jueves, 17 de julio de 2014

El gran frío - Rosa Ribas

Para Mercedes, gran bloggera y mejor amiga, por tener la grandísima suerte de no haber conocido esa época de gran frío por su juventud y de vivir en el gran calor.



El mes de febrero de 1956 fue un mes gélido en toda España que según los que lo vivieron y lo recuerdan describen su cara helada que dejaba la barbilla acartonada, cielo azul con mucho sol, charcos helados y la ropa tendida totalmente congelada y rígida que se movía con el viento como si se tratara de tablones de madera con la forma de camisas o pantalones. Se produjo por la entrada de una ola polar fría continental con origen en Siberia que recorrió toda Europa y que en España se inició el día 2 y terminó el 23, afectando a toda la península que tuvo temperaturas desde los -5º a los -20º.

Y es en este escenario donde nos ponen Rosa Ribas y Sabine Hofmann en su última novela, El gran frío, donde nos volvemos a encontrar con Ana Martí. Ana trabaja ahora en el semanario El Caso y es enviada por su jefe a un recóndito y aislado pueblo del Maestrazgo turolense para escribir un reportaje sobre una niña a la que le han aparecido los estigmas de la Pasión aunque pronto se dará cuenta de que allí ocurren muchas más cosas extrañas.
El Caso fue un semanario español especializado en noticias de sucesos que relataba los crímenes y los episodios trágicos más desagradables y truculentos de la posguerra. Su aparición se produjo en 1952 y permaneció como líder de ventas, llegando a alcanzar una tirada de hasta 400.000 ejemplares, hasta su cierre en 1997. A través de sus páginas los españoles conocieron al Jarabo y al Lute, además de una serie de timos y pícaros diversos.
Pero en esa época tan oscura existía la censura por la que se tenía que tener permiso para poder editar, el director de cada medio era designado por el Ministerio del Interior, los periodistas eran meros objetos en manos del poder a los que se comprobaban todos sus antecedentes y forma de vida y pensamiento antes de poder ejercer, se vigilaban todas las actividades de la prensa y se prohibía todo lo que fuese escandaloso, porque en España nunca pasaba nada gracias al Caudillo y a su glorioso Movimiento Nacional que había conseguido salvar a la Patria de las hordas comunistas y ateas y en la que estaba prohibido hasta decir la palabra rojo, teniendo que adjetivarse un objeto de dicho color como encarnado.

"Pero como vivimos en un país donde imperan la paz y el orden, nos han impuesto una restricción de las noticias sobre asesinatos nacionales: solamente uno por edición".



Mención aparte merece donde las autoras escenifican la historia. Ese pueblo perdido en la comarca de el Maestrazgo de Teruel, llena de pequeñas localidades con casas de piedra y silenciosos rincones, impresionantes paisajes abruptos que cobijaron a los maquis, aislada del resto hasta tener  la sensación de que nos encontramos en el fin del mundo y que todos los inviernos sufre la terrible meteorología que obliga a sus habitantes a quedar normalmente aislados por la nieve.

Rosa Ribas y Sabine Hofmann consiguen una perfecta ambientación en un escenario que, a medida que avanza la narración,  se va haciendo claustrofóbico y hostil para la protagonista. Según se va leyendo se descubre a esos habitantes del pueblo, taciturnos y cerrados, que vagan por las calles dando una imagen parecida a muertos vivientes (me resisto a poner el término de zombies) y que parecen amenazar  y poner a Ana Martí en situaciones muy peligrosas debido al escepticismo de la periodista frente a los fenómenos irracionales que allí se producen.


Perfecta recreación de una época, donde si la vida era ya durísima en el ámbito urbano nos permite sin ser muy sagaces imaginar a que extremos llegaría a ser en el ámbito rural, con privaciones, represión, miedos agravados y esa omnipresencia de la Iglesia que sabía muy bien como manejar a esas pobres gentes con la cantinela de que se vivía en un valle de lágrimas e instaba en un ambiente enrarecido y supersticioso de pleno fanatismo religioso a ponerse, por ejemplo, cilicios para conseguir favores y respuestas de Dios. Una época de privaciones y carencias, donde faltaba de todo y donde tomarse una simple taza de café aguado endulzado con azúcar era un lujo permitido solamente a algunos privilegiados.

"Eso nos enseñan, que el sufrimiento es un regalo por el que se tiene que estar agradecido. Cuanto más se sufra mejor persona se será".

Y encima de todo, el Régimen fascista que velaba por todos pero que no hacía absolutamente nada por nadie salvo ahogarle. Ese Régimen en el que solo unos cuantos se enriquecían con el dolor y el sufrimiento de la gran mayoría. Ese Régimen en que "al contrario que la ampulosa retórica oficial que usaba, cargada de palabras rimbombantes como imperio, cruzada y grandeza, las aspiraciones de la gente en el país eran pequeñas, mezquinas, hijas de la mera necesidad de supervivencia".


Y finalmente, los personajes.  Frente a nosotros aparecen, junto a nuestra joven periodista de 28 años, toda una pléyade de seres que componen un friso espectacular de esos tiempos tenebrosos y que están perfectamente retratados por las autoras. Don Benito, el cura, que prohíbe hasta cantar y que no tiene ningún reparo para conseguir sus avariciosos fines. Don Ignacio, el alcalde, un pelele cuyos hilos mueve a su antojo el dueño del pueblo. Don Julián, el cacique, que reina en Las Torres cual señor feudal con el típico paternalismo pero con mano férrea y medieval. Don Miguel, el maestro, hombre culto pero cobarde y atado por el cacique que esconde un secreto humillante para la pacata sociedad pueblerina que le tacha de rojo. Isabelita, la santita. Eugenia, la lista y Mauricio, el tonto. Aurelia, la dueña de la fonda donde se hospeda Ana, huraña y amargada por un suceso acaecido años atrás. La madre de Isabelita, beata recalcitrante que no duda en nada, ni para hacer sufrir. Y los habitantes del pueblo, hostiles y ceñudos que deambulan como un coro de tragedia griega dentro de un ambiente retrógrado, asfixiante, oscuro, fantasmagórico y gélido.

Grandísima novela El gran frío que se lee con absoluto deleite para ir descubriendo ese pasado triste de nuestra historia. Una historia negra, muy negra, cubierta por ese manto blanco de nieve heladora que nos hace tiritar de frío, mucho frío, en una España espectral de pesadilla y dolor.