lunes, 22 de septiembre de 2014

Bajo los tilos


Los tilos son árboles de buen volumen de crecimiento y que llegan a vivir hasta los novecientos años, alcanzando entre veinte y cuarenta metros de altura, con fustes rectos de hasta un metro de diámetro. Sus flores en racimos amarillos son muy aromáticas y son conocidas por sus propiedades curativas, siendo usadas también como tranquilizantes al prepararse en forma de infusión llamada tila.



Eso es lo que nos da la lectura  de Bajos los tilos de María José Moreno. Una tranquilidad placentera ante una historia romántica, no exenta de cierto suspense muy bien administrado y con una dosis de unos hechos sociales propios de la España de finales de los años sesenta del siglo pasado.


Elena fallece en el avión que la traslada de Madrid a Nueva York. Ni siquiera su familia sabía que había emprendido ese viaje. Elena tiene un gran secreto… Cuando su hija María recibe la trágica noticia se introduce en una espiral de preguntas sin respuesta ¿Qué hacía su madre en ese avión?, ¿por qué iba a Nueva York?, ¿por qué no se lo había contado a nadie?... Preguntas que la sumergen en una difícil y tenaz búsqueda en el pasado de su madre hasta conocer sus más íntimos, oscuros y dolorosos secretos.

Siempre me he preguntando, y aún lo sigo haciendo, qué es lo que cada unos sabemos de nuestros padres ¿Qué hicieron cuando nosotros no existíamos aún? ¿Cómo fue su infancia? ¿Qué amores tuvieron antes de conocerse? ¿Cómo fue en realidad su relación de pareja? En realidad solamente sabemos aquello que ellos nos han querido contar quedando entre niebla muchas cosas.

La muerte de Elena en el avión que le traslada a Nueva York, le plantea a su hija María una serie de preguntas de por qué hacía ese viaje al encontrar entre sus pertenencias una postal fechada el día de los enamorados de hace unos años y que ella llevaba consigo. Ese el motivo para que empiece a investigar en el pasado de su madre. Está claro que no conocemos a las personas que tenemos a nuestro lado de una forma total y absoluta, ni siquiera a nuestros propios padres que no nos cuentan todos los detalles que han sucedido en sus vidas.

Bajo los tilos esta narrado en primera persona lo que hace de ella una novela con un tinte emocional, llena de sentimientos con todos sus personajes volcados en ellos. Al principio estos personajes están poco definidos, intuyéndose solamente como son, aunque según avanza el relato irán poniendo sus cartas sobre la mesa para que podamos descubrir su verdadera personalidad.

María tiene veintiocho años. Vive en Valladolid y trabaja en un bufete de abogados del que espera pronto llegar a ser socia. Está casada con Gonzalo del que está profundamente enamorada. Y está embarazada de una niña a la que va a poner el nombre de su abuela. Ese embarazo está siempre muy presente en la novela y le sirve a María para ponerse en el papel de madre para poder comprender a la suya, teniendo otro punto de vista diferente al de hija. El nacimiento de la pequeña dará la solución al misterio y va a servir de reconciliación con su padre y de éste con su hermano mayor.

Bajo los tilos está protagonizada por personajes normales que, gracias a la prosa cuidada y conmovedora de María José Moreno, conectan perfectamente con el lector que avanza de forma fácil por su lectura por su cercanía. Son personajes reales y llenos de contradicciones que van del amor más grande al odio más intenso entre ellos, haciéndonos disfrutar y sufrir.

Es el primer libro que leo de María José Moreno y tengo que confesar que no será el último. He tenido la sensación de querer leer más, de profundizar más en la historia. Ese es el único pequeño pero que le puedo poner al libro pues pienso que es demasiado corto y que podría haberse profundizado más y descrito algunas historias paralelas a la principal. Pero como digo es un pero ínfimo porque el relato me ha gustado mucho y ha tenido como consecuencia el volver a hacerme preguntas por el pasado de mis padres que no conocí en su momento y ahora ya no puedo preguntarles. Y además, ¿quién soy yo para decir a un autor cuan larga tiene que ser la historia que él ha querido escribir?

Como las hojas que caen del tilo que al caer al suelo y descomponerse proporcionan a la tierra un humus de alto contenido mineral y nutrientes necesarios y muy útiles para ella, esta novela nutrirá de emociones y sentimientos a todo aquel que lea sus páginas y le abrirá la curiosidad por saber y averiguar qué es lo que pasó en la vida de nuestros seres más queridos y por qué no nos lo quisieron contar.




©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

martes, 16 de septiembre de 2014

La sangre de los crucificados y Muerte dulce




Buenas noches, buenas tardes o buenos días, que no sé cuando están leyendo esto, tengan vuestras mercedes:

Quiero presentarme. Mi nombre es Fernando de Zúñiga y Ayala y nací el día 10 de agosto, San Lorenzo, del año del Señor de 1634 en Madrid. Fui hijo ilegítimo de Don Francisco de Zúñiga, VII Conde de Miranda, y de Inés Ayala, partera de la corte de Felipe IV.

Mi padre tuvo a bien el reconocerme en su lecho de muerte y estuve a punto de estudiar leyes en la ciudad de Sevilla, pero la peste que asoló sus calles en 1649, cuando contaba quince años, y que fue la causante del fallecimiento de más de sesenta mil almas, reduciendo su población a la mitad, me hizo cambiar de planes y me trasladé a Salamanca, ciudad donde terminé instalándome, para estudiar medicina.

En la ciudad bañada por el Tormes conocí a mi mejor amigo, Don Pedro Urtiaga, que me presentó a Don Pablo Alonso el cual me transmitió conocimientos de toda índole desde el empleo de plantas medicinales al estudio de la magia, las artes de nigromantes, adivinos, arúspices, brujos, genetliacos... que fueron aprovechados por mi persona con gran satisfacción en veladas nocturnas pasadas con él, hasta que mi mentor fue asesinado en la Nochebuena de 1668.

Pero también Pedro Urtiaga me ayudó a enamorar a la mujer de mi vida, Pilar Maldonado, a la cual envió a rondar una noche una tuna a la Plaza de San Martín de Salamanca, donde ella vivía y que yo con mi cortedad nunca me habría atrevido a hacer.

Pilar y yo nos casamos en 1659, llenando mi corazón de felicidad. La amé tanto. La sigo amando tanto en mi soledad. Pilar era la belleza encarnada en mujer. Su pelo rubio y sus ojos verdes encendían mi pasión. Me dio dos hijas maravillosas, Cristina y Leonor. Pero tanta felicidad se truncó precisamente ese fatídico día del 13 de junio de 1662 en el que Pilar falleció al alumbrar a mi segunda hija que es el vivo retrato de su madre en su belleza y a mi en mis dudas y luchas interiores que no me abandonan desde entonces y que han condicionado mi carácter y han aumentado mi interés por las ciencias ocultas, estando en boca de la gente el que he hecho un pacto con Satanás por mi gusto por la medicina mágica.

Antes de tan luctuoso suceso que tan triste y taciturna ha convertido mi vida, y gracias al trabajo de partera real de mi madre Inés Ayala, asistí al nacimiento de nuestro Rey Carlos II, el 6 de noviembre de 1661, y mis servicios y sinceridad hacia su delicada salud, fueron del agrado  de la reina madre, Doña Mariana de Austria, que me ofreció que vigilara al enfermo niño y me concedió el Vizcondado de Castañar en 1669, su amistad y, sospecho, algo más que oculta su corazón sobre mi persona.

Al ser nombrado vizconde de Castañar, empecé a prestar esporádicos servicios para el Inquisidor General, Don Diego Sarmiento de Valladares, aunque en 1680 viajo a Madrid y presencio el auto de fe que se celebra en su Plaza Mayor, y los horrores que ven mis ojos afectan grandemente a mi conciencia y dejo de trabajar para el Santo Oficio y vuelvo a ejercer mi profesión de médico en Salamanca.

Debido al trabajo de mi madre en la Corte, Pilar, mi adorada Pilar, y yo viajábamos con frecuencia a Madrid. Una tarde , después de visitar la Pieza Ochavada y el Salón de los Espejos del Alcazar Real, fuimos paseando hacia la Galería del Cierzo para conocer a Don Diego de Velázquez, el pintor de Su Majestad, que trabajaba intensamente en esos cuadros que le dieron, con el paso de los años, la oportunidad de ocupar un sitio preferente entre los inmortales que habitan en el Parnaso de las artes. Como cualquiera que hubiese conocido a Pilar, Don Diego se quedó prendado de sus ojos verdes. Y nos pintó a los dos. Mi retrato, aunque haya discrepancias sobre el hombre que allí aparece y se insinúe sobre que puede ser un autorretrato del genial maestro, es el que podéis ver a continuación.


El de Pilar. o bien está perdido o, con seguridad,  fue destruido  por el fuego en el pavoroso incendio que en la Nochebuena de 1734 se declaró en el viejo Palacio de los Austrias, dejándolo reducido a escombros, y donde desaparecieron tantas obras de arte pasto de las llamas. Pero sí he decir a vuestras mercedes que tenía un gran parecido a éste que Don Diego pintó unos años antes que el mío, el cual fue fechado en 1659, unos meses después de nuestras bodas.


Recuerdo perfectamente esa tarde que conocí a Don Diego de Velázquez. El estaba feliz y de gran humor pues el Papa Alejandro VII acababa de concederle la dispensa de nobleza y el Rey le había prometido el título de hidalguía por lo que en fechas venideras sería ordenado Caballero de la Orden de Santiago y podría lucir con orgullo en sus ropajes la grandiosa cruz roja. Yo también era feliz entonces, aunque por otros motivos bien diferentes. Luego vendrían la muerte de Pilar, las golillas y ropajes negros, las lentes de mis anteojos, las canas de mis cabellos y mis doloridas rodillas.

A la muerte de mi adorada Pilar, me entregué en alma y cuerpo a mis hijas, Cristina y Leonor, hasta que veinte años después ingresaron en el convento de Santa Clara de Salamanca como monjas clarisas. Yo he quedado con la sola compañía de mi ama de llaves, Isabel, que me cuida en exceso y a menudo me cocina una fabulosa olla podrida, plato del que disfruto en demasía. Es verdad de que desde la luctuosa marcha de mi esposa no he podido volver a enamorarme de mujer alguna pues ella ocupa cada minuto de mis pensamientos, aunque me parece observar en los cuidados que me profesa mi leal Isabel algo más que esa lealtad.

Y en llegando a estas líneas, si habéis conseguido llegar hasta aquí, se estarán preguntando vuestras mercedes el motivo a que viene tan larga presentación en las que les estoy contando mis cuitas.

El culpable de todo ello es un caballero de raíces castellanas, nacido en tierras vascas y que habita en esa Sevilla de luz y color, que fruto de su grandiosa imaginación y mejor pluma, tuvo a bien narrar mis aventuras sucedidas en 1682 y 1683, trescientos veintitantos años después de acaecidos y cuyo nombre es Don Félix González Modroño. Él narra a mi más completa satisfacción, pareja a la de los coetáneos lectores suyos que las han disfrutado, esos oscuros años del siglo XVII que el buen Dios me hizo vivir en esa España, otrora imperial, que se desangraba y que caminaba hacia el final de una era.

En la primera, de título La sangre de los crucificados, recibo una llamada del Obispo de Zamora, Monseñor de Balmaseda, que, debido a mi afición a investigar sucesos extraños que mis conocimientos médicos, unidos a mi sentido común aderezado con intuición me permiten desvelar (déjenme vuestras mercedes que alimente mi humilde vanidad pero estos acontecimientos me han creado justa fama y soy reconocido como el mejor sabueso de la época en que me ha tocado vivir), me encarga averiguar la procedencia de unas tallas de Cristos crucificados hallados en extrañas circunstancias, y que parecen estar relacionados con trágicos asesinatos de personas que son los vivos retratos de los rostros moribundos de esos Cristos. Con la inestimable ayuda de Pelayo, al que quiero como a un hijo pues sospecho que ha caído rendidamente enamorado de mi hija Leonor nada más conocerla, recorreremos un periplo que nos llevará por mi Salamanca universitaria, la Zamora repleta de templos románicos, la insalubre Corte madrileña y esa Sevilla antes opulenta y ahora agonizante por la pujanza de su vecina Cádiz, para poder descubrir una trama de terribles asesinatos en la que nos mezclamos con reyes, religiosos y artistas barrocos para descubrir la leyenda del Santísimo Cristo de la Expiración, más conocido por el nombre de El Cachorro, que procesiona desde esos últimos años de la dinastía de los Austrias todas las madrugadas del Jueves Santo por las calles de Triana y de la ciudad hispalense.

Un años después, en mi aventura titulada Muerte dulce, recibo una notificación escrita desde la localidad de Balmaseda en Vizcaya donde se me comunica que mi gran amigo Pedro Urtiaga, pendenciero, jugador de naipes y amante del buen vino, ha sido envenenado y ha muerto, no sin antes suplicarme que le vengue. Y de nuevo Pelayo y yo nos ponemos en los caminos  de las tierras vascas y de las castellanas de Valladolid para descubrir que la muerte de mi antiguo compañero de correrías universitarias no solo tiene que ver por esa pasión al vino, sino también por una partida de naipes de un juego recién nacido y al que le llaman mus, al cual se aficionó al igual que se va a aficionar Pelayo (de casta le viene al galgo) y del que, me van a permitir la licencia vuestras mercedes, también es un maestro mi biógrafo oficial Don Félix González Modroño, lo que no es mucho decir pues de todos es sabido que no existe en la tierra jugador de mus que no se crea el mejor en las lides de este apasionante juego de cartas. Nos veremos ante leyendas ancestrales, mujeres y hombres atrapados por el amor y falsas apariencias sin tregua, hasta que pueda descubrir con la inestimable ayuda de Don Félix Lezcano, bodeguero de las tierras vallisoletanas, los acontecimientos acaecidos, con mi característica intuición y sentido común, que algunos llaman suerte, que hacen que mis dudas, necesarias para poder conocer me permitan existir desde la pérdida de mi querida Pilar Maldonado.

Tengo que ir acabando ya. Pero no puedo hacerlo no sin antes agradecer a Félix G. Modroño el que se haya tomado, cuatro siglos después, la molestia de haber investigado mi vida con el rigor que le caracteriza, ya que de todos es conocido que tarda dos años en publicar un libro, empleando dos terceras partes de ese tiempo en documentarse y la tercera en plasmarlo en el papel con esa prosa elegante, cuidada y envolvente que tanto gusta a sus lectores por su perfección y hermosura, y que hacen que los libros, yo que soy médico lo afirmo, sean la medicina del alma.

Y termino ya, haciendo una petición y pidiendo una disculpa a Don Félix G. Modroño. Le pido que tenga a bien que, después de haber escrito la maravillosa novela de La ciudad de los ojos grises y la esperada y de inmediata publicación El secreto del Arenal, retome mis andanzas con su prodigiosa imaginación para cerrar tantas incógnitas que deja abiertas en las vidas de mis más queridos seres. Con humildad le ruego que tenga a bien disculparme por haber empleado en esta extensa misiva de presentación a vuestras mercedes palabras y frases que he tomado prestadas de sus novelas y apuntes que, como gran aficionado a la labor de investigación y a la escritura como lo es él también, me he permitido utilizar en ella. ¿Qué mejor manera para escribir que aprovechar de las enseñanzas de los maestros? Estoy convencido que sabrá perdonarme.

Sean intuitivos y tengan sentido común. Lean La sangre de los crucificados y Muerte dulce ya que han tenido la gran suerte de vivir en la misma época de Don Félix G. Modroño, y si alguna vez se encuentran con él por los caminos y tienen la ocasión de poder charlar con él acompañados por un buen vino castellano, disfruten de su maravillosa e imaginativa conversación que sabe plasmar de forma maestra en sus obras.

¡Qué Dios guarde a vuestras mercedes!

©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

lunes, 15 de septiembre de 2014

Crímenes exquisitos




En el escenario de la novela negra o policíaca española, aparece una nueva pareja, Valentina Negro y Javier Sanjuán, protagonistas de Crímenes exquisitos de Vicente Garrido y Nieves Abarca.


Para empezar, tengo que confesar que tenía pendiente este libro desde hacía bastante tiempo, pero siempre me echaba atrás ante su grosor de ochocientas páginas de letra pequeña y apretada. Craso error el mío.
Otro aspecto que lo fuera atrasando en comenzar su lectura era el estar escrito por dos personas. Segundo craso error el mío.

El caso es que este verano por fin me decidí. Y fue abrir el libro y empezar a leer su prólogo para tener la sensación esa tan agradable de que no puedes dejar de leer y de que te has enganchado a la historia totalmente, gracias al ritmo tan ágil que utilizan los autores.

Dos jóvenes aparecen muertas en dos ciudades diferentes: Lidia Naveira en La Coruña y Patricia Janz en Londres, Los escenarios donde aparecen sus cuerpos recuerdan pasajes artísticos. El cuadro de Ofelia de Millais en la ciudad gallega, y la muerte de Lucy en Drácula de Bram Stoker en la capital inglesa. Y ahí da comienzo la vorágine que te deja sin aliento y que te hace devorar las páginas sin descanso, descubriendo un mundo oscuro de maldad, sexo, sadomasoquismo y corrupción, absolutamente original en el mundo literario español que te deja el cuerpo en un total desasosiego.



En Crímenes exquisitos vamos a conocer, como ya he dicho, a la inspectora de la Policía Nacional de La Coruña Valentina Negro y al criminólogo valenciano Javier Sanjuán. Ella es joven, atractiva y muy trabajadora, aunque en su vida personal los demonios la acechan. Él es famoso y muy conocido. Ambos forman una pareja explosiva capaz de desentrañar los misterios y enigmas que corren por las páginas por las que desfilan asesinos en serie, redes de trata de blancas y prostitución, expolios fruto de la corrupción, sexo en batería, drogas, organizaciones secretas, periodistas sin escrúpulos, buenos hasta cierto punto, malos malísimos... que se suceden sin descanso en los ochenta y dos capítulos, prólogo y epílogo de la novela, dentro de una espiral enloquecida que no da tregua al lector que va descubriendo asombrado los continuos giros y sorpresas que le va deparando la historia. la cual se va deslizando de forma macabra y absolutamente genial hacia un final espeluznante.


He tenido mucha curiosidad por saber qué parte de la novela está escrita por Nieves Abarca y cuál por Vicente Garrido y me ha sido imposible. Doble mérito, ya que la línea argumental es totalmente homogénea, no pareciendo estar escrita por dos personas, máxime cuando trabajan separadas por tantos kilómetros de distancia la una de el otro.

Libro absolutamente recomendable que no dejará a nadie indiferente. Me relamo de gusto ante la segunda aventura de Valentina Negro y Javier Sanjuán, Martyrium, que ya se haya en mi poder, y esperando la publicación de la siguiente, El hombre de la máscara de espejos, que nos tienen prometido para dentro de muy poco.

Querido lector, no cometas el error que yo cometí. No te de miedo el grosor del volumen. Corre a leer Crímenes exquisitos y disfruta. Ahora pienso que por qué no tenía muchas más páginas.



©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega