miércoles, 7 de octubre de 2015

Puerto escondido


¿Qué hace a un escritor o a una escritora empezar a escribir una historia? ¿Qué pasa en esos momentos por su mente? Quizás se encuentra paseando por las calles de un pueblo medieval de calles y casas de piedras milenarias que te hacen viajar a tiempos remotos en pleno siglo XXI, lleno de rincones repletos de vida arcaica cuando su mirada se queda absorta en un escudo adosado a una pared que le resulta anacrónico y que no debería encontrarse allí, y, de repente, en su cabeza se dibuja el primer esbozo de una posible novela que se irá alimentando y creciendo con leyendas, lugares, conversaciones al calor de la lumbre o paisajes espléndidos. Quizás ocurra así. Quizás ocurra de otra manera. Pero lo que está claro, supongo, es que la imaginación y la curiosidad privilegiada de ese escritor o de esa escritora, atentos a todo lo que les rodea, es el detonante para que unos folios en blanco se empiecen a poblar de letras, de palabras, de frases, de párrafos y de diálogos que meses o años más tarde conducirán a unos lectores a convivir, a soñar y a viajar con lo que esa mente despierta ha imaginado.

Todo esto es lo que he pensado mientras disfrutaba, no podéis saber de que manera, de la lectura de Puerto escondido de María Oruña. Mis pies han hoyado esos paisajes de Cantabria de una belleza tal que se filtra en nuestros ojos teñidos del verde de sus prados inagotables, del gris de sus peñas, del azul intenso de su mar Cantábrico que refleja el de su cielo profundo y con destellos y chispazos de nieblas altas que perduran con obstinación insistente en el aire.

Imaginación desbordada de María Oruña reuniendo en un texto apasionante un dios azteca de la lluvia y la fortuna, el cadáver de un bebé emparedado en una casona veraniega, un anciano asesinado de un tiro en el estómago y tirado al agua de la ría de Suances, otro envenenado, un intento de homicidio de un demente que solo habla de un zorro, de un saco lanzado al mar con restos humanos, de maquis que se tiraron al monte hace más de setenta años para seguir luchando contra el fascismo de Franco que acabó con la República en una guerra cruenta y fratricida, de una teniente de la Guardia Civil de ojos bicolores, de monjas de clausura, de un hombre en peligro de muerte, de miserias y pobreza en un tiempo oscuro, de ambiciones desmedidas, de señoritos hacendados y crápulas y de criadas a su servicio que quieren seducirlos en busca de una vida mejor que les aleje de las penurias y necesidades de las vidas que les ha tocado vivir y de amores en peleas incomprensibles entre instintos básicos y poderosos.

Puerto escondido, ese que todos tenemos o queremos algún día encontrar para poder refugiarnos de nuestros temores, es una historia de ambición, de pánico y de pura maldad que nos viene a decir que el futuro es un lugar inmenso aunque siempre nos persiga nuestro pasado y que no es indecente el pecado, sino el escándalo. Puerto  escondido también es una historia de amor y de pasión. De amores cobardes a veces donde los personajes no se atreven a continuar sin mirar atrás porque si lo hacen saben que no podrán abandonarlo y necesitan dar reposo a sus sentidos.

La novela se estructura en dos momentos narrativos paralelos e intercalados a lo largo de la historia, uno actual y otro que tuvo lugar en la guerra y la posguerra de la guerra civil, este último contado por un narrador misterioso que nos relata en primera persona un diario que nos habla de Jana y de su familia. Jana es una chiquilla pequeña, casi diminuta, delgada, de cabello castaño ondulado, largo y brillante, ni siquiera es arrebatadoramente hermosa pero tiene una sonrisa y una mirada hipnóticas y seductoras, que dispone de una elegancia natural con esa belleza secreta que los demás admiran en silencio mientras intentan escudriñar su pensamiento tras sus enormes ojos verdes y gatunos, con un toque de animalillo salvaje con bravura en esa mirada. Una muchacha que sin ser extraordinariamente bella enciende el deseo porque es bonita, muy bonita.

Puerto escondido se inicia con el descubrimiento del cadáver de un bebé en un caserón al lado del mar que lleva colgado una pequeña figura azteca, un Tlaloc. Oliver, un británico que ha heredado la casa y está reformándola llama a la policía tras el macabro descubrimiento, momento en el que aparece en escena otro de los protagonistas, la teniente de la policía judicial de la Guardia Civil Valentina Redondo, quien con su equipo,y con el mismo Oliver, tendrán que averiguar el nexo que hay entre esta aparición, otros dos asesinatos más en la zona y la historia de Jana y de su hermana Clara en los años cuarenta. 

La teniente Redondo es serena, emana cordura y calma, tiene una conversación interesante a pesar de su evidente obsesión por el orden de todo aquello que la rodea, indaga sin descanso rascando la superficie, es recta, profesional, aséptica y trabaja sin descanso. Es independiente, activa y nada dada a los sentimentalismos. Pero es templada y cordial. Tiene los ojos de diferente color que le hacen misteriosa y que hechizan más por su forma de mirar que por su mirada en si.

Del argumento no voy a decir nada más porque atrapa al lector que irá de sorpresa en sorpresa descubriendo las claves que María Oruña va dosificando magistralmente con la ayuda de las citas que encabezan cada capítulo y que son un verdadero acierto, pero nos cuenta que todas las personas tenemos un lado oscuro controlado por el medio social donde vivimos y por la educación recibida que puede explotar llegando a una situación límite.

Puerto escondido es un libro atípico que mezcla varios géneros. Es un libro misterioso y, como decía Albert Enstein, el misterio es la cosa más bonita que se puede experimentar ya que es la fuente de todo arte y ciencia verdaderos. María Oruña ha escrito una gran novela. Una preciosa novela perfectamente escrita. Como dice ella ha y que dar las gracias a los que creen en la literatura, la difunden, la sueñan, le imprimen pasión y tiempo, ese oro líquido que se desliza sin remedio. Yo, María Oruña, te doy las gracias por todo esto, porque crees en la literatura, porque escribes muy bien, porque la sueñas, porque le pones pasión y dedicas tu tiempo a plasmar esta bellísima historia, porque sueñas e imaginas ficciones y porque haces soñar con ellas a quien tiene la suerte de que tu Puerto escondido haya caído en sus manos como la he tenido yo. Te confieso, que al terminar tu novela he podido visitar durante horas, puede que sin quererlo, mi propio y secreto puerto escondido. Pero la vida sigue y hay que seguir leyendo. Espero que muy pronto venga esa segunda parte que sé que ya está en camino.



©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

sábado, 3 de octubre de 2015

El secreto de Vesalio




Me gustan, ¿qué digo?, me fascinan las novelas sobre ciudades. siempre que viajo a una de ellas mi principal objetivo es visitar los lugares y los escenarios donde los escritores han ambientado sus novelas. Y de todas y variadas ciudades en las que me ha tocado vivir en ellas a lo largo de mi vida, Barcelona quizás sea la que más me atrae en este aspecto. Pasear por sus calles y barrios y rememorar mis lecturas. Calles y barrios donde leyendo sus páginas me llevaban con la imaginación hacia esos lugares y que, después cuando las pisas, descubres toda la magia que es la literatura y crees ver a esos personajes que te han hecho soñar. La Barcelona de Últimas tardes con Teresa, la de La sombra del viento o la de El juego del Ángel, la de El amante bilíngüe, la de La ciudad de los prodigios, la de La catedral del mar, la de La plaza del Diamante. Marsé, Ruiz Zafón, Mendoza, Falcones, Moix, Vázquez Montalbán, Torres, Monzò... Barrios del Eixample, Universidad, calle Pelayo, las Ramblas, la Plaza Real, la ciudad Vella, el Raval, Colom, las Atarazanas, el Paralelo, la Vía Layetana, el Born, la Barceloneta, el Puerto, el Guinardó, Poble Nou, la Ciudadela, Vallvidriera, Parc Güell, Sagrada Familia, Paseo de Gracia, barrio de Gracia, calle Verdi... 


Y ahora cae en mis manos una pequeña joya como es El secreto de Vesalio de Jordi Llobregat y me vuelvo a situar en la plaza de Cataluña para ir bajando hacia el mar por la Rambla de las flores hacia la estatua de Colón girando a la izquierda por el paseo de su nombre para adentrarme en el Born y seguir hacia el barrio de la Barceloneta para descubrir como en 1888 surgía esa nueva Barcelona que enterraba a la vieja ciudad para descubrir el progreso con la inauguración de la Exposición Universal.


Presiento esa ciudad que vive una actividad febril, preparándose para mostrar los prodigios de la tecnología y recibir a gobernantes y reyes de toda Europa, donde, días antes, aparecen los cadáveres mutilados de algunas mujeres jóvenes y eso hace que se reavive una vieja leyenda sobre un monstruo asesino que ya estaba casi olvidada. En esos días es cuando vuelve a su ciudad natal un joven profesor de Oxford, Daniel Amat, para asistir al funeral de su padre. El protagonista cumple los requisitos del héroe moderno: carga con la culpa de un drama familiar en el que murieron su prometida y su hermano, se ha alejado de su padre, es inteligente pero frágil y se ve arrastrado por las circunstancias a una investigación en la que estará acompañado por un periodista de sucesos en horas bajas, Bernat Fleixat, y un brillante aunque problemático estudiante de Medicina que guarda un gran secreto, Pau Guilbert. A su alrededor estarán también un antiguo amor, Irene, un policía corrupto, Sánchez, un empresario más corrupto aún, Bertomeu Adell, una prostituta con buen corazón, Dolors, y varios delincuentes de distinto tipo, además de unos misteriosos habitantes de las cloacas de la ciudad condal. Todo esto además está complementado por una fantasía científica con Andrés Vesalio, el autor de un libro clásico de anatomía, "De humani corporis fabrica", como gran protagonista. La búsqueda de ese libro termina por ser el motor de un relato que navega entre el thriller, el costumbrismo y el relato de aventuras.

El argumento de El secreto de Vesalio es absolutamente fascinante porque Jordi Llobregat vuelca en él pasión y todo lo que es bueno hay que hacerlo con pasión. No voy a decir nada más sobre él porque, lector, tienes que zambullirte en él para que te frotes los ojos con todas las increíbles sorpresas que te vas a encontrar dentro de sus páginas y con sus perfectos personajes, por no hablar de uno de los finales más trepidantes y geniales que he leído nunca.

Pero no puedo dejar de hablar de la que para mi es esa verdadera protagonista, Barcelona, una ciudad que vive un momento de luz y de esplendor días antes de la primera inauguración de una Exposición Universal en nuestro país como fue la de 1888. Son los primeros pasos para la modernidad y de apertura hacia Europa. Al mismo tiempo, Barcelona es en esa época una ciudad muy oscura, muy gótica, donde aún no ha llegado la electricidad y sus calles no están empedradas y no existen los automóviles, la miseria recorre parte de sus barrios, la superstición rige muchas de las conductas de sus habitantes, el espiritismo y lo esotérico vive un gran momento, la ciencia se percibe como algo mágico en un momento de contrastes, de sombras y de luces, donde se vive de día porque hacerlo de noche supone un gran peligro. Barcelona se constituye así en un escenario fantástico y acaba por convertirse casi en el gran personaje de la novela sin desmerecer a todos los que salen en ella que son fantásticos.

Leyendo El secreto de Vesalio vas recorriendo la historia de la literatura. De repente crees que estás con Jack el Destripador, de pronto te introduces en las cloacas de El tercer hombre, ahora parece que te codeas con El fantasma de la Ópera y de repente caes en brazos de Frankenstein. No te va a dejar en ningún momento ni indiferente ni aburrido, y leerás y leerás sin poder parar. En sus páginas hay amor, pasión, aventura, ciencia, historia, rebeldía, perfecta ambientación, exhaustiva documentación, donde al final se encierra la moraleja que durante el transcurso de nuestra vida, todos nos vemos obligados a tomar una serie de decisiones en, las que la más de las veces, cometemos errores. Pero en ocasiones, una de esas decisiones erróneas tiene consecuencias que afectan profundamente nuestra vida y a los que con nosotros se encuentran. Según pasa el tiempo pensamos que deberíamos haber hecho las cosas de forma diferente pero ya no puede ser y siempre recordamos ese momento en que tomamos la decisión porque nuestro pasado no nos abandona y siempre va a nuestro lado.

Genial novela El secreto de Vesalio. Me gustan las buenas historias y esta es una buenísima historia. Las hay que entretienen, pero esta no se para ahí y avanza muchos pasos más metiéndonos de pleno en esa ciudad de luz como es Barcelona en esos tiempos que estaba plagada de rincones oscuros en una pintura victoriana. Sigue lector las pistas que Jordi Llobregat te va poniendo a tu alcance, adéntrate con cautela y cuidado en la trama no despiertes algún ser maligno que te haga daño, pero no te dejes engañar y ten prudencia. Abre las páginas de El secreto de Vesalio y trasládate en el tiempo ciento veintisiete años atrás. No tendrás nada que hacer desde ese momento. Desde la primera página quedarás preso. Ya no podrás cerrar el libro hasta su final. Yo te recomiendo fervorosamente que lo hagas pero tú sabrás a lo que te expones. Quedas avisado.





©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

viernes, 2 de octubre de 2015

Promesas de arena




Hay que reconocer varias cosas a Laura Garzón. La primera su valentía, en principio por lanzarse al mundo de la literatura, y después por haber tratado en su primera novela, Promesas de arena, un tema audaz y original como es el mundo del voluntariado en el conflicto judío-palestino dentro de ese gueto, creado por aquellos que lo sufrieron en el siglo pasado, como es la franja de Gaza.


Pero Laura Garzón nos cuenta la historia también de manera muy insólita, interesante y amena de forma nada cobarde. Laura Garzón es una contadora de cuentos, una gran contadora de cuentos que te atrapa en sus letras y te introduce de lleno dentro del escenario que ella ha elegido por muy lejano y desconocido que sea para ti, acomodado y más o menos feliz lector occidental. Y es valiente porque, como mujer inteligente y comprometida que es, trata a la mujer de forma muy diferente a la mujer en una novela romántica al uso que nos tiene acostumbrados la literatura actual.

Esta Lucía, que enamora, cae rendida en una pasión irreprimible de "unos ojos azules que no tienen fondo" cuando ella, al acabar sus estudios va como cooperante al paso fronterizo con Egipto de Rafah y se da de bruces con la dura realidad de encontrarse en un mundo hostil que dinamita y hace saltar por los aires sus ideas románticas de ayuda a los más necesitados. Una Lucía que se enamora de forma apasionada y que se va haciendo, a medida que transcurre el relato, más fuerte y sensata, aunque se enamore perdidamente en esa situación agobiante que la supera como vía de escape pese a su total convencimiento de que ese amor no le conviene y reconoce que, aunque sea el amor de su vida, es muy peligroso.

Promesas de arena nos hace pensar, nos hace sentir y nos hace elegir como elige Lucía.

Además de la historia de amor, Laura Garzón nos sumerge en otra historia paralela como es la de los asentimientos palestinos de la franja de Gaza y describe perfectamente las necesidades y carencias que tienen los que viven allí y los esfuerzos de la gente que, desinteresadamente, intentan ayudar en el drama que sufre el pueblo palestino, aunque lo hace, de forma inteligente, desde el punto de vista humanitario sin impartir doctrina ni hacer en ningún momento crítica política.

Lo que si hace es describir el choque que se produce en Lucía, joven, europea, preparada y totalmente consciente de su condición femenina, al ir observando comprender, no aceptar, cuidado, todo lo que para ella son derechos de los seres humanos como la independencia, la integridad física y moral y la libertad en la toma de decisiones.

Me ha sorprendido Laura Garzón por ese coraje que vuelca en Promesas de arena. Laura Garzón escribe una novela de amor, no me gusta el adjetivo romántica para ella, con un lenguaje que no tiene parangón en el género, al utilizar un verbo muy cinematográfico con flashbaks y fundidos, con frases cortas y descripciones precisas que nos llevan de la ternura a la emoción en un relato de superación en un escenario al límite de lo soportable, donde, siendo como es un libro de amor, nunca cae en la ñoñería describiendo casi con un lenguaje naturalista tradiciones de la cultura árabe y las relaciones sexuales de los protagonistas.

Promesas en la arena es un canto al amor, a la amistad, a la solidaridad, a la rebeldía, a la supervivencia, al coraje y a la miseria de este mundo, pero con un mensaje optimista y esperanzador. Promesas de arena es una gran primera novela. Una novela comprometida donde la autora no toma partido ni por los palestinos ni por los judíos sino que nos cuenta la tragedia humanitaria en donde todos sufren por culpa de unos pocos que prometen y prometen, aunque sus promesas queden enterradas por la arena del desierto convirtiéndose en Promesas de arena que se escurren entre sus desesperados dedos.



©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

miércoles, 15 de julio de 2015

La tristeza del samurái



Para Mamen Romero Muñoz que tuvo el gran acierto de recomendarme esta novela, tan especial e importante para ella, y la extraordinaria consideración y amabilidad de convertirse en mi amiga cuando el destino quiso que nuestros pasos se cruzaran.

Voces, emociones, palabras, silencios, abandono, miserias, venganza, fantasmas que nos visitan desde el pasado y tristeza, mucha tristeza, en la novela de Víctor del Árbol, La tristeza del samurái. Pero sobre todo, odio y mentiras durante cuarenta años que sufren tres generaciones de tres familias cuyo destino está cosido entre sus miembros con hilos resistentes, cuajados de ajuste revanchista en un rencor y rabia que crece y crece sin medida, aunque lleno de esperas y paciencia  para que pueda convertirse en algo útil.

Muerte, dolor, sufrimiento, locura asesina.

Una bella mujer que está casada con un jefe falangista repugnante del sur de Badajoz en los primeros años de la posguerra al que odia y una joven abogada barcelonesa a la que una supuesta casualidad lleva a condenar a un policía cuarenta años después sin percatarse del daño que produce. Un amante traidor y cobarde abrumado por sus remordimientos y una adolescente que lleva secuestrada y vejada cinco años. Un niño que sueña con ser un samurái y un psicópata que asesina con una catana a mujeres. Un profesor enamorado y un soldado que es obligado a testificar en falso contra otro hombre. Un muchacho que es forzado a alistarse en la División Azul y a pasar diez años de infierno en un gulag siberiano en el que estaba prohibida la risa y la misma estepa helada eran los muros de su cárcel y un asesino fascista que prospera como diputado en la transición a la democracia aunque quiere más y más poder.

Ambición, avaricia, envidia, sed de poder, revancha, tortura, secuestro, culpa, odio, rencor.

Muchas palabras, muchas voces, infinitas emociones, demasiados silencios, odios atroces.

Argumento tejido con una belleza y maestría inigualables, con palabras duras y secas que te golpean como un disparo desgarrador en lo más profundo del alma en una especie de laberinto donde aparecen y desaparecen los personajes, en saltos en el tiempo, para ir, de forma apasionante, dando las claves de la historia que se narra. Vidas que no parecen ni importan nada. Muertes que ni siquiera cambian el paisaje que continúa inalterable. Dolor que no desaparece en el transcurso de los años. Apremiante necesidad de continuar viviendo, de trabajar, de recobrar una rutina que te consuela. Gentes que huyen del cariño y se refugian en el abandono. Remordimiento que no te permite abandonar tu casa por tus actos canallas. Miserias que te llevan recorriendo círculos concéntricos que se atraviesan para llegar al corazón mismo de la miseria. Destino que te hace comprender que no todo lo humano es blanco o negro sino que está poblado de grises, aunque nos equivoquemos en nuestras apreciaciones continuamente. Padres odiados por sus hijos. Hijos odiados por sus padres. Farsa y tragedia.

Miseria moral y material, frío, olor a carne quemada, violaciones, violencia machista, crímenes, muerte, miedo, hambre, odio que se llena de paciencia para consumar su venganza. Destinos inexorables que se cruzan entre las personas y que se anudan entre ellas hasta confundirse.

La tristeza del samurái nos viene a decir que las casualidades no existen, pues son simplemente una apariencia engañosa en la que se atrincheran los que no quieren saber más. Y hay que saber. Y hay que tener memoria porque el pasado permanece inmutable, devolviéndonos siempre la visita ya que la culpa es un sentimiento que se transmite de padres a hijos para anclarse para siempre en los recuerdos y en la memoria, teniendo que asumir que aunque nos movamos por inclinaciones y predilecciones más o menos personales, siempre nuestras acciones tienen consecuencias y que hay que pagar un precio por ellas. Deseamos desde el principio ser mejores de lo que somos aunque nos convertimos en lo que podemos y no en lo que queremos.

No se puede vivir sin saber. Hay que recuperar la memoria ya que sin memoria el tiempo no existe. Hay que luchar para sobrevivir y alcanzar cierto grado de dignidad. Esto es lo que de verdad importa y no vivir atemorizados detrás de verjas y ventanas tapiadas, esperando la visita de alguien que, tarde o temprano, vendrá a ajustar cuentas.

La tristeza del samurái seguramente ha sido calificada como una novela dura. Yo no lo entiendo así. Es una novela intimista donde se demuestra que la dureza de la vida, cuando acabas compruebas que es una simple anécdota y que prevalece una especie de ternura y de dolor vital por encima de lo vivido. Una ternura que nos redime de nuestros actos. Un amor y un ansia de luchar y de no rendirse nunca. Soportar, sufrir, subsistir y perdurar como sinónimo de triunfo en la lucha y de saber que, mientras peleas, no está todo perdido ya que siempre tendrás la ocasión de poder salvarte.

Palabras, muchas palabras extraordinarias; emociones, muchos sentimientos que subyugan; voces que como gritos desesperados rompen el silencio de la desmemoria para anunciarnos que el no saber y el no rememorar nos condena al retorno, y hay sucesos que no deberían volver nunca.

No me extraña que La tristeza del samurái deje profunda huella en las personas sensibles. No me extraña que Víctor del Árbol en tan pocos años se haya convertido en un autor imprescindible en el mundo literario.


©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

miércoles, 17 de junio de 2015

Los girasoles ciegos




Miedo, vencido, derrota, silencio, tristeza. Cinco disparos ensordecedores que impactan violentamente en el centro de nuestro pecho desgarrando con dolor lacerante nuestro corazón es la sensación que se tiene al leer Los girasoles ciegos de Alberto Méndez.

Miedo atroz de los vencidos en una derrota cruenta que no va a dar paso a una paz, sino a una victoria que les sumirá en el silencio y la tristeza. Derrotas individuales, derrotas anónimas. Derrota, persecución y represión crueles hacia unos vencidos por unos vencedores que no querían ganar una guerra, sino matar y aniquilar a sus enemigos. Perturbación angustiosas del ánimo por un riesgo real y para nada imaginario que sufren los vencidos en su derrota, absteniéndose de hablar en una falta absoluta de ruido y palabras en un apesadumbramiento afligido, angustioso, amargo, depresivo, desconsolado, melancólico, atormentado y doloroso de unos personajes  que perdieron oficialmente, pero que ganaron por el solo hecho de resistir y de luchar por sus ideas y por su libertad en vez de bajar los brazos, rebelándose y resintiendo por orgullo, por honor o por sus ancestros de los que descendían.

Los girasoles ciegos es un pequeño libro excelso de ciento cincuenta y cinco páginas compuesto por cuatro relatos independientes pero interconectados entre sí y con el título de cuatro derrotas que nos llevan desde pocas horas antes de que se produzca la victoria del ejército sedicioso y fascista contra la República española el 1 de abril de 1939, y 1940, 1941 y 1942 en la durísima posguerra que se abatió en la población vencida y derrotada. Los girasoles ciegos nos ofrece una lectura fascinante que viene a manifestar que es necesario conocer nuestra historia para entender el presente y proyectar el futuro. Es un libro sobre la memoria colectiva que ayuda a superar la tragedia de una España de represión, marchas militares y ruidos de sables que exige que asumamos, no pasemos página o echemos en el olvido.

Los personajes de Los girasoles ciegos son seres vencidos. Seres que se encuentran en un camino, sin vuelta atrás posible, recorriendo una senda de entrega y resistencia sin ser conscientes del momento en el que se abrirá la puerta de la tragedia.

Alberto Méndez demuestra con su escritura el enorme poder de la palabra que nos hace conocer el horrible sufrimiento de estos seres anónimos en sus particulares historias de derrota que es la derrota de la humanidad. Sus personajes son víctimas de la barbarie y la sinrazón que anegó de sangre los surcos de los campos españoles al grito bastardo y espeluznante de ¡Muera la inteligencia traidora, viva la muerte!

Personajes inolvidables e irrepetibles como Carlos Alegría que se alistó en el bando nacional porque así pensaba que defendía todo lo que era suyo y que, en un acto de dignidad personal para no sentirse cómplice de una matanza, aunque él no ha disparado un solo tiro, se rinde, ni deserta ni traiciona, porque un enemigo rendido sigue siendo un enemigo, al bando republicano cuando a éste le quedaban horas para perder la guerra, acto que nos será comprendido ni por unos ni por otros y le costará dos muertes.

O Eulalio Ceballos Suárez, el poeta, que con dieciséis años se pasa a la zona republicana en Madrid desde su pueblo cántabro de Caviedes, y allí se hace amigo de Miguel Hernández. Tampoco entiende la saña con que se aplican contra los vencidos los vencedores: “yo no hubiera dejado que mis enemigos huyeran desvalidos, que yo no hubiera condenado a nadie por ser sólo un poeta”. Pero el tiene que huir con su mujer embarazada de muchos meses y que muere en el parto en una braña de los montes de Somiedo, dejándole solo con el niño recién nacido pasando un cruel invierno a la intemperie donde quiere dejar todo escrito a quien encuentre sus cadáveres que él también es culpable, a no ser que sea otra víctima. Un escrito realizado por alguien que con dieciocho años no tiene edad para tanto sufrimiento.

O Juan Senra Sama, masón, organizador del presidio popular, comunista, soltero y criminal de guerra, nacido en Miraflores de la Sierra (Madrid), en 1906, profesor de chelo y estudiante de medicina, de ahí su adjudicación al cuerpo de enfermeros, preso en la cárcel de Porlier donde se gestionaban asuntos a cambio de cosas miserables como un anillo de boda, un chisquero, una funda dental de oro, o cualquier cosa que valiera algo más que un ser humano, cuando declaró ante el tribunal que conoció a Miguel Eymar, hijo del coronel que le juzga en un tribunal que no es de justicia, sino de odio y de muerte ya que no entiende la guerra como una desgracia, sino como la ocasión de aniquilar sin miramiento alguno al enemigo,  “salvó momentáneamente su vida”. Y poco tardó en darse cuenta de que podría alargar el tiempo de supervivencia en la misma medida en que daba rienda suelta a las mentiras, a esa vida heroica de Miguel Eymar que se va inventando para consolar al coronel y, sobre todo, a su mujer, madre destrozada, prematuramente avejentada por el sufrimiento de la pérdida de su hijo. Él ya se sabe un cadáver más entre los vivos y quiere saldar todas sus cuentas: con su amigo, Eugenio Paz, que se pasó al bando republicano por despecho contra su tío, que maltrataba a su madre, y que se tomó la guerra como un juego de tiros ya que apenas tenía dieciséis años, a quien no puede darle el último abrazo; con su hermano, de quien se despide emotivamente, y con los vencedores a quienes les arroja en su propia cara la cobardía y lo miserable que fue su hijo.

O el hermano Salvador que expresa la ceguera de unos vencedores condenados a no ver su propia derrota y que es la gran ironía, clave del libro, y lección moral que es la victoria de unos vencidos que mueren por sus ideales, y la derrota de unos vencedores que los tienen que matar para acallarlos. Salvador comete un pecado que no tiene perdón, lo reconoce, porque ni piensa arrepentirse de lo que ha hecho pues se cree el dueño de los demás y puede violentar sus derechos.

O Lorenzo Mazo que ha perdido su infancia por la guerra y no puede ser feliz, aunque quiera comportarse como se comportaría un niño de su edad. Pero no puede hablar de su padre, no puede destacar en el colegio, no debe caer en la indiscreción que pueda poner en peligro a su familia. Es un niño viejo al que la guerra le ha robado su inocencia, la espontaneidad, la naturalidad de ese niño que quiere ser. Un niño que mira un espejo tras el que su padre se esconde tras la otra parte sin entender nada pero sin decir nada. Su narración cuando ya es adulto rezuma la tristeza del sufrimiento de todos los días y, sobre todo, la tristeza por aquella infancia que le robaron.

O Ricardo Mazo que es profesor de lengua y literatura, comunista activo e intelectual de vida desahogada que la guerra aniquila. Sufre un progresivo deterioro personal, familiar y profesional que acabará trágicamente. El paso del tiempo va desgastando a este hombre bueno que se tiene que esconder en un armario como un topo, con todos sus miedos, porque se da cuenta que no hay salida para los vencidos. Un tiempo donde copular con su mujer hay que hacerlo en el suelo para eludir los chirridos de la cama de latón, sin un jadeo, sin un grito, sin un te quiero, para guardar el silencio de la vida. Una persona digna que aún cree en la bondad del ser humano por lo que no puede caber en su cabeza que se pueda matar a un semejante por no tener las mismas ideas a las tuyas y que cuando se da cuenta que si es posible ya ha perdido la guerra y la libertad que recuperará en la escena final.

O, finalmente, Elena, la madre, que tiene una gran fortaleza de ánimo y una gran valentía. Mujer enorme que se agiganta en las dificultades y en la desgracia y que debe proteger a su familia sin renunciar a unos valores, a unas ideas por las que ha luchado, pero sabe que debe guardarse del hermano Salvador, en un difícil equilibrio de no menospreciarle, aunque le repugne, para no levantar sospechas. Es el único personaje adulto que sobrevive a los oscuros años de la posguerra porque de su supervivencia depende la vida de su hijo y, con ella, los ideales por los que demás murieron. Elena y Lorenzo son los únicos personajes que se elevan por encima de las páginas de Los girasoles ciegos para mostrarnos el camino de la victoria sobre la derrota, de la verdad sobre la realidad, del ser humano sobre el terrible y despiadado enemigo.

Alberto Méndez con Los girasoles ciegos escribió un libro que destila sensibilidad y respeto por ambos bandos, por las circunstancias de cada cual que les obligaron a hacer lo que hicieron abogando por la libertad y por hacer un canto a la memoria de todos aquellos que cayeron y que murieron por lo que creían y por amor a los suyos.

Miedo, vencido, derrota, silencio, tristeza... Esperanza.

©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

martes, 2 de junio de 2015

El mal camino



Tú que estás ahora mismo leyendo estas líneas, teme a la noche, teme al día, estate siempre alerta para no empezar a andar por el mal camino.
Es el final de una noche, estás tomando unas copas en un bar con un amigo, te despides de él, te montas en el coche, empieza a llover, el parabrisas está sucio, la carretera es muy oscura, vas fumando y se te cae la brasa del cigarrillo, la intentas apagar, te distraes, levantas la vista, ves a un tío en medio de la carretera con los brazos levantados delante del coche pidiendo que pares. Bam. Acabas de empezar a adentrarte en El mal camino.

En una carretera rural del sur de Francia, un hombre surge de la oscuridad y desencadena una serie de extraños acontecimientos, convirtiendo en una pesadilla las vidas del escritor Bert Amandale y de su amigo Chucks Basil, una estrella del rock en horas bajas.

Este es el sucinto resumen de El mal camino, la nueva novela de Mikel Santiago, un joven escritor que el año pasado sorprendio con su primera novela larga, La última noche en Tremore Beach.

Bert Amandale es un escritor famoso que se traslada desde Londres a vivir a La Provenza francesa con su mujer, Miriam, y su hija adolescente, Britney, huyendo de un sinfín de problemas. Las cosas parecen ir por el buen camino hasta que Chucks Basil, amigo íntimo de Bert y problemática estrella del rock se muda al pueblo de al lado. Una noche Chucks atropella a un hombre en la carretera y se da a la fuga. Pero, al volver, el cadáver ha desaparecido y nadie parece haber escuchado ni visto nada, hasta que una serie de extraños acontecimientos empieza a rodear a ambos.

Bert escribe novelas truculentas llenas de personajes con muy mal carácter que asaltan casas y matan a sus habitantes. Chucks es un famoso músico aunque lleva años sin hacer nada y su último disco no termina de prepararse. Miriam se siente feliz en su nueva casa aunque su relación con Bert está naufragando a pasos agigantados. Britney ha tenido problemas serios en su pasado reciente y es una adolescente rebelde e insatisfecha aunque parece que su vida se vuelve mejor al conocer a un chico. Nada parece estar claro en esta parte del mundo. Nada resulta ser lo que parece. ¿Qué está ocurriendo?

Mikel Santiago confiesa escribir lecturas veraniegas, pero lo hace de una manera deslumbrante y centelleante. El mal camino está cargado de suspense, unos personajes muy cercanos y un ritmo frenético en su lectura. La novela está dividida en tres partes muy diferenciadas que me han recordado a la estructura de una obra teatral. Empieza con la presentación donde conocemos a los personajes y la situación que originará el conflicto para concentrar la atención del lector, adueñarse de su interés, adentrarle en él e indicarle, más o menos porque es bastante impredecible, como debe tomar la historia. La segunda parte es el nudo y desarrollo de la trama, donde se desenvuelve el argumento antes expuesto, para lanzarnos a un desenlace en las últimas cien páginas absolutamente potente y magnífico en el que se resuelve todo. Y todo lleno de factores de sorpresa, apartes, suspenses, retrovisiones, sueños, peripecias y situaciones, con unos personajes muy bien construidos que acompañan a Bert en su supuesta paranoia pero con esa voluntad firme y con su comportamiento que le hace defender esa voluntad férrea que parece que no le va a doblegar nunca.

No puedo decir nada más. Hay que leer El mal camino y pasear por Bert por esos campos idílicos de la campiña de La Provenza cuajados de cánulas y lavandas donde no todo parece ser tan paradisíaco ni nada es lo que parece ser. Ocurra lo que ocurra, en algún momento de la noche, el sol volverá a salir por el horizonte y, de alguna forma, la vida seguirá. Por el mal camino, pero seguirá. Mikel Santiago nos lo deja muy claro en esta novela veraniega y de puro divertimento en la que está muy claro que este tipo de literatura para nada está reñido con la buena literatura.

©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

lunes, 1 de junio de 2015

El corazón del caimán




Abrir las páginas de El corazón del caimán de Pilar Ruiz es sumergirte en un mundo fantástico lleno de la historia de España del siglo XIX.

Corre el año de 1897 y Ada recibe la noticia de la desaparición en combate de su marido, Víctor, un militar español. Sin embargo, ella está convencida de que sigue vivo, y se dispone a buscarlo a través de una guerra y una isla en forma de caimán; la isla de Cuba, y la guerra, la de la Independencia para dejar de ser una colonia española.

Ada Silva es cubana, pero también es española. La contienda se libra a su alrededor mientras ella continúa empeñada en su propósito de encontrar a Víctor. Con la única compañía de Pompeya, una santera que habla con los Orishas para conocer el futuro, emprende un viaje por la isla que les mostrará a ambas la destrucción del mundo que conocieron una vez, arrasado por el huracán devastador de la guerra.

La aventura de Ada recorre su pasado y el de su familia a lo largo de un siglo XIX que está a punto de finalizar: el de los emigrantes españoles a América, como su tía abuela Elvira; el de su padre, el misterioso revolucionario Darío Silva; el de Víctor y el de otro hombre que siempre ha estado a su lado aunque ella ni siquiera lo supiera.

Esta es la mera sinopsis comercial de la novela, pero en El corazón del caimán la autora vierte muchísimas más cosas que lo que aquí se dice en un novelón que recuerda a los folletines de Benito Pérez Galdós o de José María Pereda.

El corazón del caimán es un tratado muy ameno de la historia de España en el convulso siglo XIX plagado de acontecimientos y guerras que se despidió con la pérdida de las últimas posesiones en América y que nos sumió en la más absoluta desesperanza, pero que fue acicate para el surgimiento de una de las más grandes generaciones de artistas como fue la del 98.

Pilar Ruiz se sirve de sus personajes para hacernos viajar por este siglo realizando un mosaico impresionante en continuos saltos en el tiempo, donde iremos pasando por Trafalgar, la Comuna de París, la Guerra de Cuba, los primeros campos de concentración de la historia, señores indianos feudales e inmensas fincas tropicales caribeñas, la esclavitud y los negreros, la Semana Trágica de Barcelona, la santería y el vudú, la montaña y el mar de Cantabria, la piratería y el raque en épocas de hambre, tormentas y huracanes, la remisión económica que solo podía pagar los ricos para que sus hijos no fueran a la guerra y que se convirtió en un pingüe negocio de corrupción, el Presidente del Gobierno Don Antonio Cánovas que dijo que España permanecería en Cuba hasta el último hombre y la última peseta, los anarquistas que le contestaban que hasta el último hombre que no tuviera los trescientos duros para poder redimirse, la Masonería, el inicio del cinematógrafo, la Generación del 98, la Restauración monárquica, o las Guerras Carlistas. Un mosaico emocionante, sensacional, imponente, sobrecogedor, extraordinario, alucinante y conmovedor de una España tan hostil y tan difícil.

Pilar Ruiz se sirve en ésta, que es su primera novela, de diferentes guiños y homenajes a esos autores del realismo español como son los dos ya citados, Galdós y Pereda, y Valle Inclán, Unamuno o Baroja, y de otros extranjeros como Melville, Balzac, Flaubert, Conrard o Hugo. Y como es guionista de cine, también se pueden apreciar llamadas a Francois Truffaut o Visconti en una amalgama de metaliteratura muy cinematográfica.

La verdad es que El corazón del caimán no parece ser una primera obra. Pilar Ruiz emplea una prosa elegante y muy fluida, con un vocabulario rico y poético que convierte a la lectura en muy amena y enriquecedora, no cayendo nunca en un exceso descriptivo dentro de una ambientación exquisita muy realista. España y Cuba se convierte así en dos personajes más y no como simples decorados donde se desarrolla la acción.

Pilar Ruiz se nos descubre en El corazón del caimán como una gran narradora de historias, sirviéndose de el viaje de sus dos principales protagonistas para vivir la apasionante historia que no hace tanto tiempo que sucedió y que cambió para siempre la forma de ser y de pensar de dos países.

El corazón del caimán no es una simple novela romántica, aunque esté cuajada de amor. El corazón del caimán nos hace participar como espectadores hipnotizados en los hechos que narra dentro de una novela original y diferente a la mayoría de las novelas que existen de este género histórico. El corazón del caimán tiene que ocupar un lugar en las estanterías de la biblioteca de todo amante de la buena literatura.



©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega