras y embelesadoras con su canto o Circes embrujadoras. Siempre en el pensamiento la idea de mantenernos vivos, más allá del olvido y más allá de la vida. Hasta conseguir volver a Ítaca. Hasta que todos seamos Ítaca.

El tiempo que fluye. El tiempo que, más que pasar, vuela, escurriéndose como si fuese agua entre nuestros dedos. Pasado, presente, futuro... Las leyendas del promontorio, el primer poemario de una muy joven Raquel Lanseros escrito hace doce años. Después llegarían el resto de sus libros. Seguramente diferentes. Y después llegarán muchos más a partir de hoy. Nada en nuestras vidas será igual Solamente una cosa permanecerá invariable e inalterable a través del tiempo: ¡qué bonito escribe siempre Raquel Lanseros!


©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

lunes, 27 de marzo de 2017

O



Tengo que confesar que leer a Alejandro Pedregosa me causa un enorme placer, por lo que tener entre mis manos un nuevo libro de relatos suyos, que más que leerlos me he embebido una y otra vez, es una de las cosas que mejor me pueden ocurrir.

Ya con sólo encontrarse con su preciosa portada de un sextante dorado en el que queda enmarcado el rotundo y breve título como es el de O, ya te invita a abrir el libro para ver que maravillas encierra dentro de sus breves trece relatos.

La vocal “o” es la decimosexta letra del abecedario español que representa el fonema vocálico medo posterior y que en la lógica escolástica representa la proposición particular negativa. No sé si será por esto último, pero me imagino a Alejandro Pedregosa que se viste de Guillermo de Ockham y elimina de sus cuentos todo aquello que no es evidente, porque el número de entes no tiene que ser multiplicado sin necesidad y, por tanto, da prioridad a la experiencia empírica del conocimiento intuitivo inmediato de la realidad particular. Para él, no existen entidades abstractas separadas de las cosas o inherentes a ellas. Los universales son sólo nombres que existen en el alma, son procesos mentales mediante los cuales el entendimiento aúna una multiplicidad de individuos semejantes mediante un término donde prima la voluntad sobre la inteligencia y donde el único conocimiento posible tiene que basarse en la experiencia.

Pero, por favor, no te asustes y sigue leyendo. O no es un tratado tomista ni Alejandro Pedregosa tampoco es una persona tan sería y aburrida como Santo Tomás de Aquino. Bueno, es que ni siquiera es santo.

O es un juego de trece cuentos cuyos títulos tienen todos una referencia a un personaje como una guía para el que lo está leyendo. El personaje protagonista está separado del tema tratado en el relato por la vocal “o” como algo aclaratorio del personaje que es alguien de nuestro imaginario cultural. Así nos encontramos con personajes bíblicos, personajes de obras literarias, de canciones populares infantiles, de cuentos de hadas o del cine que están ubicados fuera de su hábitat y de su tiempo y que se enfrentan o se ponen en situación ante hechos tan serios de palabras tan rimbombantes y sesudas como son monarquía, patriotismo barato, vasallaje, pobreza, tanto moral como económica, lucha armada terrorista, esclavitud, usura, represión, pornografía, prostitución… , reducidos a la cobardía, la trampa, la locura y el miedo. Tras el “o” disyuntivo aparece el descenso a las realidades cotidianas de la pobreza, la fraternidad, la esclavitud y la represión.

No puedo dejar de tener envidia sana por como escribe y habla Alejandro Pedregosa. Nos sumerge en temas muy serios, pero con esa retranca suya del sur, aderezada por la tranquilidad y el sosiego de la lluvia pausada y lenta del norte. Los trece cuentos de O se llenan de comicidad, ternura, ayuda, sacrificio, compromiso y cuidado de unos hacia otros. Historias breves e intensas escritas con minuciosa maestría con ese lenguaje propio del autor, exacto, conciso, riguroso, detallista, claro, atractivo y refinado al que no le falta gracia, agudeza e ingenio que hace dibujar en tu boca una sonrisa por lo deslumbrador de su prosa.

En O cabe en pocas páginas casi todo: la traición, el cacique, la frontera mejicana, el machismo, la deshonrosa cualidad del honor militar generador de guerras inútiles que lo alimentan, el angustioso terror del cuidador del enfermo de Alzheimer y sus dudas sobre la muerte y la eutanasia, el qué dirán en el mundo cerrado rural, las supersticiones, la vileza del terrorismo, la esclavitud de la prostitución, la pasión asesina del amor, la hipocresía de la Iglesia o consejos vendo que para mí no quiero, las fuerzas vivas que mueren a manos de otras fuerzas más vivas, más falsas y más corruptas que ellas, las excentricidades de la usura, la ingenuidad de la juventud, la corrupción de los gobiernos, la muerte de la rebeldía, la felicidad de la mansedumbre alcanzada por un plato de lentejas, las artimañas de los poderes fácticos en los pueblos, el horror de las dictaduras militares, las consecuencias malévolas de una venganza mal medida, las ilusiones de un emigrante según otros, o la facilidad de engañar a los ciudadanos con cuentos y patrañas.

Hay que leer a Alejandro Pedregosa. Si aún no lo has hecho es una gran oportunidad de empezar a hacerlo con  O o perderás la oportunidad de zambullirte en la ilusión. No es un tratado tomista. Es infinitamente más divertido y ameno con toda seguridad.

©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

jueves, 23 de marzo de 2017

Y si fuera cierto



Vamos a ir situándonos porque estamos ante una novela de Antonia J. Corrales, en concreto con su último libro publicado con el ya de por sí misterioso título de Y si fuera cierto, y es necesario ponernos a la altura imaginativa que derrocha por todos los poros de su piel tan singular autora. Imaginad un restaurante repleto de comensales. Un hombre y una mujer sentados alrededor de una mesa en un rincón y en el lado opuesto de la sala, otra pareja en otra mesa. No se han visto en ningún momento. De pronto la puerta de la calle se abreve con un golpe de viento del exterior. Fabiola, que así se llama nuestra protagonista, se da cuenta que, después de unos años de felicidad, todo ha cambiado. Su matrimonio que hacía aguas desde hace tiempo se ha hecho añicos, y decide dar un giro total a su vida. Como es escritora, aunque lleva años atascada con una novela con la que se siente incapaz de terminarla, acepta una oferta de trabajo para escribir la biografía de un hombre, Santos, que vive en un apartado pueblo prácticamente incomunicado y lejos del mundanal ruido, para olvidar su problemática vida, sin hijos por pereza y desidia, un matrimonio destrozado y su madre ingresada en una residencia y aquejada de Alzheimer. ¿Qué le deparará esta decisión?

Vamos a seguir situándonos. Imaginad un viaje en un vetusto y renqueante tren, que yo me lo imagino como los del lejano Far West, que llega a un apeadero perdido más vetusto que él mismo con las vías casi oxidadas en el que sólo desciende Fabiola después de que pare con un ensordecedor ruido metálico de frenos. Allí le está esperando Santos que le advierte que si desea hacer una llamada última desde la centralita de la estación está a tiempo porque en el pueblo al que van no hay ni teléfono ni ningún tipo de cobertura para los teléfonos móviles ni bandas anchas que ahora ya no sabemos vivir sin ellas, antes de viajar en un viejo Seat 1500 con los asientos de skay y en donde suenan canciones de Luis Eduardo Aute.

Y, para terminar, imaginad un viaje largo por un camino de tierra hacia un pueblo muy apartado donde ocurren cosas extrañas.

En la segunda parte se da un giro a la historia a otro escenario diferente hasta llegar a su desenlace, pero no puedo decir nada más que lo que he escrito más arriba y no voy a desvelar nada. Así que, o leéis el libro o seguid imaginando por vuestra cuenta. Yo os aconsejaría que hicieseis lo primero y así lo segundo vuestra imaginación volará y volará, ya que Y si fuera cierto es una novela mágica donde todo, absolutamente todo, puede pasar, tanto que hasta un personaje se atreve a decirle a Fabiola: "Aquí no hay nada imposible, sino todo lo contrario. Fabiola, aquí todo es posible, absolutamente todo, créeme".

Antonia J. Corrales es fiel a su fórmula: la narración sigue siendo en primera persona, predominan los personajes femeninos, un lenguaje sencillo de fácil comprensión y altamente emotivo, aunque haya escenas que sean difíciles de creer. Pero da igual porque Y si fuera cierto es una novela en la que la magia y lo real van juntos abrazados, y en la magia la realidad se transforma para que se haga presente, con una paulatina subida de la intriga y la curiosidad en crescendo. De hecho existe misterio en cada uno de los capítulos que conforman el libro para que el lector vaya disfrutando de sorpresa en sorpresa a medida que va avanzando con su lectura por las páginas de la novela. 

Podrá ser o no una ficción lo que se cuenta en Y si fuera cierto, pero Antonia J. Corrales nos vuelve a sorprender. No hay nada imposible. Para los que nos atenaza la soledad del corredor de fondo, nos quedarán para siempre los paraguas rojos, sus mujeres de agua, sus hombres de viento, las amapola, los chamanes y esa jirafa blanca de Tanzania que ellos sólo pueden ver, pero, además, a partir de ahora también tendremos las hojas rojas y aterciopeladas de arce, la luz violeta, las nubes de color malva, las auroras boreales y las tardes de lluvia y tormenta para poder ver que lo verdaderamente importante se encuentra dentro de nosotros mismos y no en lo superfluo y material que nos empeñamos en atesorar. Porque hay cosas que creemos que no existen por el mero hecho de que no las vemos. Porque la vida sólo está hecha de sentimientos y recuerdos. Aunque te parezca una dirección muy rara, recuerda: segunda estrella a la derecha y luego recto hasta el amanecer, Allí se encuentra Antonia J. Corrales.

Pura magia, Pura vida.

©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

lunes, 20 de marzo de 2017

Al pie de la letra. Microrrelatos de la A a la Z



Leo y releo el precioso libro de Atilano Sevillano, Al pie de la letra. Microrrelatos de la A a la Z, y mi mente vuela muchos años hacia atrás en donde siempre recuerdo haber estado entre libros y lecturas. Recuerdo estar sentado en las rodillas de mi abuelo que me leía tebeos del Pulgarcito y del Tiovivo cuando aún no sabía leer. Recuerdo esos cuentos troquelados qué traía mi padre de sus viajes y a los que cambiaba el nombre de los niños protagonistas por los de mi hermana y el mío. Recuerdo mi Primera Comunión con ese misal de tapas nacaradas y cierre dorado porque tenía forma de libro, pero el mejor regalo que recibí ese día fue esa edición de bolsillo de Platero y yo de Juan Ramón Jiménez. Recuerdo esa Feria del Libro Madrid en el parque del Retiro donde mis padres me regalaron el primer Tintín que fue después aumentado hasta completar toda la colección. Recuerdo como iba ilusionado a cambiar los comics de los héroes de Marvel a esa pequeña tienda llena de revistas y golosinas. Recuerdo esos libros de aventuras ilustrados de Bruguera que me embebía. Recuerdo ese profesor de matemáticas que me dijo que además de la colección Austral empezara a leer a los estructuralistas. Y recuerdo ese final de año de 1973 cuando una mañana me metí en una librería de la calle del Arenal y me compré mi primer libro con mi propina y que parece que lo estoy viendo como si lo tuviera delante de mis ojos. Se titulaba Helo aquí que viene saltando por las montañas y lo escribió Jerzy Adrjezewsky. Recuerdo esa mañana imposible de olvidar de ese primer libro comprado. Después ya vino Cien años de soledad y, posteriormente, toda la obra completa de Gabriel García Márquez para quedar de manera definitiva a la pasión por la lectura.

Jerzy Adrjezewsky, el que inauguró mi primera biblioteca propia, es uno de esos narradores dotados del ángel, que podrían escribir cualquier cosa con liviandad, seduciendo perversamente a los lectores, volviéndolo niños embobados con cada gota del agua de su prosa. Y desde esa mañana descubrí que un libro es como un tesoro y la magia de sus palabras sirven para vencer una enfermedad desconocida.

Y ahora mismo me encuentro con que Atilano Sevillano es otro de esos narradores que te seducen en los ciento veinte microrrelatos que componen Al pie de la letra donde se demuestra que con muy pocas palabras se consigue la magia. Soledad, humor, invención de animales fantásticos a modo de bestiario, amor, recuerdos de lo perdido, sueños, crisis, diccionario de voces antiguas y olvidadas para regenerar el lenguaje, pizarras en la escuela de color verde, bolígrafos que emborronaban el papel, corbatas y pajaritas de nudo hecho con una goma elástica que se ajustaba al cuello, el intento ineficaz de explicar la ley de la gravedad con una pelota de color aceituna y goma dura que te regalaban con los zapatos gorila que te machacaban los pies, caminar por la calle sin pisar las rayas, el rezo cada noche del cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos me la guardan… La gran aventura de las historias bíblicas precursoras de las fantásticas hazañas de los súper héroes, la pesadilla de la clase de gimnasia para convertirnos en la Universidad en unos deportistas de otras especialidades, las angustiosas pesadillas nocturnas que te hacían despertar sobresaltado, o desear con todas tus fuerzas algo hasta casi sentir que lo consigues. 

Todo cabe en los pequeños microrrelatos de Atilano Sevillano en forma de noticias de sucesos, anuncios por palabras, cuentos, narraciones, currículos vitae, crónicas, poesía, prosa, música, diccionario, viajes, … Textos que se reinventan por ellos mismos, se reescriben, se garabatean, se interrogan, se auto agregan palabras y se borran otras, enmudecen, se hacen invisibles en un microrrelato, tan minimalista, tan zen, tan tímido que se esconde para que la página quede en blanco, y hasta llegan a su propio suicidio con el auto tachado. Absurdos metaliterarios de lo más convincente y creíble.

Personajes de la actualidad, de la tele basura y del papel cuché como prologuistas de los clásicos para asegurar el relanzamiento de estas joyas literarias pese a que no sepan ni hablar. Propuesta de lectura para rebajar días de condena carcelaria para fomentar que se lea. Cambiarse el autor su nombre y apellido para escribirse un autorretrato, confesando su amor por la escritura frente a su parquedad en la comunicación oral. Don Quijote de La Mancha escribiendo la biografía de Miguel de Cervantes. La conversación elíptica de dos ancianos sentados en un banco de la plaza mayor de su pueblo y que no conduce a ninguna parte. Verdaderas, y no las que nos han hecho creer durante años, realidades de las vidas de los personajes de los cuentos de hadas infantiles, para quedar demostrado que Andersen, Perrault y los hermanos Grimm no es que tuviesen una impresionante imaginación, sino que eran unos mentirosos compulsivos. Relaciones entre hombres y mujeres, entre esos él y ella anónimos, distintos y complementarios pese a una apariencia de incompatibilidad. Conversaciones aplazadas una y otra vez en un silencio ruidoso. La gran importancia del nombre con que nos llamamos. La importancia del pasado, de la infancia, que recordamos con añoranza. Literatura y metaliteratura hasta en los anuncios por palabras que podemos leer en un periódico, en la papeleta depositada en el buzón de correos ofreciéndonos las excelencias de un masaje o la perspicacia de un chamán africano, u otra papeleta pillada por el limpiaparabrisas de nuestro coche.

Todo esto y mucho más es Al pie de la letra. Unas deudas literarias que se encontraban en la cabeza de Atilano Sevillano y que surgen de las infinitas combinaciones que proporcionan las veintisiete letras del alfabeto y de lo leído en los diferentes libros a lo largo de una existencia para alcanzar y darse de bruces con la esencia de la Literatura dándose una simple vuelta por la vida de unos personajes variopintos y heterogéneos en las páginas de una novela y hasta en uno de estos microrrelatos.

Atilano Sevillano nos da diferentes visiones de las cosas según sea el cristal con el que se mire y no se conforma con ser el lector que soñó con ser un gran literato, reto que ha ya conseguido con creces escribiendo limitándose a lo necesario, evitando lo superfluo para escribir corto, pero huyendo de la tiranía de los ciento cuarenta caracteres de un twitt.

En Al pie de la letra, la escritura se asoma como producto de desnudar palabras, conjugar verbos y soñar que estás escribiendo algo mientras se va llenando de letras y oraciones una página en blanco, como un verdadero ansiolítico descubierto por esa psiquiatra que es capaz de curar la locura: intimidad, pasión y compromiso, en sus correspondientes dosis, para revitalizar los lazos afectivos, y el oxígeno, la tranquilidad y realidad y perspectiva, de mayor a menor, para dejar atrás los malos momentos, en sentimientos frente a la química tomados de la misma manera: en píldora con forma de microrrelato,

La magia de la literatura escondida en una chistera, llamada Al pie de la letra. Microrrelatos de la A a la Z, de un verdadero taumaturgo de las letras y la palabra, Atilano Sevillano.
Lectura deliciosa.

©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

lunes, 13 de marzo de 2017

El secreto de las Beguinas



Las beguinas eran una asociación de mujeres cristianas, contemplativas y activas, fundada en el siglo XII, que dedicaban su vida a la ayuda a los desamparados, enfermos, mujeres, niños y ancianos, y también a labores intelectuales. Trabajaban para mantenerse y eran libres para dejar la asociación en cualquier momento para casarse.

No tenían casa-madre, ni tampoco una regla común, ni una orden general. Construían sus viviendas en forma de hileras cerca de los hospitales e iglesias en el centro de las ciudades, formando barrios enteros a los que llamaron beguinajes. Estos estaban cercados por puertas o vallas que cerraban por las noches, y a ellos no podían acceder hombres, siendo el sacerdote el único varón con permiso para entrar en estos recintos para confesar y oficiar misa. Los beguinajes tienen calles y plazas, una enfermería, uno o varios conventos dedicados a las novicias y beguinas que deseaban una vida más comunitaria y una iglesia particular. Cada comunidad o beguinaje, era autónoma y organizaba su propia forma de vida con el propósito de orar y servir como Cristo en su pobreza.

Las beguinas eran laicas y religiosas a la vez. Vivían con total independencia del control masculino y la libertad de la que gozaban era inseparable de la red de relaciones que establecían entre ellas, con Dios y con el resto de las mujeres y hombres de las ciudades en las que vivían. Pertenecían principalmente a la clase media y popular de las ciudades donde se asentaban, pero también había aristócratas y campesinas. Vivían de sus rentas, si las tenían, y de su trabajo en la industria, la artesanía de la lana, la enfermería, el copiado de manuscritos, la enseñanza de las niñas, la asistencia a personas moribundas como “acabadoras” de la vida o mediadoras de la muerte que les otorgó una función que las convirtió en imprescindibles, constituyendo ese cuidado a enfermos y moribundos como una práctica espiritual íntimamente vinculada a la compasión y a la solidaridad.

Las beguinas quisieron ser espirituales, pero no religiosas; quisieron vivir entre mujeres, pero no ser monjas; quisieron rezar y trabajar, pero no en un monasterio; quisieron ser fieles a sí mismas, pero sin votos; quisieron ser cristianas, pero ni en la Iglesia constituida, ni tampoco en la herejía; quisieron experimentar en su corporeidad, pero sin ser canonizadas ni demonizadas. Y para todo ello, inventaron la forma de vida beguina, una forma de vida política, que supo situarse más allá de la ley, pero no en contra de ella. Nunca pidieron papado que confirmara su manera de vivir y de convivir, ni se rebelaron, tampoco, contra la Iglesia. Fueron visionarias en dejar de lado el latín y escribir en sus lenguas vernáculas. No se casaron, pero tampoco hacían voto de castidad. Nunca fueron monjas, aunque lo pareciesen, porque nunca se sometieron a la jerarquía de la Iglesia, ni acataron los votos de pobreza, castidad y obediencia, y sólo rendían cuentas a su conciencia. Causarán admiración y asombro entre sus contemporáneos, pero se les reprochará vivir fuera de la Iglesia, vivir juntas, sus ropas, sus oficios…, lo que unido a que en su mayoría se acercaron a la Reforma a partir del siglo XVI, ¿cómo no iban a ser perseguidas, olvidadas y silenciadas?

En el siglo XVII, la visión de la mujer austera sometida al marido, modelo de orden, sumisión y trabajo, estará completamente asentada y cualquier otra opción de vida calificará a la mujer como bruja y la convertirá en alguien peligroso. Y además, si incluimos el símbolo que tanto utilizaron como es el Ave Fénix, ese mitológico animal que siempre renacía de sus cenizas, símbolo alquímico por excelencia, quizás funcione todavía, y la magia que le precede logre su resurgir del sombrío olvido al que fueron condenadas estas mujeres.

El movimiento de las beguinas es como un lugar espiritual y pragmático a la vez, que rompe con la diferenciación que la Iglesia imponía entre la oración y la acción. Un espacio que no es doméstico, ni claustral, ni heterosexual. Es un espacio que las mujeres comparten al margen del sistema de parentesco patriarcal en el que se ha superado la fragmentación espacial y comunicativa y que se mantiene abierto a la realidad social que las rodea, en la cual y sobre la cual actúan, diluyendo la división secular y jerarquizada entre público y privado y que, por tanto, se convierte en abierto y cerrado a la vez.

Valga esta introducción antes de reseñar la novela de Pedro M. Domene, editada por Trifaldi, y que lleva por título El secreto de las Beguinas, término absolutamente desconocido para mí antes de tener el libro entre mis manos y que, debido a mi curiosidad, , me ha lanzado a documentarme sobre los temas que se tratan en la novela, a saber, aparte de la congregación de las beguinas, los Tercios Españoles y la guerra de Flandes o de los Ochenta Años, el sitio de Ostende, los Autos de Fe dictados por la Inquisición y la investigación histórica.

Vamos a situarnos a principios del siglo XVII, concretamente en esos años en que los Tercios Españoles destacados en Flandes a las órdenes del capitán general, Ambrosio Spínola Doria, I duque de Sesto, I marqués de los Balbases y Grande de España bajo el reinado de Felipe III, que duró más de tres años y en el que murieron entre los dos bandos, por un lado las Provincias Unidas apoyadas por tropas inglesas, y por otro la Monarquía católica española, más de 100.000 personas, hasta que las tropas españolas consiguieron conquistarla el 20 de septiembre de 1604 dejando la ciudad totalmente destruida y prólogo a la llamada Tregua de los Doce Años para que los bandos en conflicto se recuperasen de las pérdidas económicas causadas en este sitio calificado por la Historia como uno de los más terribles conocidos.

Debido a las continuas revueltas y a la animadversión hacia los españoles, una secreta alianza entre flamencos, holandeses e ingleses, además del sitio a la ciudad de Ostente, llevaron a muchos nobles de los Países Bajos a abandonar sus hogares para aliarse contra el Imperio Español, y uno de ellos, Jan Thierry, deja en el beguinato de Brujas a su joven esposa, Elisabeth, para que esté allí custodiada hasta que él regrese de la guerra, con el trabajo de colaborar con las beguinas en el cuidado de los soldados heridos que llegaban a sus puertas. Jorge de Deza es un joven oficial de los Tercios Españoles que es herido cuando se dirigía a unirse al sitio de Ostende con el destacamento a sus órdenes y que es trasladado al mencionado beguinato de Brujas. Elisabeth será la responsable de sus cuidados. Jorge de Deza llega moribundo, y ahí nos encontramos con el secreto del título de la novela. ¿Cuidaban las beguinas a los heridos españoles hasta su curación o esperaban a que murieran lentamente practicando en sus cuerpos sangrías a diario? ¿Eran las beguinas de Brujas unas asesinas en serie en pleno siglo XVII? Potente argumento el que nos propone Pedro M. Domene.

Finalizado el asedio y claudicada Ostende, la Santa Inquisición realiza un Auto de Fe en Brujas donde son condenadas a la hoguera la Gran Dama de las Beguinas de la ciudad, once beatas muy jóvenes y una más, huida y condenada en efigie, acusadas de dar muerte a los soldados españoles y heridos que estaban recluidos en su beguinato  y por herejía por tener tratos con el Maligno.

En la actualidad, dos hermanos jóvenes, Diego y Jorge Galaor, que son investigadores  de historia de caracteres muy dispares, mientras el mayor es lenguaraz y alocado, el menor hace su trabajo de forma científica y profesional, estudian unos documentos que ha encontrado el primero sobre lo ocurrido en Brujas sobre el Auto de Fe que tuvo lugar en 1604. Diego pide ayuda a su hermano que se encuentra en Londres solicitando que le acompañe en su investigación en Bélgica para llegar a unas conclusiones sobre lo acaecido en esa época y descubrir el secreto que se encierra entre las paredes del Beguinato de Brujas cuatro siglos antes.

El secreto de las Beguinas avanza pues de forma paralela en tres espacios diferentes que convergerán al final del libro.

Pedro M. Domene escribe con maestría una novela que en diferentes momentos me ha llevado a recordar una gran película de 1979: Apocalypse Now de Francis Ford Coppola. En ella unos soldados americanos tenían que luchar en una guerra absurda en un país tan alejado de sus casas como es Vietnam. En El secreto de las Beguinas, unos soldados españoles del siglo XVII tienen que luchar en otra guerra absurda, como lo son todas las guerras, muy al norte de su tierra. Ambos ejércitos son en su época los más poderosos del mundo y ambos al final fueron derrotados, no por la táctica militar superior del enemigo y las grandes batallas rendidas, sino por la adversidad del clima, la abundante lluvia y la posterior humedad, que minaron la baja moral de una tropa, la americana reclutada a la fuerza, y la española alistada en su mayoría sólo para hacer fortuna. Ambas protagonizaron desórdenes y saqueos por donde pasaban, además de innumerables y crueles matanzas para mantenerse vivos. Pero ya sabemos que la Historia siempre se ha tornado cruel con los territorios ocupados y, si cabe, más despiadada aún con los habitantes civiles de los mismos. Y todo por mantener su grandioso Imperio de pies de barro, los unos por defender el capitalismo y los otros, donde no se ponía el sol, por su hegemonía y por la religión católica.

Pedro M. Domene se descubre en El secreto de las Beguinas como un muy buen novelista que, como buen historiador, ha profundizado en la época, los hechos y los lugares, anotado detalles, y, finalmente, estoy convencido de ello, ha logrado confundir la realidad con la fantasía para otorgar a su relato mayor veracidad histórica. Prácticamente y en suma lo que hace uno de sus protagonistas.

Tercios de Flandes, Guerra de los Ochenta Años, Santa Inquisición y Autos de Fe, Beguinas, la maravillosa y mágica ciudad de Brujas…, todo está dentro de El secreto de las Beguinas, además con una trama que te envuelve en un perfecto suspense que es finalmente resuelto en unos capítulos finales absolutamente deliciosos.

¿Caminan los hermanos Galaor por unas calles de Brujas donde se pasearon siglos atrás unas nobles asesinas que, descubiertas por el Santo Oficio, fueron quemadas por un tribunal de la Inquisición? ¿Descubrirán al hilo de una investigación histórica una auténtica trama criminal? ¿Cuál fue la historia de Jorge de Deza y Elisabeth?

¿Quieres tener respuesta a todas estas preguntas? Tendrás que leer El secreto de las Beguinas de Pedro M. Domene porque yo ya no puedo contar nada más y hasta aquí puedo escribir. Eso sí, te puedo asegurar que no quedarás defraudado, sino muy entusiasmado con su lectura. Yo que tú es que ni me lo pensaba.  

   ©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega