miércoles, 14 de octubre de 2015

¡Ay, Carmela!



Leer teatro quizás esté bastante olvidado entre el publico cuando es una de las experiencias más gratificantes que pueden existir, y más si se trata de un texto tan magnífico como es el de ¡Ay, Carmela! de José Sanchis Sinisterra.

José Sanchis Sinisterra (Valencia, 1940) es uno de los dramaturgos españoles más comprometidos con el teatro de su tiempo. Su actividad como profesor, investigador, director, promotor y autor de teatro le ha mantenido en una continua búsqueda y experimentación de nuevas formas de expresión. Sobre la base de la tradición clásica y de la renovación formal (que sigue los pasos de Kafka, Beckett y Brecht), Sanchis Sinisterra pretende con su teatro sorprender y estimular la conciencia del espectador desde un punto de vista ético y estético.

Con ¡Ay, Carmela!, que pertenece a su etapa inicial, el autor obtuvo un rotundo éxito de crítica y público. Planteada como una crónica sentimental de la guerra civil desde la memoria republicana, tiene mucho de ajuste de cuentas con la historia, pero también con nuestra propia época, con el teatro español y con la trayectoria personal de su autor.

¡Ay, Carmela! es un texto singular; construido con materiales irrisorios, tomados en préstamo de los géneros más ínfimos del espectáculo, tiene en cambio una factura compleja, elaboradísima, que suministra al espectador los datos para reconstruir con fragmentos, a veces febriles, de la memoria los hechos que atormentan a los personajes. Muchos temas se cruzan sobre el nudo aparentemente anecdótico de su argumento: sobre el gran teatro de operaciones de la guerra civil española, el irrisorio tablado de unos cómicos ambulantes, la ridícula afrenta del teatro cometida ante el poderío obsceno de la muerte. El teatro como escenario de la memoria, donde vuelven a cobrar vida, aguijoneados por el castigo de la conciencia, fragmentos de una traición o de una cobardía.

¡Ay, Carmela! es uno de los textos de la dramaturgia contemporánea española que más se ha representado por todo el mundo. El interés que despierta, a pesar de sus casi treinta años, es de una vigencia abrumadora. Es una elegía de una guerra civil en dos actos y un epílogo, aunque tal vez sea esta ultima parte de la obra la menos conocida. Y ello porque la fabulosa historia de José Sanchis Sinisterra la conocemos fundamentalmente por la versión cinematográfica de Carlos Saura.


Un epílogo fascinante que supone una reivindicación de la memoria histórica como atributo de la dignidad. Un excelente colofón para el sugerente final del segundo acto que, tras el sonido de una descarga de fusilería, deja a oscuras el escenario en el que Paulino y Carmela llevan a cabo sus interpretaciones. La acción transcurre en Belchite (Zaragoza), que acaba de ser "liberado" por las tropas nacionales y los dos artistas de variedades hacen un espectáculo para homenajear al ejército victorioso y humillar a los vencidos, que asisten a la representación antes de ser fusilados. Aunque el tema de la obra es el del "teatro bajo la guerra", y nos muestra la visión del autor sobre el hecho dramático (reflexiones del teatro dentro del teatro) no deja de ser significativo que el contexto marque irremediablemente la acción, lo cual nos lleva a la reivindicación de Sanchis Sinisterra de la función social del teatro. Frente al tono fundamentalmente realista y verosímil de los dos primeros actos, el epílogo es magia. En estas últimas líneas el autor nos lleva a un mundo de sueños e imaginación, a la fantasía que quedó sustituida en la película por un epílogo mucho más convencional y realista: la visita a la tumba de Carmela. El epílogo de ¡Ay, Carmela! en realidad retoma el principio de la obra, donde se le aparece a un confuso Paulino, Carmela recién muerta. Tras mostrarnos en el segundo acto con una nueva regresión temporal cómo sucedieron los hechos la noche de la muerte de Carmela, en el epílogo el tiempo se ha detenido, el desenlace ha sucedido y el teatro impone su libertad que le permite hacer de lo ilógico algo natural. No tiene por qué ser un sueño de Paulino (de hecho, Sanchis Sinistierra afirma que escribió estas escenas para que el público no pensara que eran fantasías de Paulino). Así, naturalmente, vuelve Carmela de entre los muertos y se produce un magistral cruce de tiempos, una demostración de que cualquier cosa puede suceder en el escenario. El epílogo por tanto no es un añadido trivial, una manera de alargar innecesariamente la obra. En él se cierra el ciclo abierto en los dos actos con las apariciones de Carmela y se desarrollan temas fundamentales que invitan a la reflexión al espectador. La dignidad artística, la dignidad vital de vivos y muertos, la supervivencia a costa de la dignidad y el olvido frente a la reivindicación de la memoria para salvar esa dignidad. ¿Es mejor ser un fantasma digno o un vivo convertido en pelele? Como dice Carmela, hay muchas formas de estar muerto... y muchas formas de estar vivo. En definitiva, ¡Ay, Carmela! merece una lectura para apreciar la riqueza de la obra y este magistral epílogo que me ha emocionado cuando Carmela ve en el patio de butacas a los milicianos que la vieron actuar por última vez y que también fueron fusilados tras ella. Pero, sobre todo, cuando ella reivindica los "clubs" de la memoria allá en la otra vida...


"Para recordarlo todo (...) Porque los vivos, en cuanto tenéis la panza llena y os ponéis corbata, lo olvidáis todo. Y hay cosas que.."

En estricto sentido, la obra cuenta la historia de Carmela y Paulino, dos actores de revista de variedades que, en plena Guerra Civil, actúan en la España republicana, como podrían haber actuado en la España nacional, si así les hubiera “pillado” el conflicto. A causa de un error cruzan las líneas y son hechos prisioneros por los nacionales. Allí son obligados a realizar la representación de una velada cómica para un público compuesto de militares (nacionales) vencedores y algunos brigadistas internacionales (rojos) que van a ser fusilados al siguiente amanecer. El espectáculo incluye una parodia burlesca contra la República, un número ideado para humillar a los prisioneros republicanos, que acabará desencadenando la tragedia. Carmela, indignada, subvierte espontáneamente dicha parodia, pese a los intentos del apocado Paulino para sacarla del atolladero, y acaba siendo fusilada también. Paulino queda solo y no tiene más consuelo que emborracharse y recibir las visitas del espíritu de Carmela.

Aún así, con estos mimbres, la historia no es de guerra, es cruel, dramática, emocional, pero no es de bandos ideológicamente enfrentados con la ferocidad de las armas. El mensaje sobre el que gira es de valores, contravalores, emociones y la lucha por la vida. No se puede leer como una historia puramente cronológica. Realmente está construida como un flash back a partir de los recuerdos de Paulino y la presencia fantasmal y metafórica de la Carmela muerta. Nos encontramos ante un tiempo cambiante que se repite, y en un espacio donde se confunde lo vivo y lo muerto, y donde convive el miedo y la rabia, la injusticia y la búsqueda de la supervivencia.

Sin embargo, no podemos obviar que ¡Ay, Carmela! es una obra con mensaje claro. Es la historia de la humillación y el grito de la dignidad. La humillación la representa Paulino, a sabiendas de que ésta es menos si pensamos que lo primero es poder comer cada día. Pero humillación es, al fin y al cabo, someterse a las exigencias del poder y a las maromas con las que atenaza el miedo. El grito de la dignidad humana, con la veracidad que trasmite el candor y la fuerza de la ilusión y a la vez la inocencia infantil se encarna en Carmela, que canta, baila, enseña su medio cuerpo desnudo, se salta el guión establecido y se deja guiar por el corazón, para ponerse del lado emocional de las víctimas, de quien sufre, de los inocentes. Ella será también víctima y símbolo de lo que el poder brutal ejecuta contra todo aquel que se rebela. 

Si desde el punto de vista del contexto de guerra, el texto de Sanchis Sinisterra me parece que ha envejecido, desde esta otra perspectiva simbólica de personajes y valores universales, considero que sigue teniendo perfecta actualidad en una sociedad en crisis.
El texto pretende resucitar, por encima de la “memoria histórica”, la tragedia humana en cualquier situación de conflicto, emoción que, por momentos, se consigue y por momentos se diluye.


"Tres colores tiene el cielo de
España al amanecer.
Tres colores, la bandera
que vamos a defender.

CARMELA. (Desprendiéndose violentamente de PAULINO.) ¡Vete a darle por detrás a tu madre! (Y se une al canto de los milicianos, al tiempo que abre y despliega la bandera alrededor de su cuerpo desnudo, cubierto sólo por unas grandes bragas negras. Su imagen no puede dejar de evocar la patética caricatura de una alegoría plebeya de la 
República.)
PAULINO. (Aterrado.) ¡Carmela! ¡Los… el… las… las tetas!
Todo ha sucedido muy rápidamente, al tiempo que la luz ha comenzado a oscilar y a adquirir tonalidades irreales. También el canto —y otros gritos y golpes que intentan acallarlo— suena distorsionado. PAULINO, tratando desesperadamente de degradar la desafiante actitud de CARMELA, recurre a su más humillante bufonada: con grotescos movimientos y burdas posiciones, comienza a emitir sonoras ventosidades a su alrededor, para intentar salvarla haciéndola cómplice de su parodia.
PAULINO. (Improvisa, angustiado y falsamente jocoso.) ¡Éstos son los aires… que a usted le convienen…! ¡Y estas melodías… las que se merece! ¡Tome por aquí…! ¡Tome por acá…! ¡Do, mi, re, la, sol, si, re, do, mi, fa!
La luz se extingue, excepto una vacilante claridad sobre la figura de CARMELA. También decrecen las voces y sonidos de escena, al tiempo que se insinúan, inquietantes, siniestros, los propios de un fusilamiento: pasos marciales sobre tierra, voces de mando, una cerrada descarga de fusilería. Mientras se apagan los ecos, se hace totalmente el OSCURO.






©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega