miércoles, 15 de julio de 2015

La tristeza del samurái



Para Mamen Romero Muñoz que tuvo el gran acierto de recomendarme esta novela, tan especial e importante para ella, y la extraordinaria consideración y amabilidad de convertirse en mi amiga cuando el destino quiso que nuestros pasos se cruzaran.

Voces, emociones, palabras, silencios, abandono, miserias, venganza, fantasmas que nos visitan desde el pasado y tristeza, mucha tristeza, en la novela de Víctor del Árbol, La tristeza del samurái. Pero sobre todo, odio y mentiras durante cuarenta años que sufren tres generaciones de tres familias cuyo destino está cosido entre sus miembros con hilos resistentes, cuajados de ajuste revanchista en un rencor y rabia que crece y crece sin medida, aunque lleno de esperas y paciencia  para que pueda convertirse en algo útil.

Muerte, dolor, sufrimiento, locura asesina.

Una bella mujer que está casada con un jefe falangista repugnante del sur de Badajoz en los primeros años de la posguerra al que odia y una joven abogada barcelonesa a la que una supuesta casualidad lleva a condenar a un policía cuarenta años después sin percatarse del daño que produce. Un amante traidor y cobarde abrumado por sus remordimientos y una adolescente que lleva secuestrada y vejada cinco años. Un niño que sueña con ser un samurái y un psicópata que asesina con una catana a mujeres. Un profesor enamorado y un soldado que es obligado a testificar en falso contra otro hombre. Un muchacho que es forzado a alistarse en la División Azul y a pasar diez años de infierno en un gulag siberiano en el que estaba prohibida la risa y la misma estepa helada eran los muros de su cárcel y un asesino fascista que prospera como diputado en la transición a la democracia aunque quiere más y más poder.

Ambición, avaricia, envidia, sed de poder, revancha, tortura, secuestro, culpa, odio, rencor.

Muchas palabras, muchas voces, infinitas emociones, demasiados silencios, odios atroces.

Argumento tejido con una belleza y maestría inigualables, con palabras duras y secas que te golpean como un disparo desgarrador en lo más profundo del alma en una especie de laberinto donde aparecen y desaparecen los personajes, en saltos en el tiempo, para ir, de forma apasionante, dando las claves de la historia que se narra. Vidas que no parecen ni importan nada. Muertes que ni siquiera cambian el paisaje que continúa inalterable. Dolor que no desaparece en el transcurso de los años. Apremiante necesidad de continuar viviendo, de trabajar, de recobrar una rutina que te consuela. Gentes que huyen del cariño y se refugian en el abandono. Remordimiento que no te permite abandonar tu casa por tus actos canallas. Miserias que te llevan recorriendo círculos concéntricos que se atraviesan para llegar al corazón mismo de la miseria. Destino que te hace comprender que no todo lo humano es blanco o negro sino que está poblado de grises, aunque nos equivoquemos en nuestras apreciaciones continuamente. Padres odiados por sus hijos. Hijos odiados por sus padres. Farsa y tragedia.

Miseria moral y material, frío, olor a carne quemada, violaciones, violencia machista, crímenes, muerte, miedo, hambre, odio que se llena de paciencia para consumar su venganza. Destinos inexorables que se cruzan entre las personas y que se anudan entre ellas hasta confundirse.

La tristeza del samurái nos viene a decir que las casualidades no existen, pues son simplemente una apariencia engañosa en la que se atrincheran los que no quieren saber más. Y hay que saber. Y hay que tener memoria porque el pasado permanece inmutable, devolviéndonos siempre la visita ya que la culpa es un sentimiento que se transmite de padres a hijos para anclarse para siempre en los recuerdos y en la memoria, teniendo que asumir que aunque nos movamos por inclinaciones y predilecciones más o menos personales, siempre nuestras acciones tienen consecuencias y que hay que pagar un precio por ellas. Deseamos desde el principio ser mejores de lo que somos aunque nos convertimos en lo que podemos y no en lo que queremos.

No se puede vivir sin saber. Hay que recuperar la memoria ya que sin memoria el tiempo no existe. Hay que luchar para sobrevivir y alcanzar cierto grado de dignidad. Esto es lo que de verdad importa y no vivir atemorizados detrás de verjas y ventanas tapiadas, esperando la visita de alguien que, tarde o temprano, vendrá a ajustar cuentas.

La tristeza del samurái seguramente ha sido calificada como una novela dura. Yo no lo entiendo así. Es una novela intimista donde se demuestra que la dureza de la vida, cuando acabas compruebas que es una simple anécdota y que prevalece una especie de ternura y de dolor vital por encima de lo vivido. Una ternura que nos redime de nuestros actos. Un amor y un ansia de luchar y de no rendirse nunca. Soportar, sufrir, subsistir y perdurar como sinónimo de triunfo en la lucha y de saber que, mientras peleas, no está todo perdido ya que siempre tendrás la ocasión de poder salvarte.

Palabras, muchas palabras extraordinarias; emociones, muchos sentimientos que subyugan; voces que como gritos desesperados rompen el silencio de la desmemoria para anunciarnos que el no saber y el no rememorar nos condena al retorno, y hay sucesos que no deberían volver nunca.

No me extraña que La tristeza del samurái deje profunda huella en las personas sensibles. No me extraña que Víctor del Árbol en tan pocos años se haya convertido en un autor imprescindible en el mundo literario.


©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

miércoles, 17 de junio de 2015

Los girasoles ciegos




Miedo, vencido, derrota, silencio, tristeza. Cinco disparos ensordecedores que impactan violentamente en el centro de nuestro pecho desgarrando con dolor lacerante nuestro corazón es la sensación que se tiene al leer Los girasoles ciegos de Alberto Méndez.

Miedo atroz de los vencidos en una derrota cruenta que no va a dar paso a una paz, sino a una victoria que les sumirá en el silencio y la tristeza. Derrotas individuales, derrotas anónimas. Derrota, persecución y represión crueles hacia unos vencidos por unos vencedores que no querían ganar una guerra, sino matar y aniquilar a sus enemigos. Perturbación angustiosas del ánimo por un riesgo real y para nada imaginario que sufren los vencidos en su derrota, absteniéndose de hablar en una falta absoluta de ruido y palabras en un apesadumbramiento afligido, angustioso, amargo, depresivo, desconsolado, melancólico, atormentado y doloroso de unos personajes  que perdieron oficialmente, pero que ganaron por el solo hecho de resistir y de luchar por sus ideas y por su libertad en vez de bajar los brazos, rebelándose y resintiendo por orgullo, por honor o por sus ancestros de los que descendían.

Los girasoles ciegos es un pequeño libro excelso de ciento cincuenta y cinco páginas compuesto por cuatro relatos independientes pero interconectados entre sí y con el título de cuatro derrotas que nos llevan desde pocas horas antes de que se produzca la victoria del ejército sedicioso y fascista contra la República española el 1 de abril de 1939, y 1940, 1941 y 1942 en la durísima posguerra que se abatió en la población vencida y derrotada. Los girasoles ciegos nos ofrece una lectura fascinante que viene a manifestar que es necesario conocer nuestra historia para entender el presente y proyectar el futuro. Es un libro sobre la memoria colectiva que ayuda a superar la tragedia de una España de represión, marchas militares y ruidos de sables que exige que asumamos, no pasemos página o echemos en el olvido.

Los personajes de Los girasoles ciegos son seres vencidos. Seres que se encuentran en un camino, sin vuelta atrás posible, recorriendo una senda de entrega y resistencia sin ser conscientes del momento en el que se abrirá la puerta de la tragedia.

Alberto Méndez demuestra con su escritura el enorme poder de la palabra que nos hace conocer el horrible sufrimiento de estos seres anónimos en sus particulares historias de derrota que es la derrota de la humanidad. Sus personajes son víctimas de la barbarie y la sinrazón que anegó de sangre los surcos de los campos españoles al grito bastardo y espeluznante de ¡Muera la inteligencia traidora, viva la muerte!

Personajes inolvidables e irrepetibles como Carlos Alegría que se alistó en el bando nacional porque así pensaba que defendía todo lo que era suyo y que, en un acto de dignidad personal para no sentirse cómplice de una matanza, aunque él no ha disparado un solo tiro, se rinde, ni deserta ni traiciona, porque un enemigo rendido sigue siendo un enemigo, al bando republicano cuando a éste le quedaban horas para perder la guerra, acto que nos será comprendido ni por unos ni por otros y le costará dos muertes.

O Eulalio Ceballos Suárez, el poeta, que con dieciséis años se pasa a la zona republicana en Madrid desde su pueblo cántabro de Caviedes, y allí se hace amigo de Miguel Hernández. Tampoco entiende la saña con que se aplican contra los vencidos los vencedores: “yo no hubiera dejado que mis enemigos huyeran desvalidos, que yo no hubiera condenado a nadie por ser sólo un poeta”. Pero el tiene que huir con su mujer embarazada de muchos meses y que muere en el parto en una braña de los montes de Somiedo, dejándole solo con el niño recién nacido pasando un cruel invierno a la intemperie donde quiere dejar todo escrito a quien encuentre sus cadáveres que él también es culpable, a no ser que sea otra víctima. Un escrito realizado por alguien que con dieciocho años no tiene edad para tanto sufrimiento.

O Juan Senra Sama, masón, organizador del presidio popular, comunista, soltero y criminal de guerra, nacido en Miraflores de la Sierra (Madrid), en 1906, profesor de chelo y estudiante de medicina, de ahí su adjudicación al cuerpo de enfermeros, preso en la cárcel de Porlier donde se gestionaban asuntos a cambio de cosas miserables como un anillo de boda, un chisquero, una funda dental de oro, o cualquier cosa que valiera algo más que un ser humano, cuando declaró ante el tribunal que conoció a Miguel Eymar, hijo del coronel que le juzga en un tribunal que no es de justicia, sino de odio y de muerte ya que no entiende la guerra como una desgracia, sino como la ocasión de aniquilar sin miramiento alguno al enemigo,  “salvó momentáneamente su vida”. Y poco tardó en darse cuenta de que podría alargar el tiempo de supervivencia en la misma medida en que daba rienda suelta a las mentiras, a esa vida heroica de Miguel Eymar que se va inventando para consolar al coronel y, sobre todo, a su mujer, madre destrozada, prematuramente avejentada por el sufrimiento de la pérdida de su hijo. Él ya se sabe un cadáver más entre los vivos y quiere saldar todas sus cuentas: con su amigo, Eugenio Paz, que se pasó al bando republicano por despecho contra su tío, que maltrataba a su madre, y que se tomó la guerra como un juego de tiros ya que apenas tenía dieciséis años, a quien no puede darle el último abrazo; con su hermano, de quien se despide emotivamente, y con los vencedores a quienes les arroja en su propia cara la cobardía y lo miserable que fue su hijo.

O el hermano Salvador que expresa la ceguera de unos vencedores condenados a no ver su propia derrota y que es la gran ironía, clave del libro, y lección moral que es la victoria de unos vencidos que mueren por sus ideales, y la derrota de unos vencedores que los tienen que matar para acallarlos. Salvador comete un pecado que no tiene perdón, lo reconoce, porque ni piensa arrepentirse de lo que ha hecho pues se cree el dueño de los demás y puede violentar sus derechos.

O Lorenzo Mazo que ha perdido su infancia por la guerra y no puede ser feliz, aunque quiera comportarse como se comportaría un niño de su edad. Pero no puede hablar de su padre, no puede destacar en el colegio, no debe caer en la indiscreción que pueda poner en peligro a su familia. Es un niño viejo al que la guerra le ha robado su inocencia, la espontaneidad, la naturalidad de ese niño que quiere ser. Un niño que mira un espejo tras el que su padre se esconde tras la otra parte sin entender nada pero sin decir nada. Su narración cuando ya es adulto rezuma la tristeza del sufrimiento de todos los días y, sobre todo, la tristeza por aquella infancia que le robaron.

O Ricardo Mazo que es profesor de lengua y literatura, comunista activo e intelectual de vida desahogada que la guerra aniquila. Sufre un progresivo deterioro personal, familiar y profesional que acabará trágicamente. El paso del tiempo va desgastando a este hombre bueno que se tiene que esconder en un armario como un topo, con todos sus miedos, porque se da cuenta que no hay salida para los vencidos. Un tiempo donde copular con su mujer hay que hacerlo en el suelo para eludir los chirridos de la cama de latón, sin un jadeo, sin un grito, sin un te quiero, para guardar el silencio de la vida. Una persona digna que aún cree en la bondad del ser humano por lo que no puede caber en su cabeza que se pueda matar a un semejante por no tener las mismas ideas a las tuyas y que cuando se da cuenta que si es posible ya ha perdido la guerra y la libertad que recuperará en la escena final.

O, finalmente, Elena, la madre, que tiene una gran fortaleza de ánimo y una gran valentía. Mujer enorme que se agiganta en las dificultades y en la desgracia y que debe proteger a su familia sin renunciar a unos valores, a unas ideas por las que ha luchado, pero sabe que debe guardarse del hermano Salvador, en un difícil equilibrio de no menospreciarle, aunque le repugne, para no levantar sospechas. Es el único personaje adulto que sobrevive a los oscuros años de la posguerra porque de su supervivencia depende la vida de su hijo y, con ella, los ideales por los que demás murieron. Elena y Lorenzo son los únicos personajes que se elevan por encima de las páginas de Los girasoles ciegos para mostrarnos el camino de la victoria sobre la derrota, de la verdad sobre la realidad, del ser humano sobre el terrible y despiadado enemigo.

Alberto Méndez con Los girasoles ciegos escribió un libro que destila sensibilidad y respeto por ambos bandos, por las circunstancias de cada cual que les obligaron a hacer lo que hicieron abogando por la libertad y por hacer un canto a la memoria de todos aquellos que cayeron y que murieron por lo que creían y por amor a los suyos.

Miedo, vencido, derrota, silencio, tristeza... Esperanza.

©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

martes, 2 de junio de 2015

El mal camino



Tú que estás ahora mismo leyendo estas líneas, teme a la noche, teme al día, estate siempre alerta para no empezar a andar por el mal camino.
Es el final de una noche, estás tomando unas copas en un bar con un amigo, te despides de él, te montas en el coche, empieza a llover, el parabrisas está sucio, la carretera es muy oscura, vas fumando y se te cae la brasa del cigarrillo, la intentas apagar, te distraes, levantas la vista, ves a un tío en medio de la carretera con los brazos levantados delante del coche pidiendo que pares. Bam. Acabas de empezar a adentrarte en El mal camino.

En una carretera rural del sur de Francia, un hombre surge de la oscuridad y desencadena una serie de extraños acontecimientos, convirtiendo en una pesadilla las vidas del escritor Bert Amandale y de su amigo Chucks Basil, una estrella del rock en horas bajas.

Este es el sucinto resumen de El mal camino, la nueva novela de Mikel Santiago, un joven escritor que el año pasado sorprendio con su primera novela larga, La última noche en Tremore Beach.

Bert Amandale es un escritor famoso que se traslada desde Londres a vivir a La Provenza francesa con su mujer, Miriam, y su hija adolescente, Britney, huyendo de un sinfín de problemas. Las cosas parecen ir por el buen camino hasta que Chucks Basil, amigo íntimo de Bert y problemática estrella del rock se muda al pueblo de al lado. Una noche Chucks atropella a un hombre en la carretera y se da a la fuga. Pero, al volver, el cadáver ha desaparecido y nadie parece haber escuchado ni visto nada, hasta que una serie de extraños acontecimientos empieza a rodear a ambos.

Bert escribe novelas truculentas llenas de personajes con muy mal carácter que asaltan casas y matan a sus habitantes. Chucks es un famoso músico aunque lleva años sin hacer nada y su último disco no termina de prepararse. Miriam se siente feliz en su nueva casa aunque su relación con Bert está naufragando a pasos agigantados. Britney ha tenido problemas serios en su pasado reciente y es una adolescente rebelde e insatisfecha aunque parece que su vida se vuelve mejor al conocer a un chico. Nada parece estar claro en esta parte del mundo. Nada resulta ser lo que parece. ¿Qué está ocurriendo?

Mikel Santiago confiesa escribir lecturas veraniegas, pero lo hace de una manera deslumbrante y centelleante. El mal camino está cargado de suspense, unos personajes muy cercanos y un ritmo frenético en su lectura. La novela está dividida en tres partes muy diferenciadas que me han recordado a la estructura de una obra teatral. Empieza con la presentación donde conocemos a los personajes y la situación que originará el conflicto para concentrar la atención del lector, adueñarse de su interés, adentrarle en él e indicarle, más o menos porque es bastante impredecible, como debe tomar la historia. La segunda parte es el nudo y desarrollo de la trama, donde se desenvuelve el argumento antes expuesto, para lanzarnos a un desenlace en las últimas cien páginas absolutamente potente y magnífico en el que se resuelve todo. Y todo lleno de factores de sorpresa, apartes, suspenses, retrovisiones, sueños, peripecias y situaciones, con unos personajes muy bien construidos que acompañan a Bert en su supuesta paranoia pero con esa voluntad firme y con su comportamiento que le hace defender esa voluntad férrea que parece que no le va a doblegar nunca.

No puedo decir nada más. Hay que leer El mal camino y pasear por Bert por esos campos idílicos de la campiña de La Provenza cuajados de cánulas y lavandas donde no todo parece ser tan paradisíaco ni nada es lo que parece ser. Ocurra lo que ocurra, en algún momento de la noche, el sol volverá a salir por el horizonte y, de alguna forma, la vida seguirá. Por el mal camino, pero seguirá. Mikel Santiago nos lo deja muy claro en esta novela veraniega y de puro divertimento en la que está muy claro que este tipo de literatura para nada está reñido con la buena literatura.

©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

lunes, 1 de junio de 2015

El corazón del caimán




Abrir las páginas de El corazón del caimán de Pilar Ruiz es sumergirte en un mundo fantástico lleno de la historia de España del siglo XIX.

Corre el año de 1897 y Ada recibe la noticia de la desaparición en combate de su marido, Víctor, un militar español. Sin embargo, ella está convencida de que sigue vivo, y se dispone a buscarlo a través de una guerra y una isla en forma de caimán; la isla de Cuba, y la guerra, la de la Independencia para dejar de ser una colonia española.

Ada Silva es cubana, pero también es española. La contienda se libra a su alrededor mientras ella continúa empeñada en su propósito de encontrar a Víctor. Con la única compañía de Pompeya, una santera que habla con los Orishas para conocer el futuro, emprende un viaje por la isla que les mostrará a ambas la destrucción del mundo que conocieron una vez, arrasado por el huracán devastador de la guerra.

La aventura de Ada recorre su pasado y el de su familia a lo largo de un siglo XIX que está a punto de finalizar: el de los emigrantes españoles a América, como su tía abuela Elvira; el de su padre, el misterioso revolucionario Darío Silva; el de Víctor y el de otro hombre que siempre ha estado a su lado aunque ella ni siquiera lo supiera.

Esta es la mera sinopsis comercial de la novela, pero en El corazón del caimán la autora vierte muchísimas más cosas que lo que aquí se dice en un novelón que recuerda a los folletines de Benito Pérez Galdós o de José María Pereda.

El corazón del caimán es un tratado muy ameno de la historia de España en el convulso siglo XIX plagado de acontecimientos y guerras que se despidió con la pérdida de las últimas posesiones en América y que nos sumió en la más absoluta desesperanza, pero que fue acicate para el surgimiento de una de las más grandes generaciones de artistas como fue la del 98.

Pilar Ruiz se sirve de sus personajes para hacernos viajar por este siglo realizando un mosaico impresionante en continuos saltos en el tiempo, donde iremos pasando por Trafalgar, la Comuna de París, la Guerra de Cuba, los primeros campos de concentración de la historia, señores indianos feudales e inmensas fincas tropicales caribeñas, la esclavitud y los negreros, la Semana Trágica de Barcelona, la santería y el vudú, la montaña y el mar de Cantabria, la piratería y el raque en épocas de hambre, tormentas y huracanes, la remisión económica que solo podía pagar los ricos para que sus hijos no fueran a la guerra y que se convirtió en un pingüe negocio de corrupción, el Presidente del Gobierno Don Antonio Cánovas que dijo que España permanecería en Cuba hasta el último hombre y la última peseta, los anarquistas que le contestaban que hasta el último hombre que no tuviera los trescientos duros para poder redimirse, la Masonería, el inicio del cinematógrafo, la Generación del 98, la Restauración monárquica, o las Guerras Carlistas. Un mosaico emocionante, sensacional, imponente, sobrecogedor, extraordinario, alucinante y conmovedor de una España tan hostil y tan difícil.

Pilar Ruiz se sirve en ésta, que es su primera novela, de diferentes guiños y homenajes a esos autores del realismo español como son los dos ya citados, Galdós y Pereda, y Valle Inclán, Unamuno o Baroja, y de otros extranjeros como Melville, Balzac, Flaubert, Conrard o Hugo. Y como es guionista de cine, también se pueden apreciar llamadas a Francois Truffaut o Visconti en una amalgama de metaliteratura muy cinematográfica.

La verdad es que El corazón del caimán no parece ser una primera obra. Pilar Ruiz emplea una prosa elegante y muy fluida, con un vocabulario rico y poético que convierte a la lectura en muy amena y enriquecedora, no cayendo nunca en un exceso descriptivo dentro de una ambientación exquisita muy realista. España y Cuba se convierte así en dos personajes más y no como simples decorados donde se desarrolla la acción.

Pilar Ruiz se nos descubre en El corazón del caimán como una gran narradora de historias, sirviéndose de el viaje de sus dos principales protagonistas para vivir la apasionante historia que no hace tanto tiempo que sucedió y que cambió para siempre la forma de ser y de pensar de dos países.

El corazón del caimán no es una simple novela romántica, aunque esté cuajada de amor. El corazón del caimán nos hace participar como espectadores hipnotizados en los hechos que narra dentro de una novela original y diferente a la mayoría de las novelas que existen de este género histórico. El corazón del caimán tiene que ocupar un lugar en las estanterías de la biblioteca de todo amante de la buena literatura.



©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

miércoles, 20 de mayo de 2015

Los ángeles caídos de la eternidad



Acabo de terminar Los ángeles caídos de la eternidad de Dioni Arroyo Merino y me deja un regusto de fascinación alucinante y deslumbrante ante esta pequeña gran obra, por la extensión solamente, que no parece una primera obra.

¿Son Los ángeles caídos de la eternidad una novela gótica? ¿Negra? ¿Existencialista? ¿De amor? ¿De juventud? ¿Quizás negra? Seguramente tenga una parte de todas ellas. De lo que estoy totalmente es de que estamos ante un magnífico relato con un argumento diferente y con unos personajes que embriagan en unas páginas llenas de una pasión obstinada e ingobernable y de sexualidad latente en un escenario macabro y asfixiante de profundo terror mezclado con filosofía, espiritualidad, existencialismo y poesía.

Asur es un joven que medio malvive en el Valladolid de 1987 con el producto de unas becas concedidas para unos estudios que nunca termina de acabar. Un día acude a un tanatorio por la muerte de un familiar y se encuentra con Itziar, una antigua compañera de su etapa colegial a la que recuerda tímida y muy poco atractiva, que trabaja allí como maquilladora de cadáveres. El amor surge entre ambos y poco a poco, Asur irá descubriendo el misterioso acontecimiento del pasado que ha hundido la confianza de ella en las personas. Ambos deciden vengarse con un asesinato y saldar cuentas con un mundo incomprensible para ellos que les reta a autodestruirse porque si no acabará con los dos.

Itziar es una mujer oscura y complicada muy difícil de descifrar su forma de ser por la imprevisibilidad de sus actos. Parece un personaje sacado de las novelas de Dostoyévski y vive como todos ellos caminando al borde mismo del abismo y sin comprender en absoluto lo que le está sucediendo en su vida. Por ello es incapaz de tener una comunicación normal con el resto de las personas que le rodean. Tiene una personalidad turbulenta y muy poco definida debido a un pasado oscuro que le ensimisma y no le permite ser libre al autoinculparse continuamente de lo que le pasó y que le incapacita para pedir ayuda. Itziar es una mujer lanzada a la autodestrucción y la muerte, pero antes deberá pasar por la venganza sobre quien le arruinó su vida.

Asur es justamente la otra cara de la moneda de Itziar. Él es el que relata en primera persona los acontecimientos y es un hombre existencialista que parece sacado de las novelas de Sartre o Camus, con una personalidad semejante a los personajes de Kafka, con esa sensación de vacío y frustración que destilan todos los poros de su piel. Le asusta el mundo que le ha tocado vivir y no da importancia a la moral y a los valores humanos porque es incapaz de comprenderlos. Tiene una personalidad nihilista donde reina el egocentrismo la crueldad y la cualidad e importancia de la amistad.

Ambos, Itziar y Asur, se reencuentran y se produce una colisión de trenes en la que ambos resurgen fundidos para ser seducidos por la muerte, la noche y el amor bestial e irracional que clama venganza y sangre, avanzado hacia un desenlace excesivo pero que nos permite reconocer que el amor siempre viene a resolver muchos de nuestros mas recónditos e irracionales aspectos vitales.

Subyugante relato Los ángeles caídos de la eternidad que te deja la respiración entrecortada en esa ambientación de bruma oscura, tétrica y lúgubre donde Dioni Arroyo Merino se estrenó en el mundo de la novela y que da muestras de su buena literatura y buen hacer que ha continuado en obras posteriores con ese estilo suyo tan original y propio.

©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

sábado, 2 de mayo de 2015

Las flores no sangran


Para Mamen Romero Muñoz, fiel seguidora de mi blog, lectora incansable y, sobre todo, amiga. Tenemos tantas cosas en común que hasta leemos los mismos libros a la vez sin que lo sepamos.

Volveremos a Macondo prácticamente se estreno con una reseña de una novela de Alexis Ravelo, La última tumba. En ella decía que este autor era un grande del genero grande de nuestro país. Después vino la lectura de La estrategia del pequinés que confirmaba plenamente lo dicho. Y ahora he disfrutado de su nueva obra, Las flores no sangran, y ya tengo que decir que Alexis Ravelo es uno de los pilares de la novela negra de España y, seguramente, uno de los pilares más firmes.

Las flores no sangran es una novela bellísima. Una novela excelente que para los que se estrenen en este género ya no podrán soltarlo aunque seguramente cuando lean otras tendrán la sensación que les sabe a poco después de la lectura de ésta.

¿Qué es lo que tiene la novela negra para convertirse en fenómeno de masas? Para mi algo tan sencillo y, paradójicamente, complicado de ser catalizadora de la descripción de los horribles males de nuestro tiempo con un descomunal poder y una amarga competencia pues el mundo criminal atesora todas las normas vitales retratando la suciedad, deshonestidad e impudicia que nos envuelve a través de esos personajes marginales y fracasados que tan extraordinariamente dibuja Alexis Ravelo.

Una vez leí a Petros Márkaris, otro grande de la novela negra con su comisario Jaritos, que los autores europeos tenían que tener la valentía de escribir sobre estos tiempos tan penosos que nos ha tocado vivir para poder entender lo que pasa y así poder luchar ante tanta corrupción, y Alexis Ravelo tiene esa valentía y maestría para enseñarnos el lado más oscuro por el que se mueve la sociedad actual con una narración donde se siente el rencor, la inquina y el resentimiento con grandes dosis de humanidad y maldad revoltosa describiendo con su perfecto e impactante lenguaje de la calle que te golpea en el estómago y con unos diálogos geniales y ágiles  la vida que el conoce muy bien de su ciudad, Las Palmas, y de su isla, Gran Canaria, que en sus novelas no son ni tan idílicas ni tan afortunadas.

Unos ladronzuelos, carteristas y timadores de poca monta deciden embarcarse en un crimen idiota como es un secuestro exprés en una isla. Un crimen tan idiota como puede ser el atraco a una comisaría o a un banco de semen, Un crimen absolutamente absurdo, el más absurdo del mundo. Y eso es lo que deciden llevar a cabo Lola, el Marqués, el Flipao y el Salvaje en base a un plan infalible que además es muy sencillo de ejecutar, al menos sobre el papel.

Pero Gran Canaria es una isla y por tanto está rodeada de agua por todas partes menos por una, que se llama Isidro Padrón, un hampón disfrazado de empresario que a su vez despacha con un ruso que no tiene nombre, y si lo tiene nadie lo dice, por lo que pueda pasar. Desbaratar el plan de cuatro malhechores de pacotilla entra dentro de lo factible. Para él es cosa fácil, aunque también en teoría. Lo que todos ignoran es que en apenas veinticuatro horas ninguno de ellos será como es ahora porque habrá abierto las puertas del infierno.

Diego el Marqués, Lola, su novia, Paco el Salvaje y Felo el Flipao deciden, animados por Eusebio el Zurdo que es chofer de Isidro el Yunque de Tafira, secuestrar a la hija de éste, Diana Padrón, para pedir como rescate una gran cantidad de dinero proveniente de lo que recibe de la mafia rusa para que se lo blanquee junto con su socio Marcos el Martillo de Tejeda, y así poder salir de su vida insignificante a la que sobreviven cometiendo pequeños delitos  como atracar a turistas despistados llevándose su equipaje a las puertas de sus hoteles haciéndose pasar por botones, robando máquinas tragaperras o dando tirones a viejecitas. El plan parece factible y sencillo porque dan por hecho que el padre de la víctima por razones de peso no se pondrá en contacto con la policía por miedo a que en la investigación se descubra más de lo deseado. Pero...

Bajos instintos, necesidad, codicia y necedad mezclados en un cóctel asombroso y violento lleno de aspectos muy humanos con gotas de momentos hilarantes que te llevan en un bucle trepidante a un desenlace asombroso en una magnífica lectura donde se economizan los escrúpulos.

Protagonistas de medio pelo y bajos fondos que roban para vivir mezclados con personajes adinerados de clase alta y corrupto silencio, empresarios que sobornan y blanquean pues el poder y la corrupción suelen ir juntos en la sociedad en la que vivimos donde se relaciona el dinero con el éxito personal. Unos delinquen para sobrevivir porque no tiene nada mientras que los otros, que tienen cubiertas todas sus necesidades, lo hacen porque quieren más y más y cometen delitos por mera ambición y por un desenfrenado y frenético afán de lucro. Un problema que el sistema bajo el que nos organizamos promueve permitiendo y potenciando el anhelo depredador individual.

A los personajes de Alexis Ravelo se les coge siempre cariño por la simpleza con que piensan y por la torpeza con que se mueven ya que no tienen nada que perder pues nunca han tenido nada. Son unos canallas que desde el principio sabemos que su destino inmediato no puede ser otro que la cárcel o algo incluso peor en un fatalismo que se ha convertido en consigna de sus novelas con una demostración de que el autor sabe perfectamente de lo que habla.

Las flores no sangran es una palpable muestra de ello dentro de una trama surrealista llena de acción y humor corrosivo en una ciudad e isla no tan paradisiacas que nos pintan y que se transforman en un escenario arrabalero, decrépito y cruel en el que habita lo peor de cada casa.

Personajes reales, originales y sorprendentes. Historia de supervivientes en lucha con la vida en la que no todos pueden salir bien parados si es que sale alguno. Situaciones sórdidas, grises, ásperas, deprimentes, miserables y muy creíbles. Las flores no sangran es una novela negra, negrísima donde no hay policías.

Alexis Ravelo ha escrito una novela ambiciosa de impecable ejecución que es crónica de la oscura realidad social de podredumbre. Las flores no sangran es una absoluta pasada. Una excelente novela imprescindible para saborear la grandeza y el esplendor de la novela negra. Alexis Ravelo se supera a si mismo en Las flores no sangran con energía, fuerza y contundencia mezcladas con la suavidad del lenguaje canario. Las flores no sangran es pura novela negra. Una novela que entra por la puerta grande del género y que quedará en la sala de sus trofeos para que generaciones futuras la sigan leyendo porque es una novela que se alza al pedestal de las obras de arte. Pero no estoy diciendo algo nuevo que no se sepa. Alexis Ravelo hace años que lleva escribiendo obras maestras.

©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

sábado, 18 de abril de 2015

Ojos de agua


Llega a mis manos por casualidad, quizás como llegan todos los buenos libros, una excelente novela de un gran autor como son Ojos de agua y Domingo Villar y me sigo maravillando de la buena salud que sigue teniendo la novela negra española.

Ojos de agua es la primera novela de Domingo Villar, publicada en 2006. Su protagonista es Leo Caldas, inspector de policía. Caldas es un personaje solitario, tímido, que goza paseando de noche por las calles de Vigo. Fumador empedernido y amante de los percebes y del vino blanco, le gusta contemplar el mar y escuchar música en algún club de jazz. Colabora con no excesivo entusiasmo en un programa de radio. Su ayudante es Rafael Estévez, un aragonés de casi dos metros de altura y 130 kilos de peso que tiene dificultades para relacionarse con la idiosincrasia gallega y con la ironía de sus habitantes. Esta singular y extraña pareja se encarga de investigar el crimen de un joven saxofonista, Luis Raigosa, que aparece asesinado en su apartamento de la Torre de Torralla con una crueldad que apunta a un crimen pasional. Sin embargo, el músico muerto parece ser que no mantiene una relación estable y la casa, limpia de huellas, no muestra nada más que partituras ordenadas en los estantes, saxofones colgados de las paredes y un libro de Hegel en la mesilla de noche.

El melancólico y solitario Leo Caldas y su ayudante, demasiado impetuoso para una Galicia irónica y ambigua e, incluso, para el propio Leo Caldas, buscarán de la bruma del anochecer al humo de las tabernas y los clubes de jazz hasta descubrir la verdad y desentrañar el secreto que esconden esos ojos de agua de Luis Raigosa.

Ojos de agua, al ser una primera novela, nos presenta a sus personajes, dos protagonistas estupendos muy verosímiles y humanos en un Vigo que está perfectamente adaptado a la novela negra con sus callejuelas y cuestas en un absorbente espacio visual lleno de aromas y matices, lleno de comida de la zona, vino de la Ribeira Sacra y música de jazz. Y lo hace con una trama perfecta excelentemente resuelta y muy bien escrita donde no faltan escenas de un humor absolutamente delicioso que te hace sonreír y hasta lanzar alguna carcajada con las situaciones en que se implica Rafael Estévez.

Domingo Villar es brillante en su escritura y nos hace avanzar en la lectura de capítulos cortos hacia un final en el que he encontrado unas de las páginas más cautivantes y perfectas de la novela negra, sin que desmerezcan en nada las anteriores llenas de escenas perfectamente estructuradas y de enigmática belleza.

Ojos de agua es una gran novela que te deja con ganas de más y de profundizar en las vidas de estos dos personajes ya para mi imprescindibles como son Leo Caldas y Rafael Estévez.
Necesito más de Caldas y de Estévez por lo que me lanzo a la lectura de su segunda novela, La playa de los ahogados. No queda otra cosa que hacer. Ojos de agua y Domingo Villar me han impactado de tal manera que necesito más y más. Continuará.

©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega