jueves, 16 de abril de 2015

La voz a ti debida


La voz a ti debida es un largo poema de amor, lleno de patetismo, misterio y trascendencia, al lado de risas y jugueteos amorosos. Un verso de Garcilaso (de la égloga III) da título al libro. Un verso de Shelley le sirve de lema (“Thou Wonder, and thou Beauty, and thou Terror”). Estas palabras son para Salinas la dimensión del amor, y sus poemas, aquí, son verdaderos ensayos amorosos, en los cuales aparecen todos los aspectos del amor. 

El poemario empieza con los preparativos y presagios de la aparición de la amada; el encuentro, con sus penas y alegrías y, finalmente, el fin de la relación en que el poeta revive a solas la dicha que ha perdido. Sin embargo, no se trata de fases sucesivas, hay anticipaciones o saltos que excluyen un ordenamiento progresivo de la historia. A pesar de esa unidad temática, podemos analizar distintos motivos temáticos que van apareciendo en el libro.

Este ciclo amoroso de Pedro Salinas es la expresión de un proceso amoroso que va desde el encuentro, el intento del enamorado por descubrir la esencia de la mujer amada en La voz a ti debida, el hallazgo de la pareja y despedida parcial en Razón de amor, y el final doloroso tras un reencuentro imposible en Largo lamento.

El origen de La voz a ti debida, y de la trilogía en conjunto, se halla en la historia de amor vivida por el poeta con la profesora norteamericana Katherine R. Whitmore, a quien conoció en Santander en un curso de verano de la Universidad Internacional en 1932. 

Dos de sus poemarios más importantes, La voz a ti debida y Razón de amor, fueron publicados en 1933 y 1936, respectivamente, es decir, en plena explosión amorosa del autor y, consecuencia de ello, epistolar. El deslumbramiento del poeta ante la bella profesora de Kansas es incuestionable y confiere a estas cartas un valor complementario, pues en ellas su autor no busca la perfección estilística a la que aspira el creador, sino que su fin no es otro que seducir a quien le sedujo, tratar de transmitir y compartir las emociones y sentimientos que despiertan en él su presencia o sus recuerdos, olvidándose del resto de los mortales. El que ha sido considerado como uno de los mejores poetas del amor de la literatura española del siglo XX se muestra en estas cartas como un enamorado más: exultante y feliz hasta rozar en ocasiones el humano y gozoso ridículo. "Ayer, primer día de clase de literatura contemporánea, sin público, sin nadie. ¿Dónde estaba mi público? Tenía delante rostros torpes, ininteligentes, feos. ¿Dónde estaba mi sonrisa, mi rostro medio vuelto, mi inteligencia hecha persona, hecha delicia en atención? Me pasé el tiempo de clase diciendo una conferencia a la ventana, a lo que veía por la ventana...", escribía a su amada en la segunda de sus cartas.

La cronología de la relación y las pistas sobre la identidad de la dama las establece Jorge Guillén años después de la muerte de su gran amigo Salinas, y de ella deja sobria constancia Enric Bou: Katherine Prue Reding, nacida en Kansas en 1897, se especializó en lengua y literatura española por dicha Universidad. Más tarde enseñó en Richmond (Virginia) y, desde 1930, en Smith College, en Northampton (Massachusetts). Pasó el verano de 1932 en Madrid, donde conoció a Pedro Salinas y surgió el amor. Unas semanas más tarde, la dama regresó a Northampton. Katherine Reding pasó el curso académico 1934-1935 en Madrid, en donde quiso poner fin a la relación con el poeta tras comprobar que la mujer de Pedro Salinas, enterada del apasionado idilio, intentó suicidarse. La guerra civil y el exilio de Salinas y los suyos en Estados Unidos, en 1936, lo dificultaron. En 1939, Katherine decidió casarse con Brewer Whitmore, también profesor en Smith College, y adoptar su apellido. Mantuvieron todavía algún esporádico encuentro, aunque la relación al parecer había terminado tiempo atrás. En la primavera de 1951 se vieron por última vez. Meses más tarde, el 4 de diciembre de ese mismo año, moría Pedro Salinas. Katherine Whitmore murió en 1982. Poco antes había autorizado la publicación de su epistolario con Pedro Salinas, guardado en la biblioteca de la Universidad de Harvard, siempre que fuera veinte años después de su muerte y se omitieran las cartas que ella le envió. Las de Salinas son unas trescientas, testimonio de una relación hasta su conclusión en 1947.


Una intensa historia de amor que en realidad tuvo una corta existencia (dos veranos y un curso académico) y que, sin embargo, conmovió al poeta con una constancia, fuerza y creatividad difícilmente imaginables. Como la propia Whitmore explica en un texto de 1979, "este sencillo relato de la unión y separación de Salinas y su 'amada' no da cuenta de la riqueza de nuestro encuentro. Fue emocionante, alegre, devastador y triste para ambos. Verdaderamente tenía Beauty and Wonder and Terror, cita del Epipsychidion de Shelley que sirve de prefacio en La voz a ti debida. Cuando releo sus cartas después de tantos años y paso las páginas de los exquisitos volúmenes que encuadernó especialmente para mí, me pregunto cómo el destino pudo ser tan amable".

"El amor no es otra cosa que localizar en un ser, en un nombre, en una vida, dentro de los límites de un rostro y un cuerpo, todo un mundo de abstracciones y anhelos, de espacios infinitos e irrealidades sin medida. Todo toma cuerpo y carne"

Ocho meses después de que Salinas descubriera a Katherine Whitmore en la última fila del aula en la que daba sus clases sobre la generación del 98, en Madrid, y cuando llevaba cinco o seis meses sin verla, pues ella había vuelto a Estados Unidos, el enamorado contesta a una de sus cartas: "Qué de noches me he despertado, a altas horas, alarmado, como si hubiese oído un grito, y era sólo mi alma, que se preguntaba, anhelosa: '¿Te querrá aún?. Sensación espantosa de que en aquel momento, sin que yo pudiese hacer nada por evitarlo, tú estabas empezando a dejar de quererme. Pero tú, Katherine, con un tacto y una delicadeza incomparables, poco a poco, has ido venciendo, has ido inclinándome a creer en una posibilidad de nuestro amor. En la posibilidad de nuestro amor. En la posibilidad esencial, básica, la interior. Y en la otra, asimismo, alma, en la exterior. Nos veremos. No lo dudes nunca. Así, ¡qué gusto, qué alegría! El niño débil que hay en mí se consuela en estas palabras, se refugia en ellas, cobra ánimos y fuerza, cree en todo, todo posible. Lo exterior y lo interior. El plazo inmenso, sin límite, de querernos, y el plazo concreto, con fecha de vernos. Mi alma, mi vida necesitan saber que tu amor es posible lejos y cerca, entre tus brazos y con tu sombra. Tenía un temor, inmenso. Se me representaba imposible. Katherine, vas venciendo. Otra victoria tuya. No creas, no, que estoy seguro, no, que no dudo ya. Eso no será jamás. Tu amor es demasiado precioso para que yo me crea firmemente su dueño. Siempre temblaré, Katherine. Seguridad, nunca. Confianza, sí. Ésa es la victoria que estás ganando, alma, lo mismo en lo general que en los detalles. Tengo confianza. Vivo más tranquilo, camino por mis días con menos recelo. Pero no olvido que la vida y todas sus grandes cosas son eternas y momentáneas, y que de pronto en un instante podemos quedarnos ciegos en medio de la luz, muertos en medio de la vida, solos en medio del amor".

Katherine Withmore, americana de nacimiento, se especializó en lengua y literatura española en la Universidad de Kansas y Berkeley. En el verano de 1932 marchó a Madrid y, por los consejos de una amiga, decidió matricularse en el curso de “Generación del 98” que Pedro Salinas impartía. Llegó tarde a la primera sesión y la única silla vacía estaba al final, donde sólo alcanzaba al profesor si alargaba el cuello y esforzaba la vista.

Poco después, recibió una invitación para cenar junto al poeta y una amiga. Aprovechó la ocasión para disculparse, en su horrible español que le avergonzaba. Pero Pedro estuvo de lo más cortés, e incluso le animaba a hablar porque le aseguraba que su español era excelente. La conversación se trasladó a su clase sobre Miguel de Unamuno y ella le expresó su arrepentimiento por no haber podido asistir. Pedro muy amable una vez más, le ofreció sus apuntes en una nueva clase que postergaron al día siguiente. Allí se presentaron puntuales en aquel encuentro memorable, en el que pronto olvidaron al pobre Unamuno. Sólo surgían preguntas de una y otra persona. Porque ya cayó el relámpago, el rayo que no cesa, el amor que no acaba.

Así empezó todo hasta que, poco después, tuvo que regresar a Estados Unidos. Entonces, se inició una correspondencia que alcanzó, en algunos espacios temporales significativos, la epístola diaria. Ella se sumergió de lleno, en la confección de su tesis doctoral. Apenas coincidían por diversos motivos de trabajo y la evidente distancia que les separaba. Katherine le reprochaba a Pedro Salinas una costumbre que le preocupaba. Y es que el poeta gustaba de telefonearle por la noche desde su casa. Margarita, su mujer, intentó suicidarse al descubrir la relación. Afortunadamente, sobrevivió. Katherine fue consciente, en aquellos fatídicos hechos, del daño que estaba causando a segundas personas. Pedro, ciego de amor, no veía ningún motivo para separarse a pesar de lo ocurrido.

Por esta razón, Katherine quiso romper con aquella pasión que podía ocasionar males mayores. Sin embargo, el poeta siguió con aquella fuerza e infinita creencia en sus cartas. Mientras tanto, Katherine conoció un profesor de Derecho con el que se enamoró y casó. Su marido, era un hombre sabio, generoso y con experiencia en el terreno de la literatura y en cuanto Katherine le explicó lo de Pedro, lo comprendió con total caballerosidad, atendiendo a su compasión. Pero el destino volvió a ponerse en su contra y, transcurrido un año escaso, su marido murió en un accidente de tráfico.

Pasaron meses y años sin tener noticias del poeta. Al estallar la II Guerra Mundial, Katherine conocía el paradero del exilio del poeta, en Puerto Rico. Y había descubierto que la censura disfrutaba leyendo el correo particular y que publicaban jugosos fragmentos para el cotilleo. Así que el poeta no se atrevió a escribir. Y cuando todo apuntaba a que jamás se reconciliarían, ocurrió lo inesperado.

La última vez fue en la primavera de 1951. Había llegado el poeta a Northampton para dar una conferencia. Katherine le aguardaba impaciente, albergando la esperanza de poder darle explicaciones. Su voz brotaba con dificultad y creía que sus palabras quedarían ahogadas en su garganta. Finalmente, lo consiguió y le preguntó: “¿No entiendes por qué tuvo que ser así?”. Pedro Salinas le miró con tristeza y contestó tajantemente: “No, la verdad es que no. Otra mujer, en tu lugar, se habría considerado muy afortunada”. Poco tiempo después, Pedro Salinas, murió.

Las claves de La voz a ti debida son las siguientes:

Existencialismo.- La persistencia del tema vital determina la unidad de la poesía de Salinas. El afán de vivir en perfección, con los subtemas y motivos subordinados, se encuentra desde los primeros libros y va sufriendo variaciones con el paso del tiempo.

Perfección quiere decir unidad y claridad; búsqueda de lo permanente, en el tiempo; de lo que no cambia, en el espacio. ¿Y qué es unidad para Salinas? En La voz a ti debida la unidad es la meta del triunfo final sobre los obstáculos que separan a los amantes; o es la victoria sobre las diferencias, tras una perpetua oposición que culmina en el encuentro. Por la amada se cumple, de este modo, la sobrevida del amor, en el sentido de más vida, vida doble, y de vida más allá de la muerte. El poema “Qué alegría, vivir” ejemplifica esa salvación al vencer la muerte viviendo en otro ser y siendo por él vivido.

El amor, paraíso.- El amor es la gran experiencia esclarecedora en la búsqueda de perfección y de unidad. Ya desde los primeros libros, el poeta presenta el amor como una experiencia compleja de iluminación y de enriquecimiento. Inicialmente, el amor es concebido como búsqueda, como ansia del otro. En última instancia, el amor es la gran experiencia desveladora del misterio de la unidad; es decir, el amor en su concepción
platónica y romántica: el hombre, como criatura caída, arrojada desde su paraíso a este mundo, mantiene escindidos su alma y su cuerpo; así que busca en el fondo de la amada un paraíso perdido. Por tanto, a través del amor el hombre toma conciencia plena de ese paraíso anterior a la caída.

La amada.- La figura de la amada y su relación con el amante son, sin duda, los elementos más originales de la lírica amorosa de Salinas. Sin embargo, son varias las visiones que podemos apreciar de ella, ya intuidas en la cita de Shelley: “Tú Prodigio, tú Belleza y tú Terror”

Rasgos: belleza.- El proemio de La voz a ti debida permite no sólo identificar al “tú” con una mujer, de él sacamos una impresión de su personalidad: decidida (“tú vives siempre en tus actos”); agresiva (“te arrojas/sobre proas, sobre alas”); vital (“la vida es lo que tú tocas”); directa (“andas/ por lo que ves”); segura de sí misma (“Tú nunca puedes dudar”); certera por intuición ante la realidad (“Y nunca te equivocaste,/ más que una vez, una noche/ que te encaprichó una sombra”). Sin embargo, las cualidades de la amada que con mayor relieve aparecen en La voz a ti debida son la juventud (“tú pusiste, agudísima/ arma de veinte años, / la flecha más segura/ cuando dijiste: Yo”) la belleza y el dinamismo. Aunque no ofrezca una descripción minuciosa del tú, son frecuentes las alusiones a dos rasgos particulares: la esbeltez y el color del cuerpo de la amada (rosado): "tocando ya tan solo a tu pasado/ con las puntas rosadas de tus pies”

La amada aterradora.- La cita de Shelley (Tú Prodigio, tú Belleza y tú Terror) apunta a otra cara de La voz a ti debida: la del amor visto como fenómeno aterrador. Para Salinas (como para Vicente Aleixandre en La destrucción o el amor), la amada es “la que destruye”. El poeta nos la pinta dirigiéndose a aplastar el mundo, llenándolo de ruinas, en una “abolición triunfal de todo lo que no es ella”. Hay mucha destrucción en La voz a ti debida, una destrucción súbita, total. Y cuando ella viene hacia el poeta, lo hace “desatada, implacable”, quebrando “murallas, nombres, tiempos, deshechos”. Y el poeta, perdida toda su iniciativa, se limita a dejarse arrastrar por el vendaval. Sin embargo, si la amada quiere destruir el mundo es para construir otro nuevo, el de la pareja. De ahí que el poeta nos haga remontarnos a una “víspera del mundo” en que “no había nada hecho”. Otras veces, los amantes andan por entre escombros y a partir de la destrucción será posible la creación de un mundo nuevo donde ellos se irán: “a amarnos, a vivir”.

La amada creadora.- Por tanto, como hemos visto en el punto anterior, en La voz a ti debida la amada también inaugura el mundo y lo convierte en un universo poblado de seres y de cosas y el amante aparece, ante todo, en una actitud de espera, de interrogación y de búsqueda, porque sólo ella da riqueza y claridad al mundo, solo ella puede entregar los enigmas descifrados, de ella nace la vida (“la vida es lo que tú tocas”), el mundo vacío y el amante, por nacer, esperan la orden de ser que habrá de formular la amada. Esta idea de la amada como la que pone la luz, la iluminadora, la unificadora, parece consustancial a la naturaleza de la mujer. Dispensadora de claridad y orden, la amada arranca de su dudar al amante, no solo le inventa el mundo, sino que lo salva del caos, de la confusión, de la ignorancia (“Y súbita, de pronto…”, “¡Ay, cuántas cosas perdidas…”, “Te busqué por la duda…”).

La amada esencial.- La amada tiene pues cualidades sobrenaturales,
misteriosas, que el amante va descubriendo, en una actitud de perpetuo asombro. La voz a ti debida es, en gran medida, la fábula del descubrimiento de la amada y, a la vez, su biografía prodigiosa. Descubrimiento repentino y, luego, sorpresa constantemente renovada ante cada tributo, cada gesto, cada actitud. Asombro y ansia de más, de conocer más, de poseer más, son los sentimientos constantes de la lírica amorosa de Salinas; los sentimientos que corresponden a este objeto
amado que se muestra en constante cambio y transformación. “Tu alma afilada de saeta” es una imagen clave de La voz a ti debida, que representa muy claramente la parte fundamental de la personalidad de la amada, su ansia, su “gran ardor sin término”. Por eso el amante la busca detrás, más allá, no porque se trate de una amada abstracta, sino para conocerla en su misterio. Una vez que el poeta ha visto lo que es ella en apariencia, trata de que sea lo que es en el fondo. Así, trata de orientarla hacia su ser auténtico (“quítate ya los trajes”). Este papel del poeta como creador (Sócrates del amor) del nuevo ser que intenta hacer nacer del fondo de ella, se ve, por ejemplo, en “Perdóname por ir así buscándote”. Pero, como sabemos, no siempre esa búsqueda de la esencia de la amada es hacia dentro, también hacia atrás o hacia arriba: éstos son los caminos del yo poético para conseguir el conocimiento de la esencia de la amada. Es ese movimiento hacia arriba lo que ha permitido que los críticos hablaran del misticismo de Salinas. Sin embargo, a diferencia de los místicos, Salinas no busca a Dios, sino a la diosa pagana Venus, de hecho, el poeta admiraba mucho la famosa pintura “El nacimiento de Venus” de Sandro Boticelli.

Adiós, ausencia.- Llega el momento en La voz a ti debida en que el amor ya no vive sino en la memoria. El poeta está solo, con su poesía llena de preguntas, e insiste en salvar los elementos de su amor, como el beso (“lo encontraremos, sí/ Nuestro beso”) y busca compañía en las sombras: las del amor que fue. El poeta las utiliza como sustitución de la amada, así, podrá olvidar a su amante, a su cuerpo, para estrechar solamente su “dulce cuerpo pensado”. Sin embargo, en el último poema, asistimos a la transformación total: las sombras se rebelan contra su creador, exigen la presencia de los amantes que, al quererse, les darán a ellas la ilusión de ser de carne.

Las cartas de Pedro Salinas a Katherine Whitmore están publicadas por la Editorial Tusquets. Esta relación sentimental entre los dos fue en buena parte epistolar, pues, como ya he dicho, entre 1932 y 1947 se vieron en contadas ocasiones. Es decir, que tanto la obra poética formada por la trilogía como por el epistolario que materializa esta apasionada relación amorosa tienen un importante componente mental, por no decir imaginario, que no creo que sea un adjetivo apropiado. Lejos de la mujer que ama, la mente del poeta enamorado sublima y recrea con la palabra el sentimiento, la emoción, la exultante felicidad, la tristeza, la añoranza, la duda, la exaltación, el dolor... Leer estas cartas implica seguir la historia de amor entre el poeta y su amante, conocer las vicisitudes de sus relación. Cada carta es una pequeña joya literaria de profundo valor humano. Leer estas cartas es un absoluto placer, es disfrutar de cada uno de esos momentos que son un regalo para los amantes de la lectura y de la poesía.
En ficción y publicada por Suma de Letras tenemos una preciosa novela de Susana Fortes, El amor no es un verso libre, y que ya reseñé en Volveremos a Macondo el 26 de febrero de 2014.




©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega