Katherine Withmore, americana de nacimiento, se especializó en lengua y literatura española en la Universidad de Kansas y Berkeley. En el verano de 1932 marchó a Madrid y, por los consejos de una amiga, decidió matricularse en el curso de “Generación del 98” que Pedro Salinas impartía. Llegó tarde a la primera sesión y la única silla vacía estaba al final, donde sólo alcanzaba al profesor si alargaba el cuello y esforzaba la vista.
Poco después, recibió una invitación para cenar junto al poeta y una amiga. Aprovechó la ocasión para disculparse, en su horrible español que le avergonzaba. Pero Pedro estuvo de lo más cortés, e incluso le animaba a hablar porque le aseguraba que su español era excelente. La conversación se trasladó a su clase sobre Miguel de Unamuno y ella le expresó su arrepentimiento por no haber podido asistir. Pedro muy amable una vez más, le ofreció sus apuntes en una nueva clase que postergaron al día siguiente. Allí se presentaron puntuales en aquel encuentro memorable, en el que pronto olvidaron al pobre Unamuno. Sólo surgían preguntas de una y otra persona. Porque ya cayó el relámpago, el rayo que no cesa, el amor que no acaba.
Así empezó todo hasta que, poco después, tuvo que regresar a Estados Unidos. Entonces, se inició una correspondencia que alcanzó, en algunos espacios temporales significativos, la epístola diaria. Ella se sumergió de lleno, en la confección de su tesis doctoral. Apenas coincidían por diversos motivos de trabajo y la evidente distancia que les separaba. Katherine le reprochaba a Pedro Salinas una costumbre que le preocupaba. Y es que el poeta gustaba de telefonearle por la noche desde su casa. Margarita, su mujer, intentó suicidarse al descubrir la relación. Afortunadamente, sobrevivió. Katherine fue consciente, en aquellos fatídicos hechos, del daño que estaba causando a segundas personas. Pedro, ciego de amor, no veía ningún motivo para separarse a pesar de lo ocurrido.
Por esta razón, Katherine quiso romper con aquella pasión que podía ocasionar males mayores. Sin embargo, el poeta siguió con aquella fuerza e infinita creencia en sus cartas. Mientras tanto, Katherine conoció un profesor de Derecho con el que se enamoró y casó. Su marido, era un hombre sabio, generoso y con experiencia en el terreno de la literatura y en cuanto Katherine le explicó lo de Pedro, lo comprendió con total caballerosidad, atendiendo a su compasión. Pero el destino volvió a ponerse en su contra y, transcurrido un año escaso, su marido murió en un accidente de tráfico.
Pasaron meses y años sin tener noticias del poeta. Al estallar la II Guerra Mundial, Katherine conocía el paradero del exilio del poeta, en Puerto Rico. Y había descubierto que la censura disfrutaba leyendo el correo particular y que publicaban jugosos fragmentos para el cotilleo. Así que el poeta no se atrevió a escribir. Y cuando todo apuntaba a que jamás se reconciliarían, ocurrió lo inesperado.
La última vez fue en la primavera de 1951. Había llegado el poeta a Northampton para dar una conferencia. Katherine le aguardaba impaciente, albergando la esperanza de poder darle explicaciones. Su voz brotaba con dificultad y creía que sus palabras quedarían ahogadas en su garganta. Finalmente, lo consiguió y le preguntó: “¿No entiendes por qué tuvo que ser así?”. Pedro Salinas le miró con tristeza y contestó tajantemente: “No, la verdad es que no. Otra mujer, en tu lugar, se habría considerado muy afortunada”. Poco tiempo después, Pedro Salinas, murió.
Las claves de La voz a ti debida son las siguientes:
Existencialismo.- La persistencia del tema vital determina la unidad de la poesía de Salinas. El afán de vivir en perfección, con los subtemas y motivos subordinados, se encuentra desde los primeros libros y va sufriendo variaciones con el paso del tiempo.
Perfección quiere decir unidad y claridad; búsqueda de lo permanente, en el tiempo; de lo que no cambia, en el espacio. ¿Y qué es unidad para Salinas? En La voz a ti debida la unidad es la meta del triunfo final sobre los obstáculos que separan a los amantes; o es la victoria sobre las diferencias, tras una perpetua oposición que culmina en el encuentro. Por la amada se cumple, de este modo, la sobrevida del amor, en el sentido de más vida, vida doble, y de vida más allá de la muerte. El poema “Qué alegría, vivir” ejemplifica esa salvación al vencer la muerte viviendo en otro ser y siendo por él vivido.
El amor, paraíso.- El amor es la gran experiencia esclarecedora en la búsqueda de perfección y de unidad. Ya desde los primeros libros, el poeta presenta el amor como una experiencia compleja de iluminación y de enriquecimiento. Inicialmente, el amor es concebido como búsqueda, como ansia del otro. En última instancia, el amor es la gran experiencia desveladora del misterio de la unidad; es decir, el amor en su concepción
platónica y romántica: el hombre, como criatura caída, arrojada desde su paraíso a este mundo, mantiene escindidos su alma y su cuerpo; así que busca en el fondo de la amada un paraíso perdido. Por tanto, a través del amor el hombre toma conciencia plena de ese paraíso anterior a la caída.
La amada.- La figura de la amada y su relación con el amante son, sin duda, los elementos más originales de la lírica amorosa de Salinas. Sin embargo, son varias las visiones que podemos apreciar de ella, ya intuidas en la cita de Shelley: “Tú Prodigio, tú Belleza y tú Terror”
Rasgos: belleza.- El proemio de La voz a ti debida permite no sólo identificar al “tú” con una mujer, de él sacamos una impresión de su personalidad: decidida (“tú vives siempre en tus actos”); agresiva (“te arrojas/sobre proas, sobre alas”); vital (“la vida es lo que tú tocas”); directa (“andas/ por lo que ves”); segura de sí misma (“Tú nunca puedes dudar”); certera por intuición ante la realidad (“Y nunca te equivocaste,/ más que una vez, una noche/ que te encaprichó una sombra”). Sin embargo, las cualidades de la amada que con mayor relieve aparecen en La voz a ti debida son la juventud (“tú pusiste, agudísima/ arma de veinte años, / la flecha más segura/ cuando dijiste: Yo”) la belleza y el dinamismo. Aunque no ofrezca una descripción minuciosa del tú, son frecuentes las alusiones a dos rasgos particulares: la esbeltez y el color del cuerpo de la amada (rosado): "tocando ya tan solo a tu pasado/ con las puntas rosadas de tus pies”.
La amada aterradora.- La cita de Shelley (Tú Prodigio, tú Belleza y tú Terror) apunta a otra cara de La voz a ti debida: la del amor visto como fenómeno aterrador. Para Salinas (como para Vicente Aleixandre en La destrucción o el amor), la amada es “la que destruye”. El poeta nos la pinta dirigiéndose a aplastar el mundo, llenándolo de ruinas, en una “abolición triunfal de todo lo que no es ella”. Hay mucha destrucción en La voz a ti debida, una destrucción súbita, total. Y cuando ella viene hacia el poeta, lo hace “desatada, implacable”, quebrando “murallas, nombres, tiempos, deshechos”. Y el poeta, perdida toda su iniciativa, se limita a dejarse arrastrar por el vendaval. Sin embargo, si la amada quiere destruir el mundo es para construir otro nuevo, el de la pareja. De ahí que el poeta nos haga remontarnos a una “víspera del mundo” en que “no había nada hecho”. Otras veces, los amantes andan por entre escombros y a partir de la destrucción será posible la creación de un mundo nuevo donde ellos se irán: “a amarnos, a vivir”.
La amada creadora.- Por tanto, como hemos visto en el punto anterior, en La voz a ti debida la amada también inaugura el mundo y lo convierte en un universo poblado de seres y de cosas y el amante aparece, ante todo, en una actitud de espera, de interrogación y de búsqueda, porque sólo ella da riqueza y claridad al mundo, solo ella puede entregar los enigmas descifrados, de ella nace la vida (“la vida es lo que tú tocas”), el mundo vacío y el amante, por nacer, esperan la orden de ser que habrá de formular la amada. Esta idea de la amada como la que pone la luz, la iluminadora, la unificadora, parece consustancial a la naturaleza de la mujer. Dispensadora de claridad y orden, la amada arranca de su dudar al amante, no solo le inventa el mundo, sino que lo salva del caos, de la confusión, de la ignorancia (“Y súbita, de pronto…”, “¡Ay, cuántas cosas perdidas…”, “Te busqué por la duda…”).
La amada esencial.- La amada tiene pues cualidades sobrenaturales,
misteriosas, que el amante va descubriendo, en una actitud de perpetuo asombro. La voz a ti debida es, en gran medida, la fábula del descubrimiento de la amada y, a la vez, su biografía prodigiosa. Descubrimiento repentino y, luego, sorpresa constantemente renovada ante cada tributo, cada gesto, cada actitud. Asombro y ansia de más, de conocer más, de poseer más, son los sentimientos constantes de la lírica amorosa de Salinas; los sentimientos que corresponden a este objeto
amado que se muestra en constante cambio y transformación. “Tu alma afilada de saeta” es una imagen clave de La voz a ti debida, que representa muy claramente la parte fundamental de la personalidad de la amada, su ansia, su “gran ardor sin término”. Por eso el amante la busca detrás, más allá, no porque se trate de una amada abstracta, sino para conocerla en su misterio. Una vez que el poeta ha visto lo que es ella en apariencia, trata de que sea lo que es en el fondo. Así, trata de orientarla hacia su ser auténtico (“quítate ya los trajes”). Este papel del poeta como creador (Sócrates del amor) del nuevo ser que intenta hacer nacer del fondo de ella, se ve, por ejemplo, en “Perdóname por ir así buscándote”. Pero, como sabemos, no siempre esa búsqueda de la esencia de la amada es hacia dentro, también hacia atrás o hacia arriba: éstos son los caminos del yo poético para conseguir el conocimiento de la esencia de la amada. Es ese movimiento hacia arriba lo que ha permitido que los críticos hablaran del misticismo de Salinas. Sin embargo, a diferencia de los místicos, Salinas no busca a Dios, sino a la diosa pagana Venus, de hecho, el poeta admiraba mucho la famosa pintura “El nacimiento de Venus” de Sandro Boticelli.
Adiós, ausencia.- Llega el momento en La voz a ti debida en que el amor ya no vive sino en la memoria. El poeta está solo, con su poesía llena de preguntas, e insiste en salvar los elementos de su amor, como el beso (“lo encontraremos, sí/ Nuestro beso”) y busca compañía en las sombras: las del amor que fue. El poeta las utiliza como sustitución de la amada, así, podrá olvidar a su amante, a su cuerpo, para estrechar solamente su “dulce cuerpo pensado”. Sin embargo, en el último poema, asistimos a la transformación total: las sombras se rebelan contra su creador, exigen la presencia de los amantes que, al quererse, les darán a ellas la ilusión de ser de carne.
Las cartas de Pedro Salinas a Katherine Whitmore están publicadas por la Editorial Tusquets. Esta relación sentimental entre los dos fue en buena parte epistolar, pues, como ya he dicho, entre 1932 y 1947 se vieron en contadas ocasiones. Es decir, que tanto la obra poética formada por la trilogía como por el epistolario que materializa esta apasionada relación amorosa tienen un importante componente mental, por no decir imaginario, que no creo que sea un adjetivo apropiado. Lejos de la mujer que ama, la mente del poeta enamorado sublima y recrea con la palabra el sentimiento, la emoción, la exultante felicidad, la tristeza, la añoranza, la duda, la exaltación, el dolor... Leer estas cartas implica seguir la historia de amor entre el poeta y su amante, conocer las vicisitudes de sus relación. Cada carta es una pequeña joya literaria de profundo valor humano. Leer estas cartas es un absoluto placer, es disfrutar de cada uno de esos momentos que son un regalo para los amantes de la lectura y de la poesía.
En ficción y publicada por Suma de Letras tenemos una preciosa novela de Susana Fortes, El amor no es un verso libre, y que ya reseñé en Volveremos a Macondo el 26 de febrero de 2014.