martes, 28 de febrero de 2017

El imperio de los leones



En una sala de cine de Lyon en Francia unos jóvenes de los suburbios de la ciudad, una tarde de 1972 asisten al estreno de El Padrino de Francis Ford Coppola y miran con la boca abierta, mientras sueñan en llegar a ser muy pronto como los protagonistas de la película o como su héroe, ese otro gánster americano de principios de siglo, John Dillinger que murió acribillado por el FBI a la salida de otro cine. Los cinco provienen de familias de clase media que fueron expulsadas de Argelia tras su independencia en 1962; son pieds-noirs, ciudadanos no argelinos que residían en esa colonia francesa del Norte de África. Son hijos de unos ciudadanos que tienen que venir a Francia y que se vuelven muy peligrosos al no tener un futuro claro, porque perdieron muchas cosas en esa guerra con la consecuencia de que se gestó una generación sin ninguna esperanza.

Comienzan su andadura por el mundo del crimen muy pronto asaltando a campesinos payeses a los que les hacen confesar donde guardan sus ahorros mediante el método de quemarles los pies con un soplete. Pero, necesitan más y hace poco han asaltado una sucursal bancaria con el resultado de cargar sobre sus espaldas dos muertos, para convertirse paulatinamente en una de las bandas mafiosas de Francia más peligrosas, bajo el nombre de clan Neige.

Su jefe, Jean Neige, lo tiene muy claro. Él no quiere trabajar para nadie porque ahí reside la gracia de controlar un negocio ilegal. Sabe que se tiene que trabajar mucho y muy duro, pero que no tienes amos ni señores. Sus padres y los de sus amigos se han hartado de trabajar para los demás y los de muchos de los que conoce también, y todos han aprendido una cosa: trabajando para otro nadie se hace rico jamás. Y él y sus amigos quieren hacerse ricos, inmensamente ricos.

Para conseguirlo van a entrar en una espiral de violencia cruel y, como ellos la llaman, justificada, la que es necesaria para conseguir determinados fines siempre y cuando quienes pretendan conseguirlos sean los integrantes de una peligrosa banda criminal, y la suya va a tener con el tiempo un historial brutal de atracos a bancos, asesinatos, tráfico de hachís y marihuana, proxenetismo… que les va a ir haciendo cada vez más ricos al invertir las ganancias de sus fechorías en negocios más o menos legales durante más de tres décadas, primero en Francia y luego saltando a España para terminar exportando su modelo de negocio hasta los emergentes países del Este, decididos a abrazar el capitalismo más salvaje una vez derribado el muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989.

El clan Neige se convierte así en un grupo de leones que habían fundado un imperio de la nada. De quemar pies con un soplete a campesinos, en tan sólo quince años controlan todo Lyon y empiezan a extenderse por el resto de Europa, descubriendo un paraíso para invertir el dinero de sus inmobiliarias en un negocio prometedor: el ladrillo en la Costa Brava, en Mallorca, en Valencia y en Andalucía.

El clan Neige, formado por Jean Neige, Michael Aubriot, Luigi Colomba, René, simplemente René, y Sébastien, que empezó de la nada, al llegar los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992 controlaba un auténtico imperio. Aparte de sus intereses en Francia, incluida la propiedad de un periódico de máxima tirada, y en los antiguos países del Este, tenía en España la propiedad de siete hoteles urbanos y cinco en la costa, varias discotecas, pisos de prostitución de lujo, burdeles, multitud de apartamentos y dos urbanizaciones enteras. Pero querían más. Querían ser los jefes de la Mafia europea. Y había llegado la hora de los grandes negocios.

Sebastià Bennasar vuelve a deleitarnos, después de El país de los crepúsculos, con una novela asombrosa y genial: El imperio de los leones. Y no se anda con medias tintas, dejando muy claro de que va ir la narración desde el principio con un arranque impresionante de dos páginas llenas de brutalidad y violencia marca de la casa, con su lenguaje conciso, casi seco como lo puede ser un disparo de pistola, y bestial en las escenas en las que tiene que aparecer la sangre por necesidades del guión y a las que ya nos tiene acostumbrados. Con un estilo, en cierto modo periodístico, muy ágil nos adentramos en la historia y en la evolución de uno de esos clanes franceses que empezaron su trayecto criminal en la ciudad de Lyon, traspasaron la frontera para instalarse en la Costa Brava gerundense en los años setenta y ochenta del siglo pasado para poblarla de apartamentos para uso y disfrute de un turismo que añoraba con tener el privilegio de una segunda vivienda y que no ponían límites para alcanzar sus objetivos de dinero y poder con total impunidad. Una gente que se aprovechó del caldo de cultivo, ellos mismos eran ingredientes de él, de esas familias de clase media expulsadas del norte de África, pero que creen en la cultura y en la información como medio para agrandar la democracia, su democracia particular, en la que se mueven como pez en el agua.

El clan Neige llegará a tener un historial despiadado de diferentes tipos de crímenes, pero con una pátina de legalidad, con la creación de empresas legales y una tela de araña inmensa de agarraderas que permite que, cuando uno de sus miembros entra en la cárcel, sale al poco libre por defecto de forma. Tienen un aura, y así se presentan, de hombres respetables. En sus empresas empezaron dando trabajos a numerosos minusválidos, sobre todo policías y militares heridos en la guerra de Argelia y a aquellos que fueron expulsados y llegaron a Francia para llegar a ser unos pobres desgraciados y convertirse en unos parias al entrar en Francia, pero, que gracias a Neige y su banda, se hicieron partícipes de sus negocios y pudieron abandonar ese baldón y esa afrenta, para pasar a ser respetados y ser ellos los que deciden las cosas. Y también sus hijos, que pueden huir de la miseria a la que estaban abocados gracias a ellos, a su generosidad y al dinero, en un mundo en el que se escucha palabras como libertad, igualdad y fraternidad, pero que, a la hora de la verdad, no es cierto. Sin ellos habrían sido chicos de barrio viviendo en pisos minúsculos a los que se les caerían las paredes, muertos por la droga o en el atraco a una gasolinera, o deslomados en trabajos basura y haciendo cualquier cosa para sobrevivir. Y sus nietos también estarían predestinados a vivir así. Queda muy claro que esta gente hará cualquier cosa, incluso dejarse matar si hiciera falta, por sus benefactores y vivir con la tranquilidad de que si les ocurriese algo, a su familia nunca le faltará nada. Porque ahora ganan mucho dinero, y ese dinero les ha permitido ganar la libertad y el poder escapar del destino de miseria que la vida les tenía preparado.

Jean Neige y sus hombres saben cómo conseguir esas lealtades inquebrantables y nunca juzgan a sus enemigos desde una posición de superioridad porque han descubierto que la vanidad es la peor compañera de viaje de una persona ambiciosa que para llegar a su destino debe comportarse como un soldado. Saben perfectamente también que no se deben fiar nunca de nadie que no esté dispuesto a dar su sangre para protegerte y a cortarse la lengua a mordiscos antes de delatarte. Y pobre de aquel que les sea desleal y rompa el pacto no escrito. Tienen metido en su cabeza ser los jefes de todos los jefes para que nadie les haga sombra. Y tienen paciencia, mucha paciencia, pero ni perdonan ni olvidan.

El imperio de los leones es una novela de tema social, intensa, efectiva, impactante, negra negrísima, violenta, un canto a la amistad, atroz, implacable, genial, imprescindible, majestuosa, perfecta, magnífica, excelente, esplendida,… Sebastià Bennasar se convierte en un puntal de la novela negra nacional y europea. Leer su obra se hace indispensable si queremos entender lo que mueve el mundo. Leer El imperio de los leones es imprescindible para darnos cuenta de que los leones nunca tienen miedo y que todo lo que logran son cosas suyas a las que no van a renunciar ni dejar que se las arrebaten… y todos los demás ya los saben.

©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega