Leo y releo el precioso libro de Atilano Sevillano, Al pie de la letra. Microrrelatos de la A a la Z, y mi mente vuela muchos años hacia atrás en donde siempre recuerdo haber estado entre libros y lecturas. Recuerdo estar sentado en las rodillas de mi abuelo que me leía tebeos del Pulgarcito y del Tiovivo cuando aún no sabía leer. Recuerdo esos cuentos troquelados qué traía mi padre de sus viajes y a los que cambiaba el nombre de los niños protagonistas por los de mi hermana y el mío. Recuerdo mi Primera Comunión con ese misal de tapas nacaradas y cierre dorado porque tenía forma de libro, pero el mejor regalo que recibí ese día fue esa edición de bolsillo de Platero y yo de Juan Ramón Jiménez. Recuerdo esa Feria del Libro Madrid en el parque del Retiro donde mis padres me regalaron el primer Tintín que fue después aumentado hasta completar toda la colección. Recuerdo como iba ilusionado a cambiar los comics de los héroes de Marvel a esa pequeña tienda llena de revistas y golosinas. Recuerdo esos libros de aventuras ilustrados de Bruguera que me embebía. Recuerdo ese profesor de matemáticas que me dijo que además de la colección Austral empezara a leer a los estructuralistas. Y recuerdo ese final de año de 1973 cuando una mañana me metí en una librería de la calle del Arenal y me compré mi primer libro con mi propina y que parece que lo estoy viendo como si lo tuviera delante de mis ojos. Se titulaba Helo aquí que viene saltando por las montañas y lo escribió Jerzy Adrjezewsky. Recuerdo esa mañana imposible de olvidar de ese primer libro comprado. Después ya vino Cien años de soledad y, posteriormente, toda la obra completa de Gabriel García Márquez para quedar de manera definitiva a la pasión por la lectura.
Jerzy Adrjezewsky, el que inauguró mi primera biblioteca propia, es uno de esos narradores dotados del ángel, que podrían escribir cualquier cosa con liviandad, seduciendo perversamente a los lectores, volviéndolo niños embobados con cada gota del agua de su prosa. Y desde esa mañana descubrí que un libro es como un tesoro y la magia de sus palabras sirven para vencer una enfermedad desconocida.
Y ahora mismo me encuentro con que Atilano Sevillano es otro de esos narradores que te seducen en los ciento veinte microrrelatos que componen Al pie de la letra donde se demuestra que con muy pocas palabras se consigue la magia. Soledad, humor, invención de animales fantásticos a modo de bestiario, amor, recuerdos de lo perdido, sueños, crisis, diccionario de voces antiguas y olvidadas para regenerar el lenguaje, pizarras en la escuela de color verde, bolígrafos que emborronaban el papel, corbatas y pajaritas de nudo hecho con una goma elástica que se ajustaba al cuello, el intento ineficaz de explicar la ley de la gravedad con una pelota de color aceituna y goma dura que te regalaban con los zapatos gorila que te machacaban los pies, caminar por la calle sin pisar las rayas, el rezo cada noche del cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos me la guardan… La gran aventura de las historias bíblicas precursoras de las fantásticas hazañas de los súper héroes, la pesadilla de la clase de gimnasia para convertirnos en la Universidad en unos deportistas de otras especialidades, las angustiosas pesadillas nocturnas que te hacían despertar sobresaltado, o desear con todas tus fuerzas algo hasta casi sentir que lo consigues.
Todo cabe en los pequeños microrrelatos de Atilano Sevillano en forma de noticias de sucesos, anuncios por palabras, cuentos, narraciones, currículos vitae, crónicas, poesía, prosa, música, diccionario, viajes, … Textos que se reinventan por ellos mismos, se reescriben, se garabatean, se interrogan, se auto agregan palabras y se borran otras, enmudecen, se hacen invisibles en un microrrelato, tan minimalista, tan zen, tan tímido que se esconde para que la página quede en blanco, y hasta llegan a su propio suicidio con el auto tachado. Absurdos metaliterarios de lo más convincente y creíble.
Personajes de la actualidad, de la tele basura y del papel cuché como prologuistas de los clásicos para asegurar el relanzamiento de estas joyas literarias pese a que no sepan ni hablar. Propuesta de lectura para rebajar días de condena carcelaria para fomentar que se lea. Cambiarse el autor su nombre y apellido para escribirse un autorretrato, confesando su amor por la escritura frente a su parquedad en la comunicación oral. Don Quijote de La Mancha escribiendo la biografía de Miguel de Cervantes. La conversación elíptica de dos ancianos sentados en un banco de la plaza mayor de su pueblo y que no conduce a ninguna parte. Verdaderas, y no las que nos han hecho creer durante años, realidades de las vidas de los personajes de los cuentos de hadas infantiles, para quedar demostrado que Andersen, Perrault y los hermanos Grimm no es que tuviesen una impresionante imaginación, sino que eran unos mentirosos compulsivos. Relaciones entre hombres y mujeres, entre esos él y ella anónimos, distintos y complementarios pese a una apariencia de incompatibilidad. Conversaciones aplazadas una y otra vez en un silencio ruidoso. La gran importancia del nombre con que nos llamamos. La importancia del pasado, de la infancia, que recordamos con añoranza. Literatura y metaliteratura hasta en los anuncios por palabras que podemos leer en un periódico, en la papeleta depositada en el buzón de correos ofreciéndonos las excelencias de un masaje o la perspicacia de un chamán africano, u otra papeleta pillada por el limpiaparabrisas de nuestro coche.
Todo esto y mucho más es Al pie de la letra. Unas deudas literarias que se encontraban en la cabeza de Atilano Sevillano y que surgen de las infinitas combinaciones que proporcionan las veintisiete letras del alfabeto y de lo leído en los diferentes libros a lo largo de una existencia para alcanzar y darse de bruces con la esencia de la Literatura dándose una simple vuelta por la vida de unos personajes variopintos y heterogéneos en las páginas de una novela y hasta en uno de estos microrrelatos.
Atilano Sevillano nos da diferentes visiones de las cosas según sea el cristal con el que se mire y no se conforma con ser el lector que soñó con ser un gran literato, reto que ha ya conseguido con creces escribiendo limitándose a lo necesario, evitando lo superfluo para escribir corto, pero huyendo de la tiranía de los ciento cuarenta caracteres de un twitt.
En Al pie de la letra, la escritura se asoma como producto de desnudar palabras, conjugar verbos y soñar que estás escribiendo algo mientras se va llenando de letras y oraciones una página en blanco, como un verdadero ansiolítico descubierto por esa psiquiatra que es capaz de curar la locura: intimidad, pasión y compromiso, en sus correspondientes dosis, para revitalizar los lazos afectivos, y el oxígeno, la tranquilidad y realidad y perspectiva, de mayor a menor, para dejar atrás los malos momentos, en sentimientos frente a la química tomados de la misma manera: en píldora con forma de microrrelato,
La magia de la literatura escondida en una chistera, llamada Al pie de la letra. Microrrelatos de la A a la Z, de un verdadero taumaturgo de las letras y la palabra, Atilano Sevillano.
Lectura deliciosa.
©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega
©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega
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