martes, 19 de abril de 2016

Las voces derrotadas

 
Hubo una vez un país en el que unos, que lo tenían que defender al servicio de sus ciudadanos, decidieron por la fuerza derrocar al gobierno elegido democráticamente por el pueblo y, aunque creyeron que sería un paseo triunfal con su horrísono poder, su felonía y deslealtad condujeron a nuestra tierra a una cruenta guerra civil que al terminar convirtieron en victoria para sumirla en una pesadilla de odio, venganza, miedo, hambre y escasez para los vencidos.

Dieciocho años después nacía en el valle de Los Pedroches un niño dentro del seno de una de esas familias perdedoras a las que le hirió el amor y a las que devora el olvido, como sombras cuando la luz se acaba, que con sus ojos curiosos observaba el miedo en los labios y el dolor en sus mayores a los que no hacía más que preguntar para saber para recibir como respuesta silencio.


Ese niño se hizo poeta cuando ya pudo descubrir lo que había ocurrido y escribió más de cuarenta años después un enorme, pese a sus pocas páginas, poemario al que puso el título de Las voces derrotadas y que es un homenaje sentido hacia sus seres más queridos a los que les tocó vivir una época durísima y atroz por la herida del desamor, el odio y la barbarie.


En Las voces derrotadas, Alejandro López Andrada escribe unos versos que hablan de amor, paz y reconciliación, pero nunca de olvido. Son versos emocionados y emocionantes hacia todas esas personas que tuvieron que pasar por eso tiempo tan gris que les segó su vida y su juventud pero que, pese a todo, fueron un modelo de dignidad y de luz para los que les seguimos en la aventura de la vida y que los tenemos que tener como ejemplo al enseñarnos un modelo de convivencia y resistencia que todos, especialmente los jóvenes de la actualidad, deberíamos copiar.


Alejandro López Andrada nos lo deja muy claro desde el mismo comienzo de Las voces derrotadas al citar a todos los hombres que escondió en su corazón, que dormitan bajo el barro y tienen frío, a los que murieron rotos por la paz y debajo del cielo azul claman memoria.
Dentro de sus páginas están la memoria del padre, la sombra del expatriado, la casa herida con sus cicatrices de balas y obuses, las siluetas fantasmales de soldados vagando como ánimas, el eco de una guerra que cruza la dehesa, las trincheras que parecen tumbas de amor bajo el temblor de las estrellas húmedas, el pueblo roto bajo el atroz zumbido de los aviones, las confidencias entre padre e hijo en un paseo sobre una vieja bicicleta, los amigos, los dos viejecitos que, después de la guerra, vuelven a su casa solos, sin nadie de familia, y sólo les queda la orfandad y el miedo de no saber lo que les puede ocurrir por pensar diferente a los vencedores, el rezo sereno del rosario por los padres en el patio en una tarde de estío bajo una higuera, la añoranza de la tierra y el sueño de poder volver de regreso a ella algún día, el miedo de la posguerra en un país absolutamente desolado y gris, el exilio y el desgarro del exiliado en la lejanía de la tierra que le vio nacer y hubo de abandonar, el vigoroso espíritu de unas gentes que perdieron una guerra y sufrieron una victoria, la casa del barrio del Verdinal de su infancia y la de los eucaliptos de sus abuelos, las veredas de los campos, la niebla y la nieve, los pájaros y los insectos, los niños jugando al escondite o uniformados y alineados por la OJE en una hilera humilde, el paseo de la estación, la sombra azul del odio que aletea como una mariposa entre las ruinas, las golondrinas que no regresan, la rendición de los vencidos y el óxido del miedo, el mapa de los pobres en años de soledad y de hambre, la dictadura cruel sin asomo de piedad, las continuas humillaciones por atreverse a enfrentarse y hacer cara a los jinetes del apocalipsis, los desheredados del campo y de la ciudad, los carros que cruzan soñolientos la paz de un verano, la tienda de tejidos donde un retal de muselina sirve de asiento, los hombres fusilados entre los juncos, el arco iris que asciende jubiloso en un silencio lleno de oquedades, el cine de verano en una noche estival bajo las estrellas de San Lorenzo y la caricia de la madre que esconde el temblor de una lágrima que se escapa de sus ojos, las hilanderas de dedos alambicados por el aire, una escalera de agua que vigila el cuerpo sin vida de un preso político, los maestros que despliegan un inmenso mapa bajo los estremecidos y abiertos ojos de los niños en una clase de astronomía llena de magia, …


Las voces derrotadas es un poemario limpio y emociónante cuajado de metáforas increíbles, versos sencillos y emociones a flor de piel en el que cuando su autor habla de memoria histórica se refiere a la memoria íntima y personal en la mirada inocente de un niño que vivió en primera persona el final de una vil posguerra y que conoció la realidad de esas dos Españas, la que venció y la derrotada. Alejandro López Andrada plasma los recuerdos que tiene de sus mayores y de esas palabras apenas susurradas, logrando un fresco que da luz a la historia de muchos españoles que fueron humillados por el franquismo, que perdieron la guerra y que siguen aguardando el perdón. Son las voces derrotadas de un pasado que está aún por cerrar que se pueden leer como una novela por capítulos pues cada poesía es un pequeño relato de versos sinceros, directos y transparentes de hermoso contenido que te hacen temblar, respirar y emocionar con el telón de fondo de un paisaje triste y conmovedor por donde Alejandro López Andrada camina paseando con una linterna de óxido entre los dedos, para buscar despacio, entre las voces segadas por la noche, su niñez.


©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

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