Ricardo Piglia dice que “un cuento siempre cuenta dos historias”, hay una historia 1 que aparece en la superficie y una historia 2 que el autor construye en secreto. Parejas que se masturban en solitario al perder la chispa y la atracción sexual en la monotonía de la convivencia; una viuda que por dinero se mete a prostituta y chantajea a sus clientes; una mujer que cuando fallece prematuramente su marido en un accidente descubre que nunca ha estado verdaderamente enamorada de él pero le falta su compañía y su presencia y decide embarcarse en un crucero por los fiordos noruegos para rehacer su vida, pero el viaje le deprime y está siempre encerrada en su camarote; un escritor que se acerca a gente que está a punto de suicidarse lanzándose al vacío para que antes de hacerlo le cuenten su historia; una abuela que sabe el motivo por el cual su nieto, un niño aún, se ha suicidado; una madre que confiesa a su bebé de pocos meses mientras duerme quién es su padre; una mujer que nunca elige bien a los hombres de su vida; Un hombre y una mujer que se sienten totalmente atraídos el uno del otro con solo mirarse en un velatorio para que el pase las únicas navidades inolvidables de su vida; una periodista que odia a los escritores y a la que encargan hacer una entrevista a uno muy famoso; un hombre que consigue dejar de estar solo; una mujer que está convencida que la única buena suerte que puede tener es la de morirse; un viaje angustioso camino de la destrucción de la ya roto; y un hombre enamorado de una chica que no lo está de él y le hace sufrir sin que pueda escapar de ella nunca.
En los trece cuentos de Saber moverse, un título que está muy bien puesto aunque nunca se nos dice el cómo sino las consecuencias de no saber hacerlo, de Jorge David Alonso Curiel, se nos ofrece la soledad, la incapacidad para enfrentarse al mundo, trenes que pasan por nuestra vida y no cogemos, el amor como sufrimiento en vez de goce, sufrimiento, poca suerte en la vida, afectos, desesperanza de unos personajes quizás desarbolados por la realidad que les acorrala y son incapaces de saber o entender como poder afrontarla cuando aparecen las grietas en la vida o cuando siempre hemos vivido dentro de una de ellas.
Jorge David Alonso Curiel me recuerda en los relatos de Saber moverse a Carver o a Bukowski, pero sobre todo me recuerda a Quim Monzó, pues como Quim Monzó, Jorge David Alonso Curiel es un escritor que mezcla dos registros: uno que voy a llamar realista y lírico; y otro fantástico y puede que hasta grotesco.
Jorge David Alonso Curiel no desperdicia palabras sino que más bien nos las lanza como dardos o pedradas en un deseo de vivir y, sobre todo, deseo de poder ser feliz en el mundo que es incomprensible para los que aparecen en los relatos. Cuando las palabras necesarias han terminado y pueden aparecer las superfluas e innecesarias, el cuento ha llegado a su fin, dejándonos un regusto en el pensamiento al terminar su lectura de que su obra está dedicada a ti aunque la situación no se parezca en nada a las que tienes en tu vida. En los trece relatos rebosa el humor negro por todas partes y la pregunta que se hacen sus protagonistas de cómo hacen los demás para encontrar lo que quieren encontrar todos tienen su manera de moverse y cada uno tiene la suya, aunque ellos parece que no saben cómo hacerlo y piensan que casi todo el mundo que está cerca de ellos son mejores que ellos mismos, cuando nos asaetan con mensajes por todos lados que ahí fuera está esperándonos nuestra felicidad, iluminada por la luz de las calles, luz que parece que no ilumina en ningún momento sus vidas.
Jorge David Alonso Curiel nos ofrece un crisol de comportamientos donde el deseo es el vínculo de unión entre los relatos, un inexplicable para los hombres funcionamiento del anhelo para las mujeres, y lo mismo para las mujeres el de los hombres. Y lo hace explicando cómo funciona y cómo se toman las riendas del comportamiento, sin mensajes machistas, ni feministas, ni subliminales, ni más ornamentos que los necesarios e imprescindibles. Y habla de sexo, porque el sexo es importante en Saber moverse, sin trompazos, con nula sensualidad, nula pretensión de divinizarlo. La gente folla, amor desde luego no parece que sea, en sus relatos como se lava los dientes o como desayuna tomando una taza de café, cuando toca o cuando puede. Y se desespera porque no les sale nada bien y se aferran a la vida como un clavo ardiendo en una prosa de total naturalidad, desenvoltura, desenfado, descaro, atrevimiento, insolencia, osadía, soltura y destreza, con una ironía que a veces roza en lo socarrón y un sentido del humor muy particular. Los personajes de Jorge David Alonso Curiel se muestran perplejos incluso hacia ellos mismos en situaciones rayanas con lo absurdo que nos acaban dibujando un fresco actual de las relaciones entre las personas en su vínculo sexual y emocional, sobre el que el autor no se cansa de satirizar con el recurso de esa última frase siempre brillante, siempre punzante, sin que nunca suene a moraleja o conclusión.
En Saber moverse no hay lugar para la esperanza ni para el romanticismo, pero si para el sarcasmo en frases que florecen en las páginas de los relatos como “no hay asunto más incomprensible que el amor” o “hay heridas que parecen no cerrarse jamás. Qué complicado es todo”. No son recetas para aprender a vivir y alcanzar esa felicidad tan esquiva que nos amenaza, pero una de sus mujeres parece dárnosla: “La felicidad es eso: no esperar nada y reírse de todo, porque al final uno se da cuenta de que no vale la pena preocuparse por nada, ya que todo es transitorio, y que lo único que merece la pena es disfrutar de los placeres que puedas tener a mano, desde los más costosos a los más pequeños, incluyendo el amor de los que amas y a los que amas”. Fácil, ¿verdad? Lo complicado es no esperar nada porque esperamos todo, reírnos de todo poco lloramos con demasiadas cosas, nos preocupamos hasta de lo que no nos ha ocurrido aún y es posible que no nos ocurra ni siquiera nunca, no disfrutamos de lo que tenemos y hemos alcanzado y del amor casi será mejor ni hablar.
¿Raymond Carver? ¿Charles Bukowski? ¿Quim Monzó? ¿Quizás Paul Auster? Por supuesto que sí. Pero por favor, no dejen en el olvido a Jorge David Alonso Curiel. Un gran escritor.
©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega
Sin duda un espejo de trece caras, donde se nos permitirá identificarnos, sin identidad propia, en cada una de ellas. Como siempre reseña cuidada y esmerada, querido juan Pedro. Es tan grato leerte a ti como a los libros que avalas. Un sincero beso.
ResponderEliminarMuchas gracias, Silvia. Un beso enorme.
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