miércoles, 17 de junio de 2015

Los girasoles ciegos




Miedo, vencido, derrota, silencio, tristeza. Cinco disparos ensordecedores que impactan violentamente en el centro de nuestro pecho desgarrando con dolor lacerante nuestro corazón es la sensación que se tiene al leer Los girasoles ciegos de Alberto Méndez.

Miedo atroz de los vencidos en una derrota cruenta que no va a dar paso a una paz, sino a una victoria que les sumirá en el silencio y la tristeza. Derrotas individuales, derrotas anónimas. Derrota, persecución y represión crueles hacia unos vencidos por unos vencedores que no querían ganar una guerra, sino matar y aniquilar a sus enemigos. Perturbación angustiosas del ánimo por un riesgo real y para nada imaginario que sufren los vencidos en su derrota, absteniéndose de hablar en una falta absoluta de ruido y palabras en un apesadumbramiento afligido, angustioso, amargo, depresivo, desconsolado, melancólico, atormentado y doloroso de unos personajes  que perdieron oficialmente, pero que ganaron por el solo hecho de resistir y de luchar por sus ideas y por su libertad en vez de bajar los brazos, rebelándose y resintiendo por orgullo, por honor o por sus ancestros de los que descendían.

Los girasoles ciegos es un pequeño libro excelso de ciento cincuenta y cinco páginas compuesto por cuatro relatos independientes pero interconectados entre sí y con el título de cuatro derrotas que nos llevan desde pocas horas antes de que se produzca la victoria del ejército sedicioso y fascista contra la República española el 1 de abril de 1939, y 1940, 1941 y 1942 en la durísima posguerra que se abatió en la población vencida y derrotada. Los girasoles ciegos nos ofrece una lectura fascinante que viene a manifestar que es necesario conocer nuestra historia para entender el presente y proyectar el futuro. Es un libro sobre la memoria colectiva que ayuda a superar la tragedia de una España de represión, marchas militares y ruidos de sables que exige que asumamos, no pasemos página o echemos en el olvido.

Los personajes de Los girasoles ciegos son seres vencidos. Seres que se encuentran en un camino, sin vuelta atrás posible, recorriendo una senda de entrega y resistencia sin ser conscientes del momento en el que se abrirá la puerta de la tragedia.

Alberto Méndez demuestra con su escritura el enorme poder de la palabra que nos hace conocer el horrible sufrimiento de estos seres anónimos en sus particulares historias de derrota que es la derrota de la humanidad. Sus personajes son víctimas de la barbarie y la sinrazón que anegó de sangre los surcos de los campos españoles al grito bastardo y espeluznante de ¡Muera la inteligencia traidora, viva la muerte!

Personajes inolvidables e irrepetibles como Carlos Alegría que se alistó en el bando nacional porque así pensaba que defendía todo lo que era suyo y que, en un acto de dignidad personal para no sentirse cómplice de una matanza, aunque él no ha disparado un solo tiro, se rinde, ni deserta ni traiciona, porque un enemigo rendido sigue siendo un enemigo, al bando republicano cuando a éste le quedaban horas para perder la guerra, acto que nos será comprendido ni por unos ni por otros y le costará dos muertes.

O Eulalio Ceballos Suárez, el poeta, que con dieciséis años se pasa a la zona republicana en Madrid desde su pueblo cántabro de Caviedes, y allí se hace amigo de Miguel Hernández. Tampoco entiende la saña con que se aplican contra los vencidos los vencedores: “yo no hubiera dejado que mis enemigos huyeran desvalidos, que yo no hubiera condenado a nadie por ser sólo un poeta”. Pero el tiene que huir con su mujer embarazada de muchos meses y que muere en el parto en una braña de los montes de Somiedo, dejándole solo con el niño recién nacido pasando un cruel invierno a la intemperie donde quiere dejar todo escrito a quien encuentre sus cadáveres que él también es culpable, a no ser que sea otra víctima. Un escrito realizado por alguien que con dieciocho años no tiene edad para tanto sufrimiento.

O Juan Senra Sama, masón, organizador del presidio popular, comunista, soltero y criminal de guerra, nacido en Miraflores de la Sierra (Madrid), en 1906, profesor de chelo y estudiante de medicina, de ahí su adjudicación al cuerpo de enfermeros, preso en la cárcel de Porlier donde se gestionaban asuntos a cambio de cosas miserables como un anillo de boda, un chisquero, una funda dental de oro, o cualquier cosa que valiera algo más que un ser humano, cuando declaró ante el tribunal que conoció a Miguel Eymar, hijo del coronel que le juzga en un tribunal que no es de justicia, sino de odio y de muerte ya que no entiende la guerra como una desgracia, sino como la ocasión de aniquilar sin miramiento alguno al enemigo,  “salvó momentáneamente su vida”. Y poco tardó en darse cuenta de que podría alargar el tiempo de supervivencia en la misma medida en que daba rienda suelta a las mentiras, a esa vida heroica de Miguel Eymar que se va inventando para consolar al coronel y, sobre todo, a su mujer, madre destrozada, prematuramente avejentada por el sufrimiento de la pérdida de su hijo. Él ya se sabe un cadáver más entre los vivos y quiere saldar todas sus cuentas: con su amigo, Eugenio Paz, que se pasó al bando republicano por despecho contra su tío, que maltrataba a su madre, y que se tomó la guerra como un juego de tiros ya que apenas tenía dieciséis años, a quien no puede darle el último abrazo; con su hermano, de quien se despide emotivamente, y con los vencedores a quienes les arroja en su propia cara la cobardía y lo miserable que fue su hijo.

O el hermano Salvador que expresa la ceguera de unos vencedores condenados a no ver su propia derrota y que es la gran ironía, clave del libro, y lección moral que es la victoria de unos vencidos que mueren por sus ideales, y la derrota de unos vencedores que los tienen que matar para acallarlos. Salvador comete un pecado que no tiene perdón, lo reconoce, porque ni piensa arrepentirse de lo que ha hecho pues se cree el dueño de los demás y puede violentar sus derechos.

O Lorenzo Mazo que ha perdido su infancia por la guerra y no puede ser feliz, aunque quiera comportarse como se comportaría un niño de su edad. Pero no puede hablar de su padre, no puede destacar en el colegio, no debe caer en la indiscreción que pueda poner en peligro a su familia. Es un niño viejo al que la guerra le ha robado su inocencia, la espontaneidad, la naturalidad de ese niño que quiere ser. Un niño que mira un espejo tras el que su padre se esconde tras la otra parte sin entender nada pero sin decir nada. Su narración cuando ya es adulto rezuma la tristeza del sufrimiento de todos los días y, sobre todo, la tristeza por aquella infancia que le robaron.

O Ricardo Mazo que es profesor de lengua y literatura, comunista activo e intelectual de vida desahogada que la guerra aniquila. Sufre un progresivo deterioro personal, familiar y profesional que acabará trágicamente. El paso del tiempo va desgastando a este hombre bueno que se tiene que esconder en un armario como un topo, con todos sus miedos, porque se da cuenta que no hay salida para los vencidos. Un tiempo donde copular con su mujer hay que hacerlo en el suelo para eludir los chirridos de la cama de latón, sin un jadeo, sin un grito, sin un te quiero, para guardar el silencio de la vida. Una persona digna que aún cree en la bondad del ser humano por lo que no puede caber en su cabeza que se pueda matar a un semejante por no tener las mismas ideas a las tuyas y que cuando se da cuenta que si es posible ya ha perdido la guerra y la libertad que recuperará en la escena final.

O, finalmente, Elena, la madre, que tiene una gran fortaleza de ánimo y una gran valentía. Mujer enorme que se agiganta en las dificultades y en la desgracia y que debe proteger a su familia sin renunciar a unos valores, a unas ideas por las que ha luchado, pero sabe que debe guardarse del hermano Salvador, en un difícil equilibrio de no menospreciarle, aunque le repugne, para no levantar sospechas. Es el único personaje adulto que sobrevive a los oscuros años de la posguerra porque de su supervivencia depende la vida de su hijo y, con ella, los ideales por los que demás murieron. Elena y Lorenzo son los únicos personajes que se elevan por encima de las páginas de Los girasoles ciegos para mostrarnos el camino de la victoria sobre la derrota, de la verdad sobre la realidad, del ser humano sobre el terrible y despiadado enemigo.

Alberto Méndez con Los girasoles ciegos escribió un libro que destila sensibilidad y respeto por ambos bandos, por las circunstancias de cada cual que les obligaron a hacer lo que hicieron abogando por la libertad y por hacer un canto a la memoria de todos aquellos que cayeron y que murieron por lo que creían y por amor a los suyos.

Miedo, vencido, derrota, silencio, tristeza... Esperanza.

©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

martes, 2 de junio de 2015

El mal camino



Tú que estás ahora mismo leyendo estas líneas, teme a la noche, teme al día, estate siempre alerta para no empezar a andar por el mal camino.
Es el final de una noche, estás tomando unas copas en un bar con un amigo, te despides de él, te montas en el coche, empieza a llover, el parabrisas está sucio, la carretera es muy oscura, vas fumando y se te cae la brasa del cigarrillo, la intentas apagar, te distraes, levantas la vista, ves a un tío en medio de la carretera con los brazos levantados delante del coche pidiendo que pares. Bam. Acabas de empezar a adentrarte en El mal camino.

En una carretera rural del sur de Francia, un hombre surge de la oscuridad y desencadena una serie de extraños acontecimientos, convirtiendo en una pesadilla las vidas del escritor Bert Amandale y de su amigo Chucks Basil, una estrella del rock en horas bajas.

Este es el sucinto resumen de El mal camino, la nueva novela de Mikel Santiago, un joven escritor que el año pasado sorprendio con su primera novela larga, La última noche en Tremore Beach.

Bert Amandale es un escritor famoso que se traslada desde Londres a vivir a La Provenza francesa con su mujer, Miriam, y su hija adolescente, Britney, huyendo de un sinfín de problemas. Las cosas parecen ir por el buen camino hasta que Chucks Basil, amigo íntimo de Bert y problemática estrella del rock se muda al pueblo de al lado. Una noche Chucks atropella a un hombre en la carretera y se da a la fuga. Pero, al volver, el cadáver ha desaparecido y nadie parece haber escuchado ni visto nada, hasta que una serie de extraños acontecimientos empieza a rodear a ambos.

Bert escribe novelas truculentas llenas de personajes con muy mal carácter que asaltan casas y matan a sus habitantes. Chucks es un famoso músico aunque lleva años sin hacer nada y su último disco no termina de prepararse. Miriam se siente feliz en su nueva casa aunque su relación con Bert está naufragando a pasos agigantados. Britney ha tenido problemas serios en su pasado reciente y es una adolescente rebelde e insatisfecha aunque parece que su vida se vuelve mejor al conocer a un chico. Nada parece estar claro en esta parte del mundo. Nada resulta ser lo que parece. ¿Qué está ocurriendo?

Mikel Santiago confiesa escribir lecturas veraniegas, pero lo hace de una manera deslumbrante y centelleante. El mal camino está cargado de suspense, unos personajes muy cercanos y un ritmo frenético en su lectura. La novela está dividida en tres partes muy diferenciadas que me han recordado a la estructura de una obra teatral. Empieza con la presentación donde conocemos a los personajes y la situación que originará el conflicto para concentrar la atención del lector, adueñarse de su interés, adentrarle en él e indicarle, más o menos porque es bastante impredecible, como debe tomar la historia. La segunda parte es el nudo y desarrollo de la trama, donde se desenvuelve el argumento antes expuesto, para lanzarnos a un desenlace en las últimas cien páginas absolutamente potente y magnífico en el que se resuelve todo. Y todo lleno de factores de sorpresa, apartes, suspenses, retrovisiones, sueños, peripecias y situaciones, con unos personajes muy bien construidos que acompañan a Bert en su supuesta paranoia pero con esa voluntad firme y con su comportamiento que le hace defender esa voluntad férrea que parece que no le va a doblegar nunca.

No puedo decir nada más. Hay que leer El mal camino y pasear por Bert por esos campos idílicos de la campiña de La Provenza cuajados de cánulas y lavandas donde no todo parece ser tan paradisíaco ni nada es lo que parece ser. Ocurra lo que ocurra, en algún momento de la noche, el sol volverá a salir por el horizonte y, de alguna forma, la vida seguirá. Por el mal camino, pero seguirá. Mikel Santiago nos lo deja muy claro en esta novela veraniega y de puro divertimento en la que está muy claro que este tipo de literatura para nada está reñido con la buena literatura.

©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

lunes, 1 de junio de 2015

El corazón del caimán




Abrir las páginas de El corazón del caimán de Pilar Ruiz es sumergirte en un mundo fantástico lleno de la historia de España del siglo XIX.

Corre el año de 1897 y Ada recibe la noticia de la desaparición en combate de su marido, Víctor, un militar español. Sin embargo, ella está convencida de que sigue vivo, y se dispone a buscarlo a través de una guerra y una isla en forma de caimán; la isla de Cuba, y la guerra, la de la Independencia para dejar de ser una colonia española.

Ada Silva es cubana, pero también es española. La contienda se libra a su alrededor mientras ella continúa empeñada en su propósito de encontrar a Víctor. Con la única compañía de Pompeya, una santera que habla con los Orishas para conocer el futuro, emprende un viaje por la isla que les mostrará a ambas la destrucción del mundo que conocieron una vez, arrasado por el huracán devastador de la guerra.

La aventura de Ada recorre su pasado y el de su familia a lo largo de un siglo XIX que está a punto de finalizar: el de los emigrantes españoles a América, como su tía abuela Elvira; el de su padre, el misterioso revolucionario Darío Silva; el de Víctor y el de otro hombre que siempre ha estado a su lado aunque ella ni siquiera lo supiera.

Esta es la mera sinopsis comercial de la novela, pero en El corazón del caimán la autora vierte muchísimas más cosas que lo que aquí se dice en un novelón que recuerda a los folletines de Benito Pérez Galdós o de José María Pereda.

El corazón del caimán es un tratado muy ameno de la historia de España en el convulso siglo XIX plagado de acontecimientos y guerras que se despidió con la pérdida de las últimas posesiones en América y que nos sumió en la más absoluta desesperanza, pero que fue acicate para el surgimiento de una de las más grandes generaciones de artistas como fue la del 98.

Pilar Ruiz se sirve de sus personajes para hacernos viajar por este siglo realizando un mosaico impresionante en continuos saltos en el tiempo, donde iremos pasando por Trafalgar, la Comuna de París, la Guerra de Cuba, los primeros campos de concentración de la historia, señores indianos feudales e inmensas fincas tropicales caribeñas, la esclavitud y los negreros, la Semana Trágica de Barcelona, la santería y el vudú, la montaña y el mar de Cantabria, la piratería y el raque en épocas de hambre, tormentas y huracanes, la remisión económica que solo podía pagar los ricos para que sus hijos no fueran a la guerra y que se convirtió en un pingüe negocio de corrupción, el Presidente del Gobierno Don Antonio Cánovas que dijo que España permanecería en Cuba hasta el último hombre y la última peseta, los anarquistas que le contestaban que hasta el último hombre que no tuviera los trescientos duros para poder redimirse, la Masonería, el inicio del cinematógrafo, la Generación del 98, la Restauración monárquica, o las Guerras Carlistas. Un mosaico emocionante, sensacional, imponente, sobrecogedor, extraordinario, alucinante y conmovedor de una España tan hostil y tan difícil.

Pilar Ruiz se sirve en ésta, que es su primera novela, de diferentes guiños y homenajes a esos autores del realismo español como son los dos ya citados, Galdós y Pereda, y Valle Inclán, Unamuno o Baroja, y de otros extranjeros como Melville, Balzac, Flaubert, Conrard o Hugo. Y como es guionista de cine, también se pueden apreciar llamadas a Francois Truffaut o Visconti en una amalgama de metaliteratura muy cinematográfica.

La verdad es que El corazón del caimán no parece ser una primera obra. Pilar Ruiz emplea una prosa elegante y muy fluida, con un vocabulario rico y poético que convierte a la lectura en muy amena y enriquecedora, no cayendo nunca en un exceso descriptivo dentro de una ambientación exquisita muy realista. España y Cuba se convierte así en dos personajes más y no como simples decorados donde se desarrolla la acción.

Pilar Ruiz se nos descubre en El corazón del caimán como una gran narradora de historias, sirviéndose de el viaje de sus dos principales protagonistas para vivir la apasionante historia que no hace tanto tiempo que sucedió y que cambió para siempre la forma de ser y de pensar de dos países.

El corazón del caimán no es una simple novela romántica, aunque esté cuajada de amor. El corazón del caimán nos hace participar como espectadores hipnotizados en los hechos que narra dentro de una novela original y diferente a la mayoría de las novelas que existen de este género histórico. El corazón del caimán tiene que ocupar un lugar en las estanterías de la biblioteca de todo amante de la buena literatura.



©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega