jueves, 24 de abril de 2014

Una tarde oscura. Historia de un relato - Juan Pedro Martín Escolar-Noriega



Hace unos días una amiga me invitó a presentarme a un concurso de microrrelatos. La idea al principio me pareció descabellada porque yo hasta el momento todo lo que escribo lo hago por gusto, pero me picó el gusanillo y abrí mi cuaderno. Las bases decían que querían conocer los lugares utópicos de los lectores, cuales eran sus mayores deseos y aspiraciones, qué ideas son aquellas que les hacen soñar despiertos y los anhelos que les mueven a seguir adelante.

¿Y sobre qué iba a escribir yo? Cogí la pluma y empezó a fluir una historia de seguido. A la media hora sobre el papel, lleno de tachaduras y correcciones estaba escrito esto:

Una tarde oscura.

¿Cuánto tiempo hace qué no te veo? ¿Qué pasó en ese último instante en qué te vi y que ninguno de los dos sospechó que iba a ser el último día en qué nos veríamos?
Era una tarde bochornosa de mediados del mes de junio y el horizonte estaba lleno de nubes negras que amenazaban con descargar mares de lluvia y una sinfonía trágica de truenos y relámpagos. Cuando me acercaba divisé tu figura leyendo sobre la mesa, donde reposaba una cerveza casi terminada, un libro. Quizá fuera ese libro que te había prestado hacía tres días y que tú tantas veces me habías pedido que te dejara. Ese libro que, al principio de conocernos, compré mientras paseábamos una tarde muy parecida a la de hoy. Ese libro que leí con tanta emoción, casi la misma con la que te hablaba sobre la historia que en él se narraba.
¿Qué pasó por mi mente cuando me acercaba a tu encuentro? ¿Por qué ese desasosiego y desesperanza repentinas? Me detuve en la acera de enfrente a la cristalera donde se reflejaba tu figura envuelta en una tenue oscuridad que difuminaba tu perfil y te observé detenidamente leyendo sin apartar los ojos del papel. Tu expresión me pareció que era un claro ejemplo de la emoción y alegría que me había embargado a mi años antes sumergido en su lectura.
De repente deduje que no debía interrumpir ese instante. Me di la vuelta y caminé de nuevo hacia el coche que pocos minutos antes había aparcado en una calle llena de tiendas y cafeterías. Monté en él y desaparecí de tu vida.
Ahora, cuando ya la ciudad se empieza a vislumbrar en el horizonte difuminada por el sol que cae a plomo en la inmensa estepa, después de tanto tiempo desde que me fui de ella, al volante del mismo coche que me ayudo a salir de allí, pienso con esperanza e ilusión poder volver a recuperar y tener de nuevo entre mis manos ese libro que te dejé, y quizás podamos entusiasmarnos hablando sobre él y tener ese encuentro que por mi culpa no pudo producirse esa calurosa y oscura tarde de hace ya tanto tiempo.



 Muchos de los que la han leído me han comentado que les ha gustado aunque es corta (el concurso era de microrrelatos con un máximo de 500 palabras) y que debería continuar la historia. 

¿Expresa esto mis lugares utópicos, mi mayor deseo, es una idea que me hace soñar despierto o es un anhelo que me mueve a seguir adelante? La respuesta es que no. Es simplemente un ejercicio de poner en el papel uno de mis grandes sueños. De poner en un papel algo que sea fruto de mi imaginación. He intentado hacer un relato que haga participar a la imaginación del lector y que cada uno piense algo diferente. Para ello cuidé mucho no poner en ningún momento el sexo de los dos personajes que pueden ser un hombre y una mujer, una mujer y un hombre, dos hombres y dos mujeres.

¿Qué  le ha le ocurrido al protagonista? ¿Por qué no entra en el bar y decide desaparecer? ¿Por qué siente ese desasosiego y desesperanza? ¿Desde cuándo se conocen? ¿Cuánto tiempo ha pasado hasta que vuelve? ¿Qué cuenta ese libro? Todas son preguntas que sólo la magia de la literatura puede responder. Yo aún no se las respuestas.

Muchos me han dicho que es un relato triste y yo no creo que sea así. Es una historia de esperanza, y para ello he intentado jugar con las luces. Al principio es una tarde oscura de tormenta que vaticina un dolor y tristeza y que  se distingue de esa luminosidad de cuando se conocieron  y de cuando vuelve hacia la ciudad donde el sol brilla. Pero si que he intentado dar una imagen de soledad intentando en tan pocas palabras darle una lentitud que haga al relato un canto a la intimidad y a la melancolía.



Es muy cierto que su escritura me ha dejado un regusto de completar la historia en algo más extenso donde se revele todo los sucedido. ¿Quiénes son? ¿Cómo se conocieron? ¿Qué ha pasado en sus vidas? ¿Qué se preguntó el otro personaje cuando vio que no llegaba el otro? ¿Cuál es la motivación de volver? ¿Qué pasará si se vuelven a reencontrar? Pero eso ya es un ejercicio de mucha mayor madurez que exige un trabajo mucho mayor de media hora.
Gabriel García Márquez dice en uno de sus maravillosos discursos que "el oficio de escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida que más se practica. La facilidad con que yo me senté a escribir aquel cuento una tarde no puede compararse con el trabajo que me cuesta ahora escribir una página. En cuanto a mi método de trabajo, es bastante coherente con esto que les estoy diciendo. Nunca sé cuánto voy a poder escribir ni qué voy a escribir. Espero que se me ocurra algo y, cuando se me ocurre una idea que juzgo buena para escribirla, me pongo a darle vueltas en la cabeza y dejo que se vaya madurando. Cuando la tengo terminada (y a veces pasan muchos años, como en el caso de Cien años de soledad, que pasé diecinueve años pensándola), cuando la tengo terminada, repito, entonces me siento a escribirla y ahí empieza la parte más difícil y la que más me aburre. Porque lo más delicioso de la historia es concebirla, irla redondeando, dándole vueltas y revueltas, de manera que a la hora de sentarse a escribirla ya no le interesa a uno mucho, o al menos a mí no me interesa mucho; la idea que le da vueltas."

Creo que voy a estar completamente de acuerdo con el genio. Al menos en su primera parte ya lo he comprobado. Ahora me queda la segunda parte. ¿Lo conseguiré? Al menos lo voy a intentar porque esa si que es mi gran utopía y anhelo. Me lo debo. Y continuando con el genial Gabo, «¡En qué lío me he metido! ¿Y ahora qué hago para no hacer quedar mal a todos vosotros?». Seguir escribiendo, era la respuesta. Siempre tenía frente a mí el problema de los temas: estaba obligado a buscarme el cuento para poderlo escribir."