martes, 25 de abril de 2017

Los milagros prohibidos



Querido Alexis Ravelo:
Ahora que acabo de terminar la lectura de tu última novela, Los milagros prohibidos, me viene a la memoria la nota personal que te envié cuando leí tu joya La otra vida de Ned Blackbird. En dicha nota te confesaba que al comienzo de la lectura echaba de menos a tus pringaíllos, aunque reconocía que el mejor Alexis Ravelo ya se encontraba dentro de sus páginas y te pedía encarecidamente que continuaras haciéndonos disfrutar y conmovernos con tu prodigiosa forma de narrar.

Tú, amable como siempre, me contestaste, hace ahora de ello unos once meses, que siempre tienes mucho miedo de que el libro funcione, de que llegue a su lector, y que en este caso ese miedo era aún mayor, no sólo por el cambio de estilo, sino por el desenlace epistemológico-metafísico, que no sabías si iba a entenderse, a interesar, en último término, a gustar. Terminabas que sigues siempre aprendiendo y que cada novela es una reválida, prometiéndome que tus mataíllos, volverían.
Y ahora termino tu nuevo libro del que en ese día me contabas que te estabas peleando con 280 páginas de un borrador sobre la guerra civil que no acababa de gustarte y que pudiera ser que en un par de años saliese de ahí una novela.

Ahora, después de terminar de leer Los milagros prohibidos, querido amigo, me pregunto qué en esos días no terminaba de gustarte en esta novela que, afortunadamente, no hemos tenido que esperar dos largos años para poder disfrutarla. Y de qué manera.

¡Qué emoción leyendo tu nueva novela! Volver a disfrutar de tu maestría en otro escenario inédito para tu literatura como es la guerra civil en tus amadas Islas Canarias. Ese épico duelo entre los dos protagonistas masculinos, la ignominia en un espacio tan reducido como es la isla de La Palma, donde unos pocos kilómetros de distancia se convierten en una separación infinita, la vileza del cruel falangista, odioso y machista, que se quiere vengar de un hombre al que ni siquiera conoce por el mero hecho de haber sido rechazado por una joven mujer...

Los personajes de Los milagros prohibidos son estereotipos. Agustín Santos, el maestro de Puntallana, que se tiene que tirar al monte para huir de la canalla horda falangista que quiere hacer un genocidio con todos los que no piensan como ellos, representada por Floro, el Hurón que tiene la habilidad de cazar conejos siguiendo su rastro con paciencia infinita igual que se ha convertido de la misma manera en cazador de hombres. Y Emilia Mederos, la sonrisa de sus labios y el rayo verde de su mirada donde conviven el movimiento del mar y el cielo interminable del desierto. La cultura frente a la cerrilidad fascista; el amor frente al odio. La noble valentía frente a la bronca borracha; la valentía del que lucha por sus ideales de justicia, igualdad y solidaridad con la palabra sin querer usar una pistola frente al animal, chulo y camorrista, que lucha porque no admite que nadie le prive de lo que desea. Y en medio de todo ello, el miedo y la injusta canallada y la crueldad sobre los que querían un mundo más justo, pensando que se lo iban a comer y el mundo se los estaba comiendo a ellos.

Pero el miedo con esperanza. esa esperanza inútil como la que tiene el que es obligado a cavar su propia tumba porque mientras cava está vivo y se agarra al clavo ardiendo de que mientras lo haces ellos sólo se están burlando para torturarte un poco más; la esperanza de que luego te digan de que acabó la broma y te vuelvan a llevar al calabozo. Pero no existen ni los clavos ardiendo donde aferrarse ni los milagros que te salven porque hasta eso prohibieron con su odio que empezó un fin de semana en medio del verano, cuando el tiempo de las chicharras y los sirocos, cuando ni una nube ni un pizco de aire se movía para convertirse en un gélido y terrorífico invierno que duró cuatro décadas, para que los que lo sufrieron desde su principio sintieran la nostalgia de un tiempo en el que habían sido felices sin, quizás, llegarlo a advertir hasta que el huevo de la serpiente eclosionó; un tiempo que para ellos ya jamás volvería ocurriera lo que ocurriese.

La valentía y el coraje de unos que para salvar sus vidas y sus ideales huyeron al monte con entereza y arrojo frente a la infidelidad, maldad ruin e indecencia de los traidores al pueblo que los querían extirpar y segar sus vidas como se extirpa y se siega la mala hierba. El valor del débil frente a la cobardía del fuerte que tenía la rabia metida en el cuerpo porque los de arriba, los de siempre, los azuzaba como a perros para ir a por mucha gente honrada y que, muchos, se vistieron con la camisa azul por pusilanimidad para disimular porque esos de arriba son capaces de cualquier cosa y vistiendo el uniforme falangista y desfilando, pareciendo matones que olvidan su cobardía bajo los efectos de una botella de brandy barato, para que a ellos no les pasase nada.

El orgullo del que nada tiene frente a la vileza del que se cree en la posesión de la única verdad en un mundo en el que no puede habitar quien no comulgue con sus ideas, sin darse cuenta de que primero fue el hombre. Primero fue la ignorancia. Primero fue la endogamia. Y la agonía de saber que entre el mar y los volcanes no había nada que no perteneciese en primer o último término a las contadas familias a quienes había pertenecido todo aquello desde siempre que sirviese para vivir o buscarse la vida. Primero fue la ignominia. Y el privilegio y el oprobio y la ira contenida en los ojos de hombres que no se atrevían a alzar la vista al paso de los lujanes, los sotomayores, los sotoseñores, los escrotosmejores, los caciques inmundos y prepotentes paternalistas; los ojos de hombres cuyas manos labradas hubiesen podido romper cabezas y abrir gargantas, pero hubieron que tragar los sapos de la desigualdad en la tierra más fértil donde ya todo tenía dueño salvo la miseria. Y ésta sí, la miseria, ésta si fue repartida a todos los que no llevaran galones o alzacuellos o cédulas con tres apellidos. Y después de repartida la miseria, aún sobró. Siempre hubo miseria para repartir, porque la esperanza sí, pero la miseria nunca se acaba.

¡Qué libro tan bello, Alexis Ravelo! Qué libro tan valiente y tan bello, que homenajea a todos aquellos que, sin estar obligados a nada, lucharon por la libertad y la igualdad sin estar obligados a meterse en esos líos, ni arriesgarse de aquella manera, y que lo hicieron porque creían en la justicia, en la lucha contra la infamia, en un mundo mejor. En realidad lo hicieron por el futuro y por los demás. Lo hicieron por todos. Lo hicieron por ti.

Qué orgullo y qué emoción en esos pasajes de absoluto terror ante la dignidad de quien dice que no habló, que no les dijo nada, que se meó de miedo, se murió de rabia, de dolor y de impotencia, pero no habló, no dijo nada a quienes le torturaban, no habló.

Que personajes tan fantásticos, Alexis Ravelo, que has creado para tu Los milagros prohibidos. Todos, absolutamente todos. Y qué final tan impresionante que te llena los ojos de lágrimas de emoción al recordar tanta humillación que a unos les jodió su niñez, su juventud y su vida entera y a tres generaciones les marcó con la vergüenza y la represión hasta que el dictador asesino murió en su cama.

Y, para terminar, qué grandeza en tu escritura, Alexis Ravelo, con esas expresiones de tu bello rinconcito al lado de África y esos capítulos que tú, de forma esplendida titulas como Memoria para que no nos olvidemos nunca del horror y así nunca más se vuelva a repetir. Quedo subyugado ante tu nueva obra maestra que es Los milagros prohibidos. Han vuelto, como me prometiste, tus mataíllos, pero estos son, sin desmerecer a los de tus novelas negras, muy grandes y muy dignos ejemplos a seguir en tu novela quizá más negra de las que hasta ahora has escrito.

Sólo me que queda una duda de nuestra conversación de junio de 2016 y es que qué no terminaba de gustar de esas 280 páginas con las que luchabas por entonces. Has escrito una novela genial, valiente y maravillosa. Claro que de ti ya nada puede sorprender por muy difícil que nos lo pongas.

Un abrazo muy fuerte desde este rincón de la inmensa meseta, querido amigo.

©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

jueves, 20 de abril de 2017

La décima clave



¿Qué conexión puede existir entre San Ignacio de Loyola con Miguel de Cervantes? ¿Y con el número Pi, un grupo de forenses sordomudos desaparecidos, muertos decapitados, un violonchelo, el escarabajo egipcio Jepri, la caída de Ícaro, un callejero de una ciudad milenaria española, un convento en el que hace treinta años murieron misteriosamente unas monjas, la cruz de Ankh, un broche con forma de libélula, unos recortes de periódico, un violonchelo, Toledo, Chinchón y una calle de Madrid?

Mucho me temo que para poder descubrir todo esto vais a tener que leeros La décima clave de Antonia J, Corrales. Leer a esta autora ya es de principio una buena costumbre y leer ahora esta novela publicada en 2012 y felizmente reeditada ahora por Ediciones B en libro de bolsillo, todo un acierto. ¿Por qué digo esto? Pues porque parece que ya se pasado, afortunadamente, el boom de la literatura criptográfica superventas norteamericana y yo, por fin, me encuentro con una novela sobre estos temas diferente. En realidad con una muy buena novela.

Doce forenses son requeridos para diagnosticar y atajar una misteriosa enfermedad que amenaza la salud de un grupo de religiosas  residentes en un convento. Dos de los integrantes del grupo de investigación son asesinados y sus cuerpos son hallados con evidentes muestras de tortura y rodeados de mensajes, tanto de símbolos matemáticos como religiosos. Treinta años después, el forense Enrique Fonseca se verá envuelto en una extraña investigación que le conducirá hasta la verdad sobre la muerte de su padre.

¿Similitudes con los superventas de Dan Brown? Si te quedas en la sinopsis, puede. Pero nada que ver con La décima clave que es literatura y no meramente impactos para vender y vender. Ambición literaria, personajes trabajados y buena prosa hacen de La décima clave un producto mucho más digno que esos que hace años eran consumidos compulsivamente por los que años después hacían interminables colas para sacar una entrada para ver la película basada en ellos.

Un protagonista traumatizado por descubrir el cadáver de su padre cuando era un niño que se ha convertido en un prófugo de la vida, de los sentimientos y de la realidad, y que se transforma en una persona que huye de sí misma y de todo lo que le rodea huyendo de su pasado hasta llegar a la amnesia y con una personalidad posiblemente paranoica, ya de por sí es un elemento diferenciador que da a la novela categoría de buena literatura.

La décima clave está estructurada como si se tratase de una obra de teatro clásica con una presentación, un nudo y un desenlace. Tras la presentación, algo difícil de conectar con ella al contarnos lo que pasa por la mente de Enrique, entramos en un nudo argumental basado en la criptografía donde muchos personajes, estupendos todos, entran y salen que con sus diálogos la autora nos va dosificando las pistas que nos conducen a un desenlace asombroso donde va encajando todo y parece que nos despertamos de un sueño. 

Antonia J. Corrales se nota que se lo ha trabajado a conciencia, primero documentándose y luego escribiendo, lo que es muy de agradecer pues vuelve a diferenciarse de la pura literatura comercial al uso. En las novelas del género están repletas de acción física, persecuciones inverosímiles, tiempo contrarreloj, peleas, golpes, momentos de peligro… mientras que aquí todo es plácido, mental y dialogado en un ambiente casi de claustrofobia con ligeros toques irónicos que nos van llevando poco a poco a la resolución del misterio sin sobresaltos pero cada vez más interesados, porque como se dice que Kant filosofaba, el conocimiento de las cosas pasa por conocer las formas o maneras que tenemos de conocer, sabiendo que ese conocimiento, no siempre, pero sí muchas veces, pasa por tener que descifrar algo que es lo que en realidad nos atrapa. No el misterio en sí, sino el proceso que llevamos durante el descubrimiento. Eso es lo irresistible y fascinante.

Antonia J. Corrales llega a tal involucración con sus personajes que parece jugar con ellos sin ningún escrúpulo trayéndolos y llevándolos de una historia a otra, de un lugar a otro, sin que en principio tengan nada que ver entre sí, jugando con su destino, con su pasado y su presente, sin ninguna consideración. Pero esto es otra jugada maestra de la autora que tiene muy claro de donde parte y a dónde quiere llegar. Es cierto que existe ese juego que te va dejando a veces anonadado y a veces escéptico, pero llegas al desenlace y entonces te das cuenta que todo estaba atado y bien atado, y esta vez de verdad por muy famosa que sea la frase y muy incierta por quien la expresó en su día. Aquí a la autora no se le escapa nada. Todo lo que en otro texto, innumerables hay, es inverosímil, en La décima clave todo está resuelto con gran ingenio, además de introducir un conflicto moral que nos hace recapacitar.

Con esta novela he leído ya todo lo hasta ahora se ha publicado de Antonia J. Corrales, que es capaz de sumergirnos tanto en un trepidante thriller que nos provoca una fuerte tensión, como en una novela intimista aderezada de notas de realismo mágico. Y es que no se le nota diferencia porque a mí me gustan las dos Antonia J. Corrales. El secreto puede estar en lo que dice uno de los personajes de La décima clave cuando habla que la palabra, su significado y su poder, era y sigue siendo, a pesar de ser utilizada a diario, un misterio para el ser humano. Y aquí ya sí que tengo que discrepar con Antonia J. Corrales porque como sé perfectamente que es humana, lo que dice su personaje es parcialmente cierto. Para ella las palabras no son un misterio de lo bien que las combina.

Engánchate a La décima clave y quedarás peligrosamente enganchado a Antonia J. Corrales. Yo hace años que lo estoy y te aseguro que es un gran placer.

©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

miércoles, 19 de abril de 2017

Momentos de vida



Estoy sentado, frente a la hoja de papel en blanco, pensando en lo que voy a escribir lo que vais a leer e continuación y una idea me asalta de forma continua: me considero una persona que siempre ha tenido una vida afortunada, aunque mi forma de ser y mi carácter me haga sufrir por los continuos problemas cotidianos que nos pueden asaltar. ¿Problemas? ¡Qué ironía!

Acabo de cerrar un pequeño libro, pequeño por su extensión pero enorme por su contenido, titulado Momentos de vida, primer libro publicado por Isabel Sevilla Moreno, que a partir de ahora se va a convertir en uno de los que tengo de cabecera y que releeré cada vez que me asalten esos problemas que, desde este momento, voy a calificar de banales ante tanto sufrimiento y dolor que acaban de pasar por mis ojos.

Isabel Sevilla Moreno necesita sobrevivir y para eso escribe según nos confiesa en Momentos de vida. Escribe para hablar de libertad, de deseos incumplidos, sueños no realizados, del tiempo que pasa y porque cada vez queda menos tiempo para vivir; ella habla con su papel y se entiende perfectamente, más de lo que quisiera; escribe para hablar de aquellos que no han podido siquiera llegar a vivir los años que ella ha vivido, aquellos que se han ido antes de hora; escribe para declarar su amor por las personas a las que no dijo cuánto quería ni las suficientes veces ni con actos que es como deben ir acompañadas las palabras; escribe para hablar del dolor de las ausencias, para recordar los sueños tanto los buenos como los malos, para no olvidar porque sin recuerdos no somos nada, para sentirse viva y libre, para contar el dolor y el desamor; escribe para hablar de la esperanza, la ilusión y el amor; escribe para contar las horas, los días, las emociones…; escribe porque está viva y, en el fondo, quiero vivir siempre en y con sus letras; escribe para ser inmortal, para los que vengan después de ella.

A partir de esta confesión nos sumergimos en treinta y cinco breves, pero intensos y emocionantes, relatos autobiográficos y un precioso cuento de ficción final erótico para que sea un antídoto para superar y se nos quite del alma la angustia que se ha anidado en ella durante la apasionante lectura.

Momentos de vida nos relata pequeñas situaciones cotidianas, ínfimas cosas, que seguramente a los que no estamos en la situación de la autora ni nos demos cuenta de que suceden, pero que en las palabras y frases de Isabel Sevilla Moreno se hacen inmensas porque la reafirman en lo que a ella le ha tocado vivir y en la tremenda dignidad con la que lo afronta.

Felicidad, sexo, amistad, fe, suerte, aventura, bondad, familia, crisis económica, juventud, enfermedad cruel, salud, maltrato, soledad, violencia de género, machismo, amargura, amistad desamor, recuerdos, dolor, fragilidad, angustia…, pero ante todo dos cosas en mayúsculas que bañan cada página de Momentos de vida: Amor y Esperanza.
¿Qué puede pedir una persona cuando en una reunión de amigos alguien lanza la pregunta que es lo qué querríamos ser de mayores? Muchos pediríamos esas cosas materiales y enaltecedoras de nuestra vanidad, pero Isabel Sevilla Moreno se lo piensa unos segundos y nos suelta a nuestra cara que queda sorprendida ante su petición y deseo: “No estar enferma. Llevar una vida normal, la misma que nunca he podido hacer”.

Momentos de vida  es como el núcleo de A la busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Isabel Sevilla Moreno, en esa soledad que se siente en una ciudad grande y que es tan enorme y en la que cerramos los cerrojos de la puerta de nuestra casa, miramos por la ventana, vemos pasar a la gente y observamos las luces de las otras casas, descubre un objeto familiar, que ella ha ido recopilando a lo largo de su vida, y empieza a recordar, porque esos objetos son testigos de la vida que nos vuelve para viajar por la memoria. Y si no tenemos recuerdos no somos nada, tanto que ellos son los que nos mantienen vivos. La soledad y la incomprensión son malas compañeras y ella, así se hace llamar muchas veces en el libro Isabel Sevilla Moreno, las ha sentido en su piel, tanto que las lleva tatuadas. Ella no sabe odiar, pero sufre, sufre mucho. Lamenta como es tratada por su ser quizás más querido. Lamenta tantas cosas que le han pasado, tanta injusticia sufrida. Porque en esta historia es la gran perdedora, sin duda, pero no acepta que sus seres queridos pierdan su libertad. Sólo desea que la quieran, pero no siente ese cariño. Y ella se pregunta qué es lo que ha hecho para obtener tanto dolor.

Ella no cree en el perdón. Sólo cree en la conciencia de cada uno, única y exclusivamente, porque se trata de vivir la vida mientras podemos, de disfrutar de los buenos ratos porque los malos llegan sin avisar, de hacernos las cosas más agradables unos a otros, de vivir y dejar vivir. De todo eso y de muy poco más.

Porque, aunque parezca mentira y que no puede ser, y ahí radica su tremenda grandeza y magia, Momentos de vida es un grito descarnado, pero un grito de esperanza que te deja el corazón encogido, pero lleno de emoción. ¡Qué poco nos damos cuenta de las verdaderas cosas que son importantes! Isabel Sevilla Moreno se desnuda en cada una de sus frases, en cada una de sus palabras como la mujer valiente y excepcional que es. Pocos, muy pocos, se atreverían a escribir todo lo que ella nos cuenta, y ninguno, pienso yo, daría ese mensaje de amor y esperanza que ella transmite frente a lo que está sufriendo sin quedarse en la simple amargura. La gente no quiere saber de cosas duras pero estas suceden a nuestro lado y hay que ponerlas voz. Isabel Sevilla Moreno se la pone en un alegato a la esperanza, a la alegría y a la libertad después de haber vivido, y seguir viviendo, unas historias y situaciones poco fáciles, por no decir extremadamente difíciles.

El amor a su padre y a su madre, a sus perros a los que sólo les falta hablar, los bancos donde poder sentarse en sus paseos, sus zapatos, su bastón, sus hijos, las vajillas guardadas en la alacena del comedor, su lilero, su ventana como escaparate de la vida, esa luz de la casa de enfrente que lleva días sin encenderse, sus paseos por etapas, su vermú, sus conversaciones con otras personas, su dolor, aunque siempre con esa sonrisa con la que me imagino su cara, ella … Hay que ser muy fuerte, muy mujer y muy excepcional para soltar todo lo que dice y quedarse amarrada a ese poso de esperanza frente a los que nos parece que tenemos una vida dichosa, feliz y regalada con algún problemilla de vez en cuando.

Os ruego encarecidamente que compréis y leáis Momentos de vida, lo disfrutéis y sigáis sin descanso las palabras de Mario Benedetti con las que Isabel Sevilla Moreno cierra su libro a manera de síntesis para cuando tengamos un momento de desaliento: “No te rindas, aún estás a tiempo de alcanzar y comenzar de nuevo, aceptar tus sombras, enterrar tus miedos, liberar el lastre, retomar el vuelo. No te rindas que la vida es eso…”.

Si Isabel Sevilla Moreno lo ha convertido en una forma de vida y lo sigue a rajatabla, ¿no vamos a poder nosotros, personas afortunadas a las que nos asaltan problemillas sin importancia que parecen ahogarnos?
¡Impresionante!


©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

domingo, 16 de abril de 2017

Leyendas del promontorio


Dice Raquel Lanseros que todo lo que tiene que ver con la poesía es un acto de amor. Más que decirlo, lo siente. Amor de esas fuerzas afectivas para que la poesía llegue a ser con exactitud lo que es: amar a todo lo que te rodea y que has llegado a conocer y a disfrutar mientras dura tu existencia. Y el amor se visualiza cuando lees su poesía; se percibe que Raquel Lanseros ama la poesía al tiempo que vas sintiendo, según lees sus poemas, que te vas enamorando de ellos tú mismo, porque se ama la poesía del mismo modo incesante e innegociable como se ama la vida.

Hace ahora doce años que Raquel Lanseros publicó su primer poemario: Leyendas del promontorio. ¿Qué ha ocurrido durante todo este tiempo transcurrido desde entonces desde que una muchacha publicaba sus versos hasta la de ahora que se ha convertido en una de las más reconocidas poetas de nuestro país? Posiblemente, seguro, ya no es exactamente la misma a la de entonces porque el tiempo fluye y nos traspasa transformándonos en otra persona, pero con la misma esencia de la que antes fuimos. Ahí, justamente en ese aspecto, está una de las glorias milagrosas y mágica de la literatura que deja inalterable lo que un día fue escrito con esas miradas, esos pensamientos y la concepción del mundo que el autor tenía cuando volcaba en sus palabras lo que en ese momento sentía y que nunca serán iguales a las que escriba en el presente, como tampoco lo serán en el futuro que está aún por llegar, pues ni teníamos los mismos trabajos, ni viviremos en las mismas ciudades, ni nos acompañaran las mismas personas. Así me supongo que le ha ocurrido a Raquel Lanseros como me ha sucedido a mí mismo. Pero, lo escrito quedará como testigo preferente de lo que sucedió cuando las palabras iban llenando el papel.

Cuando en 2005 Raquel Lanseros escribía y publicaba las poesías de su primer libro ignoraba, aunque seguro que sí intuía, que era una empresa fácil para la dura gesta contra el paso del tiempo, pero ya que así era su pensamiento: conjurar las flaquezas del destino. La poesía se sumerge en un ansia de juventud y de vida

"Te veré pronto. Mantente viva.
Hasta pronto, princesa.
Me quedo en tu recuerdo"

que observar con ojos curiosos un hombre cansado y solitario en un café, mientras remueve con la cucharilla el líquido de la taza u tamborilea con sus dedos sobre la mesa un tango, pensando con nostalgia en su pasado. Pasado, presente y futuro como una constante. La vida, el amor, el odio, la espera. El tiempo que destruye, transforma y abandona.
Raquel Lanseros viaja por el tiempo, por el espacio y por la literatura,

"En la bella ciudad de Dublín
donde las chicas son tan bonitas..."

Dios bendiga a América"

sueña con el éxito, aunque parece premonizar cual engañosa tiene que ser su liviandad cuando se alcanza para transformarse en un instante en mero humo, duda al mirar hacia atrás que es cuando caemos mortalmente heridos por esa duda funesta y emponzoñada que nos paraliza. Siente melancolía de gente conocida anteriormente (otra vez el tiempo, otra vez el pasado) y esa nostalgia que aprisiona el corazón por ese sueño imposible que no pudo haber sido y que por tanto no fue.

Amores de adolescencia de los dieciséis años, la libertad sentida cuando se da y se recibe el primer beso, las calles engalanadas de banderillas y farolillos en una noche cualquiera de verano en cualquier pueblo o ciudad, la esperanza de poder volver a sentirlo esa sensación en el futuro, el entusiasmo de la juventud que te hace sentir como un gigante o un dios omnipotente, en una criatura perfecta, con ansias de volar, hasta que poco a poco la vida pasa inexorable como el viento del norte y va apagando tus sueños. Pero nos mantendremos vivos, como vivo se mantuvo Ulises sin importarle lo que pudiera ocurrir, ya se encuentre con sirenas traicioneras y embelesadoras con su canto o Circes embrujadoras. Siempre en el pensamiento la idea de mantenernos vivos, más allá del olvido y más allá de la vida. Hasta conseguir volver a Ítaca. Hasta que todos seamos Ítaca.

El tiempo que fluye. El tiempo que, más que pasar, vuela, escurriéndose como si fuese agua entre nuestros dedos. Pasado, presente, futuro... Las leyendas del promontorio, el primer poemario de una muy joven Raquel Lanseros escrito hace doce años. Después llegarían el resto de sus libros. Seguramente diferentes. Y después llegarán muchos más a partir de hoy. Nada en nuestras vidas será igual Solamente una cosa permanecerá invariable e inalterable a través del tiempo: ¡qué bonito escribe siempre Raquel Lanseros!


©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega