sábado, 7 de mayo de 2016

Madrid, la novela


Gabán que abriga mucho. Improvisación y tenacidad. Deshabitado como mi colchón el verano que me hice mayor. Madrid, que duermes al borde del hoyo y la espada. Allí donde se cruzan los caminos, donde el mar no se puede concebir, donde regresa siempre el fugitivo. Babilonia donde verás confundir en variedades y lenguas el genio más sutil. Maldita ciudad que, aún sin estar en su mejor momento, estás hermosa. Todo apariencia, Carnaval de todos los días en que los pobres se visten de ricos, donde salvo media docena todos son pobres pero viven en la calle aparentando. Amante buenísima pero que como novia es lo peor y te engaña en cuanto te despistas. Madrid que tiene sujetos los cordones de la bolsa con los dientes. Ciudad por donde la gente pasea por sitios inmundos y se asoma a los puentes que cruzan las autopistas como quien se asoma a ver las olas del mar. Sobre agua edificada , sus muros de fuego son. Puente de los Franceses que nadie te pasa. Sus fuentes manan néctar y llueven ambrosía. Castillo famoso que al rey moro alivia el miedo. Donde escribir es llorar, es buscar la voz sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora y violenta. Desenlace de todos los dramas que forman el tejido de nuestra historia. Rompeolas de todas las Españas. Urbe en la que nadie te da la lata con las cuestiones identitarias. Mujer no demasiado guapa, pero que no puedes vivir sin ella. Poblachón manchego convertido en una cosmópolis. Pedazo de la España en la que nací, viendo pasar el tiempo ahí está más chula que un ocho. La que te mata, la que nunca duerme, la que enamora, la suma de todos, la que tiene un aprendiz de río, patria de todos, la que yace envuelta en un sueño y todo al silencio convida. Alma encendida a su espejismo; ciudad nocturna en urna de sus hielo. Excusa para contar historias. Corte de los milagros... pongamos que hablo de Madrid.

Lanzarlo a los cuatro vientos. Madrid ya tiene su novela. Antonio Gómez Rufo la ha escrito y como no puede ser de otra forma, de forma galdosiana, concentra en cerca de novecientas páginas conmovedoras la historia de Madrid desde junio de 1565 al 11 de marzo de 2004 contada a través de las generaciones de tres familias, los Tarazona, los Vázquez-Argote y los Posada-Álvarez que sucediéndose durante casi cuatrocientos años, son espectadores o protagonistas novelescos de los sucesos, incertidumbres y acontecimientos de lo que es el verdadero y omnipresente personaje principal de la obra, Madrid.

Ahora pienso que os estaréis preguntando eso de ¿Y caben en sólo novecientas páginas cuatrocientos años de vida, sus gentes, sus reyes, sus calles, sus barrios, sus políticos, sus artistas, sus monumentos, sus anécdotas? y tengo que contestaros que vaya si caben, aunque al terminar quede un regustillo amargo de que al cerrar el libro no queden novecientas páginas más para seguir deleitándose con la historia de esta ciudad mágica que siempre ha ido desde la euforia a la complicidad y el afecto, desde la alegría a la serenidad de lo conseguido, desde el calor de la victoria a la tolerancia de los desencantados con el destino que creían esperar. Madrid es esa que cuando se levanta, España deja de bostezar; la que marca el camino que, contra toda voluntad, corta abruptamente porque la tiranía y la sublevación contra los pueblos tienen su origen en la miseria intelectual y la incultura. Es una ciudad inventada por varias generaciones de gente que vino de fuera y que convirtieron a sus hijos en madrileños. Es una ciudad sin raíces, sin puntos de referencia y sin patriotismo, pero con ese duende que lleva en sus entrañas que siempre atrapó al que llegó a ella e impidió huir al que pasa mecido en su irracionalidad. Aluvión de nuevas generaciones siglo tras siglo, a la que cuando se la mira desde la distancia, se la añora desde la dolorosa lejanía como solo se añora cuando la nostalgia convierte la pérdida en una mutilación dolorosa. Madrid, esas seis letras que expresan mucho más que una simple palabra, orgullosa de su libertad a la que defiende con uñas y dientes porque está segura de que su dignidad está por encima del miedo y que acoge a todo el que llega desde otros lugares y que pronto, muy pronto, se convertirán en madrileños. Ciudad cosmopolita que siempre quiso ser provinciana frente a tantas otras ciudades españolas que, siendo provincianas, no han cejado nunca en su empeño de ser cosmopolitas.

Novecientas páginas que podrían ser mil ochocientas o dos mil setecientas y no pasaría nada porque siempre se harían cortas, porque cada una homenajea emocionadamente y con la belleza de sus hermosos atardeceres naranjas y blancos, lilas y rosáceos, que tienen el tono caliente de lo mágico y de lo perverso cuando se desnuda por el oeste cada tarde con la inigualable visión del sol cayendo y dejando su cielo, el cielo de Madrid, manchado de colores rojos, rosas y violetas de una belleza sublime teñida de acuarela de trazos largos y encendidos  que dibujan matices calientes para echarse a dormir, pasado el día de nubes blancas, breves y deshilachadas, iluminando su perfil de ciudad ancha, retrepada y marrón; una ciudad encrespada y de paso, mudable, como si nunca hubiese sido nueva, como si nunca se hubiese terminado de hacer.

Y es que Madrid fue siempre así: múltiple y secular. Y laico. Porque Madrid nunca fue de nadie y por eso es de todos y de todos cogió sus señas de identidad donde se mezclaban reyes y reinas, príncipes y princesas, duques y duquesas, majos y manolas, chulos de hacha y petimetres, buhoneros y chamarileros, artesanos y modistillas...

Resulta difícil escribir la reseña de un libro así y por eso me he dejado llevar por la pluma espléndida de Antonio Gómez Rufo. El me lo sabrá perdonar, por paisano y por que mis torpes palabras nunca describirían con acierto toda la belleza que encierran las casi novecientas páginas de Madrid, la novela, un monumento más que añadir a esta ciudad tan hermosa que nunca dejó de reclamar ser engalanada por el placer de sentirse atractiva y que nunca dejó de ser viva, con sus entrañas mudando la piel y sus vísceras reponiéndose del gasto de sí misma.
Si no conoces Madrid corre en conocerla aunque corras el peligro de quedar atrapado en ella. Si ya la conoces o eres madrileño como yo aunque hayas tenido que ir a otra ciudad a vivir, lee sin falta Madrid, la novela. Quedarás también atrapado sin remisión en sus casi novecientas páginas, que desearías que fuesen muchas más, y profundamente emocionado con la historia de esta hermosa ciudad que además es mi ciudad.

©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega