jueves, 26 de noviembre de 2015

Los besos en el pan


Si tienes en tus manos, que espero que lo tengas, Los besos en el pan podrías ir directamente a su tercera parte, titulada Después, y disfrutarías de todo lo que hay dentro de ella ya que es un magnifico resumen de todo lo que encierran sus páginas. Pero, siempre hay un pero, te perderías la gran maravilla que encierran sus dos partes anteriores, tituladas Antes y Ahora, cosa que ya desde el principio, te comunico que no debes perderte para deleitarte con la increíble palabra de Almudena Grandes y no quedarte tan solo con esas apenas quince página finales.

Los besos en el pan empieza y acaba igual:

"La familia Martínez Salgado vuelve de las vacaciones y parece que de pronto se llena el barrio de gente.
Aquí les despedimos, en este barrio de Madrid que es el suyo, distinto pero semejante a muchos otros barrios de esta o de cualquier ciudad de España, con sus calles anchas y sus calles estrechas, sus casas buenas y sus casas peores, sus plazas, sus árboles, sus callejones, sus héroes, sus santos, y su crisis a cuestas.
Aquí se quedan sus vecinos, familias completas, parejas con perro y sin perro, con niños, sin ellos, y personas solas, jóvenes, maduras, ancianas, españolas, extranjeras, a veces felices y a veces desgraciadas, casi siempre felices y desgraciadas a ratos, pero iluminadas ya por la luz de otro septiembre".

Entre medias vamos a vivir las historias, grandes y pequeñas, de una serie de personajes, muchos, que intentan vivir como intentamos vivir todos en esta época de crisis que nos ha tocado vivir a todos. Desahucios, privatizaciones, recortes, pérdida de nivel adquisitivo, amor, angustia, juventud que tiene que emigrar como hace años lo hacían nuestros padres y abuelos, reformas laborales que únicamente benefician a los poderosos que siguen forrándose para hundir al pueblo llano... donde los adultos que no están en el paro vuelven al trabajo, los niños a la escuela, y la vida sigue pasando.

Cheung y Guan-yin serán felices, aunque pronto serán obligados a volver a mudarse a otra habitación, en un piso para parejas con niño, que seguirá siendo propiedad de su jefe común. Amalia seguirá como puede con su peluquería con esfuerzo y dedicación, a la que volverá Diana que sigue con la incertidumbre sobre el Centro de Salud donde trabaja donde se van consiguiendo pequeñas y grandes victorias en los tribunales siempre recurridas por el neoliberalismo. Pascual seguirá detrás de mostrador de su bar ayudando en lo que pueda a sus clientes y amigos. Andrés volverá a Madrid. La sede de Soluciones Inmobiliarias Prisma seguirá estando en el mismo edificio, pero no con la misma plantilla. Sebastián no acaba de salir de una, cuando se mete en otra, aunque su futuro parece ser un poco mejor. Charo ve como su esfuerzo va dando poco a poco sus frutos. Unos amores empiezan y otros acaban. Marisa escribe su libro, aunque a las editoriales no les guste que sea una historia real. Su madre ayuda a los suyos poniendo el árbol de Navidad en la temporada que más hace falta la ilusión de sus seres queridos, aunque sea agosto. Toni empieza a estudiar sin descanso. Jaime conoce a Adriana y empieza una nueva historia de amor. Begoña trabaja en el vivero. Tiene días buenos y días malos. Pepe Martínez, un hombre dispuesto a cumplir sus promesas, va al Calderón con su hijo Pablo desde el primer partido de la Liga, aunque ya se verá lo que dura. María Gracia se arrepiente de haberse cortado el pelo. Sigue trabajando como una burra, limpiando casas por horas y desayunando en el mismo bar del metro, aunque vivir ya no le hace demasiada ilusión. Laura, después de emigrar a Alemania, si que ha recuperado la ilusión. Adela y su nieto José siguen con su actividad, aunque ella intuye que pronto alguien se cruzará en su camino. Sofía Salgado recuerda todas las mañanas a Luna, aunque se siente culpable pese a haber intentado todo lo posible. En cambio, a Marita no le consuelan sus éxitos. Las cajas que conceden hipotecas quiebran, los bancos que las absorben no se hacen responsables de la gestión. 

Tras cinco años de saturación informativa sobre la crisis, novelarla conlleva ciertos riesgos. Almudena Grandes nunca fue ajena a la concepción de la novela como crónica histórica y épica menor, especialmente en el reciente ciclo de los Episodios de una Guerra Interminable, pero ahora se aparta provisionalmente de ese marco y se detiene a mirar el presente. En su nueva novela, Los besos en el pan, narra las historias de una apretada gavilla de gentes que habitan un barrio del centro de Madrid. A modo de pórtico se presentan las grandes coordenadas de ese espacio con figuras, así como las grietas abiertas recientemente. También se explicita ahí el propósito y el enfoque que amarran estas páginas, a modo de un directo alegato contra el olvido ¿impuesto?, contra el miedo paralizante, y a favor de recuperar la rabia y la dignidad perdidas.

Los besos en el pan es una novela coral, llena de noticias del aquí y ahora, que, como en un gran fresco, pinta un año en la vida de estas gentes que se reparten en tres generaciones, ofreciendo así el contraste del tiempo. En su mayoría pertenecen a las clases medias y populares, con predominio de las figuras femeninas y perfiles que permiten a la autora desarrollar sucesos o situaciones representativas: el hambre infantil en las aulas, el desmantelamiento de la sanidad pública, las estafas bancarias (hipotecas o preferentes), la burbuja inmobiliaria, la amenaza de las competidoras chinas explotadas por las mafias, la tentación yihadista desde la miseria y la desesperación en que viven algunos… Hay además periodistas, policías, emigrantes de variada procedencia, adolescentes combativos, universitarios, amas de casa, una asistenta, parados de larga duración… La ligazón entre las numerosas piezas de este puzzle está muy bien resuelta a partir de los lazos familiares, la amistad, las relaciones laborales o la frecuentación de espacios como el bar, la peluquería o el edificio ocupado, si bien más de un percance o situación se fía en exceso a la casualidad y la coincidencia.

Los besos en el pan es una novela que avanza en superficie, ramificándose, donde no todas las ramas tienen el mismo alcance ni similar peso. Es una historia de muchas historias.

Para la Almudena Grandes, esta situación actual se puede calificar de posguerra, donde los combatientes son, por un lado, los ciudadanos y por otro, los grandes lobbys financieros. Se destaca el papel que juegan las asociaciones vecinales en el ámbito de la solidaridad y la lucha. De la misma manera que destaca también el papel de los abuelos; esos abuelos que precisamente son los protagonistas jóvenes de su serie, Episodios de una guerra interminable en la que ha tenido que tomarse un descanso para relatarnos lo que nos está ahora casi ochenta años después.


Los besos en el pan es una novela sobre el hoy .Y es una novela circular, literalmente hablando. La empieza un narrador que pasea su mirada por las calles, casas y tiendas de un barrio donde viven los personajes que luego iremos conociendo. Y él termina la historia. 

La crisis es la atmósfera que respiran los personajes, pero Los besos en el pan no es un libro truculento o panfletario. La crisis trajo más paro e inestabilidad laboral, pero la gente sigue enamorándose, divorciándose, estudiando, naciendo o muriendo. En ese sentido y en otros, Almudena Grandes ha logrado capturar la vida real y narrarla en esta novela. Almudena Grandes describe, narra, crea un mundo, mantiene el ritmo y la atención del lector. Logra que sonría, o llore. O afirme con la cabeza porque él es quien sale en la novela o alguna vez lo ha sido. Con Los besos en el pan, Almudena Grandes vuelve, como siempre ha dejarnos con un buen sabor de boca. El buen sabor de boca que deja la gran literatura que ella lleva ya tantos años ejerciendo.

©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

domingo, 22 de noviembre de 2015

Presentación de la novela El jardín vertical en Valladolid



Valladolid, 20 de noviembre de 2015

Alejandro López Andrada nace en 1957, o sea, es tan joven como yo, en Villanueva del Duque (Córdoba), localidad de la que es hijo predilecto. A los 35 años fue elegido miembro de la Real Academia de las Letras de Córdoba. Su fuente de inspiración está en su Valle de Los Pedroches.

Es autor de una veintena de poemarios, casi otras tantas novelas y recopilaciones periodísticas y ensayos.

Ha recibido innumerables premios como, entre otros muchos, el Nacional San Juan de la Cruz, el Rafael Alberti, el José Hierro, el Ciudad de Badajoz, el Andalucía de la Crítica, el Ciudad de Salamanca, el Fray Luis de León y el Ciudad de Córdoba.

Su novela El libro de las aguas fue llevada al cine, dirigida por Antonio Giménez Rico, en el año 2008 y rodada en ese increíble Valle de Los Pedroches.

Alejandro López Andrada es un hombre tan polifacético que hasta ayer me enteré que también ha sido letrista de canciones de grupos como Los Iberos, los Módulos y del cantautor y amigo personal Pablo Guerrero.
En su pueblo, su nombre rotula una plaza, Plaza de Alejandro López Andrada, donde se encuentra la casa donde nació.




Alejandro López Andrada y yo no nos hemos conocido personalmente hasta esta tarde, aunque llevamos casi cuatro meses teniendo una amistad en las redes sociales. Yo desde hace ya un tiempo, en mi página de Facebook, tengo la rareza u osadía de poner una poesía de un poeta durante un mes. Empecé con La voz a ti debida de Pedro Salinas, y como tuvo éxito me permití continuar con esta sana costumbre. Por ella han pasado diversos poetas como Luis Cernuda, José Ángel Valente, José Agustín Goytisolo o Miguel Hernández, con el que estoy este mes. Acabando julio, pensé que todos los poetas que ponía estaban ya muertos. ¿no habría en el panorama de nuestras letras algún poeta vivo del que yo no conociera su obra? Comentando el asunto con otra gran amiga mía, aunque aún sólo virtual, Mamen Romero Muñoz, me dijo que por qué no ponía a un paisano suyo que tenía una obra muy interesante, y me dio el nombre de Alejandro López Andrada. Empecé a buscar por esa fuente inagotable de inspiración que es Internet y me di cuenta enseguida que se trataba de un gran poeta y en ese caluroso mes de agosto, ese poeta que hoy tengo el placer de tener a mi izquierda sentado a mi lado, diariamente empezó a embellecer mi muro con sus increíbles poesías y textos. Como Alejandro López Andrada es un hombre en extremo generoso y afable a diario me comentaba cada poema que de él iba apareciendo mostrando una infinita gratitud hacia mi persona por difundir su obra, cosa que yo hacía con el maravilloso placer de poder conocer su fabulosa manera de escribir. Hace algo más de un mes me comentó que quería presentar en nuestra ciudad de Valladolid su última novela, El jardín vertical, y que se sentiría muy orgulloso de que fuera yo el que fuera su anfitrión y presentador. Por supuesto, su propuesta me llenó de orgullo y acepté de manera inmediata. Y me puse al trabajo de organizar con una gran ilusión el evento en la mítica Librería Sandoval donde nos encontramos todos reunidos.

Hoy es 20 de noviembre de 2015. Hace cuarenta años decidió dejarnos, por fin, uno que jodió la vida a mi familia y a tantas y tantas familias, para dar paso a la esperanza y a la luz en esa España oscura y cercenada por su mitad. Pero, hoy también, se cumplen cuatro años en que los españoles decidimos dar mayoritariamente el poder a los herederos del dictador que nos mintieron a todos, a mi desde luego no porque ya se de que van, como lo han hecho siempre. sobre todo lo que prometieron, dejando otra vez nuestra tierra como un erial en este periodo de tiempo en que llevan en el poder. Hoy 20 de noviembre, que fecha tan paradójica, se presenta en nuestra ciudad El jardín vertical que habla precisamente de todo esto.

Alejandro López Andrada ha confesado que escribe con la realidad ética de forma estética en toda su obra, la cual es muy comprometida. Para sus poesías y textos se basa en lo que sus ojos admiran en sus interminables paseos por el campo de su valle y están muy ligados a la Naturaleza.

En un poema suyo, Hombre raro, que él me reveló que era su poema que quizás mejor le define dice que ama las ortigas, en su pecho duermen los pastores, es la luz que a los gañanes muertos le da agua, ama el dolor de los nogales, a veces es espiga enamorada de las estrellas últimas del cielo, vive en el vientre antiguo de las nubes, los mirlos le saludan y le abrazan las collalbas, es el hombre último que habla con los pájaros.

Como ya he dicho, en su ya muy importante obra en prosa, también está siempre presente su sentido poético del que le es muy difícil desprenderse, si no le es imposible. Sus novelas son muy líricas y poéticas. Alejandro López Andrada es un hombre sencillo, un poeta que encuentra su equilibrio espiritual en la soledad y en la armonía de su tierra natal de Los Pedroches, al norte de la provincia de Córdoba, plagada de las dehesas, lindando con ese sur de Extremadura que él elige para poner el pueblo de Aguanís, en el valle de La Serena, donde vive su infancia Daniel, el protagonista de El jardín vertical. Alejandro López Andrada es un escritor que llena de luz sus palabras.

Tiene muy claro que la misión de la Literatura, ahora mismo, debe servir, además de embellecer la realidad, para transformar esa realidad, cambiarla.

En esta época tan materialista en la que un neoliberalismo capitalista está hundiendo a los seres más humildes, a las personas más desprotegidas, a los obreros, a los trabajadores... la Literatura tiene que ser un arma para luchar contra esa ignominia degradante para cambiar el mundo.

Alejandro López Andrada tiene un espíritu poético que es capaz de atravesar la realidad para extraer de su corazón la esencia de la vida, del alma y palpar lo que es inasible. A Alejandro López Andrada le gusta escribir para la gente, para los demás, y entiende la literatura como un acto de entrega y de generosidad. Es tan generoso que casi todo lo que escribe lo vierte en su página de Facebook y en su Blogg que llevan su propio nombre y que os invito desde aquí que los visitéis.

En su defensa continua de los más pobres le lleva a escribir El jardín vertical que hoy estamos presentando y donde entra de lleno en el momento tan difícil que nos ha tocado vivir.

El jardín vertical lleva el subtítulo de La novela de un indignado, porque, efectivamente, se trata de un texto escrito desde la indignación que corroe a muchos de los que venimos sufriendo los desmanes de un Gobierno que, en sus cuatro años de gobernanza, se ha caracterizado por eliminar muchos años de derechos conquistados y a hundir en la pobreza a grandes sectores de la población.


El jardín vertical tiene un tono poético. melancólico, reflexivo y justo en Daniel, su protagonista, con una eficaz construcción de la trama en la que se contrasta la vida rural y la vida urbana dentro de los movimientos sindicales y sociales, quedando perfectamente retratados los más débiles (ancianos, inmigrantes, pobres, los grandes olvidados de la Historia), aunque la novela nunca cae en lo panfletario gracias a esa gran voz narrativa que sitúa en un contexto personal un problema global.
En la reseña que hace unos días publiqué sobre El jardín vertical en mi blogg Volveremos a Macondo escribo lo siguiente:

"Palabras, duras y bellas palabras, como luz, con la que empieza y termina el libro, miedo, desolación , incertidumbre, bastardo, hijo de puta, tristeza, temblor, lloro, humillación, aberración, amor, solidaridad, hipocresía, corrupción, idealismo, conciencia, fuego, dolor, muerte, vida, olvido, orfandad, dignidad. Palabras que le sirven a un mago de las palabras, Alejandro López Andrada, componer en su sabia y poética prosa esta breve y bella novela que es El jardín vertical.

Pero como decía su abuelo, el fascismo puede cambiar de traje, o de camisa, pero que, al final, sus hechos siempre lo delatan y, aunque algún día se marcharán, volverán vestidos de corderos. Y finalmente volvieron, gracias a esa democracia los hijos y los nietos de los que decapitaron, muchas décadas antes, el progreso y la igualdad. Y de repente Daniel pierde al amor de su vida, su trabajo en una residencia de ancianos que es privatizada, su casa y sus amigos. Pierde todo menos el honor y la dignidad que si han perdido ya muchos y que no encuentran ni un minúsculo asidero al que aferrarse para sobrevivir antes de que los arrastre la tormenta de la crisis que sirve para un Gobierno autoritario de ideas neoliberales que la han auspiciado para hacer saltar por los aires principios y pisotear derechos elementales para volver la patria plomiza que de niño conoció y que pensaba que ya nunca más volvería a ver, protagonizada por un equipo de políticos pertenecientes a un Gobierno represor de miserables que en muy poco tiempo han acabado cercenando todo lo que exhala un tufo a libertad y que se llaman demócratas, mintiendo en todo y creando un futuro que es un horizonte muerto, la pared de una casa olvidada por el sol, que no sienten nada por el prójimo y que pasan su vida jodiendo a los demás. Un Gobierno de torpes que superan a su ignorancia. Un Gobierno lleno de maldad e insensato cuyos peores defectos son el orgullo y la mentira, además de ser tercamente ineptos. Un  Gobierno aliado con las mafias del poder, con la Iglesia comprometida con los ricos, que hace desahucios umbríos apoyando a una Banca corrupta, carroñera e insaciable en una España sumida de nuevo en la pura oscuridad.

El jardín vertical es un grito de desesperación en el caos en el que ninguno debe resignarse sin lucha constante para desenmascarar tanta patraña. Alejandro López Andrada es un valiente escribiendo claramente la historia de los últimos cincuenta años de nuestros pueblos y de nuestras ciudades, y eso es lo que tenemos que ser todos nosotros, valientes, y luchar sin desmayo ni descanso desde el lugar que ocupemos porque cuando una persona lo ha perdido todo, cuando pierde el amor de su vida, cuando pierde su casa, cuando pierde su trabajo, cuando hasta le abandonan sus amigos, únicamente le queda la dignidad y se convierte en un animal herido que arremete contra todo con furia, aunque lo hace convencido de que lo hace por amor hacia los demás, por la dignidad y la revolución.

Alejandro López Andrada es un poeta sensible y un hombre de paz que ha tenido la osadía y el coraje de escribir El jardín vertical que es una bomba de relojería directa a la línea de flotación de la impudicia tan absoluta de quienes nos gobiernan en este momento. Él tiene la fuerza de sus palabras. ¿De qué fuerzas dispones tú para acabar con la pesadilla?"

El jardín vertical hoy, cuando hace pocos meses acaba de salir, es una novela contestataria, pero mañana será una novela histórica y su vigencia literaria estará siempre ahí. Por fin ya era hora que, un autor con una sólida carrera literaria, haya dado un golpe en la mesa en cuanto a lo que está sucediendo en España.

Muchas gracias, Alejandro, por escribir El jardín vertical y por venir a visitarnos de nuevo a Valladolid. Muchas gracias por haberme invitado a que te de paso a tu increíble palabra de forma tan generosa.

Antes de dar la palabra a Alejandro López Andrada, me vais a permitir que os hable de una persona que hoy no ha podido estar con nosotros, aunque estoy seguro que le habría gustado mucho hacerlo. Él me ha recordado al pastor de cabras, amigo de Daniel, del primer capítulo de El jardín vertical porque él, en su juventud también era pastor en esa España tétrica y rural. Pero ese muchacho tuvo la gran suerte de encontrarse  con una maestra que, por lo que fuera, le cogió cariño y gran afecto y, como seguramente era una maestra de esa II República segada por el fascismo, le enseñó a leer y a escribir. Y ese muchacho, en este campo castellano de los Montes Torozos, cuyas cunetas siguen hoy llenas de fusilados perdidos sin que les podamos llevar una triste flor porque no sabemos donde están, que tanto ama y que le vio nacer siempre llevaba en su zurrón un libro. Y un libro siempre me pide para leer. Éste ya no podrá hacerlo y estoy convencido que le gustaría mucho leerlo. Después, como Daniel, abandono su pueblo y el campo y se vino a la ciudad para dar un futuro mejor a su familia. Hoy se está despidiendo de todos nosotros con una gran dignidad, la misma con la que siempre vivió. Alejo, mi suegro, el padre de mi compañera, doy las gracias por haberte podido conocer.

Ahora si. Os dejo con Alejandro López Andrada. Nos tiene que decir muchas cosas con su maravillosa palabra.
Muchas gracias a todos por vuestra asistencia.



©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

lunes, 16 de noviembre de 2015

El jardín vertical




Palabras, duras y bellas palabras, como luz, con la que empieza y termina el libro, miedo, desolación , incertidumbre, bastardo, hijo de puta, tristeza, temblor, lloro, humillación, aberración, amor, solidaridad, hipocresía, corrupción, idealismo, conciencia, fuego, dolor, muerte, vida, olvido, orfandad, dignidad. Palabras que le sirven a un mago de las palabras, Alejandro López Andrada, componer en su sabia y poética prosa esta breve y bella novela que es El jardín vertical

Existe en Madrid un edificio, la Caixa Forum que es un centro cultural, dedicado principalmente a exposiciones temporales. Se integra dentro del llamado Triángulo del Arte, en el Paseo del Prado de Madrid, situado en la mitad sur del citado Paseo, enfrente del Real Jardín Botánico colindante con el Museo del Prado. Se encuentra en un lugar intermedio entre dos grandes museos de la zona, el Museo Thyssen - Bornemisza y el Museo Reina Sofía. En su fachada se encuentra un jardín vertical que es contemplado por Daniel, el protagonista de la novela, en una noche lluviosa sentado en un banco frente a él y esto le sirve a Alejandro López Andrada para componer su metáfora de esta crisis que nos asola, originada precisamente por la Banca, por ellos, por los ricos, que, al final se ha cebado solamente con los débiles y los más vulnerables de la sociedad y nos dice que es necesario poner ese jardín vertical en posición horizontal, pues el jardín en su verticalidad es un antagonismo a todo lo que en nuestra vida tiene que caminar en un recorrido de dignidad y desarrollo personal que sean codiciables y gratos, Esa verticalidad es una pared contra la que colisionan las esperanzas de los españoles que estamos viviendo hoy en día y es ese muro impenetrable de las actitudes de los que nos gobiernan que, mientras deberían facilitar la vida de los ciudadanos, nos la pisotean y masacran como lo estamos día a día observando y sufriendo.


El jardín vertical comienza con la confesión de Daniel, encerrado en su domicilio, de que ha hecho algo que no sabemos, asume las consecuencias de lo realizado y acepta lo que ha hecho aunque le parezca duro admitirlo, sin tener demasiado claro si su acción al final ha servido para algo aunque piensa que no ha sido en balde. Y es ahí, en esa casa en la que está encerrado donde nos empieza a contar su historia, en primera persona, desde su niñez en un pueblo de la comarca de La Serena, al sur de Extremadura, durante los años sesenta del siglo pasado hasta nuestros días donde descubriremos ese plan muy arriesgado y demencial que ha cometido, en un Madrid casi espectral y dentro de un país derrumbado social y éticamente, acosado por la crisis económica, el paro y la corrupción política.

Daniel salió de su pueblo, Aguanís, homenaje a otras ciudades míticas como Mágina, Macondo o Comala, tras un hecho trágico en su familia en una comarca deprimida en un rincón de Extremadura en esa España franquista oscura y gris para venir a Madrid con trece años a vivir a casa de unos tíos que viven en un barrio obrero poco antes de que muera el Dictador. Nos cuenta esa etapa de la Transición y el triunfo socialista de 1982 en un ambiente casi revolucionario y de alegría, años luminosos donde empezó a expandirse la cultura y la libertad creció por todas partes, de su vida universitaria, de los cines y de los cantautores de la época, Luis Eduardo Aute, Pablo Guerrero y Luis Pastor, el encuentro con su futura mujer, Marieta, una progre tan bella que se parece a Serena Grandi y que huele el día que la conoce a jazmines mezclados con frambuesas en la noche que fue para Daniel la más feliz de su vida, pero con una cultura que, en el fondo, aunque ella lo negara, tiene su raiz en las bases de un clasismo exclusivista, radical, soberbio, instalado en ambientes de la alta sociedad a la que pertenece su familia frente a la de Daniel que viene de la realidad opuesta, la de los perdedores y los vasallos de una derecha rural, siniestra y torva, su afiliación a las Juventudes Comunista del PCE y su militancia dentro de ese partido, su amor por el medioambiente, la lectura, la ternura y su empatía con los que sufren. Unos finales de los años setenta de aire fresco imposible de comparar con el ambiente rural, pobre y atávico, asfixiado por la beatería y el franquismo de su niñez.

Pero como decía su abuelo, el fascismo puede cambiar de traje, o de camisa, pero que, al final, sus hechos siempre lo delatan y, aunque algún día se marcharán, volverán vestidos de corderos. Y finalmente volvieron, gracias a esa democracia los hijos y los nietos de los que decapitaron, muchas décadas antes, el progreso y la igualdad. Y de repente Daniel pierde al amor de su vida, su trabajo en una residencia de ancianos que es privatizada, su casa y sus amigos. Pierde todo menos el honor y la dignidad que si han perdido ya muchos y que no encuentran ni un minúsculo asidero al que aferrarse para sobrevivir antes de que los arrastre la tormenta de la crisis que sirve para un Gobierno autoritario de ideas neoliberales que la han auspiciado para hacer saltar por los aires principios y pisotear derechos elementales para volver la patria plomiza que de niño conoció y que pensaba que ya nunca más volvería a ver, protagonizada por un equipo de políticos pertenecientes a un Gobierno represor de miserables que en muy poco tiempo han acabado cercenando todo lo que exhala un tufo a libertad y que se llaman demócratas, mintiendo en todo y creando un futuro que es un horizonte muerto, la pared de una casa olvidada por el sol, que no sienten nada por el prójimo y que pasan su vida jodiendo a los demás. Un Gobierno de torpes que superan a su ignorancia. Un Gobierno lleno de maldad e insensato cuyos peores defectos son el orgullo y la mentira, además de ser tercamente ineptos. Un  Gobierno aliado con las mafias del poder, con la Iglesia comprometida con los ricos, que hace desahucios umbríos apoyando a una Banca corrupta, carroñera e insaciable en una España sumida de nuevo en la pura oscuridad.

Alejandro López Andrada escribe con su escritura poética de siempre sin dejar de lado la violencia en su lenguaje que el argumento necesita. Como es un auténtico enamorado de la cultura y de la literatura hace a lo largo de las páginas de El jardín vertical diferentes homenajes a diferentes obras y autores. Daniel nos recuerda al Meursault de El extranjero de Albert Camús, obra donde advierte sobre el hombre que está siendo creado. Es una denuncia frente a una sociedad que olvida al individuo y le priva de un sentimiento de pertenencia activa en la comunidad y escribe una obra provocadora en cuyo trasfondo aparece el rostro desgarrado de una España herida y violentada por un Gobierno y una Europa neoliberal. Pinta una historia gris donde el paisaje está oscurecido por la extirpación de cualquier pasión o voluntad del hombre. Daniel, como Meursault, es el personaje que encarna ese sentimiento de profunda apatía por todo lo que le rodea haciéndose de manera más ostensible en la actitud ante la situación que vive. Daniel, al contrario que Meursault, si tiene valores, aunque esté degradado por el absurdo de su propio destino, el matrimonio fracasado, la amistad perdida, la superación personal... le preocupan. No soporta y le produce un asco inmenso la gente egoista que no se preocupa por el débil, ni tampoco soporta al que se refugia en la resignación. Pero su ateísmo está justificado, la vida no tiene ningún sentido en este escenario, la confianza en fuerzas externas a él mismo le produce una sensación de caída hacia el abismo de lo incierto. La búsqueda de la felicidad no se hallaba en esa religión, ni en la confianza en una sociedad cuyos mecanismos y leyes son desconocidos al individuo, la felicidad se encontraba en uno mismo, en la seguridad de la propia existencia, en la conciencia de ser y cuyo fin es el mismo conocimiento del ser. Daniel, como Meursault, se transforma así en un extranjero que juzga y remueve los fantasmas de una sociedad angustiada, cuya moral, carente de sentido, regula la vida de un todo social. Esa moral que condena a muerte de igual manera a un hombre que no llora la muerte de una persona desesperada que ha perdido todo, hasta su dignidad por unos mal nacidos.

Daniel también recuerda al Juan Preciado de Pedro Páramo de Juan Rulfo. Se pasea por un Madrid casi fantasmagórico, oscuro y lluvioso en el que parece que sus habitantes están muertos y habla con ellos.

Y también quiere hacer un homenaje a La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela. Pascual Duarte, habitante de la Extremadura rural como Daniel que nos cuenta su vida y que recurre a menudo a comparaciones con la naturaleza. Su vida y la realidad-política española está marcada por un clima de profunda inestabilidad. El protagonista de la obra, como Pascual Duarte, naturalmente también se ve influenciado, condicionado e impregnado por el clima social reinante en el momento, pero. al contrario de la novela de Cela, las referencias explícitas son fáciles de deducir y el autor está refiriéndose implícitamente a las mismas.

No hace muchos años, ya iniciada la crisis que se ha cebado principalmente con el Sur de Europa y con los más débiles, el escritor griego Petros Márkaris decía que la literatura debía denunciar lo que está ocurriendo. Alejandro López Andrada parece que ha recogido ese guante y escribe El jardín vertical una novela muy arriesgada y muy comprometida que habla de una época muy difícil que recuerda a otra muy cruenta que dejamos hace cuarenta años. Una España, la de antes y la de ahora mismo, en la que quien está en el poder en vez de estar con el pueblo, gobierna contra el pueblo, pisoteando y arrancando sus derechos y libertades con total indignidad, corrupción, chulería y desprecio hacia la gente que sufre y paga una crisis que ellos mismos provocaron con su avaricia y desmesura. Daniel va extrayendo a lo largo de las páginas de El jardín vertical el dolor, la ignominia, el fracaso y el desprecio que le azotó al final del franquismo en su pueblo durante su niñez en un medio rural lleno de señoritos, falangistas chulos de medio pelo y de sus pelotas aduladores a una época ya de madurez, en la que ya no le queda nada porque lo ha perdido todo y que la pesadilla de su niñez vuelve por estos que parecen haber descubierto y fabricado la democracia, cuando todos los de su especie y condición sólo han luchado contra ella a lo largo de nuestra Historia.

Daniel y, como muchos, este gran poeta y escritor que es Alejandro López Andrada amamos las cosas limpias, horizontales, aunque este mundo este repleto de objetos verticales, de escalas militares, de oposiciones a cargos relevantes, de puestos políticos de un rango elevadísimo que, aún habiendo sido votados por el pueblo, no miran jamás al suelo; muy al contrario, quienes disfrutan en la altura de esos cargos gustan de que la gente se arrodille solicitando limosnas y protección. El miedo en estos tiempos es la cera que da pábulo al poder. Todo esto es lo que ha pasado en todo el Sur de Europa, y más que en ningún otro sitio aquí, en nuestro país, en nuestras calles, en España, donde nos rodea un sistema capitalista injusto en el que su alumno más aventajado como es quien la mayoria de los españoles le votaron el 20 de noviembre de 2011 nos quiere llevar hacia un Nuevo Orden Mundial destrozando derechos y libertades y esclavizando la luz que antes había en el ambiente. Las normas austericidas que se aprueban en Bruselas desangran países hundidos por el paro y la miseria por mucho que se pavoneen de que gracias a ellas estemos sacando a flote la cabeza.

El jardín vertical es un grito de desesperación en el caos en el que ninguno debe resignarse sin lucha constante para desenmascarar tanta patraña. Alejandro López Andrada es un valiente escribiendo claramente la historia de los últimos cincuenta años de nuestros pueblos y de nuestras ciudades, y eso es lo que tenemos que ser todos nosotros, valientes, y luchar sin desmayo ni descanso desde el lugar que ocupemos porque cuando una persona lo ha perdido todo, cuando pierde el amor de su vida, cuando pierde su casa, cuando pierde su trabajo, cuando hasta le abandonan sus amigos, únicamente le queda la dignidad y se convierte en un animal herido que arremete contra todo con furia, aunque lo hace convencido de que lo hace por amor hacia los demás, por la dignidad y la revolución.

Alejandro López Andrada es un poeta sensible y un hombre de paz que ha tenido la osadía y el coraje de escribir El jardín vertical que es una bomba de relojería directa a la línea de flotación de la impudicia tan absoluta de quienes nos gobiernan en este momento. Él tiene la fuerza de sus palabras. ¿De qué fuerzas dispones tú para acabar con la pesadilla?


©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega