El año pasado, casi por casualidad, cayó en mis manos un libro cuya lectura me entusiasmó. Pero este blog de Macondo no había nacido aún y yo le debía una reseña a esta novela que fue una de las mejores que había leído en ese curso. Una reseña que se me antoja que me va a ser difícil de escribir porque siempre será imposible describir tanta belleza.
He vuelto a releer Azul Vermeer de Mar Mella y he vuelto a disfrutar. ¡Qué digo!, he disfrutado mucho más que la primera vez. Azul Vermeer es arte no solo por su argumento. Azul Vermeer es una sinfonía de colores que nos transporta a un mundo en el que pintar un cuadro tenía que ser mucho más complicado que ahora.
Johannes Vermeer pintó en sus veintidós años de carrera artística quizá no más de cincuenta obras, de las cuales nos han llegado a nuestros días solamente treinta y siete, no dejando dibujos o pinturas preliminares detrás. A finales del siglo XVII y principios del XVIII, los documentos y subastas de la época decían que había más obras del pintor de Delft y hoy en día parece corroborarse que hay de seis a diez cuadros que o bien permanecen ocultos o bien no han sobrevivido.
Este es el motivo para que Mar Mella nos introduzca en la historia de la novela con la aparición de un supuesto cuadro perdido y no catalogado del pintor holandés. Un cuadro en el que se representa un "rostro de mujer iluminado por la luz de una ventana próxima. Tez pálida, cristalina, con una sombra que intuye sonrosada reflejándose en sus mejillas; ojos a los que no puede adivinar el color y que, sin embargo, están dotados de un hermoso brillo, boca contraída ligeramente en una mueca de tensión. Habitación de baldosas negras y blancas; una cortina que no logra velar la claridad de una ventana invisible; una de las manos reposando sobre la chimenea y la otra, cerrada sobre un pañuelo al que, aún así, se le adivina un delicado tejido de encaje."
Quien nos describe con estas palabras el cuadro, una magistral mezcla de varias obras de Vermeer fruto de la imaginación espléndida de Mar Mella, es Marta Miralles. Marta es restauradora de arte a la que se le encarga trabajar en un cuadro perteneciente a la madre de una familia propietaria de una casa de subastas en las que hizo prácticas al finalizar su carrera. Es una chica joven, aparentemente torpe, insignificante y sin gracia, muy tímida y cerrada en sí misma, distante con todos, con ojos yermos e inexpresivos que muestran indiferencia, una vida social prácticamente nula, callada. Pero Marta cuando se pone delante de un cuadro con su trabajo se transforma totalmente porque esa es su pasión que le obliga a dar lo mejor de sí misma y superar todas las dificultades por muy grandes que estas sean. Marta tiene el don de introducirse en el cuadro e interactuar con los personajes. Es una mujer que aunque en apariencia pase desapercibida, resulta interesante a todos aquellos que se cruzan en su vida.
La novela nos va narrando los motivos de la forma de actuar de Marta que ha tenido una infancia muy infeliz y que por un desengaño y una tragedia familiar, decide poner tierra por medio y abandonar Madrid. Acepta una beca que por sus brillantes estudios le ha sido concedida para que vaya a Amsterdam para prepararse en el taller de un gran experto en pintura flamenca y, en especial, de Vermeer, Ruud Smits, que la apoyará como a una hija y le traspasará y enseñará todos los secretos de la profesión.
La trama nos irá paso a paso, con saltos en el tiempo, desvelando toda la historia de Marta y de Ruud, viajando desde la Guerra Civil española, en la que un adolescente Ruud acude alistándose en las Brigadas Internacionales, hasta nuestro días.
Y Mar Mella compone con una meticulosidad propia del genial maestro holandés de Delft un puzzle lleno de piezas y escenas de forma absolutamente increíble , donde, al acabar el libro, aparecen encajadas mostrándose ante nuestros atónitos ojos como una imagen bellísima y llena de vida.
Azul Vermeer es un combinado de muchas cosas: es arte, es una historia original, es una sinfonía de colores, es pasión por la pintura, es casi un tratado de psicología, es humanidad con sentimientos en estado puro, es un aprendizaje de como mirar un cuadro, es orgullo por un oficio, es historia, y es el remanso de paz y ese regusto que te deja dentro según vas avanzando en su lectura, con la convicción de que te encuentras ante algo verdaderamente grande.
Confesaba al principio que me iba a ser muy difícil escribir esta reseña, y eso me está pasando porque no quiero desvelar nada para que todos cuando leáis el libro os empapéis, igual que yo ya he hecho dos veces, de la historia que camina de forma muy fluida hacia el final más impactante y sorprendente que he leído en mucho tiempo. Pero claro, lo más difícil es encontrar las palabras adecuadas que describan lo que tanto me ha llenado y que estén a la altura de lo que Mar Mella nos relata. Y es que Mar Mella escribe bien, apasionadamente bien. Describe las escenas con una delicadeza exquisita y crea unos personajes magníficos. Marta Miralles, absoluta protagonista de la narración, se convierte en una de las grandes heroínas de nuestra literatura. Tememos con ella, sonreímos con ella, lloramos con ella, nos aferramos a las solapas del abrigo con ella, enmudecemos con ella, amamos con ella, vemos todo a través de los ojos de ella. Vemos a través de sus ojos ese cuadro de Lectora en azul, descubrimos con sus ojos las manos de Ruud y sabemos que "son largas y estrechas, con cada hueso marcado en una piel fina y cruzada de arrugas", y vemos nítidamente su liturgia para quitarse la larga bufanda y como la dobla en un pequeño y perfecto paquete que guarda en el bolsillo de su abrigo. Ese Ruud, también genial, que como casi todos los hombres que tratan con Marta, siente por ella un gran amor pero calla y guarda también su secreto. Ese Ruud que enseña a Marta todo su saber porque descubre en sus ojos lo que la muchacha vale.
"La composición está muy cuidada, aunque a la vez es tan austera y casual que no resulta forzada. Ella está ensimismada leyendo la carta, tan distante... y luego está esa luz, casi mágica, que entra desde la ventana que no se llega a ver. No se, pero hay una atmósfera que hace difícil apartar la mirada."
Marta es omnipresente en casi todo el libro y en las pocas escenas en que no aparece los personajes hablan de ella. Marta es un personaje de tal calibre que empequeñece a todos los también magníficos actores de la novela, aparte de Ruud: Javier, Miguel y Emilia Medraño, Paddy Donaldson, Cecilia, el padre y la madre de Marta, Augusto Carmona, Lola, Mencía y el resto de sus hermanas, el boticario, ...
Mar Mella nos regala con Azul Vermeer un libro bellísimo. Un libro que no podrás dejar de leer cuando lo empieces y que, cuando lo termines, absolutamente sorprendido, querrás volver a releerlo para apreciar todos los matices que se esconden en sus páginas y que se te hayan pasado por alto debido a esa lectura apasionada que provoca y volver a ver esa luz y ese azul de Vermeer y el resto de gama de colores a través de los ojos de Marta Miralles, y nos haga contener el aliento producto de la magia de tener delante de nosotros una obra de arte original que es lo que provocó a nuestra protagonista a decidirse a dedicar su vida a preservar ese hechizo.
Pdta.: Mar, mi querida Mar, espero que esta humilde reseña te haya gustado. Te la debía y la he escrito con todo el cariño que siento hacia ti y con la esperanza de poder conocerte algún día personalmente ya que no me conformo simplemente con las redes sociales.
Pero eso si, te voy a a pedir encarecidamente que termines pronto esa segunda novela ambientada en la mágica isla en la que habitas y que nos vuelve a hablar de arte. Mientras llega ese momento ansiado nos tendremos que conformar con este maravilloso Azul Vermeer, lo que ya es muchísimo para los que amamos la buena literatura.
Muchas gracias Mar por hacerme pasar, a mi y a tantos que he recomendado la lectura de tu libro, esas horas inolvidables. Puro arte.
©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega
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