miércoles, 23 de julio de 2014

La ciudad de los ojos grises · Félix G. Modroño




Tengo que confesar, que como apasionado por la literatura contemporánea, cuales son las características que hacen que una novela se convierta en imprescindible para mi: Tiene que estar bien escrita y perfectamente estructurada, tiene que tener unos personajes bien dibujados que te hagan tener la sensación que los tienes a tu lado e interactúan contigo, tiene que contar una historia bonita (ojo, lo feo y abyecto también puede ser bonito), tiene que hacerte viajar con la imaginación por el tiempo y por los lugares donde sucede su acción, y, por último, tiene que ser producto de una labor de documentación previa por el autor rigurosa, exhaustiva y veraz que te haga aumentar tus conocimientos para conseguir como una bola de nieve contactar con otros libros e historias.



Que duda cabe que La ciudad de los ojos grises de Félix G. Modroño cumple con todas y cada una de estas premisas y que ahora que acabo de cerrar el libro después de leer su epílogo, la considere una perfecta muestra de todo lo que le pido a una novela.



La ciudad de los ojos grises es una magnífico libro, maravillosamente escrito y estructurado, narrado en tercera persona a excepción de su final que lo hace en primera, que cuenta la historia de Alfredo Gastiasoro e Izarbe Campbell desde abril de 1882 a las navidades y final de año de 1914, con su epílogo en el París de junio de 1940 cuando los alemanes entran en la ciudad. En ella vamos a asistir con emoción  a una historia muy bella que nos cuenta la vida de Alfredo, un arquitecto y profesor, que se enamora perdidamente de Izarbe en un Bilbao de finales del siglo XIX. Por un desengaño amoroso Alfredo abandona Bilbao para irse a vivir a París donde leyendo el periódico muchos años después descubre que Izarbe ha aparecido muerta en la ría y decide regresar a la ciudad que le vio nacer. Una vez allí, se enfrenta a un Bilbao en ebullición por la revolución industrial  que ya no volverá a ser como él la recuerda y que crece y crece a ritmo constante e imparable. Bilbao pasó a partir de 1885, en menos de cuarenta años, de dieciocho mil habitantes que habían sido prácticamente los mismos desde su fundación a finales del siglo XIII por López de Haro a superar las cien mil almas. Alfredo va a descubrir con profundo malestar que ya casi nadie le conoce a no ser su mejor amigo de infancia y juventud, Fernando, que es Comisario de la Policía Municipal y que investiga la muerte de Izarbe sospechando que ésta no es accidental y que ha sido asesinada.



La ciudad de los ojos grises de la mano de Alfredo, en una perfecta recreación de la época nos enseña esa ciudad de Bilbao, gris e invernal, en una ambientación magnífica, producto de una exhaustiva y exquisita labor de documentación por parte de Félix G. Modroño en donde además de los protagonistas ficticios toda una pléyade de otros históricos como Miguel de Unamuno, Pablo Picasso, Facundo Perezagua, Indalecio Prieto, María de Maeztu, Marie Curie, Mata Hari, Mistinguett, Maurice Chevalier, Modigliani, Julián Gayarre, y muchos más que harían una lista interminable, viven y pasean por un Bilbao y un París mágicos en esos años de la Belle Epoque a punto de desaparecer por la Gran Guerra.





Novela que mezcla sabiamente diversos géneros como el histórico, romántico, costumbrista, social, de misterio y de novela negra. Pero otro gran acierto de Félix G. Modroño es que la parte de misterio y suspense queda en un segundo plano, importante también que duda cabe, para adentrarse más en los hechos  históricos y sociales, y en la preciosa historia de amor que nos cuenta, con unos personajes magníficos encabezados por Alfredo e Izarbe que nos van introduciendo en la narración con continuos saltos en el tiempo hasta desvelarnos la trama bajo la atenta mirada del tercer personaje protagonista indiscutible de la obra: Bilbao. Y es así  como de la mano de estos personajes geniales viajamos con nuestra imaginación a esos lugares en ebullición tan alejados de nuestros días en los que la vida cambiaba, surgían los movimientos sociales, se fundaba el partido socialista y las mujeres empezaban a reivindicar sus derechos a través de un feminismo aún en pañales, haciéndonos fervientemente viajar a ellos para descubrir todos los rincones de la ciudad vasca y de París que aparecen sin descanso. Bilbao ya tiene su novela.


Ha sido tanta la emoción que me ha producido la historia que narra el libro que me ha obligado a releer diferentes novelas y biografías y buscar sitios y situaciones por internet con la esperanza de poder viajar pronto a ellos y sentir el latido de Alfredo e Izarbe en cada una de sus piedras. Deseo fervientemente pasear por la Gran Vía de Recalde, volver a ver el Puente de Portugalete, disfrutar de la ría y de Las Arenas, adentrarme por el casco viejo de el bocho, visitar los cafés y comer en sus restaurantes y, como no, volver a ver los Jardines de Luxemburgo, Monmartre, Le Sacre Coeur y el barrio de Saint Germain des Prés de París.



Félix G. Modroño me ha sorprendido en esta primera novela que he leído de él. Escribe endiabladamente bien y cuida al máximo la trama que no nos da ni un segundo de tregua. La ciudad de los ojos grises es una bellísima novela de lectura imprescindible. La ciudad de los ojos grises es Bilbao. Es su cielo gris, el mismo color de los ojos de Izarbe que tienen un brillo tan intenso que borran las sombras que las velas dibujaban en su cara, esa cara que Alfredo descubrió fascinado cuando ella alzaba la vista hacia lo alto de la iglesia de San Nicolás para observa a un ángel que cantaba el Aria de Chiesa, Pietá Signore, de Alessandro Stradella y que se perdió junto a una carta en lo más hondo del estanque de la Fuente Medicis de los Jardines de Luxemburgo de París.




©Juan Pedro Martín Escolar-Noriega

jueves, 17 de julio de 2014

El gran frío - Rosa Ribas

Para Mercedes, gran bloggera y mejor amiga, por tener la grandísima suerte de no haber conocido esa época de gran frío por su juventud y de vivir en el gran calor.



El mes de febrero de 1956 fue un mes gélido en toda España que según los que lo vivieron y lo recuerdan describen su cara helada que dejaba la barbilla acartonada, cielo azul con mucho sol, charcos helados y la ropa tendida totalmente congelada y rígida que se movía con el viento como si se tratara de tablones de madera con la forma de camisas o pantalones. Se produjo por la entrada de una ola polar fría continental con origen en Siberia que recorrió toda Europa y que en España se inició el día 2 y terminó el 23, afectando a toda la península que tuvo temperaturas desde los -5º a los -20º.

Y es en este escenario donde nos ponen Rosa Ribas y Sabine Hofmann en su última novela, El gran frío, donde nos volvemos a encontrar con Ana Martí. Ana trabaja ahora en el semanario El Caso y es enviada por su jefe a un recóndito y aislado pueblo del Maestrazgo turolense para escribir un reportaje sobre una niña a la que le han aparecido los estigmas de la Pasión aunque pronto se dará cuenta de que allí ocurren muchas más cosas extrañas.
El Caso fue un semanario español especializado en noticias de sucesos que relataba los crímenes y los episodios trágicos más desagradables y truculentos de la posguerra. Su aparición se produjo en 1952 y permaneció como líder de ventas, llegando a alcanzar una tirada de hasta 400.000 ejemplares, hasta su cierre en 1997. A través de sus páginas los españoles conocieron al Jarabo y al Lute, además de una serie de timos y pícaros diversos.
Pero en esa época tan oscura existía la censura por la que se tenía que tener permiso para poder editar, el director de cada medio era designado por el Ministerio del Interior, los periodistas eran meros objetos en manos del poder a los que se comprobaban todos sus antecedentes y forma de vida y pensamiento antes de poder ejercer, se vigilaban todas las actividades de la prensa y se prohibía todo lo que fuese escandaloso, porque en España nunca pasaba nada gracias al Caudillo y a su glorioso Movimiento Nacional que había conseguido salvar a la Patria de las hordas comunistas y ateas y en la que estaba prohibido hasta decir la palabra rojo, teniendo que adjetivarse un objeto de dicho color como encarnado.

"Pero como vivimos en un país donde imperan la paz y el orden, nos han impuesto una restricción de las noticias sobre asesinatos nacionales: solamente uno por edición".



Mención aparte merece donde las autoras escenifican la historia. Ese pueblo perdido en la comarca de el Maestrazgo de Teruel, llena de pequeñas localidades con casas de piedra y silenciosos rincones, impresionantes paisajes abruptos que cobijaron a los maquis, aislada del resto hasta tener  la sensación de que nos encontramos en el fin del mundo y que todos los inviernos sufre la terrible meteorología que obliga a sus habitantes a quedar normalmente aislados por la nieve.

Rosa Ribas y Sabine Hofmann consiguen una perfecta ambientación en un escenario que, a medida que avanza la narración,  se va haciendo claustrofóbico y hostil para la protagonista. Según se va leyendo se descubre a esos habitantes del pueblo, taciturnos y cerrados, que vagan por las calles dando una imagen parecida a muertos vivientes (me resisto a poner el término de zombies) y que parecen amenazar  y poner a Ana Martí en situaciones muy peligrosas debido al escepticismo de la periodista frente a los fenómenos irracionales que allí se producen.


Perfecta recreación de una época, donde si la vida era ya durísima en el ámbito urbano nos permite sin ser muy sagaces imaginar a que extremos llegaría a ser en el ámbito rural, con privaciones, represión, miedos agravados y esa omnipresencia de la Iglesia que sabía muy bien como manejar a esas pobres gentes con la cantinela de que se vivía en un valle de lágrimas e instaba en un ambiente enrarecido y supersticioso de pleno fanatismo religioso a ponerse, por ejemplo, cilicios para conseguir favores y respuestas de Dios. Una época de privaciones y carencias, donde faltaba de todo y donde tomarse una simple taza de café aguado endulzado con azúcar era un lujo permitido solamente a algunos privilegiados.

"Eso nos enseñan, que el sufrimiento es un regalo por el que se tiene que estar agradecido. Cuanto más se sufra mejor persona se será".

Y encima de todo, el Régimen fascista que velaba por todos pero que no hacía absolutamente nada por nadie salvo ahogarle. Ese Régimen en el que solo unos cuantos se enriquecían con el dolor y el sufrimiento de la gran mayoría. Ese Régimen en que "al contrario que la ampulosa retórica oficial que usaba, cargada de palabras rimbombantes como imperio, cruzada y grandeza, las aspiraciones de la gente en el país eran pequeñas, mezquinas, hijas de la mera necesidad de supervivencia".


Y finalmente, los personajes.  Frente a nosotros aparecen, junto a nuestra joven periodista de 28 años, toda una pléyade de seres que componen un friso espectacular de esos tiempos tenebrosos y que están perfectamente retratados por las autoras. Don Benito, el cura, que prohíbe hasta cantar y que no tiene ningún reparo para conseguir sus avariciosos fines. Don Ignacio, el alcalde, un pelele cuyos hilos mueve a su antojo el dueño del pueblo. Don Julián, el cacique, que reina en Las Torres cual señor feudal con el típico paternalismo pero con mano férrea y medieval. Don Miguel, el maestro, hombre culto pero cobarde y atado por el cacique que esconde un secreto humillante para la pacata sociedad pueblerina que le tacha de rojo. Isabelita, la santita. Eugenia, la lista y Mauricio, el tonto. Aurelia, la dueña de la fonda donde se hospeda Ana, huraña y amargada por un suceso acaecido años atrás. La madre de Isabelita, beata recalcitrante que no duda en nada, ni para hacer sufrir. Y los habitantes del pueblo, hostiles y ceñudos que deambulan como un coro de tragedia griega dentro de un ambiente retrógrado, asfixiante, oscuro, fantasmagórico y gélido.

Grandísima novela El gran frío que se lee con absoluto deleite para ir descubriendo ese pasado triste de nuestra historia. Una historia negra, muy negra, cubierta por ese manto blanco de nieve heladora que nos hace tiritar de frío, mucho frío, en una España espectral de pesadilla y dolor.


lunes, 14 de julio de 2014

Regreso a tu piel - Luz Gabás

Para Belisa, agradeciendo infinitamente el haber coincidido con ella en el tiempo aunque con toda seguridad hemos viajado juntos durante siglos.



Paisaje de otoño e invierno. Hielo y frío. Nieve, lluvia y tormentas. Silencio de la naturaleza interrumpido por puntuales ruidos secos del bosque. Cementerios lúgubres. Casonas e iglesias perdidas entre la espesura del bosque con sus fachadas cuajadas de yedras y enredaderas. Tenebrosos castillos. Lugares donde el tiempo se ha dormido hace siglos. Un amor que viaja en el tiempo. Una enorme montaña vigilante del valle pirenaico. A todo esto nos va a llevar la lectura del nuevo libro de Luz Gabás, Regreso a tu piel.

Brianda es una joven profesional con éxito que vive en Madrid feliz con su pareja. No obstante lleva un tiempo teniendo sueños repetitivos que crean en ella una gran ansiedad por lo que decide viajar a la tierra de su familia en un valle del Pirineo aragonés para reponerse. Y allí, poco a poco, ira conociendo la historia de otra muchacha, Brianda de Lubich, única heredera del señor más importante del condado de Orrun a finales del siglo XVI, que ve como el mundo a su alrededor se desmorona tras la muerte de su progenitor, en una tierra convulsionada por las guerras, en la que ella y otras veintitrés mujeres serán acusadas de brujería, y que solo podrá aferrarse a un hombre: aquel a quien juró amar más allá de la muerte.

La novela transcurre pues en dos momentos temporales que de forma admirable tienen un punto de unión que da a la trama una dosis de suspense apasionante que nos hace embeber el libro yo diría que con casi desesperación para conocer el desenlace en una obra que Luz Gabás se nota que ha trabajado muy duro y ha conseguido una ambientación impresionante gracias a una exhaustiva documentación que nos describe perfectamente esa España del Renacimiento en la que el cambio ideológico no fue tan extremo como en otros países ya no se rompió abruptamente con la tradición medieval, no desapareció la literatura religiosa, y fue en el Renacimiento cuando surgieron autores ascéticos y místicos, haciendo por ello al Renacimiento español más original y variado que en el resto de Europa.

"Las enfermedades son un camino regio para conducirnos al cielo a gozar de la Divina Esencia".

El libro está basado en unos hechos históricos. En el municipio de Laspaúles, a la sombra de la gran montaña, aparecieron en un recoveco de la iglesia documentos que daban fe de un proceso inquisitorial por el que fueron condenadas y ejecutadas veintidós  mujeres de la zona en 1593. No es difícil de imaginar lo que supusieron tales acusaciones y las consecuentes muertes en la cerrada y pequeña sociedad del aquel tiempo, a buen seguro convulsionada y aterrorizada. El descubrimiento animó a los vecinos de Laspaúles a recordar su historia, especialmente unida a lo sobrenatural. Por eso interpretan en los escenarios naturales “Lo Consell de Laspauls”, una obra teatral en la que pretenden representar aquellos acontecimientos que acabaron con la ejecución de las mujeres acusadas de brujería. El libreto parte de una idea original del párroco Domingo Subías, que fue también la persona que encontró los valiosos documentos en los que se describe la sociedad que rodeaba el Turbón hace unos siglos. Pero no es la única iniciativa que surge de la historia brujeril en Las Paúles. 

Al lado mismo del núcleo urbano, en una partida de monte que se conoce como “Serrat negre” o “Serrat de las Forcas” se ha construido un parque temático dedicado a las brujas. En él se reproducen escenas relacionadas con la brujería, en un paisaje de misterio que une distintas sendas en el entorno natural. Unas ejecuciones que no fueron obra de la Inquisición sino del poder político que las utilizaba para amedrentar de ese modo a la población.

También se basa en los hechos históricos acaecidos en el reinado de Felipe II en Aragón cuando la relación entre Aragón y la corona estaba algo deteriorada desde 1588 por el pleito del virrey extranjero y los problemas en el condado estratégico de Ribagorza. Cuando Antonio Pérez, Secretario del Rey y acusado del asesinato de Juan de Escobedo, hombre de confianza de Juan de Austria. escapó a Zaragoza y se amparó en la protección de los fueros aragoneses. Felipe II intentó enjuiciar a Antonio Pérez mediante el tribunal de la Inquisición para evitar la justicia aragonesa (la Justicia mayor aragonesa era teóricamente independiente al poder real). Este hecho provocó una revuelta en Zaragoza, que Felipe II redujo usando la fuerza.

La ambientación exquisita nos lleva a unos parajes mágicos donde reina el monte de el Turbón, donde algunos han escuchado a las brujas tocar el violín en los barrancosy que su terror hace llevar a las gentes del lugar, , cuando van a regar los huertos o van por verduras, un rosario que les proteja para colocarlo sobre las ropas de las brujas, a quienes les gusta andar desnudas, dejan sobre las piedras. El monte de el Turbón (Beles en la novela) es una montaña en la comarca de Ribagorza que emerge aislado como vigía solitario de las más altas cumbres que aguardan atrás en el Pirineo aragonés, y donde la leyenda y la magia se ha aposentado.  Se le relaciona con el tiempo del diluvio cuando el Arca de Noé encalló en su cumbre, allí los dioses instalaron la fragua productora de los truenos y relámpagos, en él habita el Ome Granizo que con sus soplidos cuando sube a la cumbre, convertidos en enormes vendavales, anuncian las tormentas, y viven duendes y encantarias, además de las brujas mencionadas.


Preciosa novela de un amor apasionado que perdura en los siglos. "Supo que esa noche no la pasaría con él, y tal vez tampoco en los próximos días, pero una corazonada le decía que todo y cualquier tiempo sería para él. Ahora que había encontrado ese relicario, podía ampliar la franja temporal hasta donde su mente y su corazón la llevasen". Luz Gabás ha conseguido nuevamente emocionarme con esta historia en la que se siente que el amor es intemporal e infinito.

"Era el dueño de su alma. De su alma inmortal..."

jueves, 3 de julio de 2014

La pequeña capital de provincias de Paco Umbral - Juan Pedro Martín Escolar-Noriega


Hace unos días navegando por internet me encontré con un vídeo titulado Valladolid, ¡cómo me gustas! Y viéndolo me vino a la memoria Francisco Umbral (1932-2007) ese domador de palabras, gran narrador, memorialista, diseccionador de la vida y la sociedad de nuestro país, articulista todoterreno e intimista poeta.



La pequeña ciudad plateresca que tanto inspiró a Paco Umbral para escribir novelas de ambiente provinciano con Valladolid siempre en el fondo como marco indeleble del artista adolescente que empieza a vivir. De ella decía emocionado: “Valladolid, mi Valladolid de entonces, era una fiesta. Una fiesta triste y negra, de guerra y de luto, pero cantaba la edad dorada de la infancia y yo era un niño en una calle larga y fría, calle de San Blas, con huertas y monjas y ebanistas y sombrererías. Habían puesto en las fachadas unos carteles como para anunciar la guerra, carteles con alambradas y palomas, y cascos y cañones. Los moros y los regulares venían al anochecer. Los regulares venían en sus camiones, desde Capitanía, y los moros aparecían, lentos, entre las sombras de la Plaza de San Miguel”.

Paco Umbral pasó frío y hambre en su casa de la Plaza de San Miguel, estudió en el José Zorrilla, fue botones en el Banco Central, fue contertulio en la cafetería Maga y en el Hostal Florida y empezó a trabajar en el principal periódico de nuestra ciudad, El Norte de Castilla, el que lleva en su portada “con sus letras góticas, muy negras, sobre gran fondo blanco, una catedral del periodismo”. Como Proust se envenenó con su magdalena y como Baudelaire se drogó con el láudano. Su destino era la literatura y vivía en la magia de tantos libros y escritores. Y Valladolid protagoniza varias novelas de una infancia cruel y de una atroz adolescencia. Comió como muchos niños vallisoletanos pan negro hecho de salvado y porciones de miedo. Valladolid era esa ciudad “que todo lo había tenido y todo lo había perdido" por lo que en su obra se huele y se siente la melancolía. Valladolid era para él memoria, lirismo, temor, temblor, ciudad de procesiones, ciudad de culpas y provincia de tedio, y aunque no la nombre nunca, a diferencia de Madrid, su segunda ciudad, a la que nombra continuamente y la cita, ahí está omnisciente. Sus libros de Madrid son el presente. Los de Valladolid son el pasado. En los de Madrid predomina la prosa. En los de Valladolid, el lirismo.

“Vieja ciudad. Pequeña ciudad. A veces vuelvo a la ciudad de provincias, gris y melancólica, ayer perfil de galeón, hoy navío desguazado, de donde han nacido alguno de mis libros –los pocos que merecen la pena leerse- y donde ha nacido uno mismo, aunque uno no haya nacido allí.”

En su novela vallisoletana Capital del dolor (1996), nos relata la guerra civil en la pequeña ciudad, donde vuelve a ser su ciudad de tedio y plateresco, a convertirse en escenario de su educación sentimental. Nos cuenta la guerra cruel. Al principio la ciudad es sólo un precioso magnolio en el patio de las Teresianas y acaba siendo el eco de las campanas de las Clarisas y el de los partes de guerra que escupían los altavoces de la Plaza Mayor. Pasamos de una manera traumática de la ciudad de alegres colores de los pavos reales del Campo Grande al blanco y negro de las pistolas falangistas, dejando entre ambos el camino de su protagonista que sueña su ciudad en un mágico itinerario sentimental. Sus rincones aparecen continuamente. La calle Pasión es “larga y misteriosa, con iglesias y menestralía”; la Plaza Mayor es “espaciosa, mal lograda, con su acera de San Francisco, salón de la vieja corte, y la estatua del Conde Ansúrez”; la Fuente Dorada “con soportales y fotógrafos es una plaza irregular, de plano inclinado, como una plaza soñada por Chirico, el italiano de moda”; la calle Angustias “de una plata sucia, de un adoquinado ilustre, toda de tiendas y teatros que acaba convirtiéndose en un descenso a la judería castellana, como el secreto vaginal y viejo de la ciudad”; la casa de Cervantes es “céntrica y hundida, sombría y bella, prestigiada de yedras y perfumes de maderas antiguas y cuarterones”;  la Catedral es “grandiosa como una tumba de gigantes, fría como las bodegas de Dios, frustrada como una gran nave que se hunde, escorada, inmensa, descomunal y fea”; el bar Cantábrico en la Plaza Mayor esquina a la calle Santiago es “capilla Sixtina del vino y primera catedral del cubismo decorativo, con sus chicas penagos vestidas de parisinas para tomar el aperitivo”;  el teatro Calderón al principio es una “corralada enorme de la cultura local, con un siglo XIX dormido en sus terciopelos rojos, con sueño de peluche, con un pasado reciente ilustrado en sus pasamanos de oro y sus barandales de alta comedia” y es asaltado al comienzo de la guerra por unos “políticos grises y unos madrileños azules, violentos, negros, refulgentes de hebillas y pistolas”.

Y vienen los fusilamientos y el protagonista cada vez tiene más amigos fusilados en “Cocheras” que estaba por el Paseo de Filipinos y era donde se guardaban los tranvías azules y amarillos, “hasta que llegaron los falangistas y convirtieron los tranvías en cárceles, para arrestar ugetistas y fusilar poetas” que “atados en cuerda en fila llega andando a media tarde al Fondor (el Campo Grande recién regado en la novela) desde donde llegaba un hechizo verde del interior del parque modernista, y el grito de los pavos reales ponía un versallismo agrio y elegante sobre el rugido de la pólvora y los colores sucios de la guerra”. La represión militar tiene lugar en el cerro de San Cristóbal donde la gente asiste a los fusilamientos “como las tricoteuses de París que iban a hacer calceta a la sombra de la guillotina”. El cerro de San Cristóbal es “piedra y cielo, plata y sangre, y las elegantes de la ciudad llevan sombrillas blancas, anacrónicas y alegres, para protegerse del sol casi vertical guilleniano, que ilumina con su grandeza siniestra el ritual de los fusilamientos”.

Pero al principio del libro ese camino sentimental no es tan agrio y atroz en esa ciudad salvaje “donde la luna se derrama todas las noches en cascada sobre el gótico plateresco de San Pablo”. El protagonista, Paulo, se inicia en el sexo con una prostituta, Rosa Luguillano, y su camino hacia donde trabaja es un “camino plateresco y juzgados, de palacios y Reyes Católicos, la entraña histórica de la ciudad, un camino de rías populares y torres góticas, el camino de la Esgueva, de los tontos al sol, de las clarisas, de la infancia y los entierros”
Después se enamora de la hija de un ferroviario, Constitución, y pasea con ella por los barrios ferroviarios, por la plaza Circular y por la calle Estación “con su larga tapia hasta llegar al puente negro sobre los trenes deslumbrantes del anochecer”.



¿Se puede escribir mejor que Francisco Umbral? Es un mago de las letras que ha sido el gran cronista poético de esta ciudad a la que yo vine, haciendo el camino inverso que hizo él, a vivir desde Madrid y que gracias a su verbo duro y lírico aprendí a conocerla y a enamorarme de ella. Pero no sólo en esta Capital del dolor. También en otras muchas, novelas de iniciación adolescente protagonizadas por esta capital de provincias llena de tedio y desencanto donde muchachos deshonran a niñas gitanas, niños de derechas y de centros católicos llevan a las muchachitas en flor y guantes amarillos a remar a las barcas del Pisuerga, jóvenes que juegan en los billares situados junto a la Catedral, mañanas de plata y niebla, procesiones y culpas con un Cristo en cada esquina y una procesión en cada calle, “barrio de las Delicias, calles ferroviarias, largas, húmedas y habitadas por los personajes de humo de los trenes”.

Pequeña capital de provincias, pequeña ciudad plateresca, pequeña ciudad de pavos reales, guardas forestales y peces de colores, capital del dolor. Valladolid.



martes, 1 de julio de 2014

Los cuerpos extraños - Lorenzo Silva


Hace ya dieciséis años que en mi vida se cruzaron Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro. Eran entonces muy jóvenes. Rubén tenía 33 años y Virginia, 24. Con ellos he viajado a Mallorca, Guadalajara, Canarias, Madrid, Barcelona, y ahora por Valencia y la costa levantina.
Ambos, casi todo el mundo ya lo sabe, son dos guardias civiles adscritos a la Unidad Central de Madrid con una misión: resolver crímenes difíciles.

Rubén Bevilacqua, Vila, es licenciado en Psicología que opositó a la Guardia Civil para conseguir la seguridad de un sueldo que, aunque bajo, sea para toda la vida. Pero allí encuentra su razón de ser con la peculiaridad de nos aspirar a la promoción profesional aunque le conozcamos de sargento y ya sea subteniente. Es un hombre complicado e inteligente con la afición de pintar soldaditos de plomo de ejércitos derrotados.

Virginia Chamorro proviene de familia de militares y si tiene vocación y aspira a hacer carrera en la Guardia Civil. La conocemos de guardia y ya es sargento. Tiene, según Vila, un gran parecido con la actriz Verónica Lake y es el contrapunto a su compañero, amigo y jefe.
Ambos, después de tantos años trabajando juntos, tienen una relación muy especial y se entienden perfectamente sin hablar. Los dos, en las novelas de la serie, van cumpliendo años al mismo ritmo que sus lectores.

Y en este punto llegamos a la última novela de la serie, Los cuerpos extraños. Es la tercera parte de una trilogía sobre la corrupción. En El alquimista impaciente se hablaba de la corrupción privada, en La Marca del meridiano era la corrupción policial y en ésta tiene el trasfondo de la corrupción política.

En esta última aventura de la pareja más famosa de picoletos de la novela negra española, Lorenzo Silva da un paso valiente hacia delante y nos sumerge con su estilo tan cercano en un tema muy sensible para todos los que nos ha tocado vivir en estas tierras, como es la corrupción política que campa por los cuatros puntos cardinales de nuestro país. Y el escenario no puede ser más acertado al poner a nuestros protagonistas en la Comunidad Valenciana donde esas huestes corruptas que mal gobiernan llevan muchos años forrándose el riñón, haciendo y deshaciendo a su antojo con el dinero de todos y sembrando el territorio de palacios de congresos faraónicos, centros comerciales mastodónticos, museos galácticos, urbanizaciones fantasma y cuando no de aeropuertos sin aviones decorados con monumentos horripilantes de precio estratosférico del peor gusto para inmortalizar al hacedor de tamaños disparates. Hemos sido, mejor dicho somos, gobernados por unos aspirantes a mafiosos que no tienen ningún pudor de pagar un saco de millones por un dibujo, un diseño o una maqueta de un proyecto que nunca verá la luz. Y si la ve, se caerá a trozos en muy pocos años pues no se han construido con arreglo a lo que han costado, mostrándose ante nuestros asombrados ojos como unos cuerpos extraños testigos de tanta impunidad. La Cosa Nostra o La Camorra valenciana se ha nutrido desde hace muchos lustros ya de personajes horteras, tanto de listillos, como de pijos y paniaguados , pero que han demostrado no tener ningún tipo de escrúpulos a la hora de saquear el patrimonio y el erario público que es de todos y no de uso exclusivo de esta parte de gente sin conciencia.

Y allí va nuestra genial pareja a investigar el crimen de una alcaldesa joven, ambiciosa e impetuosa de una localidad de la costa cuyo cadáver ha aparecido medio desnudo tirado y abandonado en una playa, encendiendo todas las alarmas del Estado, haciéndonos pasar horas de entretenimiento y gozosa lectura a lo largo de sus páginas hasta llegar al final en un desenlace inesperado marca de la casa y de las novelas de estos entrañables protagonistas.
Es hora que la clase política empiece a dar signos de responsabilidad ya que para eso fue elegida por todos los ciudadanos que en ese lugar la colocó.Una responsabilidad que consiste en gestionar la cosa pública y no en hacerse millonario con ella, que parecen gozar de absoluta impunidad aunque vayan dando pelotazos urbanísticos que sirven, seguramente, para blanquear un dinero teñido de sangre y sufrimientos de aquellos que los eligieron como sus representantes, es decir, los más débiles.

Lorenzo Silva lo describe perfectamente en Los cuerpos extraños, una novela casi negra de una España triste,  y nos sumerge en este mundo con su maestría habitual que nos hace devorar con absoluto gozo las correrías de estos magistrales personajes que ya ocupan un lugar imprescindible en nuestra literatura contemporánea. Y desde luego me confieso fan irreductible de ambos aunque llegue a la conclusión tan triste y tan amarga al cerrar el libro al terminar de leer su última página, de que la corrupción es como la paella; en ningún sitio la hacen como en Valencia.