viernes, 27 de enero de 2017

Mal trago



La sociedad actual está llena de unos pocos que son intocables y que campan a sus anchas asolando, cual si se tratase de las hordas de Atila, allá por donde pisan, disfrutando de su impunidad que les permite esparcir por toda la faz de la tierra a su capricho y antojo las bondades del capitalismo neoliberal, con su máxima y filosofía de vida basadas en que el dinero es un simple instrumento para alcanzar lo que de verdad avarician. Un instrumento que les proporciona el bien más preciado que existe: la impunidad. De esta forma, está ya cerrado el círculo: dinero para conseguir impunidad que les permite atesorar más y más dinero para hacerse cada vez más poderosos e impunes.

Hace unos años leí a Petros Markaris que los escritores deben escribir sobre la situación que los rodea y la situación injusta de desigualdad que vivimos por una mal llamada crisis económica que con especial virulencia golpea los países del Sur de Europa y que, paradojas del destino, ha sido provocada por los mismos que pretenden sacarnos de ella a costa del sufrimiento de los ciudadanos a los que, sin ningún pudor, los poderosos, corruptos e impunes culpabilizan de la situación por vivir por encima de sus posibilidades para destruir todos los derechos adquiridos con lucha y sufrimiento y un estado de bienestar social que odian con sus privatizaciones, recortes, reformas laborales y demás tropelías que les sirvan para alcanzar sus objetivos carroñeros.

Pues bien, en España en los últimos tiempos han surgido una serie de escritores, generalmente adscritos al género negro, que es para mí el que mejor retrata esta situación de injusticia e iniquidades, que han recogido el guante del autor griego. De esos jóvenes autores españoles, posiblemente, sea Carlos Bassas de Rey uno de los que mejor se enfrenta al fondo del asunto, y su última novela, Mal trago, junto con la anterior, Siempre pagan los mismos, un excelente exponente de esta situación.

Me vais a permitir que no me centre en el argumento, por otra parte perfectamente hilvanado y narrado, en el que como en toda novela del género que se precie hay crímenes, policías más o menos frustrados, bares, ambiente oscuro, música, chicas, …, ni en el homenaje que Carlos Bassas del Rey hace de sus colegas junta letras, poniendo sus nombres a muchos de los diferentes personajes que aparecen paulatinamente en la novela y que son fácilmente reconocibles para mí al tener la enorme suerte de conocer a la mayoría de forma personal. Considero que lo más importante que se cuenta en Mal trago es ese trasfondo social donde muchos sobreviven y obedecen, mientras unos pocos mandan y les chupan hasta la sangre a los primeros.

El protagonista absoluto de Mal trago, acompañado por una serie de excelentes secundarios, es el inspector de la Policía Nacional en la pequeña ciudad de provincias de Ofidia, donde claramente se percibe Pamplona, Herodoto Corominas al que le gusta lanzar continuos latinajos y cuyo hijo adolescente se hace mayor a la misma velocidad a la que a él se le va jodiendo la próstata y se le van cayendo las carnes. Le han comunicado hace poco el fallecimiento de su padre con el que nunca se había llevado bien, aunque en los últimos meses parecían estar arreglándose las cosas entre ellos dos. Su hijo se ha ido de casa con su novia, su mujer parece que también se va separando de él poco a poco, y una amarga noticia sobre su mejor amigo le termina de rematar. Corominas ha llegado a un punto que la situación le supera y se ve incapaz de afrontarla.

Y toda esta existencia de nuestro hombre se encuentra decorada por clases medias, obreros en estado económico muy apurado que ni tienen 1,50 euros para el autobús de sus hijo por la nueva pobreza, empresarios podridos por la corrupción, arribistas, malhechores, desahucios, demoliciones para engordar más la cuenta corriente, políticos corruptos, inmigración, miseria, penurias y ambiciones desmedidas. ¿Os suena a algo?

Los verdaderos protagonistas de Mal trago son los tormentos que asolan a Corominas que tiene que investigar los secuestros de dos niños en el que uno aparece su cadáver, las miserias de sus personajes, sus espantos y como poder sobrevivir a ellos.

Corominas es un tío normal, lleno de grises más que de blancos y negros, al que le afecta su vida laboral hasta el punto de destruir sus relaciones personales y familiares. Todos los personajes que aparecen tratan de encontrar un lugar en alguna parte en el que poder guarecerse y un equilibrio para soportarlo, para poder seguir tirando para delante y vivir su vida como mejor puedan vivirla, aunque se supone que la gran mayoría de ellos se encuentran más cerca del infierno que de cualquier otra parte, en un país y una sociedad que están podridos y en donde la impunidad se ha convertido en la más terrible enfermedad crónica con la amenaza de llevarnos a todos por delante.

Se han encargado de meternos el miedo en el cuerpo, miedo a que perdamos lo que se han encargado de que acumulemos durante años: coche, hipoteca, plasma y vacaciones. Y los saben muy bien porque con miedo no es posible la revolución, y aunque sea miserable lo que tenemos, todos intentamos como sea proteger el estatus a donde hemos conseguido llegar por muy pequeño y bajo que éste sea.

Corominas observa el mundo desde la perspectiva de comprender que el poder no emana de Dios ni de su obra en la Tierra, ni de los votos electorales, sino del capital que manejan los mercados y de los mezquinos que sientan sus culos en los sangrientos consejos de administración. El dinero es el que otorga el verdadero poder, un poder representado por la corrupción, la especulación, la usura, la codicia, los márgenes de beneficios, los dividendos, la rentabilidad, la ingeniería financiera, las contabilidades falsas, y las tarjetas negras. Mercado, mercado, mercado, todo es puto mercado, omnipresente y asesino mercado.

Corominas duda ya de todo y piensa dejar la Policía, aunque sabe que sólo sabe ser policía. Corominas mira mucho y lo que observa no le gusta nada. Corominas desea que de sus cenizas surja algún día un vengador. Corominas no es un cobarde, ni en lo físico ni en lo profesional, pero se conmueve en los asuntos escabrosos. Corominas siempre piensa en por qué hacemos algunas cosas que hacemos y en por qué hacemos lo que hacemos. Corominas lucha contra sí mismo y sabe que lleva más de treinta años viviendo una mentira, aunque también sabe que no puede huir de quien es, sino sólo engañarse a la espera que salga a flote su verdadero yo y le suponga una auténtica liberación. Corominas se ve como Sísifo arrastrando una enorme piedra cuesta arriba para ver que, una y otra vez, tiene que repetir la acción pues, a punto de alcanzar la meta, la piedra rueda ladera abajo. A Corominas todo esto le va alejando de sus seres queridos y se siente solo, una soledad que le jode vivo, pues se percata de que se va quedando sin nadie y no tiene los huevos de pegarse un tiro, por lo que se va muriendo poco a poco, sufriendo con su inseguridad y con su conciencia que se llena de preguntas para las que no encuentra respuestas.

En Mal trago por supuesto que la trama es muy importante, pero los personajes están por encima de todo, y a fe que Carlos Bassas del Rey, con su efectiva prosa narrativa y su perfecto uso del lenguaje, lo ha conseguido, presentándonos a unos individuos llenos de vida que respiran por sus heridas haciendo que el lector se implique con ellos de manera completa.

Disfruto leyendo novela negra española y disfruto con la buena literatura, y hablando y escribiendo sobre ella, pero ahora que acabo de terminar de leer Mal trago, siento que hacía mucha falta que alguien la escribiese. Y, afortunadamente, como un valor añadido a la novela, el escritor haya sido Carlos Bassas del Rey. A partir de ahora yo no dejaré de hablar de Mal trago y no pararé de recomendarla a quien me pida opinión y a todo aquel que me quiera escuchar.

©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega