lunes, 4 de diciembre de 2023

Nunca más

    





    Nunca más, primera obra publicada por la escritora Emecé Condado, es un libro contradictorio, pero, por favor, no toméis este adjetivo como algo peyorativo, sino todo lo contrario y seguid leyendo. Nunca más, en su portada, pone que es un libro de relatos y es una novela compuesta por diez relatos; se supone que es un libro de los denominados eróticos, que lo es, pero no se queda solamente ahí, sino que profundiza en temas que están muy candentes en nuestra sociedad por lo que trasciende a la etiqueta de simple libro erótico.

    Nunca más es como una de esas muñecas rusas matrioshkas, cuya originalidad consiste en que en su interior alberga una nueva muñeca, y esta a su vez otra, y así sucesivamente. Emecé Condado ha escrito un libro que se me asemeja la matrioshka mayor que en su interior, al abrirlo y leerlo, vas descubriendo la demás muñecas que son los relatos, a su vez llenos de personajes sorprendentes que se interconectan entre sí con una multicoloridad fascinante que dan al libro un tono acorde y consonante de novela compuesta por relatos en vez de capítulos.

    Chicas a las que les gusta que les miren bonito; niñas que con el olfato ven colores; mujeres que saben que alguien va a morir cuando en la lengua sienta calambres; vampiros emocionales; violadores; chiquillas violadas por un sacerdote asqueroso; muchachas preciosas, pero que en su interior ocultan lo más horrendo que se puede imaginar; chicos que han tenido una madre maltratada y que no están dispuestos a que la violencia se instale en la sociedad; espabilaos que se creen irresistibles y son meros imbéciles; el sexo concebido como un espacio compartido por mujeres y hombres apartado de esos papeles enojosos que lo despeñan al mayor de los desastres con unas consecuencias muy diferentes a los hombres y a las mujeres, totalmente perjudiciales hacia ellas por el papel que el patriarcado las ha querido siempre asignar y con la dominación operativa calculada, astuta y artera que ha sufrido la mujer por el simple hecho de serlo; mujeres empoderadas que por fin se han hecho las dueñas de su sexualidad; discriminación de las mujeres; violencia de género; el anhelo esperanzado de que en el mundo el sexo sea placer y nunca sufrimiento, con una relaciones sexuales en completa libertad, compartidas y siempre consentidas, sin que la mujer sea juzgada por la sociedad por el mero deseo de vivirlas.

    Nunca más es una novela compuesta por diez relatos a modo de capítulos que son relatos reivindicativos que Emecé Condado ha escrito con un lenguaje muy explícito sin ningún tapujo. Un lenguaje que llega al lector como disparos al centro de su conciencia que clamará que nunca más una mujer tendrá que sentirse condicionada por el qué dirán cuando decide que quiere vivir su sexualidad con la misma libertad y en las mismas condiciones que la sociedad deja vivirla a los hombres, sin ser reprobada y catalogada por ello.

    Nunca más habla del placer y de las consecuencias que lleva consigo, de mujeres violentadas unas y de mujeres con poder, dueñas de su sexualidad, otras, de sexo placentero  unas veces y muy doloroso en muchas ocasiones, para que cada uno haga un análisis y recapacite sobre el asunto, en las escenas más placenteras y en las más infernales que nadie debería vivir, unas relaciones sexuales que tengan lugar en un escenario de total libertad, con el mismo protagonismo de todas las personas que en ellas participen sin juicios hacia las mujeres por el hecho de serlo.

    Nunca más es un libro fascinante cuya lectura entusiasma, con unos personajes vivos y cercanos que quieren vivir sin injusticias. Un libro que al principio dije que es contradictorio porque no es lo que parece ser, aunque sea una obra totalmente acorde y consonante con lo que Emecé Condado nos quiere decir, consiguiéndolo con creces. Es contradictorio hasta en el título. Está muy claro lo que la autora nos quiere decir con él, pero dejadme una última opinión: Nunca más es sólo el principio, Emecé Condado, así que tienen que venir muchos libros tuyos después de éste que yo leeré con la misma atracción y placentera alegría con que he leído tu primera obra, una primera obra contradictoria porque es muchísimo más de lo que promete ser.

martes, 7 de noviembre de 2023

La mala esposa

    


 

    Me vais a perdonar que tire de imaginación, bastante inferior a la de Estela Chocarro, después de leer su última novela publicada, La mala esposa, ganadora del XXV Premio Francisco García Pavón 2023 de novela policiaca. Elucubro que se encuentra la escritora navarra asistiendo a un concierto en el auditorio de la sala Baluarte de Pamplona, un sábado de abril, para escuchar al famoso bajo-barítono galés Bryn Terfel. En el descanso, tras la primera parte del espectáculo, sale al vestíbulo camino de la cafetería para tomarse una copa de chardonnay, Se siente un poco decepcionada por la forma que ha transcurrido hasta ese momento el recital. El cantante ha interpretado arias importantes de su repertorio que le han dado la fama, pero se nota que está perdiendo facultades. Desde la barra del ambigú, saboreando su copa de vino blanco, observa un poco decepcionada el amplio recibidor del Palacio de Congresos y Auditorio de Navarra y descubre una mujer  que avanza por él acompañada por otra. En los lóbulos de las orejas, la primera luce unos preciosos pendientes de rubíes. De pronto, en su camino aparece una tercera mujer y parece que, tras unas palabras, se ponen a discutir, Suena el timbre que anuncia la segunda parte y todo el mundo regresa a tomar asiento en sus localidades.

    El repertorio de Bryn Terfel ha ganado en intensidad y cuando el barítono interpreta los "Adioses de Wotan" con lo que se despide de forma memorable la ópera La walkiria de Wagner, Estela Chocarro ya sabe que dentro de su cabeza ha nacido el germen de una nueva novela sobre el desamor, los celos y, por supuesto, el crimen.

    Es La mala esposa (Ediciones Versátil) una novela inquietante desde sus primeras páginas hasta las últimas que narra la historia de dos mujeres: Gloria, que ha dejado su trabajo para cuidar de su marido, cruel y agresivo, al casarse, y Almudena, una psicóloga que la trata por la ansiedad que le provoca el intento de suicidio a causa de su infeliz matrimonio con Raimundo, machista y zafio.

    Entre las dos protagonistas surge una conexión pese a la gran distancia social que las separa. Gloria es todavía joven y ha dejado de querer a su marido. Está siempre sola porque su vulgar esposo es un camionero que tiene que viajar mucho, aunque la controla todo desde la distancia. Almudena se dedica a la psicología por vocación porque tiene dinero y posición social. Está casada con un hombre guapo, pero que la miente continuamente y le ha sido infiel hace un tiempo. Gloria ansia la belleza, la clase y la libertad de Almudena, y ésta, en las sesiones que mantiene con su paciente, empieza a tener celos de su marido, Eduardo, por las mentiras que descubre en él. Gloria conoce a un hombre atractivo y amable y en su cabeza empieza la idea de asesinar a Raimundo. Almudena entra en un torbellino de inseguridades oscuras. Se plantea el divorcio, aunque sabe que Eduardo se opondrá porque todo el dinero es de Gloria y no está dispuesto a vivir como el paria que era cuando conoció a su mujer y la sedujo. Ambas mujeres están unidas por el maltrato de sus parejas que las convierten en vulnerables por lo que les abocan a tomar las peores decisiones.

    La mala esposa es una novela que trata sobre las similitudes asombrosas entre dos mujeres muy diferentes y unos hechos que parece que nunca son lo que parecen ser, los suspicaces recelos que les hacen desconfiar a las dos de sus maridos y la mezquindad ruin en la que caen a causa de su infelicidad.

    Estela Chocarro nos muestra ese día a día tan obsesivo y angustioso que se va metiendo en las vidas cotidianas de las dos protagonistas, al tiempo que su entorno cree que son felices. Describe muy bien aquí la autora el fingimiento hipócrita de los sentimientos verdaderos que ambas tienen de su situación y cómo intentan con falsas apariencias ocultar su realidad de violencia, más bien psicológica pero también física, que sufren dentro de sus casas, huyendo de algo que las persigue implacablemente con la amenaza de alcanzarlas y destruirlas.

Ha acertado, y de qué manera, Estela Chocarro con La mala esposa. Con un lenguaje muy claro y ameno, describe a la perfección un mundo martirizador y sombrío que te hace sumergirte en la novela con tal asombro que es muy difícil tener algún minuto de tregua, gracias a unos personajes muy bien dibujados que te enganchan desde el principio hasta el desenlace. Puede que tengas muchas cosas importantes que hacer. Puede que estés inmerso en la lectura de otra novela que te está gustando. Mi consejo es que apartes todo y empieces a leer La mala esposa. Ya podrás recuperar todo después y me agradecerás el consejo porque leer La mala esposa es algo indispensable que no puede ser ni un solo minuto aplazado.



viernes, 8 de julio de 2022

Yo no he sido

    


    Ahora, tantos años después, vuelven a mi memoria las palabras que mi madre pronunció aquella tarde mientras observaba con una infinita mirada de amor a mis hijas cuando eran pequeñas: “A los hijos se les quiere muchísimo, pero con los nietos es distinto. Se les quiere de una manera especial, se les quiere con el alma”.

    Llego a casa de una de ellas. Abro la puerta con mucho cuidado para que no se escape y ahí está para recibirme. Alza hacia mí una mirada azul metálica dentro de su cara redonda, tan esférica como sus celestes ojos de pupilas oscuras que finaliza en una pequeña nariz triangular y rosada, compungida, atenta y expectante ante la más que posible e inminente regañina que se le avecina. El suelo del pasillo y del salón exhiben, diseminados por toda su superficie, sus múltiples juguetes y su pequeño cuerpo cubierto de pelo color ceniza se encuentra rodeado por el hilo rojo de una madeja de lana.

    Me agacho para acariciar su carita y me dirijo a la cocina a beber un vaso de agua, sorprendiéndome el cubo de la basura derrumbado en el suelo poblado de los más diversos desperdicios. Pienso en sus primos, en especial en ese que ya no se encuentra con nosotros, en ese mínimo tigre de salón, nupcial sultán del cielo, pequeño emperador sin orbe, conquistador sin patria que reclamabas vientos de amor cuando pasabas junto a tus humanos y posaba sus delicadas garras olfateando, desconfiado de todo lo terrestre, porque todo le parecía delicado en su deambular.

    Vuelvo al salón y ahí sigue Bob mirándome fijamente. Me sumerjo en sus ojos mezclados de metal y de ágata que parecen dormirse en un sueño inacabable.

    —Yo no he sido —pienso que dice, aunque no diga nada.

    Me río. Te observo y aprendo mientras me das la espalda y te alejas hacia el dormitorio, erguido y cadencioso con una enorme dignidad, independencia de arrogante vestigio de la noche, perezoso, gimnástico y ajeno, guardián secreto de las habitaciones de la casa.

    Me asomo a la ventana y pienso en las lejanas palabras de mi madre. No tengo la inmensa suerte de tener nietos, pero ellos, los gatos de mis hijas, son de la familia. Son mis nietogatos.

lunes, 23 de mayo de 2022

Sinántropos

   


 

    Sinántropos, de Carlos Bassas del Rey, es la historia de un viaje para salir del infierno y llegar al averno más cruel para regresar de nuevo y quemarse en las llamas que siempre están reservadas para los que no tienen nada, esos seres que tienen que ser sinántropos, especies vivas que son capaces de adaptarse a ecosistemas urbanos para poder sobrevivir, putos parásitos como las ratas, las palomas o las cucarachas que se alimentan de las sobras de otros, esos que viven y sobreviven como pueden en un barrio de mierda en el que han nacido ya condenados. Pueden intentar luchar para salir de esa vida sin futuro, pero sólo conseguirán darse de bruces contra su destino.

    Sinántropos es un barrio habitado por seres extenuados de rostros cadavéricos con expresión abatida, de derrotados a los que les ha sido arrebatado todo, de seres que ya están muertos en vida. Pobres ilusos que caminan por sus calles como muertos vivientes y que arrastran su miseria congénita porque han sido desposeídos íntegramente de todo lo que un ser humano necesita para vivir.

    Se puede decir que la novela es la historia de un fracaso, pero al poco de ir avanzando en su lectura vamos a descubrir que todos sus personajes son el fracaso mismo por lo que lo mejor es apagarse, dejar de sentir, porque la alternativa es cometer el peor de los pecados, ser una puta rata, aunque ellos no quieran ser una rata de mierda por mucho que sean almas insignificantes que mantengan un cadáver que va de aquí para allá, hombres y mujeres intercambiables, prescindibles para los poderosos de los barrios ricos.

    Corto, el protagonista, regresa al barrio después de diez años porque piensa que el barrio le debe todo y ha vuelto para cobrárselo después de haber intentado huir de su podredumbre para meterse en la vida de los opulentos y descubrir que simplemente ha sido un juguete y un capricho en las manos de estos. Pero, uno no puede dejar de ser quien es. Como mucho solamente puede ocultarse por un tiempo, pese a que su verdadera naturaleza sea como la mierda que siempre sale a flote.

    Corto odia y piensa que tiene que estar donde debe estar que, finalmente, es donde quiere estar. Corto tiene un trabajo que realizar. Tiene un trabajo que realizar. Tiene que vengarse y también tiene que pedir perdón para que todo regrese al principio, porque no hay peor castigo que no poder decir adiós ni existe peor condena de no poder pedir perdón.

    Carlos Bassas del Rey pinta con absoluta belleza todo lo horrendo, feo y repulsivo de la sociedad. Ha vuelto, de nuevo, a acertar y sólo nos queda, otra vez, que caer rendidos ante la forma en que este hombre escribe. Sinántropos se convierte en una obra absolutamente imprescindible.

domingo, 22 de mayo de 2022

El último verano

 




¿Será verdad que algún día tendré buena suerte como lo predijo al nacer esa bruja de Lilja y lo proclama mi nombre? Me llamo Eivor y vivo con mi amigo en una cabaña a las afueras de Hammerfest, en el norte de Noruega y en el punto más septentrional de Europa.

Fuera arrecia el viento y parece que ya es de noche de lo nublado que está a pesar de ser menos de las cuatro de la tarde. Estoy esperando a que llegue Oddmund, al que todos le llaman Paulsen por ser el apellido del pescador que lo encontró abandonado recién nacido entre harapos en una barcaza atracada en el puerto. Nadie sabía de dónde había salido ni quién era su madre. Lilja, le miró detrás de una oreja y dijo a todos que el pequeño Paulsen nació a los 48 días del último día del verano de 1983, es decir el 7 de noviembre, y añadió que llevaba abandonado dos días pues fue encontrado el miércoles 9, pese a que todo el mundo le echaba el día en el que se le encontró por lo menos seis o siete meses de lo grande que parecía. Nadie se explicaba cómo no había muerto congelado porque todos creen a pie juntillas lo que la vieja Lilja augura de todos nosotros cuando nacemos. Del pequeño Oddmund predijo que tendría una muerte violenta en el verano del año en el que cumpliera los treinta y un años, cosa que a él nunca le preocupó desde que se lo dijeron cuando lo podía entender. En realidad, él me ha confesado más de una vez que no se cree tantas patrañas.

Lo cierto es que hoy es 20 de septiembre de 2014, último día del verano del año en el que, si son ciertas las profecías de Lilja, Oddmund cumplirá esa edad dentro de cincuenta días.

Me dolía mucho la cabeza porque la noche anterior por ser viernes habíamos estado bebiendo los dos con otras dos muchachas en la cabaña hasta caer borrachos los cuatro después de haber fornicado sin medida. Al amanecer me despertó Oddmund.

-Despierta, Eivor -me zarandeó por los hombros-, voy a acercar a las chicas a su casa en la isla de Melkøya.

-¿Ahora? Si aún es de noche -conseguí articular totalmente dormido-. ¿Vas a coger ahora el coche?

-Las voy a acercar en la barca que es más corto.

-Ten cuidado con el mar porque se anuncia una fuerte tormenta -volví a meter mi cabeza bajo la almohada.

-Ya sabes que las tormentas despiertan la bestia, según Lilja -se despidió desde la puerta con una corta carcajada.

Me levanto de la cama y entro en el baño. En el espejo se refleja mi cuerpo delgado lleno de arañazos. ¡Vaya dos lobas! ¡Qué manera de follar! Me cepillo los dientes después de orinar una peste con olor a alcohol. Salgo al salón. El suelo está decorado con cuatro botellas de ginebra y una de vodka, que nos tomamos al terminar con las otras, vacías. La mesa llena de vasos y dos ceniceros a los que no les cabe ni una sola colilla más. Me tiro en el sofá y noto que me he sentado sobre algo. Lo cojo y veo que es un sujetador negro de una de las chicas que ha quedado allí abandonado. Me vuelvo a levantar y me dirijo al frigorífico para comer un bocadillo o algo. Abro la puerta y me encuentro con que sólo hay un plátano y un par de manzanas que vuelvo a dejar para que se sigan helando.

¿Dónde estará Oddmund? Ya hace varias horas que se fue a llevar a las chicas. Las conocimos anoche en el På Hjørnet Burger og Grill donde fuimos antes de ir a tomar una copa a algún garito a ver si ligábamos. No hizo falta porque cuando íbamos a pagar para irnos, a nuestra espalda oímos una voz que se dirigía a nosotros.

-Hola chicos, ¿podemos ir con vosotros a tomar una copa por ahí?

Al volverme me di de bruces con dos rubias preciosas de ojos azules como el mar que nos sonreían con picardía.

-¿Y qué hacen dos preciosidades como vosotras solas en una noche de viernes? -le dije a la que tenía más cerca de mí.

-Hemos venido esta tarde en el barco desde la isla de Melkøya, donde vivimos, a hacer unas compras y hemos perdido el último catamarán para volver -me contestó la otra-. Hasta mañana a las 9,15 no sale el primero.

-Tendremos que hacer de samaritanos esta noche con vosotras -me guiñó un ojo socarrón mi amigo- Mañana por la mañana os acerco yo al lugar que queráis.

-Eres muy amable, grandullón -le dijo la del pelo menos largo abrazándose a Oddmund-. ¿Pero dónde dormiremos?

-En nuestra cabaña que tenemos sitio de sobra, aunque solo haya dos camas.

-Pues vámonos que la noche pasa enseguida.

Nos tomamos en un pub una copa y decidimos que lo mejor era continuar la juerga en casa por lo que nos acercamos a la gasolinera para comprar hielo y alcohol antes de ir a nuestra cabaña cercana al puerto.

La verdad es que no me acuerdo de casi nada de lo que ocurrió después de beber tanto, pero mi cuerpo atestigua de que debió ser una noche de lujuria increíble.

Ha empezado a llover y el viento sopla cada vez más fuerte, cuando decido salir en busca de Oddmund.

Bajo la cuesta y al pasar frente a la casa de Lilja observo que se encuentra en el pequeño huerto en el que siembra algunas de sus hierbas para su consumo y sus hechizos. Me ve pasar y se acerca a mí presurosa.

-Buenas tardes, Eivor -me para con gesto serio-, ¿dónde vas con este tiempo?

-Estoy buscando a Oddmund que salió esta mañana y aún no ha regresado.

-Hoy es 20 de septiembre, el último día de verano -dice mirando al cielo totalmente encapotado-. Dentro de menos de dos meses habría cumplido treinta y un años.

-¿Cómo que habría? ¿Dónde está Oddmund?

-Predije que tendría una muerte violenta en el verano que cumpliese esa edad y hoy es el último día del verano de ese año- me contesta al entrar en la casa cerrando la puerta en mis narices.

Bajo la cuesta que lleva hasta el puerto y me acerco al pantalán donde atraca su barca Oddmund. El noray donde la ata está sin ninguna cuerda y de la barca solo existe una pequeña mancha de aceite sobre el agua y el neumático en el muro para que las olas no la lancen contra él.

Pregunto a unos pescadores que están cosiendo sus redes de pesca y uno me dice que le vio por la mañana muy temprano salir por la bocana del puerto en su barca. Sí, parecía que se dirigía rumbo a la isla de Melkøya. No, solamente le vio a él en la barca, pero ésta se encontraba lejos y el ya tiene mala vista, No vio que fuesen dos chicas ni nadie más con él.

Decido ir a la isla a ver si saben algo de él por allí y vuelvo a casa para coger mi viejo Volvo y acercarme con él hasta el embarcadero a unos dos kilómetros desde donde sale el pequeño barco que la conecta con el continente.

Melkøya es una pequeña isla en la que la totalidad de su superficie está ocupada por la instalación de almacenamiento y transformación de gas natural del yacimiento Snøhvitfeltet en el mar de Barents, aunque tiene unas pocas casas habitadas por obreros de la planta.

Al llegar al pequeño embarcadero me percato que no hay rastro de la barca de Oddmund por ningún lado, por lo que decido acercarme a los cuatro domicilios que hay por si alguno es donde viven las chicas. Llamo en el primero y sale un hombre joven.

-No, no he visto a nadie merodeando esta mañana por aquí. A esta isla nadie viene a hacer turismo.

-¿En qué casa viven dos chicas rubias de más o menos mi edad?

-¿Dos chicas? Usted se equivoca amigo. En esta isla sólo vivimos seis personas. El resto de los obreros viven en Hammerfest y van y vienen de allí con el barco de línea. Ah, y todos somos hombres los que vivimos aquí.

Le doy las gracias y, muy confundido, vuelvo hacia el embarcadero. Faltan unos veinticinco minutos para que salga el próximo barco y decido pasear mientras fumo un cigarrillo, pues la lluvia y el viento han amainado.

Al poco llego a un muro con una puerta metálica entornada con un cartel pegado que advierte que está prohibido el paso. Me voy a dar la vuelta cuando veo que, tras el muro, al fondo, hay una pequeña cala y, flotando en sus aguas, a unos quince metros de la orilla se mece una barca de color verde que puede ser la de Oddmund. No hago caso de la prohibición de pasar y corro hacia la pequeña playa. Efectivamente es la barca de mi amigo. No parece que haya nadie en la cubierta. Me desnudo y me lanzo al agua. Llego a la barca y subo a pulso por babor. Al secarme la cara veo que en estribor hay lo que parecen unos zapatos atados. Me acerco y con terror veo que tras los zapatos cuelga un cuerpo boca abajo que está desde la cintura sumergido en el agua. Tiro con fuerza de él y aparece la cara de Oddmund o lo que queda de ella. Tiene toda la camisa manchada de sangre que aún sale débilmente de su garganta que está cortada de oreja a oreja si las tuviera porque en donde debían estar solamente hay un montón de sangre y carne pulposa. Tiene la boca abierta también llena de sangre donde tenía que estar la lengua que ha desaparecido. Las cuencas de sus ojos también están vacías, bien porque se las han arrancado o porque han servido de festín para los peces.

Acuesto su cuerpo en cubierta y me pongo a vomitar por la borda. De las chicas nadie sabe nada. La tormenta ha debido despertar la bestia en este último día del verano del año en que mi amigo iba a cumplir en noviembre treinta y un años.

sábado, 6 de junio de 2020

Vivitur agimus tibi


Mientras las primeras luces del amanecer se desentumecen, aún casi sin ninguna pujanza, para manifestar el resplandor de unas tonalidades más animadas, las gradaciones de coloraciones grises intensifican el escaso ánimo con el que se ha levantado de su cama, como siempre antes del alba, la anciana. El frío gélido de la mañana de abril acrecienta el mal carácter que siempre tiene al despertar y más con este frío invernal que devasta todos los sentidos en la Villa de Concepción de Aimogasta, en la comarca de La Rioja, en el Departamento de Arauco, en el noroeste de la Argentina y que hoy tiene todas las trazas de que va a ser igual a las demás desde que empezó el invierno, con otra mañana soleada tan etérea como álgida. Pero la venerable mujer siempre lo recuerda así desde que nació hace ochenta años, allá por el año del Señor de 1590, cuando en la metrópoli reinaba el rey Felipe II, ese que en sus dominios nunca se ponía el sol, y hoy que celebra su cumpleaños en 1670, cuando en la Corte reina la madre del bisnieto de quien lo hacía cuando ella despertó a la vida y que todos le llaman el Hechizado por su mala salud, no iba a suceder otra cosa. Le pusieron el nombre por aquel entonces de Expectación y era hija de Felipe Fuentes Santiago, que había llegado con su padre desde la ciudad de Granada en España en 1560 para alistarse en Venezuela en las huestes de Hernando Cerrada Martín, el cual en el año de 1561, el 26 de octubre más concretamente, fue el encargado de detener las atrocidades de Lope de Aguirre, el conquistador que había navegado por el río Amazonas tras el mito de El Dorado, al que ordenó matarlo y cortarle la cabeza que fue introducida en una jaula y expuesta como escarmiento en la población de El Tocuyo, mientras su cuerpo era descuartizado y sus restos echados a los perros para que los canes se los comieran. Felipe entró a la muerte de su padre al servicio de don Hernando hasta que en 1580 partió en busca de una nueva vida a la región de La Rioja, donde conoció a una bellísima joven de tan sólo diecisiete años llamada Gertrudis de Ávila Villarroel, a la sazón hija de don Baltasar de Ávila Barrionuevo Bazán, que fue un explorador que perteneció al grupo de Juan Ramírez de Velasco, fundador de la ciudad de La Rioja, gobernador de Tucumán y pacificador de los indígenas diaguitas y calchaquíes.

Tras tan sólo unos meses de noviazgo, los dos jóvenes se casaron y al año tuvieron a su hija Expectación con la que viajaron en la expedición de fundación de La Rioja con un contingente de colonos de las ciudades de Santiago del Estero, San Miguel de Tucumán, Córdoba y Potosí que partieron de la primera de ellas al mando del su gobernador Ramírez de Velasco con rumbo al oeste a fines de marzo de 1591, en dirección al valle de los diaguitas en Catamarca, llegando, en su posterior avance hacia el sur, a un lugar al que los indígenas llamaban Yacampis y donde fundaron la nueva ciudad, pues había agua, pasto y leña, con el nombre de Ciudad de Todos los Santos de la Nueva Rioja y donde quedaron como colonos cincuenta y un españoles y un cura al mando de don Blas de Ponce, entre los que se encontraban Felipe, Gertrudis y su pequeña Expectación.
La familia se trasladó dos años después a la localidad de Aimogasta en las últimas estribaciones de la sierra y a casi veintiuna leguas de la capital, la cual fue fundada sólo cuatro día después de que se fundara la ciudad de La Rioja, y en donde les fue concedida una finca en las afueras del poblado cuyas tierras estaban plantadas con unos cientos olivos cuya simiente y esquejes fueron traídos desde Santiago del Estero y Lima, donde, a partir de 1542 y durante el Virreinato del Perú, habían crecido gracias a que en las naves de los primeros conquistadores procedentes de España se traían colecciones de semillas, sarmientos y estacas, entre las que se encontraban ramitas de olivo europeo y distintas variedades de aceitunas.
Unos minutos después y para sorpresa de la anciana, los primeros rayos de un sol indeciso anuncian una mañana estable y suave que, poco a poco, se va convirtiendo en un crisol de tonos azules que auguran que, a medida que avance el día, se podrá ver el sol que en tantos días se ha mostrado esquivo para poder calentar su tundido y agotado cuerpo, fruto de que durante toda su vida se ha dedicado al cultivo del olivo, a la recolección de la aceituna y a la producción del aceite, siendo, ésta sí, una jornada diferente, algo para mantener en el recuerdo, aunque Expectación, a estas horas tan tempranas de la mañana, aún no puede llegar a imaginarse el acontecimiento que en unas horas se va a producir y que convertirá el día en uno completamente diferente a todos los muchos que ya lleva vividos.
No muy lejos de allí, en el fuerte de la ciudad de Anillaco, hace unos meses también amanecía un nuevo día que vislumbraba una permanente inquietud por los acontecimientos que se avecinaban. El árido paisaje que rodea la fortificación, de un ceniciento y ocre color desvaído, se cubría de un gélido rocío que, fuera de toda duda, proviene del oeste donde se hallan las andinas Sierras Pampeanas y de la más cercana Sierra de Velasco, resulta tan espeso que embolsa en vaho de neblina los aledaños extramuros, anquilosa los cuerpos, disemina el desasosiego y atraviesa los huesos de los soldados que permanecen alerta durante la guardia nocturna que en poco terminará para que puedan marchar al merecido descanso cuando, un día más, el sonido del tambor les llame a reunirse y a formar en el patio de armas y así de nuevo se rompa el mortificante silencio de otra noche aún más desoladora que la predecesora en esta tierra extraña tan diferente a la de Andalucía y Extremadura que los vio nacer.
Por el camino que lleva a la entrada del castillo, un exiguo destacamento formado por tan sólo cinco soldados a caballo avanzó en medio de una densa bruma que entorpecía la más mínima visión. El pelotón llegó a las puertas del fuerte cerradas a cal y canto y el jinete que lo comanda lanzó un grito a lo alto de las empalizadas para que la guardia les franquee el paso en nombre del conde de Lemos, marqués de Sarria, conde de Andrade y Villalba, duque de Taurisano y decimonoveno virrey del Perú y máximo representante en estas tierras de su majestad la reina regente doña Mariana de Austria, don Pedro Antonio Fernández de Castro, del que portan una orden por escrito para el gobernador de la región de La Rioja de muy urgente y perentoria entrega por la importancia de lo exigido por la Corte desde Madrid.
Pedro Antonio Fernández de Castro se encontraba en su despacho del palacio de Lima leyendo la carta que le ha sido enviada desde España y que viene con las firmas de la regente, la reina doña Mariana de Austria, que había sido nombrada como gobernadora de todos los Reinos, estados y señoríos, y tutora del príncipe heredero, Carlos II de Austria, por su difunto esposo el rey Felipe IV, y de su valido y confesor, el padre jesuita Juan Everardo Nithard, que le había acompañado en el año de 1649 a Madrid desde la corte de Viena para desposarse con el rey de España y le aconsejaba no sólo en su vertiente espiritual y religiosa, sino también en la controvertida vertiente política que se había convertido en una verdadera vorágine de acontecimientos al fallecer su esposo y el príncipe de Asturias, del que era a la vez madre y prima pues su madre era hermana de Felipe IV, el Grande o el Rey Planeta, ser todavía menor de edad ya que en el momento del fallecimiento de su padre contaba con tan sólo cuatro años de edad.
Fue precisamente Nithard el que le nombró virrey del Perú en el año de 1667, llegando al puerto de El Callao el día 9 de noviembre para tomar posesión de su cargo veintidós días después, seguramente por ser un católico muy devoto y muy cercano a los jesuitas.
La misiva que acaba de leer el conde de Lemos no deja lugar a ninguna duda. En la Cédula Real de 1531, sancionada por el gran emperador Carlos, éste ordenaba sin ningún tipo de dudas que todos los marinos que fuesen a las Indias debían llevar cada uno de ellos en su navío la cuantía que a su entender les pareciese suficiente de plantas de viñas y de olivos, de tal manera que ninguno podría partir del puerto de origen sin que en las bodegas del barco no hubiese alguna cantidad.
Así había ocurrido desde entonces y los primeros olivos empezaron a cultivarse en Lima a partir del año de 1542 por el español don Antonio de Ribera, que fue el responsable de haber plantado los primeros árboles de la aceituna traídos desde Sevilla, los cuales fueron los precursores de los que plantó después en 1637 el fraile peruano dominico Martín de Porres, que llegó a ser santificado convirtiéndose en el primer mulato de América que alcanzaba los altares, siendo el origen del bosque de olivos, que con el tiempo será el más antiguo que se conozca, ubicado en el barrio limeño de San Isidro. Es Francisco de Aguirre, “El Viejo”, el que realiza las primeras plantaciones en la tierra argentina procedentes de esquejes traídos desde el Perú veinte años después, en 1562, lo que va a ser causa de un asombroso fenómeno, ya que debido al resultado de múltiples cruzamientos se acabaría estableciendo una variedad de oliva autóctona denominada “Arauco” en la ciudad de Aimogasta que era única y distinta a todas las aceitunas conocidas hasta entonces. Para mantener la variedad o el linaje de un olivo que brinde excelentes frutos, es preciso reproducirla mediante esquejes que se obtienen de la planta viva y que se transforman en clones idénticos del árbol de donde se obtuvieron estos. En cambio, la reproducción por semillas de aceituna siempre dará una variedad nueva que no es en su totalidad idéntica al de su olivo padre. Eso es lo que había ocurrido con la variedad de la oliva Arauco de Aimogasta que nació de una germinación por lo que se convirtió en una especie única que contaba asombrosamente con seis partes de carne y sólo una de hueso, llegando a convertirse en la clase de aceituna más grande y más pulposa de todo el mundo.
En España, leyó el virrey del Perú, se teme que la prosperidad de estos olivos de las colonias puedan superar su propia producción y desbancarla del primer puesto en el mundo como productora de aceite de oliva por el gran desarrollo olivícola que se está alcanzando en las colonias de ultramar, en gran parte debido a que la olivocultura en la península ibérica era la más desarrollada en este tiempo.
Los olivos se adaptaron muy bien al suelo y muy pronto los jesuitas y los colonos comenzaron a producir aceitunas y aceites de una excelente calidad, lo que alarmó a la metrópoli la cual ordena que sea don Pedro Antonio Fernández de Castro, como virrey del Perú que es, el responsable de la eliminación de raíz de todos los ejemplares plantados con una tala o desenterramiento indiscriminados en todas las plantaciones olivareras que existen desde el Alto Perú hasta el Río de La Plata hasta conseguir que en toda la zona no quede ningún olivo en pie.
Si observamos con cierto detenimiento a la anciana campesina, nos percataremos que camina encorvada, quizás por haberse pasado la vida a la intemperie cuidando los olivos cuando el cuerpo se lo permitía y podía hacerlo o por pasar muchas horas, en los primeros años por la noche y ahora durante el día, frente a los libros de contabilidad y pedidos de las ciudades y aldeas de la zona que le compran el aceite de oliva; de piel curtida y endurecida por las inclemencias del tiempo de veranos muy calurosos e inviernos extremadamente fríos, la tristeza melancólica de sus facciones ofrece a quien la mira un aire de desvalida endeblez que sólo es visible en personas de elevada delgadez como lo es ella, casi parece que se va a tronchar, sin duda por la frugalidad de las comidas desde hace unos años, una paradójica proyección en su cara de una perentoria ternura muy alejada de la vida que ha tenido que pasar o de lo que nos sugiere la primera vez que la vemos. Expectación ha estado toda su vida en la finca que heredó de sus padres al fallecer estos y ha visto como el árido terreno del Valle Feliz, dentro del Departamento de Arauco, de voz indígena que significa “Agua de la Grega”, lleno su suelo de pedregales ante el que tanto ha tenido que luchar para vencer al desierto, se ha convertido con el tiempo en una enorme extensión cubierta de olivares, aparte de la construcción de los primeros molinos aceiteros, pese a la extrema sequedad del clima.
Para ella, de tantos miles de olivos que no llegan a abarcar sus ya cansados ojos, uno es al que guarda un especial cariño, pues fue el que plantó su padre cuando se convirtió en abuelo con el primer hijo, de los siete que ha parido, hace cincuenta y dos años y al que ella ha cuidado con todo su amor y dedicación en la trasera de la casa y alejado de sus hermanos de hermosas copas verdes de hoja perenne que se pierden en el horizonte.
Es precisamente ese hijo primogénito a quien ve como se acerca galopando por los campos, dejando tras él una nube de polvo fruto del furioso empuje de los cascos de la yegua color canela que cabalga. Cuando llega a su altura, tira fuerte de las bridas y desmonta de un salto frente a su anciana madre. Le comunica que viene desde las Termas de Santa Teresita, hacia donde partió ayer para vigilar cómo iba la brotadura de las yemas de unos olivos que la familia cultiva por allá, y que por la mañana, nada más amanecer, le han dado una noticia que lo tiene en un gran estado de inquietud, pues el capataz le ha informado que a Lima, al palacio del virrey del Perú, don Pedro Antonio Fernández de Castro, ha llegado un correo con una orden de la Corte de Madrid que precisa con toda claridad que es menester talar de raíz o arrancar todos los olivos que existan en todas las plantaciones olivareras que se encuentren desde el Alto Perú hasta el Río de la Plata, debido a que la reina regente española teme que la producción olivícola en tierras americanas supere a la de su país en cantidad y calidad. La orden llegó hacía unos meses y de inmediato se empezó a cumplir con el resultado de que no queda ni un solo olivo al norte de San Salvador de Jujuy, estando previsto que los taladores, unos quinientos cincuenta hombres, que son escoltados por unos cuarenta soldados armados, se presenten ya en Aimogasta en el atardecer del día de mañana.
Expectación mira con fijeza los ojos de su hijo con expresión seria sin que de su boca salga ni una sola palabra. Pasado un eterno minuto se da la vuelta y se dirige con su paso cansado a la parte trasera de la vivienda donde se encuentra plantado su querido olivo. Con sus arrugadas y encallecidas manos de tantos años de trabajo a la intemperie acaricia la madera del retorcido tronco, jurando que a éste no se lo van a llevar por delante y que será la única planta que quedará viva, porque a partir de mañana tiene reservada una misión esencial para el futuro de todas las tierras que van desde el Alto Perú hasta los confines del Río de la Plata.
La anciana entra en una especie de corral y sale de él llevando en sus manos un manto con el que cubre el olivo, para que pase desapercibido a la vista de los hombres que vendrán mañana para acabar con todo lo que ha sido su vida.
Terminada la tarea, Expectación está en el umbral de su casa pintada de azul y mira desde su porche el inmenso mar de olivos que durante su larga vida le han acompañado día a día. Tiene la esperanza de que este pequeño olivo no sea descubierto y que de él salgan los esquejes necesarios para replantar todas las provincias de la zona, inclusive los países de Chile y Perú y que, más de cuatrocientos años después su olivo sea un símbolo de tantos y tantos años de lucha que ahora se la quieren borrar a golpe de hacha, siga vivo, con buena salud, siga dando frutos y todo aquel que pase junto a él se sienta orgulloso de su majestuosa presencia. El cielo se ha llenado de oscuras y amenazadoras nubes entre las que sólo subsiste una franja de color rosa anaranjado por encima de las montañas. En su cara tallada por profundas sombras su mirada brilla reflejando la suave luz de un crepúsculo de otoño.

miércoles, 7 de agosto de 2019

Un ángel vuela sobre Berlín






A José Carnicero Casco


¿Te acuerdas de esa mañana en la que nos conocimos mientras los dos paseábamos por el parque de María Luisa? Hacía mucho calor, ese calor que ya empieza a ser implacable a mediados de junio en Sevilla. Yo me había sentado en un banco de azulejos cerámicos de alegres colores a la sombra, frente a la fuente de los Toreros para hojear un periódico en busca de un trabajo. Te vi que venías caminando desde la plaza de los Hermanos Machado, te detuviste justo delante de donde yo me encontraba, encendiste un cigarrillo y me miraste. Te acercaste despacio, te sentaste a mi lado y ya sólo recuerdo que me empezaste a hablar de Berlín.

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No sé qué hora es. No sé dónde estoy. No me puedo mover, pero si puedo sentir y ver… solamente un techo blanco porque parece que estoy tumbada boca arriba sobre una cama. También escucho un murmullo lejano a mi izquierda, y más cercano a mí, como el sonido cadencioso de un pitido, como si fuera el bombeo de un corazón, que no llego a adivinar que puede ser. No sé que me ocurre. Ahora mismo no recuerdo nada, ni siquiera cómo me llamo.

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Todo ocurrió muy rápido. Al día siguiente fui a una entrevista y me contrataron como auxiliar administrativa en una compañía de seguros que se ubicaba en  Plaza Nueva. Todo empezaba a irme bien desde que me vine a esta ciudad hacía cinco meses. Él venía a buscarme todas las tardes a la salida del trabajo y paseábamos o íbamos al cine. Y hablábamos sin descanso de Berlín.
A los dos meses me pidió que me fuera a vivir con él a su casa de Triana. Era una casa preciosa con suelo de terrazo de colores siena y naranja, paredes de un blanco luminoso y ventanas de madera azules que daban a un patio interior lleno de macetas con geranios de flores rojas y lilas y con una claraboya de cristal en el techo por donde entraba la luz del sol a raudales.
No podía dejar de pensar en mi padre cuando, de niña, todas las noches al acostarme me contaba un cuento de Las mil y una noches y se me quedó grabada esa frase que dice: “… vio que el interior del palacio era muy bonito…, pero todavía era más bonito lo que se escondía en él”.
Así me encontraba yo. Con un hombre al que amaba con locura y que me llenaba de atenciones. Viviendo en el palacio más bonito del mundo.

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Anoche he creído soñar que volaba sobre Berlín. Ha sido una fantasía onírica imposible porque ni tengo la capacidad de volar ni nunca he podido cruzar las calles de la ciudad de la que tantas veces hemos hablado entre nosotros en esas innumerables conversaciones en las que nuestros ojos se embebían fijos en sus anhelos y deseos de vivir y viajar juntos a ese lugar del mundo. Pero, anoche soñé que era uno de esos ángeles de seis alas que sobrevolaba la Alexanderplatz más alto que la Torre de la Televisión.
No puedo pensar con claridad y no sé si sigo dentro del sueño o si ya he despertado. Mis pensamientos son confusos y sigo sin saber dónde me encuentro. Desde luego mi casa no es. Tengo que esforzarme mucho para poder adivinar que me está ocurriendo y no lo consigo. Tengo mucha sed y necesito beber, pero me es imposible. Siento mis labios cuarteados y resecos y un dolor agudo no me deja pensar con claridad.

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El amor no es una mierda. Lo que me hace sentir como una mierda es no ver cumplidas mis expectativas de fantasías que genero respecto al futuro. ¿Cuándo empezó todo a cambiar entre nosotros? Empezaste a mostrar unos celos infundados hacia mí que sólo pensaba en ti y vivía por ti. Primero fueron las prohibiciones de vestirme como siempre lo había hecho para ir a trabajar. De hecho hasta elegías la ropa que me podía poner cada día y me acompañabas siempre a comprarla. Luego me censuraste hablar con mis compañeros para terminar poco a poco vedándome hasta hablar por teléfono con mis padres y mi hermana. Sólo te tenía a ti y a ellos en una ciudad tan lejana, y todo lo fui perdiendo poco a poco. Mi boca se llenó de una rosa negra coloreada de fragancias de palabras cautivas. Mis ojos y mi sonrisa fueron perdiendo la alegría y se sumieron en un océano de tristeza. ¿Cuándo llegó el primer golpe? Han sido tantos que me confundo, pero si sé que me habías prohibido hasta ver sola la televisión, fijabas mis horarios para volver a casa cuando salía de trabajar y no podías venir a buscarme y no me dejabas hablar con ningún hombre si no estabas tú presente. Una tarde al salir del trabajo bajé en el ascensor con mi jefe y al despedirnos hasta el día siguiente nos debiste ver en la calle aunque yo no lo supe hasta media hora más tarde al llegar a casa. Me estabas esperando con la cara muy seria y nada más abrir la puerta empezaste a insultarme a gritos porque, decías, estaba liada con uno de la oficina. Te contesté que dejaras de decir tonterías y me cruzaste la cara con una bofetada.

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Salgo del ascensor y me dirijo hacia la puerta de la izquierda. Toco el timbre y escucho unos pasos cansados al otro lado de la puerta que se acercan como con un sonido de ir arrastrando los pies. Se hace el silencio y supongo que alguien está observándome por la mirilla. Pasan unos segundos, se oye descorrerse tres cerrojos y la puerta se va abriendo muy despacio, apareciendo ante mí, como si fuera una imagen de la repetición de las jugadas polémicas en los partidos de futbol retransmitidos por la televisión, a cámara lenta, los rasgos de la amargura y la aflicción. Los dos ojos no iluminan esa cara, pues son dos minúsculos atisbos en medio de unos descomunales, abultados y tumefactos cardenales. El cabello, caótico y enredado, sin peinar, cae abatido sobre unos hombros encogidos, el vestuario es mugriento y descuidado, y los apósitos y gasas, que varios días atrás fueron estériles, manchados con una sangre reseca advierten de una dejadez apática que va mucho más lejos de lo meramente corporal para adentrarse en el campo de lo emocional poblado de las más horripilantes pesadillas. Los golpes han terminado con la voluntad y la comprensión, que, probablemente, se han guarecido en unos días pasados más alegres, quizás incluso en otro cuerpo, sin cortes cosidos ni cicatrices, sin huesos fracturados, sin sollozos de amarga pena y de dolor inaguantable, de la mujer que me observa sin mover ni un solo músculo. Ante mí se encuentra lo que persistía de una mujer joven que muy seguro fue, en tiempo atrás, bonita, animosa, valiente libre, autosuficiente, una trabajadora tenaz e infatigable, una excelente madre llena de sueños y alegrías.
Ahora en lo que su pareja le ha convertido, sujeta la cancela con una mano mientras la otra reposa floja y débil donde termina una venda aparatosa que le sube hasta su hombro y que lleva adherida al tórax. Se aparta a un lado del rellano para permitirme entrar mientras humilla la mirada hacia las losetas de gres de un suelo que lleva días sin haber tenido la visita de una fregona, en una mueca de docilidad sumisa que ya es ingrediente de su carácter, y me invita  a pasar a un angosto pasillo que desemboca en una pequeña sala de estar muy luminosa, muy poco amueblada y con las paredes completamente desnudas de cualquier lámina, cuadro o fotografía. Sobre una mesilla de formica, una minúscula televisión emite anuncios publicitarios con su característica música contagiosa y pegadiza, dando la sensación de que esa cantinela está totalmente fuera de lugar en esta estancia con las voces alegres que salen del aparato. En uno de los dos sofás tapizados con una desgastada tela amarillenta de flores, cubiertos con una ajada manta de color parduzco, un niño de unos siete años se sumerge con la frente fruncida frente a una consola de videojuegos sin darse cuenta de que ha llegado otra persona. La mujer me dice que es su hijo y que no quiere salir nunca a la calle ni que vengan a casa sus amigos a jugar, pasándose las horas muertas frente a la maquinita. Le acaricia el pelo con la mano de manera distraída mientras me habla y el la rechaza con una sacudida fuerte de su cabeza.

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Alguien se acerca a mí. Una cara sonriente se asoma a mis ojos sin vida. Es una mujer más o menos de mi edad vestida de blanco con el pelo rizado recogido en una coleta. Empieza a hablarme aunque piensa que no le puedo escuchar.
-¿Qué te ha vuelto a hacer cariño? ¿Cómo lo puedes permitir y no denunciarle a la policía si tienes toda una vida por delante que cualquier día éste te la va a quitar? Hazlo por ti y por tu hijo. Lo detuvieron por la denuncia de unos vecinos y te negaste a ir a declarar al juicio. Poco ha tardado en encontrarte para darte esta paliza de muerte.

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¿Y cómo lo voy a denunciar si le quiero tanto?, pensé por dentro. Me rendía a su autoridad sin entender muy bien por qué lo hacía pues me daba terror hasta llegar a preguntárselo. Los golpes y las palizas empezaron a ser cada vez más frecuentes, pero siempre se alternaban con un arrepentimiento por su parte, besos, sexo, mimos y palabras de amor apasionadas y tiernas después de haber marcado mi piel de moratones cada vez más grandes. Tenía que haber llamado después de marcar esos tres únicos números, pero nunca me atreví porque le creía cuando me pedía perdón y me decía que él también me quería y que nunca iba a volver a suceder. Y entonces ocurrió que confundí el terror con la culpa y sentí que yo era la causa de su ira hacia mí por no saber hacer las cosas del modo que él quería que las hiciera. Poco a poco me sentí que era una basura. Empecé a descuidarme, adelgacé mucho, no me apetecía nada y cada vez pensaba que sería mejor estar muerta para salir de esta situación tan horrible, como si fuera la única solución posible mucho más preferible que la vida. Hace ya muchos años que aguanto su violencia psicológica que una noche también se convirtió en física, su manipulación, su egoísmo, sus mentiras, sus infidelidades, sus borracheras y su vida de consumo desenfrenado mientras yo estaba sola en casa.
Una noche regresó fuera de control, mucho más que otras. Nada más verme se acercó, me agarró del pelo y al rogarle que no me pegara, a gritos me dijo ¡cállate puta!
Me lanzo a la pared presionándome la cara contra ella y amenazándome de muerte si lo denunciaba. Mis ojos arrasados en lágrimas pedían clemencia. Quise zafarme y gritar, pero un puño se estrelló en las costillas dejándome sin aire y caí al suelo. El se puso encima de mí y siguió pegándome muy fuerte en la cara, en el pecho, en los riñones… Al poco, no sé muy bien por qué, llego la policía y una ambulancia. Me hicieron muchas preguntas, pero yo solamente preguntaba dónde estaba mi hijo.

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Le comunico que a su pareja le han soltado por la mañana a la espera de juicio y ella, clavando sus ojos en los míos, me dice que se irá de la casa con su hijo ese mismo día, sin decir a nadie su destino para que ese cabrón nunca pueda encontrarlos, aunque sabe que si no declara en el proceso, que se celebrará en muy poco tiempo, sólo le caerá una condena menor pero su decisión será garantía de que puedan seguir vivos los dos.
Le contesto que huir no es la solución, y con voz queda me dice que su pareja es un borracho y un provocador mal nacido que siempre está metido en broncas y peleas. También me dice con un tono de voz más alto que, con suerte, el alcohol lo matará en pocos años, si antes no lo hace un borracho como él, y que cuando esté muerto y enterrado podrán volver. Mientras esto suceda, empezará una nueva vida con su hijo muy lejos de allí.
Le digo que me tengo que marchar y me encamino despacio hacia la salida. El niño sigue ensimismado en su onírico mundo virtual, donde seguro que no hay padres que pegan a sus madres. Ni siquiera me contesta cuando me despido de él. En el umbral, la mujer me dice adiós con una apenada sonrisa que se dibuja en sus labios amoratados por la inflamación, casi una mueca que desaparece al instante cuando la tirante y tumefacta piel de sus pómulos se encoge provocándole un pinchazo de dolor.
No cojo el ascensor y bajo por las escaleras. Mientras llego al portal voy pensando que su decisión no es la más apropiada, aunque con toda seguridad, huir es la única posibilidad de poder seguir viviendo. Pero huir me parece una cobardía que, además, posibilitará que un despreciable hijo de puta, borracho y pendenciero, continuará viviendo en una privilegiada libertad que él había robado a dos personas que una vez lo amaron.

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Estoy muy cansada. Voy recordando lo que ha pasado. Al poco de irse de mi casa esa policía, llamaron al timbre y, creyendo que era otra vez ella, abrí la puerta sin mirar por la mirilla y ahí estaba él. Me volvió a pedir perdón suplicando mientras entraba en casa diciéndome que no volvería a ocurrir y que no sabía qué le había ocurrido esa noche.
¿Qué le he hecho para que me trate así?, pensaba sintiéndome culpable de la denuncia de los vecinos y del futuro juicio. Le dije que no pensaba declarar cuando saliese el juicio, pero que lo mejor es que no volviésemos a vernos en un tiempo. Volvió a ponerse como un loco gritando que no iba a consentir que le abandonase y un enorme puñetazo en la cara me derribó en el suelo. Allí tendida  empezó a pegarme patadas hasta que perdí el conocimiento y no me acuerdo de nada más.

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Siento como me voy yendo poco a poco. Mis oídos escuchan la melodía de los pitidos hasta que se convierte en uno solo y prolongado. En mis manos reposa la bandera blanca de las víctimas rendidas, donde se enjugan las penas de los anhelos naufragados y de nuestra vida juntos en ese Berlín soñado que se adormece en las cicatrices de mi piel por donde sangran las heridas del desconsuelo. Una luz blanca de estrellas inunda todo y por mis venas fluyen ríos de promesas en una vida que se escapa.
Pude marcar el primer día esos tres números o pude dejarte atrás, pero ya es tarde porque el reloj ha enmudecido su inexorable marcha. Mi cabeza es un libro lleno de selvas, fábulas y epopeyas y en el alma tu imagen de esa tarde lejana de junio, cuando empezamos a fantasear con la quimera de un Berlín que ahora yace con nuestros cadáveres, se enreda creciendo en abrazos de agua, luz, tierra y muerte. Yo lo estoy viendo todo muy claro mientras vuelo sobre sus terrazas con mis seis alas de ángel.